Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Manolito Aguiar, el presidente del Instituto


Su labor movilizativa fue decisiva en la activa participación que el Instituto de Ma­rianao tuvo en la manifestación que la FEU organizó contra el director del Instituto del Vedado
Foto: Archivo
Era el primero de noviembre de 1958. La gente caminaba en tensión por la calle. La tiranía batistiana ha­bía convocado para dos días después a una farsa electoral de la que ya se sabía que el ganador iba a ser el amigo íntimo del Dictador. Pero to­dos también sabían que los revolucionarios iban a sabotear los comicios.
Frente al bar Encanto, en 100 y 51, Marianao, un auto frenó estrepitosamente. De él descendieron, pistola en mano, Ramón Calviño, Ri­verito y Ariel Lima, traidores del Mo­vimiento 26 de Julio devenidos notorios torturadores y asesinos a las órdenes de la dictadura. Un muchacho de buena presencia y unos cinco pies diez pulgadas de estatura, que aguardaba en una mesa mientras disfrutaba de un refresco, los reconoció enseguida y desenfundó su arma. Calviño, años después integrante de la brigada mercenaria que desembarcó en Girón, logró impactarle un disparo en el cuello.
Los tres traidores se acercaron al caído. Calviño iba alardeando de su puntería, con ademanes de actor secundario de algún filme de vaqueros de Hollywood. Ante la consternación de comensales y dependientes, lo remató de un tiro en la sien. Manuel Aguiar García solo tenía 18 años.
Según la combatiente e historiadora Dolores Nieves, había nacido el 25 de enero de 1940 en Marianao. Osmín Fernández, su compañero de luchas, afirma: “De extracción hu­milde vivía con su familia en Bue­navista, el padre trabajaba de guagüero; la madre tenía una vi­drie­rita, una especie de quincalla, en el ba­rrio. Los padres tenían mu­cho afán de que él estudiara y lo habían ma­triculado en una escuela privada”.
Sus amigos de adolescencia aseguran que no se sentía bien en aquella escuela con tanta gente de dinero, le chocaban las pepillas y los bitonguitos de la oligarquía, y se fue para el instituto, que como escuela pública estaba al alcance de los hijos de trabajadores.
“Lo conocí a finales del curso 54-55”, prosigue Osmín: “Él estaba en tercer año y estábamos buscando candidatos a delegados para la Aso­ciación de Estudiantes que tu­vie­ran una posición revolucionaria, contraria a la tiranía. Lo convencí sin mu­cho esfuerzo. Y salió entre los tres delegados de su aula; en ese cur­so la tendencia revolucionaria lle­gó a sacar 66 de los 72 delegados de todo el Instituto”.
Cuentan quienes le conocieron que no obstante ser muy popular entre las muchachas, “no era lijoso ni pagado en sí mismo”. Una de ellas, años después, le confesó a un periodista tras exigir el anonimato: “Era muy apuesto, con un rostro va­ronilmente hermoso, de pelo castaño oscuro. Pero lo más impresionante eran sus ojos, del mismo color de su pelo, una mirada profunda”.
“Ya cuando Manolito estaba en cuarto año —continúa Osmín—, se le promovió a vicepresidente. En las manifestaciones, huelgas, en todas las actividades estudiantiles, siempre iba en la primera fila. Su labor movilizativa fue decisiva en la activa participación que el Instituto de Ma­rianao tuvo en la manifestación que José Antonio y la FEU organizaron contra el director del Instituto del Vedado que había implantado en ese centro una disciplina fas­cista”.
A finales de 1957, según testimonio de Eduardo Delgado, otro de sus compañeros de lucha, “el prestigio de Manolito como estudiante serio y disciplinado, sus condiciones hu­ma­nas, sus magníficas relaciones con todos los compañeros y su vertical posición contra la dictadura, hicieron posible su elección como Presidente de la Asociación de Es­tudiantes, la que tuvieron que aceptar las autoridades del plantel”.
Cuentan que allí había una muchacha muy inteligente pero de­sinteresada en el estudio, que en vez de asistir a clases, permanecía en el llamado salón de espera. Un día Manolito se le acercó. Dicen que ella quedó muy impresionada con la plática y poco a poco comenzó a in­corporarse al aula para sorpresa de algunos maestros que la habían ca­talogado como un caso perdido. So­lo fueron amigos. Y cuando el Ins­tituto se estremeció con las huelgas estudiantiles, la vieron compartir ries­gos con la vanguardia.
En una de esas huelgas, a una hora determinada, empezaron los alumnos a salir de las aulas de dos en dos hacia el pasillo y encabezados por Manolito, se dirigieron a la salida. Allí chocaron con el director. “Vuelvan ahora mismo a las aulas”, vociferó el fascista. El Presidente del Instituto replicó: “Nosotros vamos a la huelga quiéralo usted o no, quítese del medio”.
Tras la huelga estudiantil de fe­brero-marzo de 1958, Manolito fue expulsado del plantel. Por su activa participación como combatiente en la Huelga de Abril de ese año, lo ascendieron a capitán de milicias del Movimiento 26 de Julio en Ma­ria­nao. Según testimonio de Dolores Nieves, “el grupo que co­manda se hace sentir en la zona”. El día de su muerte aguardaba en el Bar En­can­to a su contacto en espera de orientaciones de la Dirección del M-26-7 en la capital.
Los tres traidores pagaron su crimen. Riverito fue ejecutado por un comando del Movimiento a finales de noviembre de 1958. A Ariel Lima los tribunales revolucionarios, en 1959, lo sancionaron a la pena capital, sentencia que se llevó a cabo. Calviño fue capturado por los milicianos en Playa Girón. “Yo no fui el que mató a Manolito”, afirmó en el juicio.
Cuando los testigos de la fiscalía lo emplazaron con pruebas irrefutables, solo atinó a decir: “No puedo contestarles”.
El Instituto de Marianao lleva hoy el nombre de Manolito Aguiar.

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