Cuando Fidel y su aguerrida tropa de barbudos, curtidos en la guerra contra las huestes de la dictadura, irrumpieron en los predios de Columbia el 8 de enero de 1959, culminaba una ardua etapa de la gesta de liberación nacional y comenzaba un esperanzador e inédito capítulo de la historia patria
Cuando Fidel y su aguerrida tropa de barbudos, curtidos en la guerra contra las huestes de la dictadura, irrumpieron en los predios de Columbia el 8 de enero de 1959, culminaba una ardua etapa de la gesta de liberación nacional y comenzaba un esperanzador e inédito capítulo de la historia patria.
Los símbolos estaban a la vista. El pueblo volcado a las calles; el reencuentro con el yate Granma en el puerto de La Habana, la decisión del líder de no transitar por las avenidas de la urbe en uno de los autos de último modelo abandonados por la tiranía en el Palacio Presidencial para hacerlo de pie en un yipi a cielo descubierto, las palomas posándose en la tribuna y sobre los hombros del Comandante.
Él, sin embargo, tenía plena conciencia de que todo en lo adelante sería mucho más difícil, pero era posible sortear los obstáculos y avanzar hacia la conquista de toda la justicia posible, sobre la base de un principio que hoy sigue siendo una de las principales fortalezas del proceso de transformaciones revolucionarias.
De ello habló 30 años después, durante la conmemoración de la entrada triunfal de la Caravana de la Libertad en la capital: «Recuerdo que aquella noche la preocupación fundamental nuestra era la cuestión de la unidad de las fuerzas revolucionarias, evitar que surgieran divisiones y enfrentamientos entre los que habían luchado contra la tiranía; evitar conflictos y divisiones en el seno de nuestro pueblo, porque fueron precisamente los conflictos y las divisiones los que, de acuerdo con el pensamiento martiano, hicieron imposible la victoria en la Guerra de los Diez Años; y fueron las divisiones a lo largo de nuestra historia las que habían hecho muy difícil el triunfo pleno de la independencia en nuestra patria».
Sesenta y un años después, la continuidad de la obra lidereada por él y protagonizada por generaciones sucesivas es un hecho. Como lo es también la imagen con que un testigo excepcional de aquella jornada, el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, describió la intensidad del momento: «Es como si un volcán estremeciera el espacio de Columbia. La muchedumbre grita enardecida: “¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!”».
FIDEL CUMPLIÓ CON LA PALABRA EMPEÑADA
El Jefe de la Revolución y sus caravanitas descansaron unas pocas horas tras haber entrado a Matanzas el 7 de enero por Los Arabos y recorrer después Colón, Perico, Jovellanos, Limonar y la cabecera provincial. Temprano en la mañana no siguió a la capital, desvió el rumbo hacia Cárdenas, para cumplir la palabra empeñada con el líder estudiantil José Antonio Echeverría, asesinado el 13 de marzo de 1957. Fue hasta su tumba a depositar una ofrenda floral, y a su casa natal, donde sostuvo una íntima conversación con su familia.
En Matanzas afirmó: «Se acabaron los politiqueros, los esbirros, los dictadores». Este 7 de enero, 61 años después de las primeras horas de aquella auténtica Revolución y más unidos que nunca, jóvenes de la provincia rememoraron el paso de la Caravana de la Libertad, que hizo su entrada, como entonces, por Los Arabos. Allí fueron reconocidos varios combatientes de la Caravana de 1959 y un grupo de jóvenes recibieron el carné de la ujc. El resto de los territorios reeditó la gesta, y en Matanzas representantes de varias generaciones, encabezados por las autoridades del Partido y del Gobierno, recordaron el trascendental hecho. Los caravanitas de hoy siguieron los pasos de Fidel y rindieron tributo a José Antonio.
(Granma)
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