Una visionaria frase marcó el punto de partida de lo que sería una colosal obra: «El futuro de nuestro país tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, de hombres de pensamiento, porque precisamente (…) lo que más estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia».
Así lo dijo el Comandante en Jefe Fidel Castro en el acto para conmemorar el vigésimo aniversario de la Sociedad Espeleológica de Cuba, el 15 de enero de 1960, en el Paraninfo de la entonces Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.
Quedaba de manifiesto la voluntad política de los nuevos líderes revolucionarios de impulsar el desarrollo de la vital esfera, como premisa indispensable para crear riquezas con nuestros propios esfuerzos y ponerlas en función del bienestar de la población, modificando así el rostro de una nación asolada por los males del subdesarrollo.
Desde ese momento comenzaron a ocurrir en el país profundas transformaciones sociales conducentes a colocar a la ciencia en el centro de las principales prioridades del Estado cubano.
En la década de los 60 se dieron pasos de gigante en la preparación y entrenamiento del personal que habría de entregarse profesionalmente a la investigación científica a tiempo completo o en conjunción con la educación superior.
Igualmente, hubo avances notables en el fomento de la práctica científica en la vida universitaria, mientras se crearon numerosos centros investigativos a lo largo de todo nuestro archipiélago y en las más disímiles ramas, dotados de los recursos informativos y materiales necesarios para emprender el audaz camino.
Un hito fundamental lo fue, sin duda, la fundación el 1ro. de julio de 1965 del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, primera institución cubana multidisciplinaria dedicada por entero a la actividad científica, cuya misión consistía en la formación de especialistas de primer nivel y en el aporte de soluciones a diversos problemas de suma importancia económica y social.
La creación de un capital humano altamente preparado, obra genuina del pensamiento estratégico de Fidel, propició que con el decursar del tiempo Cuba se colocara en una posición de vanguardia a nivel mundial en sectores como la salud pública, donde mantener durante diez años consecutivos tasas de mortalidad infantil inferiores a 5 por cada mil nacidos vivos (en el 2017 fue de 4,0, la más baja de la historia), y alcanzar una esperanza de vida al nacer de la población cubana de 78,45 años, sobresalen entre los resultados más emblemáticos.
Nada de lo mencionado hubiera sido posible si no estuviera sustentado sobre una base firme de personal calificado consagrado con esmero al trabajo, incluyendo el desarrollo de sistemas tecnológicos propios.
Tal es el caso de la tecnología SUMA para la detección precoz del hipotiroidismo congénito (la prueba se aplica desde 1986 a todos los recién nacidos) y el diagnóstico prenatal de malformaciones congénitas, que ha representado un aporte significativo en la reducción de la mortalidad infantil y su ubicación dentro de las más bajas a nivel internacional.
Igualmente, disponer de un sólido andamiaje para hacer ciencia facilitó que el país pudiera insertarse tempranamente en la industria biotecnológica, cuyos significativos aportes en la producción de medicamentos, medios diagnósticos y vacunas (diez de las 13 empleadas en el Programa Nacional de Inmunización son producidas por la Organización Empresarial BioCubaFarma), la colocan como la experiencia más exitosa del sector que ha tenido lugar fuera del llamado Primer Mundo.
No menos importante es la contribución de los científicos cubanos al conocimiento de las riquezas naturales de la nación para su uso racional y protección, la comprensión de los componentes, procesos y características de nuestra identidad nacional, rasgos distintivos y devenir histórico, y a la determinación de los impactos del cambio climático y el diseño de las acciones de adaptación y mitigación, recogidas en la Tarea Vida, aprobada en abril pasado por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros.
Elba Rosa Pérez Montoya, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), afirmó recientemente que para el 2018 uno de los retos fundamentales de los hombres y mujeres del sector está vinculado con la contribución al aumento del Producto Interno Bruto del país. «Toda la comunidad científica, esté donde esté, tiene que avanzar en todas las ramas: la biotecnología, la industria médico farmacéutica, en las nanociencias y las nanotecnologías, en las ciencias básicas y las investigaciones».
Insistió en que no solo se trata de tener más proyectos, sino de que logren cerrar los ciclos: que se investigue, se produzca y se comercialice, porque el país necesita con urgencia que los investigadores hagan ese aporte.
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