Falta de decencia básica, violadores de derechos humanos e internacionales, incompatibles con su papel de sede del organismo, villanía e impotencia son algunos de los muy merecidos cuestionamientos que le imputan al gobierno de los Estados Unidos en las redes sociales por denegar la visa al Ministro cubano de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, y al resto de la delegación que lo acompañaría en el Consejo Directivo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Washington.
No es más que la manera inservible de ponerle una mordaza a una verdad que flota como bandera soberana ante la mirada atónita del planeta.
Levantaría ronchas que nuestro Ministro comente que Cuba alcanzó al cierre de 2018, por segundo año consecutivo, la tasa de mortalidad infantil más baja de su historia, con 4,0 por cada mil nacidos vivos, mejor posicionados que el país poderoso que reportó un valor de 7,0; les resultaría incómodo que el funcionario cubano informe que la esperanza de vida de los cubanos roce los 80 años, con más de 2100 centenarios.
A los gringos le molesta que la OMS reconozca que Cuba mantenga eliminada la transmisión materno-infantil de VIH y sífilis congénita, que la Isla que han bloqueado por 60 años haya formado hasta julio del año en curso 376 mil 608 profesionales de las ramas de la Medicina, la Estomatología, la Enfermería y otras como las Tecnologías de la Salud. A ello se suman los 35 mil 787 estudiantes extranjeros de 141 países graduados en nuestras universidades.
Bien lo dice mi vecina con su forma peculiar de “llamar las cosas por su nombre”; ella, ciudadana española que ha viajado por el mundo, le comenta a la doctora del consultorio: “me voy pero siempre regreso porque eso allá afuera espanta, sin seguro médico por una inyección pagué 25 dólares y aquí hasta por un dolor en el callo del pie vengo a verte”.
Los cubanos tenemos uno de los mejores indicadores del orbe en cuanto a la proporción de médicos por habitante, 9 galenos por cada 1000 pobladores y eso también mortifica a nuestro vecino que ha intentado asfixiarnos sin conseguir rendirnos.
A la pequeña nación que debe comprar tecnología y medicamentos a un precio multiplicado dos y hasta tres veces por el valor real, le acusan de traficar con personas, de esclavizar al personal sanitario que acude a otras tierras, de beneficiarse económicamente de las misiones médicas.
Si, Cuba gana por los servicios de sus colaboradores, gana en agradecidos dispersos por todos los continentes, gana divisas para mantener un sistema de salud gratuito y accesible, siempre perfectible, claro, pero que a todos les garantiza asistencia médica. Mientras ellos ganan millones de dólares con una industria armamentista que lleva muerte, dolor, rupturas, traumas a otras tierras.
El pequeño territorio de tan solo 11 millones de habitantes ha tenido que invertir en la formación de sus recursos humanos, a falta de industrialización y desarrollo por causa del bloqueo. Lo soñó y concretó el Comandante en Jefe, Fidel Castro, porque sabía que el recurso humano constituye sin duda alguna el bien más valioso cuando se piensa en el desarrollo socio-económico de un país, pero fue tan humana su proyección que apostó por ir más allá de la instrucción porque “capital humano implica no solo conocimientos, sino también —y muy esencialmente— conciencia, ética, solidaridad, sentimientos verdaderamente humanos, espíritu de sacrificio, heroísmo, y la capacidad de hacer mucho con muy poco”.
Al soberbio gobierno de Trump le fastidia que la calidad de la medicina cubana se enaltezca, le inquieta que el hospital con personal cubano de Dukhan, en Qatar, sea hoy referente en el Golfo Pérsico y preferido por los qataríes a los que no les importa viajar los 80 km que separa Dukhan de Doha, la capital, porque saben que además de examinarlos, los doctores caribeños miran a los ojos, conversan y encuentran la forma de curar y no quitarles dinero, haciéndolos dependientes a fármacos.
Al demonio de la Casa Blanca y su súbdito brasileño, Bolsonaro, no les interesa los millones de brasileños que en zonas intrincadas perdieron al médico que por primera vez les puso un estetoscopio en sus corazones, que en esas lejanas e inhóspitas geografías, de religiosos empedernidos, se hable de los de batas blancas como lo mejor después de Dios. Los yanquis se inquietan porque un pedazo de lo mejor de Cuba ande disperso por 67 países del mundo, transformando con su presencia los indicadores de salud, tal como si llegase la brigada del humanismo y la sensibilidad.
Si el Ministro cubano de Salud y su delegación asistieran a Washington dejarían maltrecha la campaña millonaria para desprestigiar la salud pública cubana, porque cada una de las calumnias sobre la cooperación internacional se verían ahogadas por el poder de una verdad que les duele: Cuba se gana el prestigio y admiración internacional por esfuerzos propios, por el sudor intelectual, por la capacidad con pocos recursos de diagnosticar y tratar certeramente.
(Radio Rebelde(
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