Quizás usted nunca ha visitado el populoso municipio capitalino de Diez de Octubre, Regla, Guanabacoa o San Miguel del Padrón. Lo cierto es que aunque habite en cualquier punto del archipiélago, sintió la angustia por los cuantiosos estragos que ocasionó el tornado que azotó a La Habana, con toda su furia, en la noche del 27 de enero del pasado año.
El panorama era impactante, dolía y mucho. Viviendas sin techos, balcones de edificios destrozados, caída de árboles, de postes eléctricos, fueron imágenes lamentables. Pero, a la mañana siguiente, ya el pueblo habanero estaba en las calles y comenzaban las labores de recuperación, sin perder un segundo, con sensibilidad, con prontitud.
Y es que nuestro pueblo es solidario. ¿Cómo no serlo con tus propios hermanos, si este país, en las más difíciles circunstancias, jamás ha dejado de brindar su ayuda a otras naciones del mundo cuando han sido víctimas de situaciones similares?
Y es que nuestro pueblo es solidario. ¿Cómo no serlo con tus propios hermanos, si este país, en las más difíciles circunstancias, jamás ha dejado de brindar su ayuda a otras naciones del mundo cuando han sido víctimas de situaciones similares?
Miles de brazos y de corazones, encabezados por nuestra juventud, estuvieron allí, en los barrios afectados, cooperando, ayudando, sanando las heridas de una ciudad que vivió horas y días muy tristes. Desde cualquier lugar del territorio nacional los cubanos mostramos nuestra preocupación por el amigo, el vecino, el compañero de trabajo…
Nadie se quedó sentado con los brazos cruzados. No era tiempo para lamentaciones aún cuando la situación se mostraba difícil, compleja. La capital de Cuba estuvo de pie, para volver a construir lo que nos arrebató el inesperado fenómeno de la naturaleza. Entonces, todos fuimos una ciudad que tenía que levantarse.
Desde que se conoció el paso del tornado, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, junto al equipo gubernamental y las máximas autoridades del Partido y el gobierno en la capital, visitó las zonas afectadas y habló con la gente. Les dio aliento, seguridad y confianza; mientras veíamos a un pueblo que en medio de momentos tan duros confió en que su gobierno no los dejaría desamparados.
Aunque no existía palabra ninguna de consuelo para quien lo perdía todo, el pueblo capitalino supo que había que unirse para recuperar, para construir, para borrar todo el desastre que el sorpresivo tornado nos dejó.
En medio de tanta tristeza y dolor, Cuba se puso de pie para apoyar la reconstrucción de lo que el fenómeno meteorológico arrebató a la capital de todos los cubanos, que se preparaba para celebrar con júbilo sus 500 años.
Los recursos del país se pusieron en función de que ninguna familia quedara desamparada; la prioridad era proporcionar techo, comida, servicios médicos… a quienes lo necesitaban.
Desde todas las provincias de Cuba comenzaron a llegar donativos para los damnificados, y también de otras partes del mundo. Durante días y semanas, el pueblo vio trabajar incansablemente a un equipo de gobierno que, con coherencia y sensibilidad, tocó cientos de puertas, tratando de resolver los problemas en medio de difíciles limitaciones económicas.
No hubo descanso por parte de los dirigentes encabezados por el presidente cubano. Todas las estructuras políticas y gubernamentales a nivel nacional, provincial y municipal estuvieron representadas en las zonas afectadas.
Fueron intensas jornadas chequeando, comprobando y orientando, porque el reto estaba en las comunidades, allí donde se levantó después lo que el fenómeno meteorológico arrasó; allí donde se curaron las heridas más profundas de la capital y de sus habitantes.
El Consejo de Ministros y las máximas autoridades del Partido y el gobierno hablaron a su pueblo; un pueblo que también dialogó con su gobierno, capaz de enfrentar adversidades con la mirada puesta en lo más importante, el ser humano.
Movilización espontánea, organización, disciplina, preocupación permanente, solidaridad. Estas fueron las premisas que por esos días llevaron adelante las titánicas tareas de recuperación.
Una ciudad se levantó, la capital de un país bloqueado, al que han intentado asfixiar económicamente. Una ciudad se levantó porque la Revolución nunca abandona a sus hijos. Una ciudad se levantó porque los cubanos aprendimos que solo la unidad hace posible el desafío de enfrentar cualquier contratiempo. Una ciudad se levantó porque Cuba es un país que se construye con “todos y para el bien de todos”.
www.presidencia.gob.cu)
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