Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Titanes de la carretera

Caravana de la columna Venceremos de la Misión Militar Cubana transportando armamento y logística desde Guambo hasta Menongue en la provincia Cuando Cubango en la República de Angola. Foto: Juvenal Balán
Aunque habían transcurrido unas dos horas del almuerzo en la brigada de tanques de Menongue, todavía se comentaba acerca de la apetitosa oferta. Después de varios meses sin contar con su visita, el pollo hacía acto de presencia en un delicioso fricasé que hizo a muchos chupar hasta el último hueso.
Mas, como nunca la dicha es completa, a esa misma hora y a varios cientos de kilómetros de distancia, otros cubanos no solo no habían probado bocado alguno, sino que sobre ellos se concentraba un poderoso golpe de morteros y fusilería enemiga que hacía imposible, de momento, cualquier maniobra o salida de aquella encerrona.
El corre-corre alrededor del puesto de mando de la brigada dejaba claro que algo serio ocurría. Por suerte, las comunicaciones con la jefatura de la caravana proveniente de Huambo se mantenían sin interrupción:
—¡Mándame los “hache”! ¡Mándame los “hache”!— se escuchaba con insistencia en el recinto subterráneo, en clara alusión a la necesidad de la urgente presencia en el lugar del ataque de los helicópteros de apoyo de fuego.
Con voz entrecortada, haciendo un esfuerzo por mantener la calma en tan complejas circunstancias, el jefe de la caravana transmitía un informe pormenorizado de las consecuencias del golpe enemigo y solicitaba apoyo para poder salir lo más rápido posible de la emboscada tendida por fuerzas de la UNITA.
El encontronazo se había producido en una zona boscosa entre los poblados de Chitembo y Mumbué, sitio habitualmente escogido por las bandas fantoches para organizar ataques sorpresivos contra las caravanas cargadas de suministros para las tropas.
Serían aproximadamente las tres de la tarde. A esa hora se recibían, unos tras otros en el puesto de mando, los reportes de las bajas sufridas: combatientes heridos, vehículos incendiados, gomas ponchadas, recursos perdidos..., hasta que, en medio de tanta desgracia, se escuchó una noticia alentadora:
—¡Aquí están los “hache”, coño! ¡Aquí están los “hache”! ¡Ya les están entrando a cohetazos! Ahora, por fin, tendremos algún respiro...
La respuesta de los MIG y de los helicópteros de apoyo de fuego no se hizo esperar. Golpes precisos sobre las áreas boscosas que servían de enmascaramiento a las agrupaciones de la UNITA redujeron al mínimo los focos de resistencia enemiga hasta neutralizarlos totalmente en escasos minutos.
Así y todo, la jefatura de la brigada había decidido ya, a esas alturas, enviar por tierra un destacamento de combate al encuentro de la caravana.
Aunque se contaba con información suficiente sobre los daños, nadie se arriesgaba a pronosticar cómo actuaría el enemigo en las horas siguientes y mucho menos con la noche a punto de caer.
Entre las cinco y las seis de la tarde arribó al aeropuerto de Menongue un helicóptero con heridos y noticias frescas de la situación en la caravana: ya todo estaba bajo control, se necesitaban con urgencia gomas para los vehículos ponchados y se reiteraba la decisión de los combatientes de resistir cualquier nuevo ataque.

                                                                                          ***
No por gusto llevaba el nombre del Titán...
Creado a partir de la fusión de las caravanas Venceremos y Che Guevara, ambas con un rico historial combativo, el Destacamento de Protección de Columnas Antonio Maceo contaba ya, en su haber, decenas de misiones de envergadura.
En camiones enchapados con gruesas planchas de acero y artillados con ametralladoras cuatrobocas, lanzagranadas y otros poderosos medios de fuego, sus efectivos se intercalaban entre las pipas con combustible y las rastras cargadas de alimentos y otros suministros con la misión específica de protegerlas en caso de caer en emboscadas.
De esta manera, los caravaneros (como comúnmente se les nombraba) garantizaban a diario la seguridad de las columnas con abastecimientos para las unidades ubicadas en la línea estratégica sur, realizando extensos recorridos por zonas de intensa actividad enemiga.
Ni las agotadoras jornadas de marcha, ni la vida prácticamente nómada, hacían mella jamás en el espíritu de estos hombres, cuya mayor satisfacción consistía en poder llegar con su preciada carga al punto de destino.
Sin embargo, ese sano placer se tornaba muchas veces azaroso. Decenas de angolanos y cubanos tiñeron con su sangre las carreteras de aquel país hermano, combatiendo casi siempre en desventaja, menos protegidos que el adversario al acecho, pero dispuestos en cada ocasión a vender bien caras sus vidas.
Bajo una lluvia de balas sellaron también su amistad el teniente Manuel Torres González y el soldado angolano Cristino Casimiro Gola. Uno y otro se consideraban expertos en los trajines de las caravanas, con múltiples acciones combativas recogidas en sus respectivas hojas de servicio, mas ninguna de tanto peligro como aquella en que la muerte les enseñó su cara de espanto.
Al recordar los hechos, un punto de la geografía angolana volvía a reiterarse: Chitembo. Y es que aquellos parajes constituían una reserva natural de las agrupaciones fantoches, acostumbradas a golpear y a desaparecer con la seguridad de no ser perseguidas por lo enmarañado del terreno y la ausencia de otras vías de comunicación, a no ser la única carretera enmarcada en el itinerario Kuito-Chitembo.
El acceso a esas zonas de inminente peligro ponía en tensión a los caravaneros: se extremaban las medidas de vigilancia, los choferes les imprimían mayor velocidad a sus vehículos, las armas se colocaban a buen recaudo..., todas las miradas escudriñaban ansiosas entre el tupido follaje que bordeaba la carretera.
No puede definirse con exactitud si fue la explosión de una mina, la ráfaga de una ametralladora o un golpe preciso de morteros lo que desencadenó las acciones. Cuando el teniente Torres y sus hombres vinieron a percatarse de lo que sucedía, ya se encontraban bajo un torrente de fuego que apenas si les permitía levantar la cabeza del asfalto.
Algo les hizo pensar que sobre ellos, seguramente, se concentraba el golpe principal del enemigo: el pelotón protegía la retaguardia de la columna y, para mayor “suerte”, en ese extremo viajaban varios carros-cisternas atestados de combustible. Una tajada envidiable para los intrusos, cuyas primeras trincheras se hallaban a escasos treinta metros de la carretera.
Torres organizó rápidamente la defensa. Primero, debajo de los propios carros, donde con exquisita previsión almacenaban buena cantidad de proyectiles ocultos en lugares insospechados de la carrocería. Luego, según iba siendo posible, en posiciones seguras a lo largo de la vía.
Pasados los instantes de incertidumbre inicial, uno de los soldados más cercanos al jefe de pelotón se percató de que dos combatientes angolanos resultaron heridos y se encontraban al descubierto entre los vehículos, con posibilidades reales de ser ultimados o capturados por los bandidos.
—Ante esa situación —recordaba el teniente Torres— uno no se puede poner a pensar mucho. Ordenar a mi segundo, el soldado Cristino, abrir fuego cerrado con el resto de los hombres y yo correr como un loco hasta mis muchachos, fue la misma cosa.
Bajo la balacera arrastró, uno a uno, a los heridos hasta la cuneta, les prestó los primeros auxilios y los ocultó en espera de la ambulancia.
Él mismo se asombró de lo rápido que actuó:
—Después me reía yo solo, porque en condiciones normales no lo hubiera logrado: uno de los combatientes heridos casi me doblaba en peso corporal...

                                                                                                ***
La noche transcurrió en constante vigilia. Apenas si hubo tiempo para echar un pestañazo ante los innumerables detalles a resolver con vistas a la próxima partida de la caravan tan pronto como amaneciera.
No obstante el agotamiento generalizado, la voluntad se impuso. Justo a las seis de la mañana, el enorme convoy comenzó su movimiento peculiar, primero lento e impreciso, luego a marcha acompasada y rápida, dejando atrás kilómetro a kilómetro para llegar, por fin, al punto de destino.
El mando de la brigada de tanques de Menongue siguió paso a paso el traslado del contingente, al establecer una extensa zona bajo su custodia a todo lo largo de la carretera, con el propósito de evitar nuevos ataques por sorpresa del enemigo.
Ya, a media mañana, el sonido de los pitos de las rastras y los camiones delataba la entrada a la ciudad del Destacamento de Protección de Columnas
Antonio Maceo, convertida en una verdadera fiesta para la población, conocedora de la importancia de la carga que la caravana traía consigo.
Culminaba así un episodio más de aquella hermosa historia escrita a sangre y fuego por los caravaneros. Era cierto: no por gusto llevaban el nombre del Titán… En cada misión, ante cada nuevo peligro, estuvo siempre presente el ejemplo inmortal de su bravura y valor a toda prueba.

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