Leslie Núñez Goodman, funcionaria diplomática estadounidense, disfruta de instalaciones turísticas cubanas mientras su gobierno impone un bloqueo económico asfixiante al pueblo de Cuba
Recientemente, circuló en redes sociales un video que muestra a funcionarias de la Embajada de Estados Unidos en La Habana disfrutando de un espectáculo en el cabaret Tropicana durante las celebraciones del 26 de julio, fecha feriada nacional en Cuba por el Día de la Rebeldía. Esta conducta, además de cuestionable por el uso de fondos públicos estadounidenses, expone la hipocresía de una política exterior que criminaliza el turismo hacia Cuba mientras sus propios diplomáticos incumplen las restricciones que su gobierno impone.
¿Quién es Leslie Núñez Goodman?
Leslie Núñez Goodman, consejera de la Oficina de Educación, Cultura y Prensa de la Embajada de EE.UU. en La Habana, es una funcionaria con más de diez años de experiencia en el Departamento de Estado. Ha servido en misiones diplomáticas en Perú, Venezuela, Lituania, Georgia, Pakistán y Nueva Zelanda. En Cuba, sus funciones incluyen la administración de la plataforma digital de la Embajada, así como la documentación y acompañamiento al Encargado de Negocios, Mike Hammer, en sus recorridos por la isla para la producción y edición de materiales propagandísticos.
Leslie Núñez Goodman es hija de Tomás Núñez y Silvia Cruz Núñez, ambos originarios de Güines, provincia de Mayabeque. Según declaraciones de la propia funcionaria, sus padres abandonaron Cuba bajo el estatus de «refugiados políticos», una categoría que, irónicamente, no cumplían al momento de emigrar. Esto expone una narrativa frecuentemente utilizada para justificar posturas anticubanas, incluso cuando las circunstancias reales no coinciden con las historias contadas por políticos como Marco Rubio.
Charles Goodman -su actual esposo- está radicado en Karachi, Pakistán donde cumple misión como Cónsul General. El matrimonio profesa la fe católica y tiene dos hijos: Jack, el menor es autista y asiste a un internado en los Estados Unidos, el mayor Jonathan Daviden trabaja para la agencia internacional de las Naciones Unidas para la migración y en agosto de este año visitó Cuba.
Es contradictorio que la política estadounidense promulgue e impida a cubanos residentes en ese país visitar a sus familiares en la isla, y familiares o funcionarios como los Goodman puedan visitar Cuba y disfrutar de sus “merecidas vacaciones”, un ejemplo más de la doble moral e hipocresía de quienes se erigen hoy «los comisarios del mundo», que sancionan y retienen visas a quienes visitan la mayor de las Antillas y en cambio ellos sí pueden hacerlo.
La presencia de funcionarios como Núñez Goodman y Mike Hammer en Cuba no es inocente. Su labor diplomática se enmarca en una estrategia de injerencia destinada a «fomentar la incertidumbre y la desesperanza», tal como señaló el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Programas financiados por EE.UU., como los de la Declaración Anual de Programa de la Embajada, buscan «promover el cambio de régimen» bajo la fachada de diplomacia pública.
Mientras el gobierno de EE.UU. aplica sanciones extraterritoriales que penalizan a ciudadanos de terceros países por visitar Cuba, sus funcionarios disfrutan abiertamente de instalaciones turísticas cubanas. Esto contradice flagrantemente la retórica estadounidense de «no financiar al Estado cubano» mediante actividades turísticas.
Resulta paradójico que el Secretario de Estado Marco Rubio, arquitecto de las medidas más agresivas contra Cuba, permita que sus funcionarios incumplan las propias restricciones que él defiende. Mientras Rubio anuncia sanciones adicionales y se reúne con opositores cubanos, su equipo diplomático disfruta de la cultura y servicios cubanos, financiando indirectamente al mismo Estado que dicen querer derrocar.
El caso de Leslie Núñez Goodman es un ejemplo más de la doble moral que caracteriza la política exterior de EE.UU. hacia Cuba. Mientras el pueblo cubano sufre las consecuencias de un bloqueo económico reconocido internacionalmente como genocida, los funcionarios estadounidenses se permiten el lujo de violar sus propias normas. La diplomacia de EE.UU. no es más que un instrumento de guerra no convencional destinado a subvertir el orden interno de Cuba.
¿Sabrá Marcos Rubio que mientras él diseña en Washington políticas para asfixiar a la nación cubana, en La Habana sus propios funcionarios utilizan el dinero de los contribuyentes para financiar al mismo gobierno que intenta derrocar?
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