Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Con Fidel, a propósito del 10 de octubre


Tomado de El Pinero
 
No es casual que cuando nos acerquemos a los acontecimientos acaecidos el 10 de octubre de 1868 en el ingenio La Demajagua, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, abracemos el pensamiento de Fidel y esa  joya de  la Historia de Cuba que es el discurso pronunciado por él en ocasión de cumplirse el centenario del inicio de las luchas por la independencia.
Fidel exponía:
“¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868?  ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha?  Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución:  la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 (APLAUSOS). Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes.  
“No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia.  
Fue Céspedes, sin discusión, entre los conspiradores de 1868 el más decidido a levantarse en armas.  Se han elaborado algunas interpretaciones de su actitud, cuando en la realidad su conducta tuvo una exclusiva motivación.  En todas las reuniones de los conspiradores Céspedes siempre se había manifestado el más decidido.   

En la reunión efectuada el 3 de agosto de 1868, en los límites de Tunas y Camagüey, Céspedes propuso el levantamiento inmediato.  En reuniones ulteriores con los revolucionarios de la provincia de Oriente, en los primeros días de octubre, insistió en la necesidad de pasar inmediatamente a la acción.  Hasta que por fin el 5 de octubre de 1868, en una reunión en el ingenio —si mal no recuerdo— “Rosario”, los más decididos revolucionarios se reunieron y acordaron el alzamiento para el 14 de octubre.  
 
“Es conocido históricamente que Céspedes conoció en este lugar de un telegrama cursado el 8 de ese mismo mes por el Gobernador General de Cuba dando instrucciones a las autoridades de la provincia de arrestar a Carlos Manuel de Céspedes.  Y Carlos Manuel de Céspedes no les dio tiempo a las autoridades, no les permitió a aquellas tomar la iniciativa, e inmediatamente, adelantando la fecha, cursó las instrucciones correspondientes y el 10 de Octubre, en este mismo sitio, proclamó la  independencia de Cuba.  
 
“Es que la historia de muchos movimientos revolucionarios terminó, en su inmensa mayoría, en la prisión o en el cadalso.  
 
Es incuestionable que Céspedes tuvo la clara idea de que aquel alzamiento no podía esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el largo trámite de una organización perfecta, de un ejército armado, de grandes cantidades de armas, para iniciar la lucha, porque en las condiciones de nuestro país en aquellos instantes resultaba sumamente difícil.  Y Céspedes tuvo la decisión.  
 
“De ahí que Martí dijera que “de Céspedes el ímpetu y de Agramonte la virtud”, aunque hubo también mucho de ímpetu en Agramonte y mucho de virtud en Céspedes.  Y el propio Martí expresó en una ocasión, explicando la actitud de Céspedes, sus discrepancias sobre el aplazamiento del movimiento con otros revolucionarios, diciendo que ‘aplazar era darles tal vez la oportunidad a las autoridades coloniales vigilantes para echárseles encima’. 
 
Con el advenimiento de la victoria de 1959, se planteó en nuestro país de nuevo —y en un plano más elevado aún— problemas fundamentales de la vida de nuestro pueblo.  Porque si bien en 1868 se discutía la abolición o no de la esclavitud, se discutía la abolición o no de la propiedad del hombre sobre el hombre, ya en nuestra época, ya en nuestro siglo, ya al advenimiento de nuestra revolución, la cuestión fundamental, la cuestión esencial, la que habría de definir el carácter revolucionario de esta época y de esta revolución, ya no era la cuestión de la propiedad del hombre sobre el hombre, sino de la propiedad del hombre sobre los medios de sustento para el hombre. 
 
 Si entonces se discutía si un hombre podía tener 10 y 100 y 1 000 esclavos, ahora se discutía si una empresa yanki, si un monopolio imperialista tenía derecho a poseer 1 000, 5 000, 10 000 ó 15 000 caballerías de tierra; ahora se discutía el derecho que podían tener los esclavistas de ayer a ser dueños de las mejores tierras de nuestro país.  Si entonces se discutía el derecho del hombre a poseer la propiedad sobre el hombre, ahora se discutía el derecho que podía tener un monopolio o quien fuera, aquel propietario de un banco donde se reunía el dinero de todos los que depositaban allí, si un monopolio o un oligarca tenía derecho a ser dueño de un central azucarero donde trabajaba un millar de obreros; si era justo que un monopolio o un oligarca fuera dueño de una central termoeléctrica, de una mina, de una industria cualquiera que valía decenas de miles o cientos de miles, o millones o decenas de millones de pesos; si era justo que una minoría explotadora poseyera cadenas de almacenes sin otro destino que enriquecerse encareciendo todos los bienes que este país importaba.  Si en el siglo pasado se discutía el derecho del hombre a ser propietario de otros hombres, en este siglo —en dos palabras— se discutía el derecho de los hombres a ser propietarios de los medios de los que tiene que vivir el hombre.  
 
“Y ciertamente no era más que una libertad ficticia.  Y no podía haber abolición de esclavitud si formalmente los hombres eran liberados de ser propiedad de otros hombres y en cambio la tierra y la industria —de la cual tendrían que vivir— eran y seguían siendo propiedad de otros hombres.  Y los que ayer esclavizaron al hombre de manera directa, en esta época esclavizaban al hombre y lo explotaban de manera igualmente miserable a través del monopolio de las riquezas del país y de los medios de sustentación del hombre.  
 
“Por eso si una revolución en 1868 para llamarse revolución tenía que comenzar por dar libertad a los esclavos, una revolución en 1959, si quería tener el derecho a llamarse revolución, tenía como cuestión elemental la obligación de liberar las riquezas del monopolio de una minoría que las explotaba en beneficio de su provecho exclusivo, liberar a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una minoría explotaba al hombre.  
 
“¿Y qué diferencia había entre el barracón del esclavo en 1868 y el barracón del obrero asalariado en 1958?  ¿Qué diferencia, como no fuera que —supuestamente libre el hombre— los dueños de las plantaciones y de los centrales en 1958 no se preocupaban si aquel obrero se moría de hambre, porque si aquel se moría había otros diez obreros esperando para realizar el trabajo?  Si se moría, como ya no era una propiedad suya que compraba y vendía en el mercado, no le importaba siquiera si se moría o no un trabajador, su mujer o sus hijos.  Estas son verdades que los orientales conocen demasiado bien.  
 
“Y así fue suprimida la propiedad directa del hombre sobre el hombre y perduró la propiedad del hombre sobre el hombre a través de la propiedad y el monopolio de las riquezas y de los medios de vida del hombre (APLAUSOS).  Y suprimir y erradicar la explotación del hombre por el hombre era suprimir el derecho de la propiedad sobre aquellos bienes, suprimir el derecho al monopolio sobre aquellos medios de vida que pertenecen y deben pertenecer a toda la sociedad.
 
“Si la esclavitud era una institución salvaje y repugnante, explotadora directa del hombre, el capitalismo era también igualmente una institución salvaje y repugnante que debía ser abolida.  Y si la abolición de la esclavitud era comprendida totalmente por las generaciones contemporáneas, también algún día las generaciones venideras, los niños de las escuelas, se asombrarán de que les digan que un monopolio extranjero —administrándolo a través de un funcionario insolente— era dueño de 10 000 caballerías de tierra donde allí mandaba como amo y señor, era dueño de vidas y de haciendas, tanto como nosotros nos asombramos hoy de que un día un señor fuera propietario de decenas y de cientos y aun de miles de esclavos.
 
Y desde entonces el pueblo en el poder desarrolla su lucha, no menos difícil, no menos dura, frente al imperialismo yanki y contra el imperialismo yanki, el más poderoso país imperialista, el gendarme de la reacción en el mundo.  Poder acostumbrado a destruir gobiernos, a destruir gobiernos que insinuaban un camino de liberación, derrocarlos mediante golpes de Estado o invasiones mercenarias, destruir los movimientos políticos mediante represalias económicas, se ha estrellado toda su técnica, todos sus recursos, todo su poderío se ha estrellado contra la fortaleza de la Revolución.  
 
Porque la Revolución es el resultado de cien años de lucha, es el resultado del desarrollo del movimiento político, de la conciencia revolucionaria, armada del más moderno pensamiento político, armada de la más moderna y científica concepción de la sociedad, de la historia y de la economía, que es el marxismo-leninismo; arma que vino a completar el acervo, el arsenal de la experiencia revolucionaria y de la historia de nuestro país. 

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