Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Pablo y los montunos del Realengo 18

Foto: Archivo
El 16 de noviembre de 1934, en el periódico Ahora, Pablo de la Torriente Brau publicó: “Los campesinos del Realengo 18, que tanta nombradía han merecido alcanzar con su protesta rotunda y viril ante las ansias geofágicas de compañías de nativos y extranjeros, han celebrado durante tres días, con un son interminable, unas cuantas botellas de ron y unos cuantos machos y chivos asados, la tregua ofrecida por el gobierno y el coronel Batista (…) Es el comienzo, ya organizado y con decisión, de un movimiento campesino por la recuperación de las tierras. Es algo así como el preludio de la revolución agraria”.
En el mismo lenguaje claro y desenfadado continuaron las restantes siete entregas del reportaje seriado que con el título de Tierra o sangre finalizó el 24 de noviembre. Pablo describía en ellos: “El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que se vaya a las montañas de Oriente donde está el Realengo 18 (…) Que se monte en una mula pequeña y de cascos firmes y se adentre por los montes donde la luz es poca a las tres de la tarde y los ríos, de precipitado cauce, se deslizan claros por el fondo de los barrancos, con las aguas frías como si vinieran del monte”.
Al llegar al Realengo, comprende que donde “nadie es rico y hasta todo el mundo es pobre, (…) la hospitalidad, que siempre es un regalo, es un don espontáneo”. Los recios hombres del lugar le brindaron ron bravo y anís bien fuerte. Una muchacha “de esbeltas piernas y una dentadura de anuncio de pasta de dientes” con él compartió el almuerzo. Conoció a Lino Álvarez, “un negro de pequeña estatura, pero bien musculazo, fuerte, … ojos silenciosos y profundamente oscuros.
Habla con lentitud, como el hombre que no le gusta rectificar. Y nunca ha estudiado”. Una compañía yanqui le ofreció quince mil pesos y 15 caballerías de tierra para que abandonara la lucha. Pero él siguió combatiéndola. “Tres tiros le han dado ya y no lo han matado”. Y él continuó en la lucha. De Lino, Juan Ramos (“blanco, de quijadas fuertes”), Gil Morasín (“nadie en el mundo más cortés que él”), Hierrezuelo, Pichardo, la bella guantanamera Panchita Mitjans, supo de la historia del Realengo.
Todo comenzó con la trocha
En 1934 desgobernaba en Cuba el régimen Caffery-Batista-Mendieta, la tristemente célebre triada integrada por el embajador yanqui, el ambicioso sargento devenido coronel y el politiquero títere. Una compañía azucarera intentó despojar de sus propiedades a los montunos que habitaban el Realengo 18, en la hoy provincia de Guantánamo, e inició el 3 de agosto de ese año la construcción de una trocha, primer paso en su plan de desalojo. Ciento sesenta montunos pararon los trabajos y otros 400, a caballo, bajaron hasta la ciudad de Guantánamo en son de protesta.
Poco más de un mes después se apareció un ingeniero que trajo una escolta de guardias rurales. Esta vez fue Lino Álvarez, a la cabeza de 800 serranos, quien le salió al paso. Batista, desde La Habana, vociferó: “La trocha se hará, cueste lo que cueste”. Lino replicó: Tierra o sangre”. Cuando los soldados, al recibir refuerzos, intentaron continuar la trocha, los serranos sumaron miles, armados con escopetas y machetes. “Mientras haya un montuno no sigue la trocha”, sentenció Lino.
Batista movió más soldados con ametralladoras hacia la zona y les dio un plazo a los serranos para entregar las armas y rendirse. Pero estos persistieron en su consigna. El primer Partido Comunista de Cuba les envió ayuda en armas, pertrechos y un puñado de hombres avezados en el combate. Diversos sectores sociales, como el estudiantado, comenzaron a expresar su solidaridad con los serranos y los obreros azucareros amenazaron con huelgas.
El 11 de noviembre de 1934, ante la movilización popular y la actitud decidida de los habitantes del Realengo 18, Batista se vio obligado a retirar los guardias y a firmar con los montunos una tregua, por la cual las compañías tuvieron que renunciar, al menos por el momento, a su política de desalojo.
La lucha entre las compañías yanquis y los montunos no terminó hasta el triunfo revolucionario de 1959 cuando la Ley de reforma agraria les reconoció a los habitantes de los realengos su legítimo derecho a la tierra en que trabajaban.

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