Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Memorias de un asesinato


La viuda del pescador cubano Rodolfo Rosell recuerda con angustia el crimen perpetrado hace 55 años, desde la Base Naval, y acusa al imperialismo por su presencia en suelo cubano

 
 

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Haydee León Moya
 
GUANTÁNAMO.— «Lo que hicieron fue una salvajada. Lo conocí por la entrada en la frente. Estaba muy inflamado y quemado por el sol, cuando llegaron al muelle de Caimanera con su cuerpo. Ellos sabían que él trabajaba para la Revolución.
«Lo hicieron por eso, tal vez para sacarle alguna información que no obtuvieron, o para acobardar a los pescadores, porque siempre estaban provocándolos, tratando de intimidarlos desde el otro lado.
«Yo sé que fueron ellos, quién más pudo ser. No teníamos otros enemigos que los militares de la Base Naval, siempre tan prepotentes. ¿Cómo van a matar a una persona y torturarla con saña porque no pensara o actuara como ellos? Terroristas es lo que son, y debieran largarse ya de allí y devolver ese pedazo nuestro de mar y tierra que ocupan ilegalmente».
Hoy tiene 84 años esta mujer que recuerda con angustia el asesinato de Rodolfo Rosell Salas y acusa al imperialismo por su indeseable presencia en suelo cubano. Su nombre es Eloísa Berto Martínez, y es la viuda de ese pescador cubano encontrado sin vida sobre su lancha, en cayo Tres Piedras, distante a unas cinco millas del poblado de Caimanera y en territorio de la Base Naval.
Al filo de las seis de la tarde de este lunes, estaba ella cabizbaja y triste en el portal de su casa de la calle Cuartel y avenida Camilo Cienfuegos, en la ciudad de Guantánamo. Una morada construida en el mismo año 1962, con la contribución monetaria de la población solidarizada con una familia cubana destrozada.
Tiene en las manos un retrato de boda. Ella y Rodolfo, sonrientes... «Estos días son muy pesados para mí. Me traen recuerdos que, a mi edad, ya me hacen mucho daño, pero vamos a conversar un poquito», me dice con hablar pausado, mientras va hilvanando sus memorias.
«Fue un momento trágico para mí, y para este pueblo, tanto que incluso a veces se crean algunas confusiones con los hechos y las fechas», expresa.
Cuenta la viuda que el día 11 de julio de 1962, a las cuatro de la tarde como siempre, Rodolfo Rosell salió de la casa, en la calle La Güira número 64, en Caimanera. «Solo llevaba su pomito con café, porque siempre dejaba todo lo de la pesca en su bote, cerca de la cooperativa pesquera donde trabajaba. Yo no quería que fuera a pescar ese día, porque estaba casi al parir a nuestro tercer hijo.
«Me dijo que ya había hablado con sus compañeros para que estuvieran atentos y le avisaran si me entraban los dolores del parto. Y se fue. Hubo una tempestad en la noche y parte de la madrugada, por eso no fui al muelle a esperarlo, como siempre, a las siete de la mañana de aquel día 12.
«Pero cuando vi que ya casi era mediodía y no llegaba, fui a la cooperativa. Me dijeron que no había regresado y que salió solo mar adentro, porque su compañero de pesca no fue ese día. Volví varias veces y nada. Entonces salieron en un barco a buscarlo. Fue prolongada la búsqueda de sus compañeros de trabajo y del cuerpo de guardacostas cubanos.
«Lo encontraron el día 13 en la mañana, específicamente en la playa El Conde. Sobre la popa de su bote Tres Hermanas, que estaba encallado y ladeado completamente, su cuerpo inmóvil, masacrado, descompuesto. En su cráneo y en otras partes había perforaciones hechas probablemente con punzones y hematomas de una cruel golpeadura, y toda la ropa estaba desgarrada.
«Tenía entonces 29 años de edad, como yo, y éramos felices con nuestros hijos. Marisela, la mayor, quien cuando aquello tenía siete años, no quiso ir al cementerio, porque estaba tan descompuesto el cadáver que no podía hacerse funeral, y menos como era en aquellos tiempos en Caimanera, en las casas.
«Pero Rodolfo sí fue, aunque no quiso ver el cadáver de su papá. Era muy pequeño, solo cinco años de edad. Mi hija Reyna no conoció a su padre, pues nació ocho días después de que lo mataran.
«Todo el pueblo fue al entierro y gritaba: “Asesinos, asesinos”, con la vista puesta en el enclave yanqui. Porque ellos son los responsables. Fue una salvajada lo que hicieron, y esas son de las cosas de la historia que no se pueden olvidar».

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