Su
labor movilizativa fue decisiva en la activa participación que el
Instituto de Marianao tuvo en la manifestación que la FEU organizó
contra el director del Instituto del Vedado
Era el primero de noviembre de 1958. La gente caminaba en tensión por
la calle. La tiranía batistiana había convocado para dos días después a
una farsa electoral de la que ya se sabía que el ganador iba a ser el
amigo íntimo del Dictador. Pero todos también sabían que los
revolucionarios iban a sabotear los comicios.
Frente al bar Encanto, en 100 y 51, Marianao, un auto frenó estrepitosamente. De él descendieron, pistola en mano, Ramón Calviño, Riverito y Ariel Lima, traidores del Movimiento 26 de Julio devenidos notorios torturadores y asesinos a las órdenes de la dictadura. Un muchacho de buena presencia y unos cinco pies diez pulgadas de estatura, que aguardaba en una mesa mientras disfrutaba de un refresco, los reconoció enseguida y desenfundó su arma. Calviño, años después integrante de la brigada mercenaria que desembarcó en Girón, logró impactarle un disparo en el cuello.
Los tres traidores se acercaron al caído. Calviño iba alardeando de su puntería, con ademanes de actor secundario de algún filme de vaqueros de Hollywood. Ante la consternación de comensales y dependientes, lo remató de un tiro en la sien. Manuel Aguiar García solo tenía 18 años.
Según la combatiente e historiadora Dolores Nieves, había nacido el 25 de enero de 1940 en Marianao. Osmín Fernández, su compañero de luchas, afirma: “De extracción humilde vivía con su familia en Buenavista, el padre trabajaba de guagüero; la madre tenía una vidrierita, una especie de quincalla, en el barrio. Los padres tenían mucho afán de que él estudiara y lo habían matriculado en una escuela privada”.
Sus amigos de adolescencia aseguran que no se sentía bien en aquella escuela con tanta gente de dinero, le chocaban las pepillas y los bitonguitos de la oligarquía, y se fue para el instituto, que como escuela pública estaba al alcance de los hijos de trabajadores.
“Lo conocí a finales del curso 54-55”, prosigue Osmín: “Él estaba en tercer año y estábamos buscando candidatos a delegados para la Asociación de Estudiantes que tuvieran una posición revolucionaria, contraria a la tiranía. Lo convencí sin mucho esfuerzo. Y salió entre los tres delegados de su aula; en ese curso la tendencia revolucionaria llegó a sacar 66 de los 72 delegados de todo el Instituto”.
Cuentan quienes le conocieron que no obstante ser muy popular entre las muchachas, “no era lijoso ni pagado en sí mismo”. Una de ellas, años después, le confesó a un periodista tras exigir el anonimato: “Era muy apuesto, con un rostro varonilmente hermoso, de pelo castaño oscuro. Pero lo más impresionante eran sus ojos, del mismo color de su pelo, una mirada profunda”.
“Ya cuando Manolito estaba en cuarto año —continúa Osmín—, se le promovió a vicepresidente. En las manifestaciones, huelgas, en todas las actividades estudiantiles, siempre iba en la primera fila. Su labor movilizativa fue decisiva en la activa participación que el Instituto de Marianao tuvo en la manifestación que José Antonio y la FEU organizaron contra el director del Instituto del Vedado que había implantado en ese centro una disciplina fascista”.
A finales de 1957, según testimonio de Eduardo Delgado, otro de sus compañeros de lucha, “el prestigio de Manolito como estudiante serio y disciplinado, sus condiciones humanas, sus magníficas relaciones con todos los compañeros y su vertical posición contra la dictadura, hicieron posible su elección como Presidente de la Asociación de Estudiantes, la que tuvieron que aceptar las autoridades del plantel”.
Cuentan que allí había una muchacha muy inteligente pero desinteresada en el estudio, que en vez de asistir a clases, permanecía en el llamado salón de espera. Un día Manolito se le acercó. Dicen que ella quedó muy impresionada con la plática y poco a poco comenzó a incorporarse al aula para sorpresa de algunos maestros que la habían catalogado como un caso perdido. Solo fueron amigos. Y cuando el Instituto se estremeció con las huelgas estudiantiles, la vieron compartir riesgos con la vanguardia.
En una de esas huelgas, a una hora determinada, empezaron los alumnos a salir de las aulas de dos en dos hacia el pasillo y encabezados por Manolito, se dirigieron a la salida. Allí chocaron con el director. “Vuelvan ahora mismo a las aulas”, vociferó el fascista. El Presidente del Instituto replicó: “Nosotros vamos a la huelga quiéralo usted o no, quítese del medio”.
Tras la huelga estudiantil de febrero-marzo de 1958, Manolito fue expulsado del plantel. Por su activa participación como combatiente en la Huelga de Abril de ese año, lo ascendieron a capitán de milicias del Movimiento 26 de Julio en Marianao. Según testimonio de Dolores Nieves, “el grupo que comanda se hace sentir en la zona”. El día de su muerte aguardaba en el Bar Encanto a su contacto en espera de orientaciones de la Dirección del M-26-7 en la capital.
Los tres traidores pagaron su crimen. Riverito fue ejecutado por un comando del Movimiento a finales de noviembre de 1958. A Ariel Lima los tribunales revolucionarios, en 1959, lo sancionaron a la pena capital, sentencia que se llevó a cabo. Calviño fue capturado por los milicianos en Playa Girón. “Yo no fui el que mató a Manolito”, afirmó en el juicio.
Cuando los testigos de la fiscalía lo emplazaron con pruebas irrefutables, solo atinó a decir: “No puedo contestarles”.
El Instituto de Marianao lleva hoy el nombre de Manolito Aguiar.
Frente al bar Encanto, en 100 y 51, Marianao, un auto frenó estrepitosamente. De él descendieron, pistola en mano, Ramón Calviño, Riverito y Ariel Lima, traidores del Movimiento 26 de Julio devenidos notorios torturadores y asesinos a las órdenes de la dictadura. Un muchacho de buena presencia y unos cinco pies diez pulgadas de estatura, que aguardaba en una mesa mientras disfrutaba de un refresco, los reconoció enseguida y desenfundó su arma. Calviño, años después integrante de la brigada mercenaria que desembarcó en Girón, logró impactarle un disparo en el cuello.
Los tres traidores se acercaron al caído. Calviño iba alardeando de su puntería, con ademanes de actor secundario de algún filme de vaqueros de Hollywood. Ante la consternación de comensales y dependientes, lo remató de un tiro en la sien. Manuel Aguiar García solo tenía 18 años.
Según la combatiente e historiadora Dolores Nieves, había nacido el 25 de enero de 1940 en Marianao. Osmín Fernández, su compañero de luchas, afirma: “De extracción humilde vivía con su familia en Buenavista, el padre trabajaba de guagüero; la madre tenía una vidrierita, una especie de quincalla, en el barrio. Los padres tenían mucho afán de que él estudiara y lo habían matriculado en una escuela privada”.
Sus amigos de adolescencia aseguran que no se sentía bien en aquella escuela con tanta gente de dinero, le chocaban las pepillas y los bitonguitos de la oligarquía, y se fue para el instituto, que como escuela pública estaba al alcance de los hijos de trabajadores.
“Lo conocí a finales del curso 54-55”, prosigue Osmín: “Él estaba en tercer año y estábamos buscando candidatos a delegados para la Asociación de Estudiantes que tuvieran una posición revolucionaria, contraria a la tiranía. Lo convencí sin mucho esfuerzo. Y salió entre los tres delegados de su aula; en ese curso la tendencia revolucionaria llegó a sacar 66 de los 72 delegados de todo el Instituto”.
Cuentan quienes le conocieron que no obstante ser muy popular entre las muchachas, “no era lijoso ni pagado en sí mismo”. Una de ellas, años después, le confesó a un periodista tras exigir el anonimato: “Era muy apuesto, con un rostro varonilmente hermoso, de pelo castaño oscuro. Pero lo más impresionante eran sus ojos, del mismo color de su pelo, una mirada profunda”.
“Ya cuando Manolito estaba en cuarto año —continúa Osmín—, se le promovió a vicepresidente. En las manifestaciones, huelgas, en todas las actividades estudiantiles, siempre iba en la primera fila. Su labor movilizativa fue decisiva en la activa participación que el Instituto de Marianao tuvo en la manifestación que José Antonio y la FEU organizaron contra el director del Instituto del Vedado que había implantado en ese centro una disciplina fascista”.
A finales de 1957, según testimonio de Eduardo Delgado, otro de sus compañeros de lucha, “el prestigio de Manolito como estudiante serio y disciplinado, sus condiciones humanas, sus magníficas relaciones con todos los compañeros y su vertical posición contra la dictadura, hicieron posible su elección como Presidente de la Asociación de Estudiantes, la que tuvieron que aceptar las autoridades del plantel”.
Cuentan que allí había una muchacha muy inteligente pero desinteresada en el estudio, que en vez de asistir a clases, permanecía en el llamado salón de espera. Un día Manolito se le acercó. Dicen que ella quedó muy impresionada con la plática y poco a poco comenzó a incorporarse al aula para sorpresa de algunos maestros que la habían catalogado como un caso perdido. Solo fueron amigos. Y cuando el Instituto se estremeció con las huelgas estudiantiles, la vieron compartir riesgos con la vanguardia.
En una de esas huelgas, a una hora determinada, empezaron los alumnos a salir de las aulas de dos en dos hacia el pasillo y encabezados por Manolito, se dirigieron a la salida. Allí chocaron con el director. “Vuelvan ahora mismo a las aulas”, vociferó el fascista. El Presidente del Instituto replicó: “Nosotros vamos a la huelga quiéralo usted o no, quítese del medio”.
Tras la huelga estudiantil de febrero-marzo de 1958, Manolito fue expulsado del plantel. Por su activa participación como combatiente en la Huelga de Abril de ese año, lo ascendieron a capitán de milicias del Movimiento 26 de Julio en Marianao. Según testimonio de Dolores Nieves, “el grupo que comanda se hace sentir en la zona”. El día de su muerte aguardaba en el Bar Encanto a su contacto en espera de orientaciones de la Dirección del M-26-7 en la capital.
Los tres traidores pagaron su crimen. Riverito fue ejecutado por un comando del Movimiento a finales de noviembre de 1958. A Ariel Lima los tribunales revolucionarios, en 1959, lo sancionaron a la pena capital, sentencia que se llevó a cabo. Calviño fue capturado por los milicianos en Playa Girón. “Yo no fui el que mató a Manolito”, afirmó en el juicio.
Cuando los testigos de la fiscalía lo emplazaron con pruebas irrefutables, solo atinó a decir: “No puedo contestarles”.
El Instituto de Marianao lleva hoy el nombre de Manolito Aguiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario