Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

martes, 7 de junio de 2016

La gratitud de este guajiro de Palma

General de Cuerpo Ejército Sixto Batista Santana
(Tomado del libro Secretos de Generales)
LUIS BAEZ
Hablando en una ocasión con un alto dirigente de la Revolución, el General de Cuerpo de Ejército Sixto Batista Santana le comentó que cuando se jubilara, aspiraba a ser sereno de un cilindro para asfalto, pues si se quedaba dormido y se lo robaban, al otro día lo encontraban a las pocas cuadras.
Este oriental de 74 años es del criterio que es muy difícil dirigir. Ya que si usted exige es malo y se busca problemas. Si no exige es débil y también se busca dificultades. Nunca queda bien.
La conversación con este hombre, que ha subido nueve veces El Turquino es fluida.

Quien no lo conoce, puede pensar que es un amargado, berrinchoso; sin embargo, cuando lo trata, se percata que es agradable, simpático, siempre con un chiste a flor de labios.
Sixto Batista es de los que dicen lo que piensan y no piensa lo que va a decir. No tiene pelos en la lengua. Eso le ha ganado enemistades.
No le preocupa. Para él lo más importante es su lealtad a Fidel y a Raúl. Y eso nadie lo duda.
¿Hábleme de su infancia?
Es larga la historia. Nací en 1932 en un central que se llama Atillo, en el término municipal de Palma Soriano; ese ingenio dejó de moler en el año 1928. Mis padres vivían en un barracón.
Papá era de Lanzarote, una de las islas pertenecientes a Gran Canaria. Llegó a Cuba como polizonte huyéndole al Servicio Militar. Era una gente de cierta cultura, pienso que él había cursado el bachillerato. Vino solo.
Mi madre también era isleña, de Las Palmas de Gran Canaria. Ella viajó muy joven con sus padres y todos sus hermanos.
Vendieron todo lo que tenían. Estuvieron tres meses viviendo en una cueva, hasta que pudieron resolver el pasaje en un barco de tercera o cuarta categoría.
¿Cuántos hermanos son ustedes?
Once. Dos murieron muy pequeños. No los conocí. Quedamos cinco varones y cuatro hembras. Uno de ellos ya falleció. De los varones el único que aprendió a leer y a escribir fui yo.
¿A qué edad empezó a trabajar?


Sixto Batista, junto al Ministro Raúl y los generales Colomé y Julio Casas.
Prácticamente desde niño. Ayudaba a mi padre en las tareas del campo. A las dos de la madrugada me levantaba a enyugar los bueyes. Arriaba a las bestias hasta las seis de la mañana.
A esa hora me relevaba un hermano más chiquito. Me lavaba los pies, la cara, me ponía mi ropita y para la escuela. Por el camino iba con los zapatos en la mano. Me los ponía antes de entrar en el colegio.
El viejo me decía que había que cuidarlos para que le sirvieran al hermano que me seguía en edad. También mis hermanas trabajaban en la agricultura.
La escuela, ¿a qué distancia quedaba?
A cuatro kilómetros. Logré sacar el sexto grado a los doce años. El resto de mis hermanos varones se alfabetizaron después del triunfo de la Revolución.
De mis hermanas, una logró hacer el primer grado. Escasamente sabía escribir su nombre. Las otras no fueron al colegio.
Mi madre era analfabeta. Aprendió a leer y a escribir después del 1ro. de enero de 1959. Murió a los noventa y cuatro años.
De niño cogí la poliomielitis. En el barrio caímos tres. El único que quedó bien fui yo. Se lo debo a la perseverancia de mi padre.
¿Su padre vive?
No. Él murió de cáncer hace algunos años. Papá era una gente muy trabajadora, exigente, con mucha autoridad.
Aprendí mucho de él. Por suerte o por desgracia. A veces las desgracias se convierten en suerte.
¿Radicaron siempre en el mismo lugar?
No. El viejo se movía mucho en busca de trabajo. Eso nos hacia mudar.

Siempre estará presente mi gratitud y lealtad a Fidel y a Raúl.
Durante bastante tiempo vivimos a la orilla del camino entre Palma y San Luis en una casa de guano, paredes de yagua y piso de tierra.
En una época trabajamos en una finca del senador Arturo Illas Cuza. Era de dos caballerías de tierra. El 40% de la producción era para el dueño y el 60% para nosotros.
Ni siquiera ponía la mano para vender el producto. Recibir el 40% era un alto nivel de explotación.
Además, el año que no había cosecha, por seca o por mucha lluvia, los que nos quedábamos sin comer y empeñados, éramos nosotros.
A medida que fui creciendo piqué caña, trabajé en minas. He hecho de todo.
¿Cómo se llamaba la mina?
Piedra Pizada. Estaba en el Municipio de El Cobre, en Botija, una zona de gran producción de manganeso.
¿Cuánto ganaba?
Por lo que diera la mocha. Buscábamos el mineral, si no había no ganábamos nada y cuando lo encontrábamos era muy poco lo que recibíamos. Sacaba unos cuarenta centavos diariamente.
Me alimentaba de plátano, aceite y bacalao. Yo mismo cocinaba. También hice carbón.
Trabajó duro...
El carbón es cruel. Hacer sesenta sacos. Dejarlo apagado. Listos para envasar, te vas a dormir y cuando te levantas ves que se ha quemado todo el carbón. Es como para cortarse las venas.
¿Cortó caña?
Mucha. Caminaba cuatro kilómetros para cortar caña. Me levantaba a la una de la mañana para estar a las dos en el corte, cargar el primer camión a mano, de madrugada; el segundo, al amanecer y de ahí cortar entre doscientas, quinientas, seiscientas arrobas diarias sobre todo en las zafras buenas. Un trabajo muy duro.
¿Qué otras cosas hacía para subsistir?
Estaba todo el tiempo inventando. Dos o tres días antes del cobro de la quincena compraba un par de puercos de trescientas libras. Me costaban veinticinco pesos cada uno. Los mataba.
Vendía la libra a treinta y cinco centavos entre los cuarenta y cinco macheteros que trabajaban en la colonia. Así iba viviendo. También fui capataz.
¿En qué momento?
A los diecisiete años. Algunos de los obreros tenían cuarenta y cinco años. Debía llevar las horas, la jornada del día, a mí me pagaban $1.50 y a los trabajadores $1.30.
Había que trabajarme, pues estaba cuidando mis frijoles. A veces me regalaban como estímulo una botella de sidra "El Gaitero", que valía cuarenta centavos.
Cuando la gente se quedaba sin trabajo, como era capataz, siempre tenía algo que hacer.
Uno de los problemas que nosotros hemos tenido es que perdimos el jefe de escuadra. El jefe está para organizar el trabajo y hacer que nadie pierda tiempo. Jamás el mayoral permitió que, como capataz, cogiera un pico y una pala para sacar un tronco. Si usted se pone en eso, las otras gentes no trabajan.
A mí me pagaban para hacer que la gente trabajara. Esas son enseñanzas que viví en el capitalismo. También fui jugador.
¿A qué jugaba?
Desde la bolita hasta la lotería. Yo era el dueño de los cartones. Por esa vía me entraban algunos centavitos. Nos alumbrábamos con luz brillante pues no había electricidad.
¿Era fanático de las peleas de gallos?
Sí. También hice mis trastadas con los gallos. Era la forma de vivir. El capitalismo enseña de todo.
¿Cuéntame alguna de esas trastadas?
Un amigo tenía un gallito muy bueno. Había ganado siete u ocho peleas.
Hablé con el que le ponía las espuelas, le decían "Sapo de Toro", para que se las pusiera flojitas.
Además, cogimos el gallo esa noche y lo metimos en una palangana en que el agua le llegaba hasta las plumas. Eso se hacía para que el gallo se entumeciera.
Ya en la valla, el gallo salió favorito. Como es lógico le jugué al contrario.
Al minuto las espuelas se le habían caído y el otro dándole tremendo sube. Pero el gallito era bueno, se calentó y a patadas estaba liquidando a su adversario.
Me acerqué al amigo y le dije que levantara el gallo, pues se le habían caído las espuelas y lo iban a matar. Se tiró y levantó al gallo.
Ahí mismo gané mis apuestas. También con un viejo analfabeto de mi barrio aprendí algunos trucos.
¿Su familia llegó a tener algún dinero?
El viejo, trabajando en la finca con mis hermanos, logró hacerse de alguna plata. Compró 0,7 caballería de tierra. Me las arrendó. Hice un poco de agua y carbón. Compré una bodega. Hablo de los años 1954-55.
¿Dónde fue eso?
En un lugar que se llama Paraíso, dentro del contexto de Yarayagua, Atillo, Paraná Paraíso. Me fue bien. También me gustaba jugar pelota.
¿Qué base jugaba?
Torpedero.
¿Tenía buenas manos?
Buenas manos y buen bateo. Nunca bajé de 300. Jugábamos en la Liga Jose Martí en la que intervenían equipos de San Luis, Santana, Borjita y Dos Caminos. Siempre fui seleccionado entre los mejores.
El 26 de julio del año 1953 cuando el ataque al Moncada, si mal no recuerdo era un domingo, estábamos jugando pelota en un lugar llamado El Perú.
Era una zona de campesinos muy luchadores por su tierra y dieron la noticia. Un viejo que había allí dijo: "Atacaron el cuartel Moncada". Yo ni sabía qué era el Moncada.
¿En qué momento se incorporó a la Revolución?
En febrero de 1957. Organicé un grupito con dos muchachos, dos hermanos de ahí mismo donde tenía la bodega y empezamos a hacer algunas actividades, pero sin un contacto con la dirección del Movimiento 26 de Julio.
¿Quién lo puso en contacto con el Movimiento?
Yo conocía en Palma Soriano al doctor Mariano Esteban Lora, eran dos hermanos, él y Chin.
Los dos se alzaron y los dos se fueron del país. Ese amigo me confirmó que pertenecía al 26 de Julio, que no era de la dirección, pero me puso en contacto.
Ya en relaciones con la dirección incrementé mi grupo. Empecé a realizar actividades más serias. Estoy hablando de marzo o abril de 1957.
¿A qué se dedicaron?
A la quema de caña, recogida de armamentos, sabotajes. El grupo creció. Llegamos a veinte.
Un buen día el jefe de la policía municipal le dijo a papá que me cuidara pues se sabía que estaba metido en la Revolución.
Días antes de la huelga del 9 de Abril del 1958, en unión de otro compañero, nos metimos en la finca de Illas Cuza y nos llevamos algunas armas: dos M-1, tres escopetas, cuatro revólveres, un Springfield y buena cantidad de municiones.
Todo se lo entregué al Movimiento en Palma Soriano. Me quedé con el Springfield.
Después vino el fracaso de la huelga. De los dirigentes del Movimiento unos se alzaron, a otros los mataron. Nos quedamos sin dirección hasta que se creó una nueva.
¿En qué fecha se alzó?
El 13 de junio de 1958. Jamás se me olvidará. Ese día cumplía años mi madre.
¿Con quién se fue para las montañas?
Me uní a un grupito que estaba por las lomas, que pertenecía al Tercer Frente.
Más tarde pasé para Ramón de Guaninao donde estaba la Capitanía. Ahí empecé la lucha.
¿Por qué zona se movió?
Palma Soriano, El Cobre y San Luis. Eso estaba bajo la jurisdicción del Tercer Frente que tenía como jefe al Comandante de la Revolución Juan Almeida.
Posteriormente, pasé a la Columna 9 a las órdenes de Félix Duque. Almeida escogió a un grupo de compañeros para llevar esa Columna hasta la región de Majaguabo.
La idea era operar por Matayegua, El Cristo, Puerto Boniato y toda esa región. Para llegar había que entrar por Majaguabo. Fui de guía pues me conocía esa zona como la palma de mi mano. Había que cruzar la carretera Central, entre Palma y Santiago.
Antes de partir, Almeida nos dijo que no podía sonar un tiro. Pasamos. En la noche dormimos en un cafetal.
Era una Columna de ciento cincuenta hombres bastante bien armada. Llegamos sin sonar un tiro.
¿Cuál fue el combate más intenso en que participó?
En la emboscada de Puerto de Moya, para impedir que un convoy del ejército pasara el puente Ventura, en la Carretera Central, rumbo a Palma.
El combate empezó a las nueve de la mañana. Terminó después del mediodía. Los guardias no pasaron.
Cuando el ejército comenzó a retirarse, nos dirigimos a la carretera a recoger los camiones y el armamento que habían dejado abandonados. Incluso, capturamos una tanqueta. También había muchos guardias muertos. Me acerqué a uno de los cadáveres y le quité el pantalón y la camisa, que no me pude poner porque estaba manchada de sangre.
Tenía una situación muy mala de ropa al igual que el resto de los compañeros. Pero me busqué tremendo lío.
¿Por qué?
Cuando comenzó la entrega de heridos y cadáveres al padre Bernardo Rodríguez Solís, párroco de El Cobre, al ver Duque a uno de los muertos sin ropa, preguntó quién la había cogido.
Respondí que yo. Me mandó a quitarme el pantalón y ponérselo al difunto. Me dejó en calzoncillos. También me desarmó. Me metió una descarga que todavía la recuerdo.
¿Con qué grados terminó la guerra?
Primer teniente. Después del combate del Puente de Moya, la misma noche que Fidel ascendió a Duque a comandante, este me hizo primer teniente. Fue el 16 de diciembre de 1958.
Cuando me comunicó la noticia me entregó una ropa de caqui y un fusil M-1 con tres peines de treinta tiros cada uno.
¿Cómo se enteró de la caída del régimen?
Estaba con otros compañeros acostado en un colchón, en el piso de una casa, y como a las seis de la mañana, nos dijeron que Batista se había ido. No creí la noticia. Puse el radio y comprobé que la información era cierta.
¿Qué instrucciones recibió?
Al principio, de no movernos. Por la noche se nos ordenó avanzar hacia la capital oriental.
No fuimos por la carretera. Cogimos por Matayegua, salir a El Escandel, Caney, Santiago.
En El Escandel, Fidel se reunió con un grupo de oficiales del Moncada. Entre ellos, se encontraba el jefe militar de Oriente (PSR), coronel José Rego Rubido.
Le solicitaron a Duque una gente para hacer guardia. Me escogieron a mí.
Me pusieron en la posta principal del lugar donde se efectuaría el encuentro.
¿Ya conocía a Fidel?
Nunca lo había visto. Era la primera vez que estaba cerca de él.
¿Qué órdenes le dieron?
Los oficiales tenían que entrar desarmados.
¿La cumplió?
Sí. Había una mesita para que fueran dejando las armas. Algunos traían tabaco para regalárselo al Jefe de la Revolución. Cuando entró el primer grupo sin su armamento, Fidel salió encabronado.
¿Qué pasó?
Preguntó que quién había dicho que les quitaran las pistolas a los oficiales. Ordenó que se las devolvieran inmediatamente.
¿Usted qué hizo?
Me quedé calladito. Se reunió con ellos con sus respectivas armas encima. Me puse a escuchar lo que decía Fidel. Aquello parecía un sueño.
¿Qué les dijo?
Fidel les planteó que se tenían que rendir sin condiciones; que quien no estuviera comprometido con hechos de sangre no tendría problemas, pero el que tuviera un crimen que pagar, sería sancionado. Todos aceptaron.
Después de la reunión, ¿adónde fue usted?
A Santiago. Antes pasé por el Moncada. Veía a los guardias con sus fusiles. Me pellizcaba y pensaba: "Esto es mentira".
Hay que decir que el primero de enero Raúl Castro entró al cuartel Moncada cuando todavía estaban los guardias.
El mismo Raúl se subió a una mesa, descolgó un retrato de Batista y lo desbarató.
¿Conocía Santiago?
Había estado dos veces con el viejo, pero realmente no la conocía. Fui a parar a la calle San Jerónimo.
Por la noche participé en el Parque de Céspedes en el acto donde habló Fidel. Después salí con Duque hacia la capital.
¿Cuándo llegó a La Habana?
El 4 de enero. Fuimos a dar al Quinto Distrito. Esperamos a Fidel que entrara el día ocho por el Cotorro y lo acompañamos hasta Ciudad Libertad. El día quince pasamos para Managua.
¿Cómo le fue en Managua?
Fue un proceso de aclimatación. Hay un hecho de aquellos días que se me quedó fijo en la mente para siempre.
¿En qué consistió?
Un día, al entrar al campamento, nos dicen que no podemos pasar. Respondimos: "bueno, nos vamos". La posta nos planteó que tampoco podíamos irnos.
Figúrate, presos por nuestra propia gente. Finalmente, nos dejaron pasar.
Cuando estábamos dentro nos encontramos con tremendo rollo. Se había comenzado a darle pase a la gente para que fueran a ver a su familia. Algunos hacia más de un año que no las veían. La orden era que solo se podían llevar las armas cortas. Ahí se formó la bronca.
Al otro día se apareció Fidel. Reunió a todo el mundo en el campo de pelota. Empezó diciendo: "Así que ustedes quieren hacer lo que les da la gana. No quieren ir a sus pueblos o a sus barrios si no es con el fusil. ¿Por qué tienen que ir exhibiendo las armas?".
De buenas a primeras ordenó que todo el que tuviera un arma tenía un minuto para tirarla al suelo. No en un
minuto, en un segundo estaban las armas en el piso.
Entonces, Fidel fue para donde estaba Duque y le preguntó: "¿Quiénes de tus oficiales están metidos en el problema?".
¿Usted estaba en el lío?
No. Pero lo más probable es que si hubiera estado en el Campamento también me hubiera metido en la bronca.
A los que estábamos fuera del potaje nos dieron quince días de vacaciones y cuarenta pesos. Me fui para Oriente.
Un hermano mío, que era soldado, estaba en el lío. Era analfabeto. Le dije: "Bueno caballo, te jodiste". A los tres días se apareció en Oriente.
¿Se fugó?
Eso mismo pensé yo. El problema es que Fidel había vuelto. Llevó unos fusiles nuevos.
Los invitó a ir al campo de tiro. Estuvieron tirando con él. Cuando terminó, les dio pase a todos.
¿Qué le impactó de ese hecho?
La personalidad de Fidel; como sobresale por encima de todos nosotros. En un segundo resolvió el problema. A los dos meses fui trasladado para las Fuerzas Tácticas de Santiago.
¿Participó en operaciones?
Sí en la búsqueda y captura de diversos grupos de mercenarios que desembarcaron por Baracoa. Me hicieron jefe de compañía.
Estando en Yerba de Guinea, en un lugar llamado Tranquilidad pegado a la Sierra Loreto, se apareció el capitán Ricardo Arturo Cisnero Díaz, más conocido por Jotor, que era jefe de la División, un compañero muy valiente que perdió un ojo durante la guerra; quien al vernos nos comunicó que recogiéramos todas las pertenencias, pues nos íbamos para Minas del Frío y de ahí para El Turquino. Estábamos castigados.
¿Cuál era la causa?
Raúl nos castigó. Entró en la Maya y se encontró a un grupo de soldados rebeldes que estaban borrachos. Decidió mandar toda la División para el Turquino pero desarmados.
¿Qué tiempo?
No duró mucho ya que se produjo el cambio presidencial en Estados Unidos. Volví a Yerba de Guinea. En esa ocasión como jefe de batallón.
Eso fue en diciembre de 1960. Hasta que me enviaron a pasar una escuela política.
¿Dónde?
En Siboney, Santiago de Cuba. Era clandestina. Había algunos compañeros del Partido Socialista Popular (PSP). Yo no era del Partido. Ahí participé en mis primeros círculos de estudio. Hasta que se produjo la invasión de Girón.
¿Lo movilizaron?
Pasé a trabajar como oficial de operaciones del Ejército. También estuve al frente de una división que se había creado para tiempo de guerra, hasta que me mandaron para el curso de oficiales de Matanzas.
Al terminar el curso, ¿para dónde lo enviaron?
A Santiago, y posteriormente Baracoa, donde permanecí quince meses. Volví a trabajar en operaciones.
Después de pasar la Superior de Guerra fui para la Brigada de la Frontera, primero al frente del Estado Mayor y después como jefe.
A los seis meses, me sacaron y nombraron jefe de la sección política del Ejercito Oriental.
En 1972 me mandaron a pasar un curso de cuatro meses en la Unión Soviética.
Al poco tiempo de estar de regreso, fui nombrado jefe de la Sección Política del Ejército Occidental hasta 1976, en que me mandó a buscar Raúl.
¿Para qué?
Cuando a uno lo mandan a buscar a ese nivel empieza enseguida a revisarse de arriba a abajo buscando en qué ha fallado.
Al verme, el Ministro me dijo: "Tú estás pensando que te mandé a buscar para mandarte para Angola". Le respondí: "No había pensado en eso, pero si me manda me voy".
Entonces me comunicó que iba a trabajar con él como ayudante para las cuestiones angolanas.
Ahí tuve bastante contacto con Fidel, pues iba diariamente al Puesto de Mando sobre Angola que se había montado en el edificio del MINFAR.
A veces llegaba a las cuatro de la tarde y se iba a las tres de la madrugada.
Raúl se mantenía permanentemente, salvo que se le presentara alguna situación.
Nosotros dormíamos solamente cuatro horas. A las ocho de la mañana teníamos que tener redactado un informe de la situación militar para los Sustitutos del Ministro.
Fidel estaba atento al más mínimo detalle...
Es cierto. Además, conocía más de Angola que la gente nuestra que estaba allí. Él estudiaba, analizaba cada paso que se iba a dar.
El Comandante en Jefe tiene la virtud de tener un amplio panorama del mundo y prever el resultado de los acontecimientos.
En una ocasión, escuché a Fidel hacer un análisis de las causas que impedían que el imperialismo yanki se metiera en esa bronca.
¿Como cuáles?
Empezó por la derrota de Estados Unidos en Viet Nam. El síndrome que eso había creado en la población norteamericana; porque había un hombre en la presidencia, Gerald Ford, que no había sido elegido; la devaluación del dólar y otras causas. Un domingo, Raúl le comentó a Fidel que no había que seguir mandando fuerzas, que con lo que había ya era suficiente. El Comandante en Jefe dijo estar de acuerdo.
Esa mañana había una carrera de motos en la Plaza de la Revolución. Desde la ventana se podía contemplar el espectáculo.
De pronto Fidel se viró para Raúl y le dijo: "Este mundo es del carajo. Cada loco con su locura. Estos corriendo ahí y nosotros metidos en la guerra".
¿Llegó a ir a Angola?
Sí. A mediados de marzo de 1976. Ahí estuve algún tiempo hasta que me ordenaron regresar y me nombraron jefe de la Dirección Política de las FAR, responsabilidad donde me mantuve hasta el año 1984.
¿También estuvo en Etiopía?
Sí. Eso fue siendo jefe de la Dirección Política. Nuestra ayuda consistió en el envío de un grupo de oficiales para asesorarlos y ayudarlos a preparar las Milicias.
¿Cómo se enteró de que iba para Etiopía?
Me citaron a una reunión en la oficina de Raúl. Se había decidido comenzar la ayuda. Se analizó la situación.
El jefe de Artillería, José Morfa, le expuso a Fidel que cada grupo debía tener doscientos sesenta hombres. El Comandante en Jefe le respondió que unos cincuenta y dos deberían ser cubanos y el resto etíopes. También se vieron otros pormenores de la ayuda.
Como a la hora y pico Fidel me echó el brazo por encima de los hombros y me preguntó: "¿Qué tú piensas?". Le respondí: "Bueno, Comandante, soy del criterio de que se deben mandar dieciocho choferes porque para el movimiento de las piezas son decisivos".
Fidel se quedó mirándome y expresó: "Tú no me entiendes, viejo". Me dije para mis adentros: "debo haber metido la pata". Cuando volvió a tomar la palabra me reveló: "Es que Raúl y yo decidimos anoche que te vayas para Etiopía".
¿Qué día llegó a Etiopía?
El 9 de diciembre de 1977. Fui como jefe de la Sección Política. El veintiocho llegó el primer batallón de tanques cubanos al Frente.
En enero, Raúl visitó Etiopía y me mandó a buscar al Frente. Cuando aquello, todas las noches había tiroteo. Me pidió que lo acompañara a Moscú. Al llegar, me dio un sobre grande con la encomienda de que se lo entregara a Fidel. Tan pronto llegué a la capital cumplí la misión.
No permanecí 72 horas en La Habana. Regresé a Moscú. Vi a Raúl en el aeropuerto. Le entregué todos los papeles que le mandaba Fidel en sobres lacrados. Cuando leyó el contenido de uno de ellos me dijo: "Coño, pero tú vienes nombrado segundo jefe de la Misión de Cuba en Etiopía". En ese momento también me enteré de mi designación. Ahí permanecí hasta que se terminó la guerra.
Fidel condujo la guerra de Etiopía al igual que la de Angola, atento a la más mínima precisión. En una ocasión preparamos una gran operación en dos direcciones para que no se nos fuera a ir ni un solo somalo. Luego se la enviamos para su aprobación.
Al otro día teníamos un cable diciendo que la decisión era muy buena pero que, en su opinión, había que dar un solo golpe, tener un buen segundo escalón para evitar que el enemigo recibiera apoyo de un país árabe y nos golpearan a nosotros. Que si los somalos se iban, que se fueran. Enemigo que huye, puente de plata.
Para mí, la guerra de Etiopía resultó una de las acciones más lindas de la Revolución.
¿Qué significó para usted estar al frente de los CDR?
Una extraordinaria experiencia. En el contacto directo con el pueblo se aprende mucho.
En la masa hay mucha sabiduría, una sólida firmeza revolucionaria y una lealtad sin límites a Fidel. Constituyó un inolvidable honor, al igual que preparar la Operación Tributo.
Algo muy emocionante...
Indiscutiblemente. A mí me dio Raúl la tarea de organizarla. Se logró hacer la Operación como la planificamos, simultáneamente en todo el país. Fue una conmoción. Resultó un plebiscito de apoyo a la Revolución.
Eso lo considero como lo más grande que he hecho en mi vida. Le dediqué meses. Fueron semanas sin dormir. Se hicieron ciento sesenta panteones. Todo quedó muy bien. No se recibió una sola queja.
Además, resultó emocionante recibir a nuestros hermanos caídos. Son momentos que no se olvidan.
¿Qué importancia le concede a haber sido Miembro del Buró Político?
En la vida de los hombres hay cuestiones que resultan impactantes. Jamás me pasó por la mente llegar a esa posición. Fue una deferencia y un estímulo.
¿Qué sintió cuando salió?
Ha habido compañeros que la salida del Buró los ha traumatizado. A mí no. Lo estimo un tránsito en mi vida, como pudo haber sido que corté caña, peleé gallos o trabajé en una mina.
Lo que sí estará siempre presente es mi gratitud y lealtad a Fidel y a Raúl por la confianza que depositaron en este guajiro de Palma Soriano

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