Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

lunes, 18 de abril de 2016

La maestra de Girón


Con solo 21 años de edad, Ana María Hernández Bravo integró un pequeño grupo de maestros voluntarios con la misión de trabajar en Ciénaga de Zapata
Con 21 años, Ana María Hernández integró un pequeño grupo de maestros voluntarios para trabajar en la Ciénaga de Zapata. Foto: Yander Zamora
CIÉNAGA DE ZAPATA, Matanzas.—El oficio de educadora lo aprendió en el sacrificio. Graduada en la antigua Escuela Normal de Matanzas, con solo 21 años de edad, Ana María Hernández Bravo integró un pequeño grupo de maestros voluntarios con la misión de trabajar en Ciénaga de Zapata, un lugar donde antes del Primero de Enero de 1959 la mayoría de la gente nunca vio un médico ni a un maestro.
Se internaron durante varios meses en el interior de esa región sureña para fundar las primeras aulas y crear las condiciones de la Campaña de Alfabetización.
La joven matancera fue ubicada en el asentamiento conocido por Caleta Cocodrilo. Hasta allí la llevaron en camión. “Eso fue en el mismo año 1959. Me soltaron a las dos de la mañana en aquel sitio de cuatro o cinco casitas, donde había además una bodega y una planta eléctrica recién instalada. Estaba algo nerviosa, pero en realidad no sentí miedo, siempre me he considerado una mujer de temple. Eso sí, no imaginé lo que estaba por ocurrir y que yo sería una de las prisioneras de los mercenarios”.
Cordial y sencilla, Ana María recuerda que en Ciénaga de Zapata se percibían todavía con mayor rudeza los estragos del capitalismo. Era campo al fin y al cabo, pero no se parecía a la vida que yo vivía en mi natal Casuso, una finca ubicada en los lindes del poblado de Bolondrón, manifiesta tras insistir en que aquella experiencia transformó su vida por completo.
Dice que los pocos habitantes de la zona le mostraban benevolencia y apreciaban su ayuda. “Entre todos recogieron un dinerito y compraron madera para hacer el aula. Allí impartí clases a unos 20 muchachos, al tiempo que apoyaba en el censo de la población escolar para crear aulas en otros bateyes”.
Cuenta que luego de una breve permanencia en el municipio de Antilla, en la actual provincia de Holguín, y en la región de el Escambray, regresa y la ubican en el asentamiento de Girón, en diciembre de 1960. “Me instalaron en una de las cabañas del centro turístico, donde crearon dos aulas, una en el interior de la habitación y otra en el portal. Allí impartimos clases una maestra de Aguada de Pasajeros, Maga­lys Pérez Santana, y yo. Fuimos quizá las dos primeras educadoras que por el Ministerio de Educación trabajamos en ese batey tras el triunfo de la Revolución.
“Cuando comenzó de forma oficial la Campaña de Alfabetización me tocó alfabetizar a 17 cenagueros, aunque de hecho ya lo hacía desde mucho antes.
No olvido el agradecimiento de una anciana de 90 años en cuanto aprendió a poner su firma y a escribir un par de palabras. Fue algo muy grande para ella,  hasta una cartica de gratitud me hizo que guardo con especial cariño”.
Ana María asegura que a pesar de la distancia y de las difíciles condiciones ellas estaban muy lejos de sentirse solas. “Los cenagueros son muy solidarios, y a pesar de que llevaron una vida llena de estrecheces los caracterizaba un carácter afable y nos prodigaban todos los cuidados a su alcance”.
Al propio tiempo que la Revolución emprendía esa gran obra en favor del pueblo y de los más desposeídos hasta entonces, la contrarrevolución cocinaba un golpe para someter de nuevo al obrero y al campesino, y privarlos entre beneficios, del derecho de contar por vez primera con médicos y maestros.
“Al escuchar un ruido inusual nos asomamos por la ventana de la cabaña y vimos como unas bengalas. Todo ocurrió muy rápido. Enseguida vimos cómo un grupo de invasores que se auto titularon del Ejército de Liberación rodearon el lugar donde estábamos. Nos ordenaron salir con las manos en alto y luego nos retuvieron en el interior de la habitación bajo estricta vigilancia.
“En la mañana del día 17 decidieron trasladarnos para el club de Girón y nos entrevistaron con el propósito de saber por qué estábamos en ese lugar. Era claro y evidente lo que pretendían. Utilizaron agresión sicológica y a veces proferían insultos para intimidarnos. Nosotros estábamos resueltos a no decir nada, aunque había mucha tensión y se escuchaba constantemente el impacto de las armas. Así ocurrió también durante todo el día 18. Hasta un tanque pusieron fuera de la cabaña.
“En la mañana del día 19 los mercenarios nos recluyeron debajo de un puente rompeolas. Fueron momentos muy an­gustiosos y de mucha incertidumbre.
Pero ya como a las cinco de la tarde hubo una calma y alguien avisó que nos habían dejado solos. Durante todo ese tiempo no comimos nada y el pelo se transformó en una mezcla de arena y cemento. Al final llegó la Policía Revolucionaria y nos puso a salvo para que nos atendieran convenientemente.
“Al cabo de un mes, más o menos, regresé y junto a otros compañeros y con el auxilio de los habitantes ordenamos de nuevo las aulas y reconstruimos toda la documentación de la Campaña de Alfabetización. No me fui de Girón hasta que concluyó esa cruzada en diciembre del 61. No me pesa, sería capaz de repetir la historia”.
Actualmente hay en Ciénaga de Zapata 16 centros educacionales, que abarcan a seis tipos de enseñanza y donde estudian 1 316 alumnos atendidos por 194 docentes. Del total de escuelas nueve son primarias, cinco de ellas ubicadas en zonas rurales tan intrincadas como La Ceiba, El Helechal, Santo Tomás, Soplillar y Guasasa. El territorio dispone además de dos secundarias básicas urbanas y un centro mixto en el poblado de Cayo Ra­mona donde se concentra el mayor nivel de actividad es­colar del municipio. Según Rolando Cuñarro Martín, director de Edu­cación, hoy realizan diversas acciones en aras de continuar elevando la calidad en el proceso do­cente-educativo y poder cubrir todas las aulas con los maestros requeridos. Una noticia esperanzadora en ese sentido es que hay 37 estudiantes captados entre noveno y duodécimo grados que optan por carreras pedagógicas, o sea, que quieren ser maestros, como Ana María Her­nández Bravo, una de las primeras maestras que llegó a este paraje matancero a enseñar a leer y escribir a los cenagueros a riesgo de su propia vida.

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