Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
12 de Agosto del 2017 20:51:12 CDT
Era el 31 de diciembre de 1958, y, como otros batistianos connotados,
Otto Meruelo Baldarraín acudió a la residencia presidencial de la
Ciudad Militar de Columbia a fin de celebrar el Año Nuevo. Quizá la
suerte lo ayudara y pudiera hacer un aparte con el dictador, escucharlo
de cerca, chocar su copa con la suya. Pero el tiempo pasaba y el mayor
general Fulgencio Batista, inmerso en los trajines secretos de la fuga,
no aparecía. De cualquier manera, el ambiente no estaba para fiestas y
Meruelo decidió volver a su casa.
—Vengo con un dolor de cabeza terrible. Me voy a mi habitación. No me
moleste ni aunque me llame el Presidente de la República —dijo a la
sirvienta en cuanto llegó a su domicilio de 3ra. esquina a 18, en
Miramar.
Fue un error enorme. Un error del que no se cansó de arrepentirse
durante los 53 años que mediaron entre aquella noche y su muerte, en
Nueva York, el 23 de abril de 2011, a los 91 años de edad.
Se dice que desde Columbia alguien llamó para imponerlo de la fuga e
invitarlo a sumarse a la comitiva, y Otto Meruelo, el perro ladrador de
la TV cubana que durante años, desde su programa Por Cuba que salía al
aire por CMQ, todos los mediodías después del Noticiero, «agotó el
improperio, saqueó el epíteto y manchó la palabra» poblando de insultos y
diatribas la conciencia oposicionista del pueblo de Cuba, no se enteró.
La criada cumplió servilmente la orden de no molestarlo y el
despreciable vocero de Batista supo de los acontecimientos cuando ya no
podía engancharse ni en el último avión.
Su caso no fue el de José Suárez Núñez, director de la revista Gente,
propiedad de Batista y enlace del dictador con los directores de medios
que conformaban el Bloque Cubano de Prensa. En Santa Clara había
constatado la difícil situación militar de la dictadura y pensaba
conversar sobre eso con Batista en la fiesta de Año Nuevo, pero la
esposa le dijo que la celebración se había suspendido. Le costó trabajo
creerlo, pero terminó aceptándolo y se acostó a dormir. Una llamada de
Columbia lo sacó de la cama. Hablaba uno de los ayudantes del dictador.
Dijo que Batista había renunciado y que en los aviones listos para
partir se habían reservado, por orden expresa del mandatario, dos
asientos, uno para él y otro para Luis Manuel Martínez, periodista y
líder de la juventud batistiana.
A esa hora a Suárez Núñez le pareció más factible buscar amparo en
una embajada, pero ni la dominicana ni la argentina le abrieron las
puertas. Volvió entonces a su casa, hizo que su mujer se vistiera con
una blusa roja y una falda negra —los colores del Movimiento 26 de
Julio— y ya en la calle de nuevo el matrimonio se sumó a una
manifestación que dando vivas a la Revolución triunfante subía por la
avenida 23. Con ella llegó la pareja hasta el restaurante El Carmelo.
Allí un amigo accedió a llevarlos al aeropuerto militar. Le negó la
posta el acceso, pero entraron al fin y lograron abordar el último avión
que salía rumbo a la República Dominicana. Eran ya las diez de la
mañana.
¿Llamaron en verdad a Otto Meruelo desde Columbia aquella noche o el
cuento de la criada no pasa de eso, un cuento? Eso es lo que cree el
escribidor pues no puede perderse de vista que el sujeto en cuestión no
aparece en la relación de figuras que acompañarían al dictador en su
fuga y que el propio Batista dictó a su secretario, el general Silito
Tabernilla, y este escribió, avión por avión, en pequeñas hojitas color
violeta.
Tan despreciable era Meruelo que hasta Batista se la dejó en la uña en el momento final.
Tembloroso y vencido
Un mes pasa escondido Meruelo luego de la fuga de Batista. Al fin lo
detienen en la iglesia del Corpus Christi, en el Gran Bulevar del
Country Club (calle 146). Lo conducen a lo que fuera la sede del
Servicio de Inteligencia Militar (SIM) del ejército batistiano. El
juicio por la causa 351 de 1959 tiene lugar en la fortaleza de la
Cabaña. El fiscal es el capitán Juan Nuiry.
Decía en aquellos días la sección En Cuba de la revista Bohemia:
«Frente al tribunal, con el rumor indignado del público a la espalda,
está de pie, ahora tembloroso y vencido, el sujeto que tantas veces, a
lo largo del martirologio revolucionario, fue la estampa televisiva del
vejamen batistiano.
«Durante los años agónicos de la dictadura, esa figura endeble, de
facciones fofas y expresión resentida, ha vertido veneno con gesto y
palabra sobre la Cuba combatiente, que se esforzaba por conquistar sus
libertades. No existe evidencia mayor contra ningún acusado de la
justicia revolucionaria. No hay repugnancia popular más viva que la que
circunda y aplasta moralmente a Otto Meruelo.
«Cumplió el deleznable papel de vocero televisivo de la dictadura, y
actuó como agente policiaco represivo. Tenía los grados de capitán
honorario, un automóvil de chapa oficial, participaba en interrogatorios
a revolucionarios detenidos en los cuarteles y llegó incluso a usar su
programa para delatar el paradero de opositores al régimen».
Pregunta el fiscal si el acusado perteneció en alguna forma a los cuerpos represivos del batistato.
—En ninguna forma —balbucea Meruelo.
—¿Nunca usó uniforme?
El acusado responde que nunca.
Pero sucede que hay una foto que demuestra lo contrario, y el acusador se lo dice. Meruelo se defiende.
—No dije que nunca me lo había puesto, sino que nunca lo había usado
—ensaya sofísticamente el reo. «Explica» el hecho: se trataba de obtener
un nombramiento honorario para lograr acceso a oficinas públicas.
Vistiendo uniforme, se facilitaban las gestiones.
Nuiry le muestra la foto. El acusado la reconoce y aclara que el
uniforme se lo prestó un oficial de la ayudantía del doctor Santiago
Rey, ministro de Gobernación (Interior).
Vuelve el fiscal a la carga. Le dice que cuando iba de civil usaba la
insignia de capitán con tres galones en la solapa. Inquiere el fiscal
si lo hacía también para identificarse.
—Se trataba de un adorno —comenta Meruelo. Nuiry pregunta entonces si usaba armas. Responde que arma corta. Solo arma corta.
—Usted dice que solamente usaba arma corta, pero aquí hay una
fotografía donde aparece usted, en compañía del coronel Río Chaviano y
el coronel Pedro Barreras, interrogando a un soldado rebelde. Y se le ve
portando arma larga. Por lo visto, también interrogaba usted, señor
Meruelo.
—Yo auxiliaba, no interrogaba.
—Cuando los sucesos de la prisión del Castillo del Príncipe, desde su
automóvil, el auto con chapa oficial 219, se ofreció apoyo al carro 35
de la Policía —asegura el fiscal.
El acusado palidece, mira en derredor como suplicante, y al cabo dice, con voz débil:
—No recuerdo eso.
—Pues se le probará oportunamente, porque está grabado. De su
automóvil se dijo, entre otras cosas, que se ofrecía con su personal
«para lo que fuera necesario».
Es un delator
—Mis comparecencias en la televisión y mis escritos —se justifica
Otto Meruelo—, tenían siempre marcada tendencia político-electoral,
porque el Gobierno se oponía al hecho insurreccional y trataba de abrir
caminos y soluciones de paz. De ahí que saliera yo electo en las últimas
elecciones, pues fui devoto siempre de que la solución cubana se
buscara por el camino de la paz.
Precisa que desconocía las torturas y los crímenes de Esteban Ventura
y otros sicarios. Que si llamó «muerde y huye» a los rebeldes fue para
definir el método de la guerrilla de atacar y desaparecer. Que los
partes de guerra llegaban a veces de puño y letra de Batista, que el
dictador también lo engañó a él. A una pregunta del fiscal, responde que
tiene 39 años de edad. Asevera Nuiry: Pues ya está usted muy viejo para
dejarse engañar.
Dispone el tribunal que se pase la grabación del último programa
televisivo de Otto Meruelo, el 31 de diciembre de 1958. Empieza la
transmisión y los sentimientos de los que colman el teatro de la Cabaña
se dividen; unos, ríen; otros, se indignan. Meruelo glorifica a Batista,
a José Eleuterio Pedraza y a Pilar García. Llama vendepatria a los
rebeldes que asestan en Las Villas los últimos golpes al batistato, y
anuncia la muerte de Che Guevara. Recalca: «Hay muertos que están bien
muertos».
—Nunca utilicé la televisión para atizar odios entre hermanos ni
incitar al crimen, dice el acusado al tribunal, pero enseguida se
desploma, sudoroso y agotado. Sabe que está perdido.
Sigue la prueba testifical. Aida Pelayo, en nombre de las Mujeres
Martianas, lo acusa de ser el responsable directo de las muertes de
Gerardo Abreu (Fontán) y Oscar Alvarado, entre otros revolucionarios.
Comparece Arnaldo Escalona. Lo buscaba Ventura, encontró refugio en
la Asociación de Reportes, de la calle Zulueta, y «Otto Meruelo me
dedicó una transmisión completa. Fue un acto de delación, pues él sabía
dónde me ocultaba. Ventura no tuvo tiempo de cogerme, pues pude salir de
Cuba, escondido en la bodega de un barco».
Llaman a declarar al exiliado español José Luis Galbe, profesor de la
Universidad de Oriente. Tiempo atrás, Meruelo denunció a los 40
catedráticos de dicha casa de estudios, adujo que era una «cueva» de
comunistas, y en particular acusó de «rojos» al declarante y al profesor
Juan Chabás, lo que ocasionó su muerte en virtud de padecer del
corazón. Meruelo, añadió Galbe, quiere hacer pasar el incidente como una
polémica. Yo no tuve polémica alguna con ese señor. Lo que hizo fue
delatarme. Es un delator, no un polemista. Incitaba al crimen y ha hecho
más daño que muchos asesinos de los que tenía Batista a su lado… En
aquella ocasión me presenté yo mismo al BRAC —Buró Represivo de
Actividades Comunistas— y el teniente Castaño, su segundo jefe, me
estuvo interrogando durante cuatro horas. Al final me dijo: «Yo no lo
hubiera citado, pero no me quedaba más remedio, después de la denuncia
formulada contra usted por Otto Meruelo…».
El Tribunal Revolucionario condenó a Otto Meruelo Baldarraín a 30
años de privación de libertad. Su esposa y sus hijas recibieron una
pensión de la Seguridad Social, y él, en la cárcel, se dice, trabajó
como maestro. Cumplió 20 años. Nada sabe el escribidor de su vida a
partir de entonces fuera de Cuba.
Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.
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