El
asesinato de Cristina y Lourdes no fue un caso fortuito. El batistato
cobró otras vidas de mujeres. El 11 de febrero de 1958, la estudiante
Aleida Fernández Chardiet fue asesinada delante de sus progenitores
mientras viajaba en el asiento trasero de un auto...
Venían de Cienfuegos, de festejar con la familia, pues el 15 de junio
de 1958 era el tercer domingo del mes, Día de los Padres según la
tradición cubana. Su hermano Arnaldo las condujo en auto desde la sureña
ciudad. Tras una parada en casa de él, en el reparto Sevillano,
Cristina y Lourdes Giral Andreu regresaron de noche a su hogar, el
apartamento 42 del edificio situado en 19 y 24 en el Vedado.
Arnaldo las despidió a la entrada del inmueble y no subió con ellas, como usualmente hacía. De esa forma salvó la vida.
Desde la noche anterior el lugar estaba tomado por unos 100 uniformados cuya avanzada había irrumpido en el apartamento 41, refugio de un comando del Directorio Revolucionario. Como lo encontraron deshabitado, información que ya sabían por la delación que los llevó hasta allí, se dedicaron a registrar todas las viviendas.
En el 42, contiguo al de los muchachos del Directorio, obviamente nadie les respondió y violentaron su puerta. Tras afanar prendas y objetos de valor, el entonces comandante Esteban Ventura Novo dejó de posta a dos policías en el apartamento. Subametralladoras en ristre.
Cuando Cristina y Lourdes se hallaron ante la entrada de su vivienda, se creyeron tal vez víctimas de un delito común.
Una de ellas intentó indagar en el apartamento contiguo. Los policías de posta, ocultos detrás de la puerta, no esperaron más y comenzaron a disparar. En la autopsia los forenses consignaron 13 perforaciones de bala en el cuerpo de Lourdes.
En el de Cristina, nueve. Lourdes iba a cumplir 22 años el venidero mes. Cristina había festejado recientemente los 28.
El sociópata Ventura Novo, para justificar el crimen, presentó a la prensa supuestas pruebas de la complicidad de las muchachas en acciones armadas, pero eran tan burdas sus argumentaciones que todos las identificaron como evidencias plantadas. Aunque en realidad las hermanas Giral pertenecían a la Resistencia Cívica, organización colateral al Movimiento 26 de Julio, ni la policía batistiana ni la mayoría de sus allegados y familiares sospechaban de sus actividades revolucionarias. Era tal su disciplina en el clandestinaje. Solo al triunfo de la Revolución es que pudo conocerse, en toda su magnitud, su labor en la lucha contra la tiranía.
El asesinato de Cristina y Lourdes no fue un caso fortuito. El batistato cobró otras vidas de mujeres. El 11 de febrero de 1958, la estudiante Aleida Fernández Chardiet fue asesinada delante de sus progenitores mientras viajaba en el asiento trasero de un auto. Según el régimen, al sicario, un experto fusilero, dueño de récords en el ejército con el Springfield calibre 30.06, «se le había escapado el tiro». En su condición de operadora de la Compañía de teléfonos, ella logró grabar una conversación comprometedora al sátrapa, la cual luego se divulgó en un espacio radial.
Lidia Doce y Clodomira Acosta fueron detenidas el 12 de septiembre de 1958. Conducidas a una estación de policía, después de ser violadas en el carro patrullero, allí el traidor y delator Ariel Lima asesinó a Lidia arrojándola escaleras abajo. Días después, a Clodomira la sumergieron viva en el mar, con lingotes como lastre.
Al triunfo de la Revolución, se juzgaron a los asesinos de estas cinco mujeres y salvo los de las hermanas Giral, condenados a cadena perpetua, el resto recibió pena de fusilamiento.
Arnaldo las despidió a la entrada del inmueble y no subió con ellas, como usualmente hacía. De esa forma salvó la vida.
Desde la noche anterior el lugar estaba tomado por unos 100 uniformados cuya avanzada había irrumpido en el apartamento 41, refugio de un comando del Directorio Revolucionario. Como lo encontraron deshabitado, información que ya sabían por la delación que los llevó hasta allí, se dedicaron a registrar todas las viviendas.
En el 42, contiguo al de los muchachos del Directorio, obviamente nadie les respondió y violentaron su puerta. Tras afanar prendas y objetos de valor, el entonces comandante Esteban Ventura Novo dejó de posta a dos policías en el apartamento. Subametralladoras en ristre.
Cuando Cristina y Lourdes se hallaron ante la entrada de su vivienda, se creyeron tal vez víctimas de un delito común.
Una de ellas intentó indagar en el apartamento contiguo. Los policías de posta, ocultos detrás de la puerta, no esperaron más y comenzaron a disparar. En la autopsia los forenses consignaron 13 perforaciones de bala en el cuerpo de Lourdes.
En el de Cristina, nueve. Lourdes iba a cumplir 22 años el venidero mes. Cristina había festejado recientemente los 28.
El sociópata Ventura Novo, para justificar el crimen, presentó a la prensa supuestas pruebas de la complicidad de las muchachas en acciones armadas, pero eran tan burdas sus argumentaciones que todos las identificaron como evidencias plantadas. Aunque en realidad las hermanas Giral pertenecían a la Resistencia Cívica, organización colateral al Movimiento 26 de Julio, ni la policía batistiana ni la mayoría de sus allegados y familiares sospechaban de sus actividades revolucionarias. Era tal su disciplina en el clandestinaje. Solo al triunfo de la Revolución es que pudo conocerse, en toda su magnitud, su labor en la lucha contra la tiranía.
El asesinato de Cristina y Lourdes no fue un caso fortuito. El batistato cobró otras vidas de mujeres. El 11 de febrero de 1958, la estudiante Aleida Fernández Chardiet fue asesinada delante de sus progenitores mientras viajaba en el asiento trasero de un auto. Según el régimen, al sicario, un experto fusilero, dueño de récords en el ejército con el Springfield calibre 30.06, «se le había escapado el tiro». En su condición de operadora de la Compañía de teléfonos, ella logró grabar una conversación comprometedora al sátrapa, la cual luego se divulgó en un espacio radial.
Lidia Doce y Clodomira Acosta fueron detenidas el 12 de septiembre de 1958. Conducidas a una estación de policía, después de ser violadas en el carro patrullero, allí el traidor y delator Ariel Lima asesinó a Lidia arrojándola escaleras abajo. Días después, a Clodomira la sumergieron viva en el mar, con lingotes como lastre.
Al triunfo de la Revolución, se juzgaron a los asesinos de estas cinco mujeres y salvo los de las hermanas Giral, condenados a cadena perpetua, el resto recibió pena de fusilamiento.
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