Fotos: Alain L. Gutiérrez
Nacer en una isla condiciona, pero vivir entre dos parece haber definido la estética —y la ética— del artista de la plástica Kcho —menos conocido por Alexis Leiva Machado—, creador inquietante quien asegura, y reitera con total certeza, que la vida de los cubanos está dibujada por el mar: “nuestra isla emerge de una roca que sale del mar, las primeras plantas vinieron por mar, los aborígenes llegaron en canoa, la Virgen de la Caridad apareció en una bahía, la esclavitud también fue traída desde África en barco, el yate Granma, la inmigración… todo tiene que ver con el mar que nos rodea”.
Kcho (Isla de la Juventud, 12 de febrero, 1971) actualmente vive y trabaja en La Habana y ha realizado más de 90 exposiciones personales y 200 colectivas en 35 países; su obra ha logrado instalarse en los circuitos más exigentes del arte contemporáneo internacional e igualmente ha recibido importantes premios, como el Diploma de Mérito Artístico que otorga la Universidad de las Artes de Cuba, La Habana, 2001; Residencia Atelier Calder, Saché, Francia, 1999; Gran Premio de la Bienal de Kwangju, Corea, 1995; Premio UNESCO para la Promoción de las Artes, París, Francia, 1995 y la Beca de la Fundación Ludwig, Forum Ludwig, Alemania, 1994; entre otras.
Creador fecundo, vasto, para algunos controvertido e irreverente y para otros impertinentemente analizado, lo cierto es que Kcho no pasa inadvertido porque tanto su obra como su vida están marcadas por aquello que defiende con vehemencia: “su patria”, algo que quedó claro en Sacrificio en la encrucijada, exposición que tuvo el propósito de compartir en una sola línea de pensamiento lo que narra, lo que siente y lo que es como artista, es decir, cuáles son sus preocupaciones y sus caminos.
En conversación exclusiva con OnCuba, dijo Kcho que uno de los mayores logros de Sacrificio en la encrucijada —exhibida en el Gran Teatro de La Habana entre febrero y abril de este año y considerada la más importante realizada hasta el momento a lo largo de su exitosa carrera— es que mostró paso a paso su desarrollo como artista, algo que, enfatizó, “da la medida totalizadora de mi trabajo”, al tiempo que destacó que se siente igualmente cómodo haciendo obra instalativa o bidimensional porque “todo forma parte del proceso de pensar”.
Se asegura que después del inmenso Wifredo Lam, Kcho es el artista cubano que más ha logrado posicionarse a nivel mundial. Y es cierto, pero para él “más que vender, lo importante es entender que el mercado del arte es como el mar: cambiante y, sobre todo, en época de crisis”. No obstante, subrayó que Lam es grande no porque vendió o vende caro sino porque, culturalmente hablando, expresa en su obra esencias de la cultura cubana y se las mostró al mundo. Y de inmediato, acotó que desde muy joven le tocó ser una cara visible: “con solo 25 años de edad entré al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y el único que estaba allí era Lam con La Jungla y en cada museo del mundo al que he llegado, ya estaba Lam; en otras palabras, Lam ha hecho posible el camino”.
Para Kcho el arte es una tremenda responsabilidad y por eso trabaja diariamente con empeño, aunque considera que su vida no se inició el día en que el MoMA le compró una obra ni terminó cuando lo invitaron a exponer en la Bienal de Venecia: “una colección, un museo son algo más en la carrera de un artista, la verdadera energía está en la vida y el trabajo creativo, y en el día a día, que es de donde emanan todas mis energías”, dice.
Esa raigal convicción, esa apuesta por el trabajo, esa inclinación hacia el tema de las migraciones —ligado indisolublemente al mar dado nuestro carácter insular y nuestra historia— y, sobre todo, ese infinito apego al sitio donde nació que lo ha obligado a compartirse entre la isla pequeña y la isla grande hacen que su obra huela a sal, pero esté anclada en tierra: “la isla de mis sueños, la Isla de la Juventud, es el lugar adonde siempre quiero regresar. Allí no soy el artista ni el diputado, sino, simplemente, el hijo de Martha, y eso es una felicidad tremenda. Mi madre no solamente me marcó a mí, sino a mucha gente y en la Isla se le recuerda todo el tiempo. Sigo siendo el hijo de Martha y eso no se me va a olvidar ¡y me encanta!”.
Nacer en una isla condiciona, pero vivir entre dos parece haber definido la estética —y la ética— del artista de la plástica Kcho —menos conocido por Alexis Leiva Machado—, creador inquietante quien asegura, y reitera con total certeza, que la vida de los cubanos está dibujada por el mar: “nuestra isla emerge de una roca que sale del mar, las primeras plantas vinieron por mar, los aborígenes llegaron en canoa, la Virgen de la Caridad apareció en una bahía, la esclavitud también fue traída desde África en barco, el yate Granma, la inmigración… todo tiene que ver con el mar que nos rodea”.
Kcho (Isla de la Juventud, 12 de febrero, 1971) actualmente vive y trabaja en La Habana y ha realizado más de 90 exposiciones personales y 200 colectivas en 35 países; su obra ha logrado instalarse en los circuitos más exigentes del arte contemporáneo internacional e igualmente ha recibido importantes premios, como el Diploma de Mérito Artístico que otorga la Universidad de las Artes de Cuba, La Habana, 2001; Residencia Atelier Calder, Saché, Francia, 1999; Gran Premio de la Bienal de Kwangju, Corea, 1995; Premio UNESCO para la Promoción de las Artes, París, Francia, 1995 y la Beca de la Fundación Ludwig, Forum Ludwig, Alemania, 1994; entre otras.
Creador fecundo, vasto, para algunos controvertido e irreverente y para otros impertinentemente analizado, lo cierto es que Kcho no pasa inadvertido porque tanto su obra como su vida están marcadas por aquello que defiende con vehemencia: “su patria”, algo que quedó claro en Sacrificio en la encrucijada, exposición que tuvo el propósito de compartir en una sola línea de pensamiento lo que narra, lo que siente y lo que es como artista, es decir, cuáles son sus preocupaciones y sus caminos.
En conversación exclusiva con OnCuba, dijo Kcho que uno de los mayores logros de Sacrificio en la encrucijada —exhibida en el Gran Teatro de La Habana entre febrero y abril de este año y considerada la más importante realizada hasta el momento a lo largo de su exitosa carrera— es que mostró paso a paso su desarrollo como artista, algo que, enfatizó, “da la medida totalizadora de mi trabajo”, al tiempo que destacó que se siente igualmente cómodo haciendo obra instalativa o bidimensional porque “todo forma parte del proceso de pensar”.
Se asegura que después del inmenso Wifredo Lam, Kcho es el artista cubano que más ha logrado posicionarse a nivel mundial. Y es cierto, pero para él “más que vender, lo importante es entender que el mercado del arte es como el mar: cambiante y, sobre todo, en época de crisis”. No obstante, subrayó que Lam es grande no porque vendió o vende caro sino porque, culturalmente hablando, expresa en su obra esencias de la cultura cubana y se las mostró al mundo. Y de inmediato, acotó que desde muy joven le tocó ser una cara visible: “con solo 25 años de edad entré al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y el único que estaba allí era Lam con La Jungla y en cada museo del mundo al que he llegado, ya estaba Lam; en otras palabras, Lam ha hecho posible el camino”.
Para Kcho el arte es una tremenda responsabilidad y por eso trabaja diariamente con empeño, aunque considera que su vida no se inició el día en que el MoMA le compró una obra ni terminó cuando lo invitaron a exponer en la Bienal de Venecia: “una colección, un museo son algo más en la carrera de un artista, la verdadera energía está en la vida y el trabajo creativo, y en el día a día, que es de donde emanan todas mis energías”, dice.
Esa raigal convicción, esa apuesta por el trabajo, esa inclinación hacia el tema de las migraciones —ligado indisolublemente al mar dado nuestro carácter insular y nuestra historia— y, sobre todo, ese infinito apego al sitio donde nació que lo ha obligado a compartirse entre la isla pequeña y la isla grande hacen que su obra huela a sal, pero esté anclada en tierra: “la isla de mis sueños, la Isla de la Juventud, es el lugar adonde siempre quiero regresar. Allí no soy el artista ni el diputado, sino, simplemente, el hijo de Martha, y eso es una felicidad tremenda. Mi madre no solamente me marcó a mí, sino a mucha gente y en la Isla se le recuerda todo el tiempo. Sigo siendo el hijo de Martha y eso no se me va a olvidar ¡y me encanta!”.
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