Manuel Espinosa tuvo miedo. «Siento que no me queda mucho tiempo de
vida», le dijo a su familia días antes del crimen en Barbados.
En otras dos ocasiones, en ese año de 1976, Espinosa había copilotado un avión en peligro de estallar. La primera vez, cuando trasladaba de México a La Habana a Hortensia Bussi, viuda del presidente chileno Salvador Allende. Uno de los equipajes de la aeronave contenía una bomba que no detonó.
Poco tiempo después, aguardaba su salida del aeropuerto de Kingston, Jamaica, el avión de Cubana que él comandaría de regreso a la Isla. La demora técnica impidió la muerte de Espinosa y del resto de los pasajeros, porque el artefacto explotó en el vagón que trasladaba los equipajes a la nave.
La tercera vez no corrió la misma suerte. No estaba en la lista del vuelo CU-455 de Barbados a La Habana ese 6 de octubre, pero a última hora tuvo que suplir a un miembro de la tripulación. La aeronave salió en tiempo con dos bombas activas que estallaron a pocos minutos del despegue, a solo 600 metros de la costa de Bridgetown. Manuel Espinosa murió a la edad de 47 años, junto al resto de la tripulación y pasajeros. 73 en total, de ellos 57 cubanos. Es uno entre los 3 478 asesinados y miles de heridos, víctimas del terrorismo que ha azotado a Cuba con la complicidad de las sucesivas administraciones norteamericanas desde 1959 hasta el presente.
***
«Yo tenía diez años» —dice Haymel Espinosa Gómez, mientras hojea un libro grueso de fotos y recortes de periódico, armado por ella a lo largo de los últimos 40 años. Cada titular guarda relación con el crimen en el que su padre, Manuel Espinosa, perdió la vida.
«El 6 de octubre habíamos quedado en que papá nos recogería a mi mamá y a mí a la salida de la escuela. Estábamos juntas allí, pues tuvimos que arreglar y pintar el aula junto a otras madres y compañeros de clase. Cuando a las cuatro de la tarde no habíamos tenido noticias suyas, sentimos que algo había sucedido».
Cerca de las cinco parqueó, justo al frente de su escuela primaria, una guagua pequeña de la que comenzaron a bajar hombres y mujeres vestidos con el uniforme de Cubana de Aviación. «Dedujimos que había pasado lo peor». La noticia del atentado corrió como la pólvora y la casa de la familia Espinosa-Gómez se fue llenando de vecinos, amigos, familiares, conocidos…
«Todos fueron a darnos apoyo. Entre lágrimas se gritaban consignas revolucionarias. El dolor se había multiplicado. Días después escuché la grabación recuperada de la caja negra del avión», recuerda mientras se empañan sus ojos. «Aunque era muy niña, nunca he podido olvidar la desesperación en esa voz tan querida».
Hoy, luego de tantos años, el dolor en Haymel Espinosa permanece intacto. «Cuando ponen la grabación, yo cambio el canal, o sigo de largo».
En el año 2006 familiares de las víctimas del atentado visitaron el monumento erigido en Barbados en honor a los 73 pasajeros a bordo del CU-455.
«Está muy cerca de la costa. Recuerdo que nos sentamos en silencio lo más cerca posible del mar. Así estuvimos buen rato mirando el horizonte y lloramos. Añoramos un sitio en Cuba donde colocar flores en honor a ellos».
***
«Él me puso Haymel. Formó mi nombre a partir del de dos heroínas cubanas: Haydée Santamaría y Melba Hernández. Eso da medida de lo comprometido que se sentía con la Revolución», cuenta orgullosa la hija mientras desempolva una foto de su padre, tomada en el año 1976. En ella viste de camisa blanca, pantalón negro y lleva con elegancia una gorra de capitán de Cubana de Aviación. En la foto sonríe.
«Era muy jaranero —cuenta Haymel con ternura—, le encantaba bromear con la gente. Gracias a eso comprobamos, en el año 1976, que era daltónico. Si no llega a elogiar el vestido rojo de una doctora de la cuadra, que en realidad era verde, aún pensaríamos que no se sabía los colores. Ella, asombrada con aquella equivocación, le hizo todos los chequeos debidos y los resultados dieron positivo al daltonismo. No lo liberaron de Cubana de Aviación por la falta de pilotos que tenía el país, y, además, por su prestigio y experiencia en la aerolínea».
Haymel Espinosa se hizo médico, no solo por la vocación que sentía, sino porque así su padre habría querido. Integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias como él. «Y hasta intenté ser piloto, pero no pude» —sonríe.
«La tragedia cambió mi vida. Poco tiempo antes del atentado en Barbados, yo estaba aprendiendo a tocar la guitarra. Mi papá me había armado una con partes de otras más viejas. El día antes de su partida, me juró que a su regreso a casa el 6 de octubre me traería una nueva, ya había reunido el dinero. Ese día habría ido a buscarme a la escuela con ella en las manos. Así lo imaginaba. La guitarra nunca llegó, él tampoco y yo nunca más quise tocar».
En otras dos ocasiones, en ese año de 1976, Espinosa había copilotado un avión en peligro de estallar. La primera vez, cuando trasladaba de México a La Habana a Hortensia Bussi, viuda del presidente chileno Salvador Allende. Uno de los equipajes de la aeronave contenía una bomba que no detonó.
Poco tiempo después, aguardaba su salida del aeropuerto de Kingston, Jamaica, el avión de Cubana que él comandaría de regreso a la Isla. La demora técnica impidió la muerte de Espinosa y del resto de los pasajeros, porque el artefacto explotó en el vagón que trasladaba los equipajes a la nave.
La tercera vez no corrió la misma suerte. No estaba en la lista del vuelo CU-455 de Barbados a La Habana ese 6 de octubre, pero a última hora tuvo que suplir a un miembro de la tripulación. La aeronave salió en tiempo con dos bombas activas que estallaron a pocos minutos del despegue, a solo 600 metros de la costa de Bridgetown. Manuel Espinosa murió a la edad de 47 años, junto al resto de la tripulación y pasajeros. 73 en total, de ellos 57 cubanos. Es uno entre los 3 478 asesinados y miles de heridos, víctimas del terrorismo que ha azotado a Cuba con la complicidad de las sucesivas administraciones norteamericanas desde 1959 hasta el presente.
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«Yo tenía diez años» —dice Haymel Espinosa Gómez, mientras hojea un libro grueso de fotos y recortes de periódico, armado por ella a lo largo de los últimos 40 años. Cada titular guarda relación con el crimen en el que su padre, Manuel Espinosa, perdió la vida.
«El 6 de octubre habíamos quedado en que papá nos recogería a mi mamá y a mí a la salida de la escuela. Estábamos juntas allí, pues tuvimos que arreglar y pintar el aula junto a otras madres y compañeros de clase. Cuando a las cuatro de la tarde no habíamos tenido noticias suyas, sentimos que algo había sucedido».
Cerca de las cinco parqueó, justo al frente de su escuela primaria, una guagua pequeña de la que comenzaron a bajar hombres y mujeres vestidos con el uniforme de Cubana de Aviación. «Dedujimos que había pasado lo peor». La noticia del atentado corrió como la pólvora y la casa de la familia Espinosa-Gómez se fue llenando de vecinos, amigos, familiares, conocidos…
«Todos fueron a darnos apoyo. Entre lágrimas se gritaban consignas revolucionarias. El dolor se había multiplicado. Días después escuché la grabación recuperada de la caja negra del avión», recuerda mientras se empañan sus ojos. «Aunque era muy niña, nunca he podido olvidar la desesperación en esa voz tan querida».
Hoy, luego de tantos años, el dolor en Haymel Espinosa permanece intacto. «Cuando ponen la grabación, yo cambio el canal, o sigo de largo».
En el año 2006 familiares de las víctimas del atentado visitaron el monumento erigido en Barbados en honor a los 73 pasajeros a bordo del CU-455.
«Está muy cerca de la costa. Recuerdo que nos sentamos en silencio lo más cerca posible del mar. Así estuvimos buen rato mirando el horizonte y lloramos. Añoramos un sitio en Cuba donde colocar flores en honor a ellos».
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«Él me puso Haymel. Formó mi nombre a partir del de dos heroínas cubanas: Haydée Santamaría y Melba Hernández. Eso da medida de lo comprometido que se sentía con la Revolución», cuenta orgullosa la hija mientras desempolva una foto de su padre, tomada en el año 1976. En ella viste de camisa blanca, pantalón negro y lleva con elegancia una gorra de capitán de Cubana de Aviación. En la foto sonríe.
«Era muy jaranero —cuenta Haymel con ternura—, le encantaba bromear con la gente. Gracias a eso comprobamos, en el año 1976, que era daltónico. Si no llega a elogiar el vestido rojo de una doctora de la cuadra, que en realidad era verde, aún pensaríamos que no se sabía los colores. Ella, asombrada con aquella equivocación, le hizo todos los chequeos debidos y los resultados dieron positivo al daltonismo. No lo liberaron de Cubana de Aviación por la falta de pilotos que tenía el país, y, además, por su prestigio y experiencia en la aerolínea».
Haymel Espinosa se hizo médico, no solo por la vocación que sentía, sino porque así su padre habría querido. Integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias como él. «Y hasta intenté ser piloto, pero no pude» —sonríe.
«La tragedia cambió mi vida. Poco tiempo antes del atentado en Barbados, yo estaba aprendiendo a tocar la guitarra. Mi papá me había armado una con partes de otras más viejas. El día antes de su partida, me juró que a su regreso a casa el 6 de octubre me traería una nueva, ya había reunido el dinero. Ese día habría ido a buscarme a la escuela con ella en las manos. Así lo imaginaba. La guitarra nunca llegó, él tampoco y yo nunca más quise tocar».
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