Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

lunes, 26 de octubre de 2015

No fue frase de galería


 
 
Caricatura: Alian Borroto


Poco después de los sucesos del Moncada durante la farsa de juicio orquestada contra los protagonistas de la acción, el líder del grupo proclamó, orgulloso y sin tapujos, que el autor intelectual del asalto no era otro que José Martí
Y no fue aquella frase de galería para la historia –al decir de Carlos Rafael Rodríguez, uno de los más prestigiosos intelectuales cubanos del pasado siglo-. Definía, por sobre todo –añadía a reglón seguido- a una personalidad y caracterizaba al mismo tiempo una revolución.

Fue Fidel un joven amante de la lectura y de la historia, en particular la de su pueblo. Leía con fruición cuánto le caía en manos. Indagaba en la vida y las hazañas de los próceres de aquí y de allá, los propios en primer lugar, y entre ellos, mucho más de quien fundara el Partido Revolucionario Cubano y organizara la Guerra Necesaria, en tanto personalidad más admirada y sagrada de nuestro país, como le calificara el propio Fidel.

“Lo primero que leo en mi adolescencia es acerca de las guerras de independencia y los textos de Martí. Me convierto en un simpatizante de Martí cuando comienzo a leer sus obras… El primero que habló del naciente imperialismo… Era muy opuesto y muy crítico de la política exterior de los Estados Unidos. Fue un precursor, antes que Lenin organiza un partido para hacer la revolución… Tenía un pensamiento muy avanzado, antiesclavista, independentista y profundamente humanista.”

De manera que el joven Abogado que encabezara las acciones del 26 de julio (1953) contra el régimen del sátrapa Batista y sus seguidores, venía asido de la mano del Maestro desde mucho antes del Moncada.

No por gusto, se les vio marchar disciplinados en medio de la multitud que, justo en víspera del centenario del Apóstol, iluminó la noche, en recorrido, desde la Escalinata de la Universidad hasta la Fragua Martiana, en un digno homenaje al más universal de los cubanos, para resucitarle de la muerte que pretendía propinarle el horror derivado del zarpazo militar perpetrado casi un año antes (10 de marzo de 1952).

Tampoco fue obra de la causalidad que el grupo se autoproclamara Generación del Centenario, ni que en el apartamento de Abel Santamaría, uno de sus principales organizadores, los bustos de Martí y Maceo, situados sobre el librero, fueran de las pocas piezas que hacían la decoración.

Según una minuciosa investigación del colega Luis Hernández Serrano, en su alegato de defensa -La Historia me absolverá-, Fidel, en 15 oportunidades hace referencia por su nombre al Héroe Nacional, y otras siete veces cita de memoria fragmentos de su obra y poesía.

Evidente prueba de la profunda admiración que sentía el alumno por el Maestro, y también a su vez el tremendo dominio de su obra.

El acompañamiento de Martí era permanente. Minutos antes del intento de tomar los dos cuarteles (Moncada y Carlos M. Céspedes), el Hospital Saturnino Lora y el Palacio de Justicia, Fidel, al dirigirse brevemente a sus compañeros, dejó bien claro los propósitos:

“Compañeros, (…) si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí…”

Luego del proceso, y confinado en la cárcel de Boniato, al joven abogado le prohibieron todo acceso a los textos de José Martí. Al parecer, “la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos”.

Ni quienes no creían en el más genial y universal de los políticos cubanos, tenían dudas de que los jóvenes de la Generación del Centenario bebían de su sabia y pensaban en la Cuba que él había soñado.

Estudiando a Martí Fidel supo que el único camino era el de la lucha armada. También por él llegó al convencimiento que era menester evaluar a fondo los errores de otros movimientos políticos previos. Aquel enseñó a este la necesidad de predicar constantemente las ideas políticas, unir fuerzas, dar la batalla, aunque los únicos recursos fueran inteligencia, convicciones y razón.

Sin embargo, más allá de las palabras, incluso del marcado sabor martiano de la enjundiosa reflexión que constituye La Historia me Absolverá, no creemos que para nadie sea difícil ver también el pretendido propósito de materializar los más caros anhelos del Héroe Nacional, en el llamado Programa del Moncada.

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