El 17 de julio de 2015, al informar la apertura de la embajada de Estados Unidos en La Habana, el presidente Barack Obama fue claro y preciso en lo que deseaba con ese paso, al argumentar:
“[…] Podremos aumentar considerablemente nuestro contacto con el pueblo cubano”. “Tendremos más personal, y nuestros diplomáticos podrán participar de manera más extensa en toda la isla…incluida la sociedad civil y con los cubanos que buscan alcanzar una vida mejor”.
“[…] Nadie espera que Cuba se transforme de la noche a la mañana, pero creo que el compromiso estadounidense, mediante nuestra embajada, empresas y ante todo nuestro pueblo, es la mejor manera de representar nuestros intereses, y apoyar la democracia y los derechos humanos”.
En 1977 cuando el presidente James Carter decidió abrir la Sección de Intereses, pretendía algo semejante y por eso su sede diplomática se convirtió, de la noche a la mañana, en el nido de oficiales CIA y de otras agencias de inteligencia, para reclutar y atender a sus agentes cubanos y extranjeros, unido a la obtención de informaciones de su interés a través de sofisticados medios técnicos, capaces de grabar todas las conversaciones telefónicas y de otros equipos de comunicación y transmisión de datos por el éter.
Diez años más tarde, en 1987, desconociendo los llamados de atención que públicamente les hizo el presidente cubano Fidel Castro, Cuba denunciaba públicamente la actividad ilegal de inteligencia que varias decenas de oficiales CIA ejecutaban en la Isla, para abastecer a sus agentes con sofisticados equipos de transmisión satelital y direccional, dinero y otros materiales de espionaje, según se observó en los programas de la TV cubana.
De igual forma, los yanquis aprovecharon la oportunidad de su regreso a La Habana para fabricar “disidentes”, entrenarlos y abastecerlos dentro de sus locales diplomáticos, en total violación de la Convención de Viena de 1961.
Así fue como el Departamento de Estado, pisoteando toda norma diplomática, dio apertura a Centros de preparación para esa contrarrevolución nacional, que iba en busca de dólares fáciles y la posibilidad de calificar para un visado de “refugiado político”, mediante un aval por sus acciones firmado por alguno de los jefes de las decenas de organizaciones que se fabricaron en esos años, con la ilusión de derrocar el socialismo en Cuba, tal y como hicieron en los países del Este europeo.
Variadas fueron las actividades realizadas, desde cursos a la carrera para formar a los llamados “periodistas independientes”, clases de lucha “no violenta” con el método de Gene Sharp que tanto éxito tuvo en Polonia, entrega de cientos de miles de radios portátiles para que captaran la emisora subversiva Martí, alimentos y medicinas para atraer a los “disidentes”, hasta la organización de eventos provocativos contra el poder del estado cubano.
En esa época nacieron los tres Centros para la subversión dentro de la propia Sección de Intereses, SINA, los cuales fueron denominados Eleonor, Lincoln y Benjamín Center.
Teleconferencias, video conferencias y clases con profesores presentes en La Habana, fueron dándole cuerpo a la preparación de la contrarrevolución, fortalecida con invitaciones a cocteles y cenas en la residencia del jefe de la misión diplomática, unido a las reuniones que sostenían con altos funcionarios de Estados Unidos y de países aliados, como respaldo a sus acciones contrarrevolucionarias.
Después de diciembre de 2014 nada ha cambiado, excepto que ahora los llamados “disidentes” viajan a Miami y Washington donde son preparados con más facilidades, e incluso recibidos por senadores, representantes y hasta el propio presidente Obama que cenó con dos de ellos en la residencia en Miami del jefe de la FNCA.
Ahora el periodista M. H. Lagarde, denunció en su blog, Cambios de Cuba, que en la propia embajada yanqui en La Habana se organizó, el 16 de octubre 2018, una reunión con los pocos “opositores” que aun residen en Cuba, para visionar, vía videoconferencia, el show anticubano organizado dentro del Consejo de Económico y Social de las Naciones Unidas, y debatieran la denominada campaña “¿Jailed for What?”,presentada por Kelley E. Currie.
Nada ha cambiado, los yanquis cual simples perros hueveros siguen en el mismo camino de violar los principios básicos de la no intromisión en los asuntos internos de otros estados, y utilizar los locales de su embajada para fines subversivos.
Lagarde relata con lujo de detalles la reunión en el Eagle Bar, evento dirigido por el diplomático estadounidense Todd Henderson, Primer Secretario Político Económico, y la Asistente de la Oficina de Diplomacia Pública, Mónica Fernández Salina.
Además, señala, con fina ironía, que Estados Unidos retiró en septiembre del 2017 a la mayoría de su personal de Embajada, bajo un fabricado y falso pretexto que busca afectar el turismo hacia Cuba. Sin embargo, no tuvieron el más mínimo temor de que sus asalariados pudieran “enfermarse”, porque al final Roma paga a sus traidores, pero los desprecia y esos “disidentes” solo sirven para justificar el millonario presupuesto de una política fracasada.
Ojalá que las relaciones diplomáticas dieran fruto para sostener una relación de respeto y con el ánimo de encaminarlas a una futura normalización, pero sino ofrecen servicios consulares a los cubanos, no alientan las relaciones culturales y comerciales, su posición política es de enfrentamiento total a la Revolución cubana, y solo les interesa la actividad de espionaje y de subversión política, ¿de qué le sirve a Cuba tener esa embajada en la Habana?
Visionario fue José Martí cuando afirmó:
“Hay que andarse con tiento en eso de cantar victorias diplomáticas”.
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