A veces las confunden. María Antonia Figueroa Araujo (Santiago de Cuba, 10 de agosto de 1918) es la maestra hija de maestros, pues aprendió de sus padres —Cayita Araujo, un icono del magisterio cubano, y Ramón Figueroa, profesor de violín—, que solo se puede educar si se es un evangelio vivo, como aconsejaba De la Luz y Caballero. María Antonia González Rodríguez (La Habana, 29 de abril de 1911), fue la gran anfitriona de la emigración revolucionaria en México, aquellos muchachos que marcharon a la nación azteca con el sueño de ser libres o mártires en 1956 y que hallaron en su casa refugio seguro.
El 16 de octubre de 1953 Santiago de Cuba padecía uno de los días más calurosos de su historia. Pero la noticia no eran las altas temperaturas sino que en la salita de enfermeras de un hospital citadino se iba a efectuar el juicio contra el jefe de los moncadistas. María Antonia Figueroa y la entonces trabajadora del Comercio, Nilda Ferrer, apelaron a toda su astucia y lograron entrar en el centro asistencial. Por un corredor venía Fidel escoltado por dos soldados de aspecto patibulario. Ellas trataron de interceptar al revolucionario para mostrarle solidaridad pero él las paralizó con la mirada, temía por la integridad física de las muchachas, quienes se retiraron del lugar, aunque creyeron adivinar una sonrisa imperceptible en el rostro de Fidel cuando se pusieron a salvo.
Por aquellos días, en México, ya María Antonia González se había acogido a la condición de emigrante familiar al formalizar su relación con el luchador Dick Medrano y fijar su residencia en ese país. Al principio seguía a su esposo en las giras que realizaba por Norte y Centroamérica, pero con la llegada de su hermano Isidoro, procedente de Cuba, el matrimonio alquiló un apartamento en Emparán 49 entre Edison y Juárez, una vivienda que pronto entraría en la historia de Cuba.
Ñico López y Calixto García, al romper definitivamente con un antiguo compañero de luchas, ya entregado totalmente a juegos politiqueros con el Partido Auténtico, se vieron solos y sin dinero en la capital mexicana. Incluso durante varios días no probaron bocado alguno. Calixto sufría de vahídos y perdía el conocimiento. Isidoro, el hermano de María Antonia González, los encontró en muy mal estado y con el dinero que ganaba diariamente en el Frontón México les pagó un café con leche. Por medio de él conocieron a María Antonia y desde entonces ya más nunca padecieron hambre.
La maestra santiaguera se involucró en grupos proamnistía de los moncadistas. Cuando Fidel y sus compañeros fueron excarcelados, se reunió con el líder de la Revolución en la casa de Melba Hernández y ese mismo día ingresó en el Movimiento 26 de Julio. Fidel reconoció enseguida como «la muchacha del hospital» a María Antonia Figueroa, quien ya en confianza le habló de Frank País y otros revolucionarios santiagueros. El Jefe del M-26-7 le pidió que junto con el moncadista Lester Rodríguez incorporara a tan valiosos compañeros a la nueva organización insurreccional.
En México los «muchachos», como María Antonia González llamaba a los moncadistas exiliados en ese país, comenzaron a ir todos los días a almorzar a su casa y siempre le llevaban otro revolucionario que «también estaba pasando trabajo». Cuando Fidel llegó a la capital mexicana se convirtió en visita continua de Emparán 49 como ya lo era Raúl, quien había precedido a su hermano en la marcha al exilio. Allí, una noche, el líder de la Revolución conoció al médico argentino Ernesto Guevara, quien tras horas de diálogo con él se enroló en la futura expedición para derrocar a la tiranía batistiana.
El pequeño apartamento de María Antonia González siguió siendo el obligado refugio de los revolucionarios convocados por Fidel a incorporarse a la expedición. Cuando Juan Almeida llegó a la vivienda en febrero de 1956 se sorprendió ante el desorden de ella, con catres y camas plegables por doquier como si allí hubieran dormido varias personas. La habanera les preparó a los recién llegados un abundante almuerzo y luego Calixto García los llevó a su albergue definitivo, otro apartamento a la vuelta de la esquina.
En junio de ese año María Antonia Figueroa se trasladó a México a petición de Fidel para llevarle dinero recaudado para la expedición. Visitó Emparán 49 y tal vez ese día se conocieron las dos María Antonia. La santiaguera estuvo en el Distrito Federal hasta finales de ese mes y aprovechó para impartirles clases de gramática a algunos revolucionarios.
En los días en que Figueroa Araujo estaba en la capital mexicana Fidel y una gran parte de sus compañeros fueron detenidos por las autoridades de ese país. María Antonia González corrió la misma suerte que ellos y también la internaron en la prisión de Miguel Schultz. La masiva movilización del pueblo mexicano, encabezada por personalidades como Lázaro Cárdenas, neutralizó la conjura y los revolucionarios cubanos, González Rodríguez entre ellos, fueron puestos en libertad.
Ya la casa de Emparán 49 estaba «quemada» y María Antonia González se mudó a Castelar 213, donde también residieron Raúl, Ciro Redondo y Ramiro Valdés. Ella continuó colaborando con los revolucionarios y cuando se supo detectada por agentes corruptos del Servicio Secreto mexicano vendidos a Batista, cambió de domicilio y se estableció en Coyoacán 123 esquina a Bajío. Su última ubicación, antes de la partida del Granma, sería el motel Chulavista, en Cuernavaca. Allí, en compañía de Cándido González, Fidel se despediría de ella para partir hacia las costas cubanas.
Entretanto María Antonia Figueroa, bajo las órdenes de Frank País, estuvo en los preparativos del Levantamiento del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba, en el que luego participó. Cuando se fundó el Tercer Frente Oriental Mario Muñoz, comandado por Almeida, pasó a organizar las tareas de abastecimiento a esa agrupación guerrilllera. Tras el derrocamiento de la tiranía, ambas María Antonia continuaron fieles a Fidel y la Revolución. González Rodríguez falleció en 1987. Figueroa Araujo aún vive y si algún periodista preguntón va a verla, con toda la ternura de su magisterio le cuenta cómo aquel caluroso día de octubre Nilda Ferrer y ella se colaron en un hospital citadino para manifestarle a Fidel la solidaridad y el apoyo del pueblo santiaguero.
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