- Escrito por Idalma Menéndez Febles
Sarría entró al ejército batistiano como muchos jóvenes en aquella época, pues era una vía segura para ganar algún dinero y poder mantenerse, más si se es de una familia humilde como la de él.
El entonces teniente recibió la orden de buscar a los sobrevivientes que habían logrado huir al monte, exigiendo solo una condición, que le permitieran escoger a los hombres que irían con él, a fin de seleccionar personal de confianza, pues en el ejército batistiano había de todo, desde asesinos hasta gente noble y humilde.
LOS ACONTECIMIENTOS
Era la madrugada del primero de agosto y mientras patrullaba por El Cilindro, zona rural de una finca de Siboney, Sarría vio a través de los prismáticos un bohío que le resultó sospechoso, al preguntarle al guía que los acompañaba, le respondió que era para que los campesinos pudieran guarecerse de las lluvias.
No obstante, como le inquietaba decidió rodearlo. Uno de los guardias, el cabo Suárez encontró a tres hombres, medio dormidos y fatigados, como temía por las vidas de los jóvenes, el teniente se lanzó a la carrera hacia el bohío mientras gritaba que no tirarán que las ideas no se mataban.
Según testimonio del propio Sarría, años después, solo uno intentó defenderse, entonces los conminó a rendirse, a lo que uno de ellos replicó, “No teniente, nosotros no estamos rendidos, ¡usted nos ha sorprendido!
Salen y mientras se encaminan a la ciudad, en otro sitio, pero cerca de donde estaban comenzó un tiroteo, Sarría da la orden de tirarse al suelo pero Fidel permaneció de pie a la vez que decía: “Teniente, yo soy el hombre que usted busca. Yo soy Fidel Castro Ruz.
¡Acabe de matarme! A lo que el teniente le respondió: “Muchacho, tú no sabes la clase de hombre que soy yo. Las ideas no se matan, se combaten” y lo empujó al suelo.
Detenidos Fidel, Oscar Alcalde, Pepe Suárez, entre otros compañeros que se encontraban por los alrededores, salieron por el camino real y Sarría le sugirió a Fidel: “Si quieres salvar la vida, no digas quien eres. No se lo digas a nadie”.
El teniente llega a una finca vecina y pide prestado un camión para trasladar a los prisioneros hacia el vivac de Santiago de Cuba y no al Moncada.
Pero en la salida se encuentra con Andrés Pérez Chaumont, connotado asesino en la provincia oriental el cual le dice: “Oiga teniente, usted ha incumplido las órdenes que eran ni heridos ni prisioneros, sino muertos”. La respuesta fue rápida: “Yo solo he cumplido con mi deber de militar de la República. Por favor, ábrame el paso.
Pero el sicario sabía quién era el prisionero principal por lo que le dijo “Entrégueme el prisionero”, a lo que Sarría replicó “Se equivoca, el prisionero es mío y no suyo”.
Chaumont comprendió entonces que no tenía posibilidades y le permite pasar.
Al llegar al vivac, Sarría le solicitó a sus soldados que lo protegieran junto con los prisioneros que iban con Fidel y el resto de los compañeros al interior del recinto penitenciario, así logró entregar sano y salvo a los revolucionarios al juez de instrucción, lo cual hizo difícil poder asesinarlos al ser de conocimiento público.
Pocos días después se presentó Batista en el Moncada y le dijo a Sarría que no sabía lo que había hecho, que a ese muchacho había que matarlo. El teniente, luego del incidente con Fidel, fue sometido a varios juicios, preso en diferentes ocasiones y blanco de intrigas y patrañas construidas por los esbirros de la tiranía.
Gracias a la dignidad y valor de este teniente, el ocho de enero de 1959 Fidel, junto a su ejército de barbudos, entró triunfal en La Habana para ponerle fin a siglos de dominación extranjera.
Los cubanos estarán eternamente en deuda con Pedro Manuel Sarría, el teniente negro del Moncada.
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