Había fracasado el proyecto martiano de la Fernandina. La indiscreción, ¿o acaso la maldad?, de un sujeto que ya no tenía los arrestos revolucionarios de su juventud, alertó a las autoridades estadounidenses que decomisaron los tres barcos y parte del cargamento. Iba a ser la más grande expedición contra el colonialismo español en Cuba: cada buque debía llevar a los Maceo a Oriente, a Martí y Gómez al Camagüey, a Serafín Sánchez y Carlos Roloff a Las Villas, además de otros mambises avezados en la guerra y armas que podrían pertrechar a miles de combatientes más. Al menos el Apóstol pudo salvar algo del alijo.
Las arcas del Partido Revolucionario Cubano (PRC) estaban exhaustas pero su Delegado no se amilanó y pidió a los tabaqueros y emigrados que militaban en su organización un último esfuerzo. Fue una tarea de titanes porque más de un cubano residente en aquella extraña tierra obvió el desayuno y renunció a su cena de lentejas. Se vio colectar juntos y hacer a la vez donaciones al empresario Eduardo Hidalgo Gato y al obrero Ramón Rivera, a la hija de terratenientes blancos Josefa Pina y a la hija de carabalíes Paulina Hernández, al marxista Carlos Baliño y al pastor bautista Manuel Deulofeu.
En poco tiempo se pudo reunir algún dinero, suficiente al menos para enviar a los principales jefes a Cuba cuando estallara la insurrección. No era lo idóneo, como apuntó el General Antonio, pero la dirección revolucionaria tenía que ir aunque fuera «en una uña», como Martí le expresó, si no se querían correr los riesgos de la Guerra Chiquita, que languideció y murió ante la ausencia de las figuras rectoras del independentismo.
En la Orden de Alzamiento, suscrita por Martí con el apoyo de Gómez y la anuencia de Maceo, se ordenaba el levantamiento simultáneo en la segunda quincena, no antes, de febrero. Dice la tradición oral, un insistente rumor que desde hace más de un siglo ha llegado hasta nosotros, que fue el General Quintín Bandera quien escogió el día 24.
Desde muchos días antes de esa fecha los jefes de la mambisada oriental comenzaron a pasar a la clandestinidad para evadir cualquier detención por los colonialistas. Hubo quien dejó su cama de enfermo o su lecho de luna de miel. Pero el 24 de febrero se rompió el corojo.
Guillermón Moncada, en estado terminal de una enfermedad que le corroía desde su confinación en cárceles españolas, se alzó en la Loma de la Lombriz. Bajo su mando —era el indiscutible jefe de la mambisada en el sudeste oriental— se levantaron patriotas desde Baire hasta Maisí. En la hoy provincia de Santiago de Cuba, hubo, entre otros, los pronunciamientos de Victoriano Garzón, en el Caney; Alfonso Goulet, en El Cobre, adonde fueron también los comprometidos en Palma Soriano; el inquieto Quintín, en San Luis.
Entretanto, Silvestre Ferrer destruía el puesto de observación de Loma del Gato. En Baire, Saturnino Lora descargaba los seis tiros de su revólver e insurreccionaba la zona. Fernando Cutiño alzó a Jiguaní casi al atardecer porque así habían sido las instrucciones impartidas. Unidos los mambises de Baire y Jiguaní, marcharon adonde el General Jesús Rabí, quien se puso al frente de la tropa.
En Guantánamo, Periquito Pérez se pronunció en su casa de Matabajo. Enrique Tudela atacó exitosamente junto con otros patriotas el fuerte de Hatibonico y con los rifles y municiones capturados, armaron a otros insurrectos. Esa sería la primera victoria mambisa en la guerra del 95. Mientras, Enrique Brooks se alzó con varios compatriotas en el ingenio Santa Cecilia. En total hubo seis levantamientos en la hoy provincia más oriental del país.
Bartolomé Masó amaneció este día en su finca de Bayate con la bandera cubana desplegada. Joaquín Estrada, Esteban Tamayo y José Manuel Capote encendieron la llama de la insurrección en los alrededores de Bayamo. Según el historiador guiseño Aldo Daniel Naranjo, en la hoy provincia de Granma hubo en total 14 pronunciamientos, debidamente documentados por la historiografía.
En Occidente se produjeron pronunciamientos en Ibarra (Matanzas), Jagüey Grande y Aguada de Pasajeros, pero la ausencia de jefes avezados impidió que con estos brotes se consolidara la lucha armada en esa región. También en las hoy provincias de Las Tunas y Holguín hubo mambises que el 24 de febrero se fueron a la manigua.
No es correcto, como pretende cierta tradición errónea, que una sola localidad acapare toda la gloria heroica de más de 35 sitios donde se pronunció este día el grito de Independencia o Muerte. En primer lugar, porque desconoceríamos así la estrategia martiana del levantamiento simultáneo, explícita en la Orden de Alzamiento. El 24 de Febrero, es por tanto, el grito de todos los cubanos, la expresión de un pueblo que, a poco más de un mes del fracaso de la Fernandina, supo convertir ese revés en victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario