Por M. H. Lagarde
Tomado de Cambios en Cuba
La Loba Feroz, quien hace una semana en una reunión efectuada en el Congreso de Washington con varias de las llamadas Damas de Blanco, solicitaba para Cuba una "primavera árabe", ahora de improviso se ha puesto a hablar de un "otoño" cubano.
Tomado de Cambios en Cuba
La Loba Feroz, quien hace una semana en una reunión efectuada en el Congreso de Washington con varias de las llamadas Damas de Blanco, solicitaba para Cuba una "primavera árabe", ahora de improviso se ha puesto a hablar de un "otoño" cubano.
"Es importante también lo que está pasando en Cuba, presten atención a nuestra isla. ¿Por qué es la excepción? La prensa está destacando la primavera árabe y está ocultando el otoño cubano", manifestó la congresista que se da el lujo absurdo de hablar, en nombre del pueblo de Cuba, nada menos que desde su condicion de representante del gobierno de Estados Unidos.
"¿Dónde están los grupos internacionales de derechos humanos? ¿Dónde está la declaración de apoyo de la OEA, de la ONU? ¿Dónde está el apoyo a la disidencia, el rechazo al régimen? Necesitamos ayuda", se preguntó la también asesora del golpista hondureño Micheletti, en una conferencia de prensa en Miami (Florida).
Más allá de lo ridículo y poco creíble que resulta la farsa que Ileana Ros orquestada por la jefa del Comité de Asuntos Exteriores de la cámara baja, lo más interesante de sus interrogantes es sin duda el uso que hace de la tercera persona del plural. "Necesitamos ayuda", dice, lo que confirma el carácter anexionista de una contrarrevolución que solo busca reservarle a Cuba un destino similar al de Libia.
"No solo es importante informar sobre Egipto, Libia, Siria y otras naciones", asegura.
La Loba Feroz quiere ahora un otoño. La historia ha confirmado que, en el caso cubano, exportar primaveras desde los salones del Capitolio de Washington o de la Casa Blanca no da buenos resultados. La única vez que se intentó, en abril del 61, la primavera mercenaria solo duró 72 horas. En cuanto a los octubres, durante la llamada crisis de los misiles, cuando la Isla estuvo a punto de desaparecer del mapa, a ningún cubano de verdad -de esos que se quedaron en la isla y no huyeron a Miami a esperar que el Tio Sam le resolviera sus problemas-, se le vio por entonces escabullirse en un sótano ni esconderse debajo de una mesa.
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