Esperaba
que el Presidente de los Estados Unidos, en una visita histórica en 90
años, y la primera durante la Revolución, emitiera un juicio de valor o
una disculpa, por mesurada que fuera, por tanta afrenta de los
gobiernos que lo antecedieron
Esperaba que el Presidente de los Estados Unidos, en
una visita histórica en 90 años, y la primera durante la Revolución,
emitiera un juicio de valor o una disculpa, por mesurada que fuera, por
tanta afrenta de los gobiernos que lo antecedieron. En cambio, lo que
escuché fue un sermón bastante trivial donde se banalizaban la política y
el capitalismo, al punto de que definió el sistema que impera en
EE.UU. como de libre mercado, con lo que eludió llamar las cosas por su
nombre. Creer que únicamente la conectividad, y no el acceso a los
mercados, al capital, las inversiones, el conocimiento y la justicia
social, es lo que va a resolver los problemas del desarrollo, es parte
de esa banalización. Conozco de primera mano a muchas personas para
quienes conectividad significa también consumismo, incomunicación,
soledad.
Su lectura de nuestra historia —la que conoce, según él—, es de una simplificación asombrosa. Se olvidó del imperialismo norteamericano, tempranamente revelado por Martí, y, por supuesto, del antimperialismo de los cubanos.
Fue muy manifiesta su intención de insistir en la división de la sociedad cubana en Estado y pueblo, empresa privada y estatal, jóvenes y viejos. Esa visión light e interesada, apelando a trucos para resultar agradable, apoyándose en frases hechas, fue fácilmente perceptible en los que estábamos allí.
Tengo la impresión de que él se percató de que sus chistes no calaban, al menos en ese auditorio.
En fin, esperábamos un discurso más serio de alguien que maneja muy bien la retórica y el marketing político, lo cual lo distanció mucho más de la generación de revolucionarios que ha conducido este país, la que es y ha sido siempre honesta, sincera, legítima e inobjetablemente heroica. La intensidad de los aplausos devino un símbolo inequívoco de la identificación de la sociedad civil cubana con lo que representa Raúl.
Su lectura de nuestra historia —la que conoce, según él—, es de una simplificación asombrosa. Se olvidó del imperialismo norteamericano, tempranamente revelado por Martí, y, por supuesto, del antimperialismo de los cubanos.
Fue muy manifiesta su intención de insistir en la división de la sociedad cubana en Estado y pueblo, empresa privada y estatal, jóvenes y viejos. Esa visión light e interesada, apelando a trucos para resultar agradable, apoyándose en frases hechas, fue fácilmente perceptible en los que estábamos allí.
Tengo la impresión de que él se percató de que sus chistes no calaban, al menos en ese auditorio.
En fin, esperábamos un discurso más serio de alguien que maneja muy bien la retórica y el marketing político, lo cual lo distanció mucho más de la generación de revolucionarios que ha conducido este país, la que es y ha sido siempre honesta, sincera, legítima e inobjetablemente heroica. La intensidad de los aplausos devino un símbolo inequívoco de la identificación de la sociedad civil cubana con lo que representa Raúl.
No hay comentarios:
Publicar un comentario