La lista que hizo Batista de los secuaces que se fugarían con él en la madrugada del 1ro. de enero de 1959, era tan grande, que el enviado del Gobierno estadounidense la rechazó, porque ni una numerosa flota aérea hubiera bastado para el traslado de tantos camajanes juntos.
El dictador le mostró aquella lista al empresario inversionista William D. Pawley, quien hablaba perfectamente el español, conocía los dicharachos cubanos y era ya un experto en «talles», convertido en emisario para hablar con el Presidente.
Tal personaje se conocía en Cuba por sus traquimañas económicas y financieras. No era un improvisado. Y no podía decir que lo enviaba el Gobierno de Estados Unidos, sino que era un admirador personal del dictador y llegaba en son de «amigote», no como emisario oficial de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Le estaba prohibido pronunciar en inglés o en español los nombres de estas tres instituciones.
Un abogado de la United Fruit Company (Mario Lazo) comunicó al embajador estadounidense, Earl E.T. Smith, lo que estaba pasando. Se le acercó al diplomático yanqui un día de juerga en el Country Club de La Habana, a fines de 1958, y le contó que enviarían a un sujeto especial para hablar con Batista. El jurista no sabía que el envío de semejante «emisario» había sido convenido por la Casa Blanca, el Departamento y la Agencia.
El presidente Ike Einsenhower; el secretario de Estado, John Foster Dulles, y el director de la CIA, su hermano, Allan Dulles, los tres, crearon el plan para salvar a Batista de la justicia revolucionaria e impedir que Fidel Castro tomara el poder.
De esta forma, dejaron fuera de la jugada de Año Nuevo al embajador Smith. Y Pawley —haciéndose el sueco— le ofreció a Fulgencio garantías para el asilo en Estados Unidos del propio dictador, su familia y los que pusiera en una lista con ese fin.
Sin embargo, ante la cifra de posibles fugitivos, Pawley tuvo que decirle que se le había ido la mano y que aflojara un poco. De inmediato al tirano, quien comprendió que el amigote tenía la razón, no le quedó otra alternativa que pedir el apoyo de Washington para «mantener la situación». Y como no logró lo que quería, decidió rebajar bastante la abultada lista de fugitivos.
La misión del «emisario» consistía en convencer a Batista de que ninguna solución era posible si continuaba en el poder. El plan concebido obedecía a la imposibilidad de que la tiranía venciera por las armas a la insurrección revolucionaria. Entonces, el 10 de diciembre de 1958 la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la CIA llamaron al embajador Smith para hablarle del «mensajero» y le dijeron que sin vínculos gubernamentales aparentes iría a La Habana para sugerir cariñosamente a Batista el cambalache urdido. No le aclararon quién era el famoso «emisario» y lo vino a saber el 2 de septiembre de 1960.
El gringo Smith en su exposición ante el Subcomité del Senado, en agosto 30 de ese año 1960, a preguntas del senador Eastland, dijo: «Castro nunca obtuvo una victoria militar». Y el propio Senador le expresó: «Entonces, si Batista no perdió ni una sola batalla, ¿por qué salió echando un pie?».
La estampida del tirano y sus 108 acompañantes demandó tres naves áreas: la primera, un DC-4, llevó a su esposa, a la familia de su cuñado Roberto Fernández Miranda, jefe de la Cabaña, a varios de sus ministros más cercanos, y al presidente «electo» en las elecciones de noviembre de 1958.
El segundo avión fue abordado por el clan Tabernilla, la primera mujer de Batista, los hijos que había tenido con ella y los jefes del aparato represivo: Pilar García, Conrado Carratalá, Orlando Piedra, Esteban Ventura Novo y otros connotados esbirros, torturadores y asesinos.
El tercer avión, el Guáimaro, el ejecutivo del presidente, cargó a sus hijos menores, algunos sirvientes y al convaleciente coronel Sánchez Mosquera, herido de gravedad en un combate. ¡Ah!, no puede olvidarse que Silito Tabernilla, a solo unas horas de la estampida, le preguntó a Batista por qué no luchaba hasta el último hombre. Y el dictador lo miró serio y le contestó con el tono del que se siente definitivamente perdido: «¡Eso ya no es posible!».
Fuentes: —La Revolución Cubana: 45 grandes momentos, Julio García Luis,Ocean Press, 2005; Fidel: En el Año de la Liberación, Eugenio Suárez Pérez y Acela A. Caner Román, Tomo I, enero-marzo, Casa Editora Verde Olivo, La Habana, 2006; La CIA intentó frustrar la victoria, Mario Kuchilán Sol, Bohemia, La Habana, Año 63, No. 1, 1ro. de enero de 1971. Páginas de Bohemia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana; Un día que duró una semana, JR, 2 de enero de 2007; Patica pa’ qué te quiero, JR, 30 de diciembre de 2011; Una Revolución contra las torturas, 18 de mayo de 2012; Cuando Batista echó un pie, 30 de diciembre de 2014, artículos del autor.
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