Corría el mes de mayo de 1958. El Gobierno del dictador Fulgencio Batista movía grandes contingentes de tropas hacia la Sierra Maestra con el objetivo de ejecutar la Ofensiva de Primavera. Se trataba de un plan cuidadosamente estudiado: 10 000 soldados atenazarían la zona del I Frente comandado por Fidel.
Sucedió lo increíble. Con solo 300 hombres, cien de  ellos desarmados, el jefe rebelde opuso una resistencia frontal al enemigo y en 30 combates y seis batallas de envergadura lo aniquiló o puso en fuga. El régimen batistiano quedó con la columna vertebral rota, pero no vencido, y Fidel ordenó entonces la contraofensiva rebelde en la que tendrían un papel decisivo los comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, a quienes confió la misión de sacar la guerra de los límites de la provincia de Oriente, mientras que el propio Fidel y el resto de los comandantes estrecharían de manera paulatina un cerco elástico en torno a la ciudad de Santiago de Cuba.
úLTIMO MES
Ya para esa fecha, Oriente está casi totalmente controlado por el Ejército Rebelde. En Las Villas 2 000 efectivos militares no pueden contener el empuje de las columnas invasoras de Che y Camilo y se combate también en las provincias de Camagüey y Pinar del Río. Crece  la impopularidad de Batista y el desencanto permea a sectores que hasta poco antes le dieron su apoyo. En La Habana, donde la represión se hace sentir con saña, la ciudadanía acata la orientación del Movimiento 26 de Julio que, bajo el lema de «0 3 C» —cero compras, cero cine, cero cabaré—, llama al retraimiento durante las celebraciones pascuales y de fin de año.
La batalla de Guisa, bajo la conducción del Comandante en Jefe, entre el 20 y el 30 de noviembre de 1958, tiene  lugar prácticamente a la vista de la ciudad de Bayamo, sede del puesto de mando de operaciones antiguerrilleras en la región oriental. El 10 de diciembre los pueblos de Baire y Jiguaní pasan a ser territorio libre y el 11 comienza la batalla de Mafo, que se extiende hasta el 30. La ciudad de Palma Soriano se rinde a las tropas rebeldes. En Las Villas, Che y Camilo mantienen la iniciativa.
En la región central las columnas invasoras logran  interrumpir el tránsito hacia la ciudad de Santa Clara desde el occidente de la Isla, tanto por carretera como por ferrocarril. Che pone sitio a Fomento, lo toma y ataca después Guayos y Cabaiguán con igual éxito. Posteriormente Placetas, Remedios, Caibarién y Camajuaní se rinden ante sus tropas, en tanto que Camilo ataca las guarniciones de los pueblos del norte de la provincia y pone sitio a Yaguajay, donde el ejército batistiano resiste el asedio durante 11 días. Tropas del Directorio Revolucionario, del Partido Socialista Popular y del II Frente Nacional del Escambray combaten asimismo en la zona.
La estrategia del Che es la de reducir las guarniciones de las ciudades y los pueblos situados alrededor de Santa Clara, fuerte plaza militar, a fin de privarla de refuerzos. El legendario Comandante descarrila y captura el tren blindado, cuyos hombres debían reparar caminos y vías férreas destruidas por la guerrilla. Al mediodía del 1ro. de enero, la guarnición de Santa Clara se rinde de manera incondicional a las fuerzas del Che.
¡ESTO ES UNA TRAICIÓN!
En Oriente, Fidel cerraba con sus fuerzas a Santiago de Cuba.
El 24, el Comandante visita a su madre en la casa natal de Birán. «Resultó imposible para mí resistir la tentación de ir a visitarla», diría muchos años después. Lo muerde la nostalgia. La casa grande ya no existe y el padre ha muerto. Brinda naranjas a los que lo acompañan y la madre les llama la atención por la manera descuidada en que las arrancan. «Porque seguía respetando la forma en que mi padre exigía que se recogieran las naranjas. Lo hacía como velando porque él de alguna forma siguiera vivo allí en Birán».
Desde la noche del 30, los combatientes se adueñan de puntos estratégicos. En ese momento los rebeldes suman unos 800 efectivos. La noche del 30 al 31 de diciembre Fidel duerme en la hospedería del Santuario de la Virgen del Cobre, y allí, con Raúl y Ramón, el hermano mayor, se encuentran con el padre Vicente García Martínez, prefecto del Colegio de Dolores, donde los tres cursaron la enseñanza primera. En la foto que deja constancia del encuentro, sonríen Fidel y el sacerdote. El 31 de diciembre el Comandante en Jefe cena en el restaurante King-Kong, en las afuera de Palma Soriano, y esa noche la Comandancia General del Ejército Rebelde se instala en la casona del batey de un central azucarero, en las afueras de la mencionada ciudad.
Son aproximadamente las 12:30 de la noche cuando las integrantes del pelotón de Las Marianas improvisan una serenata de año nuevo. Entonan la Marcha del 26 de Julio y prosiguen su concierto con Noche de paz. A las seis de la mañana el campamento está en pie. Fidel no oculta su disgusto por la balacera con que un grupo de rebeldes saludó el arribo de 1959. Una celebración más y me quedo sin parque, dice. Un oficial del ejército de Batista sumado a sus fuerzas le desea felicidades por el año.
—¿Cree usted que será un año feliz, capitán?, le pregunta Fidel.
—Este será el año de la victoria —comenta el oficial y el Comandante sonríe.
Un oficial rebelde que llega al campamento le dice que La Habana está llena de rumores, que si el dictador sacó ya a su familia del país, que si se realizan reuniones decisivas en la Ciudad Militar de Columbia… Quizá la cosa no pase de ahí, simples bolas. En eso, anuncian  a Fidel que el desayuno está listo y alguien que sigue las noticias en un pequeño receptor escucha que el locutor de Radio Progreso alude a los importantes acontecimientos que ocurren en la capital del país y a la reunión que en esos momentos tiene lugar en Columbia y a la que la prensa ha sido invitada. Todavía se sigue llamando a Batista «Honorable Señor Presidente de la República» y su salida del país, más que una fuga, parece un viaje de vacaciones al exterior, hasta que Carlos Lechuga, en Telemundo, y Lisandro Otero, en el canal 12 de la TV, le llaman ladrón y asesino.
Fidel es informado de inmediato. Trata de precisar  la confiabilidad de la fuente. No hay duda. Una emisora norteamericana confirma que Batista, su familia y varios de sus colaboradores salieron del país, que el mayor general Eulogio Cantillo Porras asumía la jefatura del Ejército y que hay un nuevo Presidente. Pocos días antes, el 28 de diciembre, a pedido del militar, Cantillo y Fidel habían  conversado en secreto en los predios de un central azucarero demolido, y en el encuentro el Jefe de Operaciones antiguerrilleras del ejército batistiano —el gran derrotado de la Ofensiva de Primavera— reconocía ante el alto mando rebelde que había perdido la guerra y solicitaba una fórmula para poner fin a los combates. La fórmula, elaborada por Fidel, fue aceptada por Cantillo. Se comprometió —y juró por su honor de militar que lo haría— a protagonizar en el cuartel Moncada, de Santiago, ese 31 de diciembre un pronunciamiento contra la dictadura, sumar las fuerzas a su mando a las del Ejército Rebelde, para avanzar juntas hacia La Habana e impedir la fuga de Batista. Fidel le recalcó que no debía dar cuenta a la Embajada norteamericana de esos propósitos y que la Revolución no toleraría un golpe de Estado encaminado a perpetuar el batistato sin Batista. Cantillo no cumplió nada de lo pactado.
El Comandante, mesándose las barbas en gesto característico, andaba y desandaba  a grandes trancos el salón donde se encontraba.
—¡Esto es una cobarde traición! ¡Pretenden escamotearle el triunfo a la Revolución!  —exclamó—. Ahora mismo me voy para Santiago. Hay que tomar Santiago —añadió—. Y convocó a varios comandantes y capitanes de su tropa. Si son tan ingenuos que creen que con un golpe de Estado van a paralizar la Revolución, vamos a demostrarles que están equivocados.
Entonces Fidel saca del bolsillo una pequeña libreta —de esas que vendían a cinco centavos en los ten cents, diría un testigo— y de pie redacta la alocución que poco después, desde Palma Soriano, saldría al aire, en su voz, a través de las ondas de Radio Rebelde. En ella llama a sus comandantes a continuar el avance sin aceptar ningún alto al fuego. Al mismo tiempo insta a los trabajadores a la huelga general revolucionaria. Dice que la dictadura se había derrumbado por las derrotas sufridas en las semanas precedentes, pero eso no significaba que la Revolución hubiese triunfado. Llama por último a decir «no» al golpe de Estado.
RAÚL
El Comandante Raúl Castro organizaba en el central Ermita el ataque a Guantánamo cuando se entera de la huida de Batista. Parte enseguida a reunirse con Fidel. Juntos van a los Altos de Villalón, punto cercano a los Altos de El Escandel. El coronel Rego Rubido, jefe de la plaza militar de Santiago, con 5 000 hombres a su mando, se entrevista con Fidel. Quiere rendirse, pero no sabe, afirma, la posición que asumirían sus oficiales. Raúl se ofrece para acompañarlo al Moncada y convencer al regimiento de lo absurdo que resultaría resistir. Vilma quiere acompañarlo, pero Raúl se niega y se presenta en el cuartel solo con una escolta. Entra por la posta 1 y encuentra al regimiento formado en el polígono. Conversa con los oficiales. Luego, a pedido de estos, habla a la tropa. Dice que la guerra entre hermanos ha terminado. Invita a los jefes principales a que lo acompañen a El Escandel para que conversen con Fidel.
La Revolución ha logrado su objetivo. La guarnición de Santiago y el regimiento destacado en el Moncada acataban a las nuevas autoridades. En El Escandel, Fidel pide a los oficiales que apoyen la Revolución y acogen sus palabras con aplausos. Todos los cuarteles de Oriente quedan bajo control del Ejército Rebelde. El país está paralizado de un extremo a otro por la huelga general y las estaciones radiales en cadena con Radio Rebelde transmiten las instrucciones del mando revolucionario. En menos de 72 horas el Ejército Rebelde toma todas las ciudades, ocupa unas 100 000 armas y todos los equipos militares de aire, mar y tierra.
Fidel designa jefe de la fortaleza de la Cabaña al Comandante Ernesto Guevara, y de Columbia al Comandante Camilo Cienfuegos. El Comandante Raúl Castro, investido jefe de Santiago y de toda la provincia oriental. Allí estará hasta el 9 de febrero, cuando Fidel lo nombra segundo jefe militar de la nación.
La Revolución había triunfado. Una estrategia clara y una voluntad de hierro multiplicadas por el entusiasmo y el apoyo incondicional de la población fueron factores decisivos de la victoria
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