Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

sábado, 2 de enero de 2016

La noche quedó atrás


Facsímil del trabajo en el que se habla de la fuga de Fulgencio Batista, el primero de enero de 1959LA FUGA DE BATISTA

Tras diez meses de férrea censura que impedía su publicación, la sección En Cuba reaparecía en las páginas de BOHEMIA precisamente con el siguiente texto a la cabeza, en la primera entrega de las conocidas como Ediciones de la Libertad
Fotos: Archivo de BOHEMIA
19 de diciembre de 2013



ERA el eterno desenlace de todos los tiranos.  El arrogante dictador, de gestas teatrales, se escapaba en la madrugada, cobardemente, con la premura de un ratero sorprendido forzando una ventana. ¡Y a "eso" le llamaban "el hombre"!
La más impenetrable reserva había protegido la fuga del mandón. En apariencia; permanecía sereno, dando órdenes, despachando los asuntos de gobierno y anunciando planes de futuro. Calculador hasta el fin, sus frecuentes arrebatos de cólera y sus trifulcas con los jefes militares, a los que acusaba de  flojera, le servían para disimular su miedo.
Sin embargo, no faltaban sospechas. Desde hacía varios días, en determinadas círculos oficiales y diplomáticos recelaban un brusco viraje en la situación política nacional. Alguna que otra falsa alarma movilizó a los periodistas, Las bolas transitaban libremente a lo largo y ancho de la Isla.
El envío de los hijos de Batista para el extranjero, el lunes 29, acompañados del administrador de la Aduana habanera, Manuel Pérez Benitoa fructífero asociado del déspota era un factor significativo. ¿Era que FB quería ir desplazando disimuladamente hacia el exterior a sus familiares?
Se supo también que dos pilotos de Aerovías Q, García D'Abrillón y Saladrigas, reclutados por el ejército para utilizarlos en acciones de bombardeo a poblaciones indefensas y traslado de equipos bélicos de Santo Domingo a Cuba, habían desaparecido.
El pueblo festeja la huida del tirano
La muchedumbre, con certero instinto, desahogó su cólera
en los turbios símbolos de la politiquería de la tiranía, los
garitos, los parquímetros, las tragarreales telefónicos
entre otros
Interrogada la esposa de uno de ellos, muy reservadamente, confió a un reportero que su cónyuge no se encontraba en el país y que no regresaría:
Me dijo que el golpe militar se produciría, a más tardar, dentro de cuarenta y ocho horas.
Especies no comprobadas rodaban por la capital: los Tabernilla estaban fuera del territorio nacional o habían sido interceptados en el momento de la fuga; Rivero Agüero .era situado asimismo en playas extranjeras. Nada era cierto... Todavía. Pero el olfato sensible de muchos grandes culpables percibió la caída y anticiparon la huida.
Aquella misma tarde, por el aeropuerto de la Q, otros conmilitones abandonaban el suelo isleño, utilizando "vuelos especiales". Se sabía que uno de los pilotos resistidos al  retorno había transportado hasta Palm Beach al coronel Manuel Quevedo.
Sin embargo, como se trataba de figuras de segunda  fila, muchos creyeron que disfrutaban de las vacaciones de fin de año, Otros pensaron que era el ansia colectiva de liberación la que inflaba las noticias.
En las fuentes inmediatas al sátrapa, las informaciones eran de otra índole. El nombramiento de Pedraza y Casillas y el despiadado bombardeo a Santa Clara se interpretaba como una firme decisión de resistir hasta el final. En uno de los últimos consejos de ministros el dictador extremó su falsa bizarría.
Señores comenzó diciendo. Conozco como nadie la gravedad de la situación, así que no necesito que se me hagan observaciones. Quiero que sepan que yo no soy un Perón y que cumpliré con mis deberes, pase lo que pase. Espero que ustedes hagan lo mismo…
La escena era un remedo grotesco de las postreras decisiones de Hitler en los sótanos de la Cancillería, bajo las granadas de los rusos. Empero, consiguió impresionar a sus secuaces, Inclusive el sagaz Guillermo Alonso Pujol se dejó engañar por el arranque, y exclamó:
- ¡Este hombre es un paranoico...!
Huellas de los últimos días de la guerra en Santa Clara
Ni el bombardeo discriminado a la población civil en Santa Clara
pudo detener la marcha de los rebeldes
A esas horas, ya el primer ministro Gonzalo Güell y el rapaz titular del Trabajo "Pepe" Suárez Rivas, gestionaban con Trujillo acomodo para la inminente arribazón de fugitivos. El espadón dominicano iba a extender su protección al colega en desgracia.
La partida del Palacio exhibió contornos normales. No hubo trasiego de maletas ni baúles. Batista, inclusive, impartió instrucciones a algunos funcionarios de la presidencia, preparando la agenda de trabajo para el jueves 2. Ducho en planificar sus fechorías, la fuga concebida y ejecutada con mentalidad lúcida.
Empero, una situación política no se desploma sin que se trasluzcan las señales previas de resquebra­jamiento. La Habana se dio cuenta de que algo raro acontecía. La consigna de 03C había calado hon­damente en la conciencia cívica y la ciudadanía permanecía recluida en sus hogares, en un ambiente de ansiedad y de tristeza. Las bolas y rumores compartían con la onda corta las preocupaciones de la fa­milia cubana.
-¡Hay más de mil muertos en Santa Clara! ¡Dicen que son pilotos de Trujillo! ¡Hay corre-corre en Columbia!
En efecto, en aquellas singulares vísperas de Año Nuevo sonaban insistentes los teléfonos y corrían veloces los autos charolados con dirección a la fortaleza militar. La desconfianza y la alarma invadían el ánimo de muchas prominentes batisteros.
En la residencia presidencial de Columbia hubo inusitado ajetreo de  altos oficiales. Las caras, ciertamente, no correspondían al trámite cordial de las congratulaciones de Año Nuevo. El general Cantillo entró y salió varias veces. Afuera, en el polígona y los cuarteles, la inquietud prendí a en la tropa.
Fidel en Santiago de Cuba, aquel primero de enero
La reacción militar y la anarquía, por igual, amenazaron
la revolución triunfante. La serena energía de Fidel
Castro, sólidamente afincado en Santiago de Cuba,
impidió la maniobra
Jerarcas civiles alternaban con los jefes del marzato. El eje del problema, cualquiera que fuese, parecía serlo el general Cantillo. Los frecuentes apartes entre el militar y el dictador sugerían un perfecto acuerdo entre ambos. Los elementos políticos, con evidente desconcierto, cambiaban impresiones. ¿Tú crees que pase algo? La cosa está mala. . .
Con la noche cobró volumen el desplazamiento hacia Columbia. El pretexto de la fecha servía para disimular el miedo. Cada quien quería comprobar por sí mismo si en efecto el barco estaba haciendo agua. Entre Los visitantes  figuraban no pocos de los esbirros de la tiranía, prestos a imponer su pa­saje a punta de pistola.
—¡A mí no me embarcan!— se oyó decir al sádico Ventura al salir del despacho de Batista.
En otro ángulo del antedespacho se escuchó la voz de Cantillo:
—Es la mejor fórmula para salvar al ejército,
Mientras, el cabecilla principal realizaba varias llamadas telefónicas, localizando a sus servidores de confianza y preparando el despreciable séquito de la huida. En una de estas oportunidades se comunicó con Rivero  Agüero:
—Diga, presidente. . .
—Oye, quiero que vengas por aquí  a tomarnos una copa de champán... ARA no se mostró muy entusias­mado: -Mire, presidente, acabamos de comer y ya nos tirábamos. Usted sabe, está muy reciente la muerte de mi hermano, y a la verdad no tengo ánimo. .
—No hay tal fiesta, Andrés. Es una reunión íntima, familiar. . .
El presunto heredero se plegó a la orden. En realidad se sentía deprimido. Por un momento, a raíz de la farsa del 3 de noviembre, llegó a considerarse presidente electo de veras, y como tal, con derecho y autoridad para emitir opiniones y confeccionar planes propios. Batista, suavemente, lo restituyó a su condición de títere.
Fue en ocasión de las Pascuas. Rivero Agüero había preparada un mensaje dirigido al pueblo hablando de la paz y la concordia. Batista consideró que tal pronunciamiento traslucía síntomas de debilidad y vetó el documento.
—Déjate de eso, chico, lo consoló. Hay que aplastar la insurrección para hacer un escarmiento, El gobierno está ahora más fuerte que nunca. En Año Nuevo, según estén las casas, podrás hacer declaraciones. . .
El pueblo hizo suyas las calles para evitar un golpe de estado
Un ejército civil se había adueñado de la calle, frustrando
toda posibilidad de un golpe y anulando las posibilidades
políticas del traidor Cantillo
Incoloro, ignorado, el beneficiario del 3 de noviembre se replegó a su casa. Nadie se ocupaba de él: ni el pueblo que no le dio los votos, ni la dictadura que lo impuso. Pasaban días sin que su nombre apareciera en los periódicos.
A las 11:30 llegó ARA a Columbia. Godoy y Alliegro se le acercaron apresuradamente. Ninguno de los rectores del llamado poder legislativo se sentía tranquilo. A despecho de las bravuconadas de los boletines del estado mayor, conocían la situación real de Oriente y Las Villas.
—Cantillo me dijo que nada puede evitar la caída de Santa Clara —susurró el enriquecido politicastro de Baracoa.
—¡Estoy horrorizado! — musitó Godoy. ¡Cuánta sangre!
En verdad, eran escrúpulos tardíos. Los tres habían acompañado a Batista en su feroz itinerario de crímenes, proclamando su adhesión después de cada matanza y al día siguiente de cada asesinato. Eran los que hacían antesala en los despachos de Ventura, de Pilar, de Laurent; los que votaban dócilmente las leyes que convalidaban todas las fechorías. Ahora les preocupa­ba, no la sangre del pueblo, sino la perspectiva de perder la propia.
Alguien mencionó la presencia, en horas tempranas, de dos figuras de la Iglesia católica: monseñor Alfredo Muller, obispo auxiliar de La Habana, y el Nuncio de Su Santidad, Luis Centoz, decano del cuerpo diplomático.
Ambos prelados habían visitado las oficinas del estado mayor a las ocho de la noche, Venían a patentizar su consternación con motivo de los ataques aéreos a poblaciones inermes. Pero decursó el tiempo y nadie se dignó recibirlos. Al cabo, cansados, monseñor Muller se dirigió al Nuncio.
—Su Excelencia, se están burlando de nosotros. Vámonos. . .
A las doce de la noche Batista abrió el camino hacia el comedor. Hubo entrechocar de copas y el dictador, teatral hasta el último minuto, clausuró la ceremonia en su forma habitual: "¡Salud, salud!'' Luego clavó la vista en Cantillo que se puso en pie para recitar  su parte en el libreto de la fuga y la traición.
—Señor Presidente, los jefes y oficiales del ejército consideramos que su renuncia a la primera magistratura contribuiría a restablecer la paz que tanto necesita el país. Apelamos a su patriotismo. . . Añadió otros conceptos de parecida índole. Los que estaban en el secreto de la comedia permanecieron tranquilos. El resto cambió miradas llenas de zozobra. Batista, a su vez, replicó a Cantillo, hablando de la patria, de la familia cubana y de su interés por mantener el ritmo constitucional. Su congénito cinismo le acompañaba hasta en la fuga.
El pueblo expresaba su admiración a los rebeldes que conquistaron la libertad de Cuba
El pueblo pudo conocer a los rebeldes. Tímidos, modestos,
humildes, balbuceaban sus saludos como si estuvieran casi
pidiendo perdón de su heroísmo
Empezaron a preparar el tránsito. Como en el terreno de béisbol, urdieron una complicada combinación: de Batista a Guas a Alliegro a un magistrado. La codiciada magistratura era un clavo ardiendo que nadie quería sostener. Todos sabían que tan pronta como la sensacional noticia traspusiera los parapetos de Columbia, la cólera popular, reprimida durante siete años terribles, iba a estallar incontenible.
A la una de la madrugada, en el centro de la sala, Batista daba instrucciones a Cantillo sosteniendo una taza de café con leche en la diestra. Un ayudante le alargó el teléfono. FB escuchó en silencio. Colgó con ademán nervioso:
—¡Vámonos! —expresó autoritariamente.
—¿A dónde?- inquirió Rivero Agüero.
Y el dictador:
— i No preguntes! ¡Vámonos, que te matan a ti también Dile a tu mujer que se lleve a los muchachos, Marta, levanta la niña . . .
Una caravana de automóviles les condujo hasta el aeropuerto militar, fuertemente protegido con tropas: Detrás de Batista y su familia treparon Pilar García, Irenaldo, Carratalá, el clan de los Taberniíla, Pérez Coujil, Orlando Piedra, etc. La flotilla se componía de cuatro aviones.
Al propio tiempo y por otros medios: yates, embarcaciones de diverso tipo, embajadas, el resto de la pandilla se sustraía a la persecución ciudadana. Así escaparon Masferrer, Pedraza; Mujal, Güell, Godoy, Laurent, Ventura, Justo Luis y sus hijos, y otros esbirros de diversa catadura.
La capital, estremecida de esperanza, despertó a la gran noticia.  Fue primero; en las penumbras del amanecer, un rumor confuso que iba de puerta en puerta. Luego, con la claridad del día, los vagos flashes de las radioemisoras ha­blando de "trascendentales acontecimiento", A las diez de la maña­na, acreciendo el ritmo informativo, los receptores y pantallas anunciaban la fuga del tirano.
El comentarista de Telemundo, Carlos M. Lechuga, fue el primero en echar a un lado el cauteloso protocolo para llamar a Batista por su nombre real de asesino y tirano. A seguidas, el Canal 12 bajo la dirección de Lisandro Otero empezó a ofrecer un excepcional  servicio informativo.
El primer auto con los colores del 26 de Julio fue saludado con un desbordamiento de júbilo. La ciudadanía se volcó en las calles, por tanto tiempo ausentes del calor popular, Repicaron las campanas y de los balcones y ventanas colgaron banderas cubanas y la enseña rojo y negra del M-26-7.
Muchos cubanos que estaban en el exilio regresaronPonen pies en polvorosa los empresarios y mafiosos norteamericanos
Mientras del exilio llegaban los emigrados revolucionarios con la disposición de trabajar por el bien patrio, ponían pies en polvorosa los empresarios y mafiosos norteamericanos vinculados al régimen
Milicianos fidelistas surgieron de todas partes, armados de pistolas, revólveres y escopetas de caza. Al avanzar el día, empezaron a verse, en número creciente, las ametralladoras y armas automáticas. Un ejército civil se había adueñado de la calle, frustrando toda, posibilidad de un contragolpe y  anulando las posibilidades políticas de la traición de Eulogio Cantillo.
No era posible a esta Sección y a sus reporteros, requeridos en tantas partes a la vez, cabalgando sobre los acontecimientos, poder recoger y brindar en esta edición —primer tomo de BOHEMIA en la crónica de la revolución cubana— todo el panorama de la capital durante una semana cuajada de historia, imposible también frente a la urgencia de la actualidad, hacer el recuento de la contribución y el esfuerzo habanero a la causa de la libertad. A su tiempo desfilarán por estas páginas los nombres de los héroes y los mártires caídos en las infames emboscadas de la retaguardia clandestina.
Fueron horas difíciles y confusas cuya integral gravedad no percibió la ciudadanía, entregada a celebraciones entusiastas. La reacción militar y la anarquía, por igual, amenazaron la revolución triunfante. La serena energía de Fidel Castro, sólidamente afincado en Santiago de Cuba, la rápida marcha de las columnas del "Che" y de Camilo sobre Columbia y La Cabaña, la colaboración del proletariado y la orden de gestión de las milicias, superaron la crisis.
No se copiaron las escenas macabras del 12 de agosto de 1933. Con muchas más deudas que cobrar, el pueblo puso freno a su ira, con una cuota mínima de excesos. La muchedumbre, con certero instinto, desahogó su cólera en los garitos, los parquímetros, las tragarreales telefónicos y otros turbios símbolos de un régimen que quiso corromper a la nación sin conseguirlo.
Los pandilleros de Masferrer, abandonados por su jefe, se lanzaron, a provocar el desorden, sembrando la muerte a voleo, refugiándose en algunos edificios y tiroteando a los milicianos. Los revolucionarios, al someterlos, actuaron con una serenidad que nunca practicaron los sicarios de Ventura. Los que fueron aprehendidos quedaron a disposición de los tribunales.
El día 2 se inició la entrada triunfal en La Habana de los vencedores de Las Villas. Camilo Cienfuegos se instaló en Columbia y Guevara tomó el manda de La Cabaña. Los combatientes del Directorio, como un tributo simbólico a su origen y a sus muertos, ocuparon la Universidad y el Palacio Presidencial.
Las pantallas del Canal 12, en un extraordinario maratón de TV, acogieron y presentaron a los soldados libertadores.  El pueblo tuvo ocasión de conocer y escuchar a los famosos "forajidos" y "cuatreros" de los boletines oficiales. Tímidos, modestos, casi humildes, balbuceaban sus saludos como si estuvieran casi pidiendo perdón de su heroísmo, declinando hablar de sus experiencias bélicas, como si no hubieran escrito una extraordinaria epopeya.
Y, parejamente, madres que reclamaban a sus hijos desaparecidos, torturados que exhibían sus cicatrices, relatos espeluznantes, fotos de adolescentes asesinados, desesperadas acusaciones contra los verdugos. El crimen, en todas sus formas, escribiendo los primeros capítulos en el trágico recuento del paso de Fulgencio Batista.
Los sucesos, acumulándose unos sobre otros.  Fidel en Camagüey; Urrutia designando sus ministros; América rindiendo tributo a los libertadores de Cuba; los derelictos del batistato buscando el amparo de las legaciones hermanas; discursos, promesas y esperanzas. La vida nacional paralizada. . .
Y, por encima de todo, una gran esperanza puesta en el futuro.

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