Marcos
llegó de visita, como ya lo había hecho antes. Pero esta vez fue
diferente. “No me voy”, le dijo a su madre cuando se acercaba el día de
regresar a Estados Unidos, donde vivía hace tres años, desde los 26. “No
me voy”, repitió sonriendo, ante la cara incrédula de la madre, y luego
el asombro de toda la familia.
Por: Eileen Sosin Martínez
De hecho, muchos emigrantes cubanos hacen lo que Marcos: deciden quedarse y desde aquí realizan todo el trámite correspondiente. La nueva legislación migratoria, vigente desde 2013, ampara esta opción; y ante los precedentes de demoras del proceso por vía consular, es más seguro si ya están “con los pies en la tierra”.
El Decreto-Ley 302 busca flexibilizar y ampliar las formas de repatriación. Así, el retorno va pasando de un fenómeno “excepcional”, a un derecho más de quienes residen en otros países.
Una investigación (1) del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales (CEMI), de la Universidad de La Habana, revela que entre enero de 2008 y septiembre de 2012, regresaron de modo definitivo a la capital 2 127 personas, provenientes de 60 naciones, principalmente Estados Unidos, España, Italia, Ecuador, México, República Dominicana, Chile y Venezuela.
Ello se debe a múltiples razones. Pero también porque el panorama en la Isla está cambiando. Quizás los de dentro lo perciban menos, pero quien está lejos advierte los contrastes de otra manera. “Cuando yo vine esto no estaba así”, comentaba Marcos al ver las luces y anuncios de tantos restaurantes, cafeterías y otros negocios privados.
Además, el “sueño americano” era eso mismo, un sueño. Lejos de trabajar para vivir, allá la cuestión era vivir para trabajar; rezando por no enfermarse, por no tener un accidente, por conservar el empleo… “Una cosa es lo que te dicen estando aquí, y otra lo que de verdad ocurre allá”.
Ir vs. Irse
Hace algunos años las autoridades y los académicos reconocen que la emigración cubana se acerca al estándar motivacional internacional, es decir, el fuerte sesgo político quedó en las oleadas migratorias de las décadas de 1960 y 1980. Actualmente las aspiraciones económicas y de desarrollo personal son las razones fundamentales para radicarse en otro país.
En sentido inverso, el propio estudio del CEMI indica que, entre los sujetos entrevistados como parte de la investigación, se aprecia que las dificultades económicas también constituyen la primera causa (66,6 %) para regresar, seguidas por la incapacidad de adaptarse a la forma de vida norteamericana (58,3 %), las situaciones familiares (16,6 %) y la nostalgia por su país (12,5 %).
Sin embargo, nadie dijo que fuera una decisión fácil. A la vuelta, después de una experiencia bastante diferente, Marcos notaba más las cosas que antes le molestaban: tener que hacer cola para casi todo, las carencias en la alimentación y el transporte, la burocracia… incluso el sol implacable de las tres de la tarde.
Entonces se topó de frente con un conflicto igual al de la mayoría de los migrantes: el “ni de aquí, ni de allá”, la sensación de no estar completo en ninguna parte. “Te vas, y tienes deseos de estar aquí; viras, y ya se te quitan las ganas”, decía, medio en broma, medio en serio.
La explicación del psicólogo Osmany Pérez confirma lo “normal” de tal estado de ánimo: “Muchos retornados se crean una imagen idealizada del país de origen, que a su regreso contrasta cuando los problemas resaltan con toda su crudeza”.
Por momentos, momentos de incertidumbre y desazón, Marcos escuchaba en su cabeza el eco del viejo tango: “Yo adivino el parpadeo / de las luces que a lo lejos / van marcando mi retorno… Volver / con la frente marchita…”. Como un disco rayado.
Y otra vez se vio sopesando los pros y los contras. De un lado: los “pocos” de esto y aquello, la sombra de las frustraciones, la familia que no acababa de entender, y ya iban pensando en que estarían un poco más apretados y que ahora no tendrían quien enviara remesas.
Del otro: esa misma familia, quererlos y sentirse querido; la posibilidad de crear su propio emprendimiento (¿un café?, ¿un bar?); la ilusión de volver a enamorarse… su país (suyo), una eterna promesa en sí mismo.
En últimas, siempre estaría la alternativa de viajar de nuevo, “hacer algún dinero por allá”, regresar, y así sucesivamente. Que ya pasaron los tiempos del “te vas o te quedas”, “por siempre jamás”. Hoy –contrario al refrán-, los ojos que te vieron ir, pueden verte volver. “No me voy, no me voy”, ahora era el eco de su propio pensamiento. Sonaba seguro.
Por: Eileen Sosin Martínez
De hecho, muchos emigrantes cubanos hacen lo que Marcos: deciden quedarse y desde aquí realizan todo el trámite correspondiente. La nueva legislación migratoria, vigente desde 2013, ampara esta opción; y ante los precedentes de demoras del proceso por vía consular, es más seguro si ya están “con los pies en la tierra”.
El Decreto-Ley 302 busca flexibilizar y ampliar las formas de repatriación. Así, el retorno va pasando de un fenómeno “excepcional”, a un derecho más de quienes residen en otros países.
Una investigación (1) del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales (CEMI), de la Universidad de La Habana, revela que entre enero de 2008 y septiembre de 2012, regresaron de modo definitivo a la capital 2 127 personas, provenientes de 60 naciones, principalmente Estados Unidos, España, Italia, Ecuador, México, República Dominicana, Chile y Venezuela.
Ello se debe a múltiples razones. Pero también porque el panorama en la Isla está cambiando. Quizás los de dentro lo perciban menos, pero quien está lejos advierte los contrastes de otra manera. “Cuando yo vine esto no estaba así”, comentaba Marcos al ver las luces y anuncios de tantos restaurantes, cafeterías y otros negocios privados.
Además, el “sueño americano” era eso mismo, un sueño. Lejos de trabajar para vivir, allá la cuestión era vivir para trabajar; rezando por no enfermarse, por no tener un accidente, por conservar el empleo… “Una cosa es lo que te dicen estando aquí, y otra lo que de verdad ocurre allá”.
Ir vs. Irse
Hace algunos años las autoridades y los académicos reconocen que la emigración cubana se acerca al estándar motivacional internacional, es decir, el fuerte sesgo político quedó en las oleadas migratorias de las décadas de 1960 y 1980. Actualmente las aspiraciones económicas y de desarrollo personal son las razones fundamentales para radicarse en otro país.
En sentido inverso, el propio estudio del CEMI indica que, entre los sujetos entrevistados como parte de la investigación, se aprecia que las dificultades económicas también constituyen la primera causa (66,6 %) para regresar, seguidas por la incapacidad de adaptarse a la forma de vida norteamericana (58,3 %), las situaciones familiares (16,6 %) y la nostalgia por su país (12,5 %).
Sin embargo, nadie dijo que fuera una decisión fácil. A la vuelta, después de una experiencia bastante diferente, Marcos notaba más las cosas que antes le molestaban: tener que hacer cola para casi todo, las carencias en la alimentación y el transporte, la burocracia… incluso el sol implacable de las tres de la tarde.
Entonces se topó de frente con un conflicto igual al de la mayoría de los migrantes: el “ni de aquí, ni de allá”, la sensación de no estar completo en ninguna parte. “Te vas, y tienes deseos de estar aquí; viras, y ya se te quitan las ganas”, decía, medio en broma, medio en serio.
La explicación del psicólogo Osmany Pérez confirma lo “normal” de tal estado de ánimo: “Muchos retornados se crean una imagen idealizada del país de origen, que a su regreso contrasta cuando los problemas resaltan con toda su crudeza”.
Por momentos, momentos de incertidumbre y desazón, Marcos escuchaba en su cabeza el eco del viejo tango: “Yo adivino el parpadeo / de las luces que a lo lejos / van marcando mi retorno… Volver / con la frente marchita…”. Como un disco rayado.
Y otra vez se vio sopesando los pros y los contras. De un lado: los “pocos” de esto y aquello, la sombra de las frustraciones, la familia que no acababa de entender, y ya iban pensando en que estarían un poco más apretados y que ahora no tendrían quien enviara remesas.
Del otro: esa misma familia, quererlos y sentirse querido; la posibilidad de crear su propio emprendimiento (¿un café?, ¿un bar?); la ilusión de volver a enamorarse… su país (suyo), una eterna promesa en sí mismo.
En últimas, siempre estaría la alternativa de viajar de nuevo, “hacer algún dinero por allá”, regresar, y así sucesivamente. Que ya pasaron los tiempos del “te vas o te quedas”, “por siempre jamás”. Hoy –contrario al refrán-, los ojos que te vieron ir, pueden verte volver. “No me voy, no me voy”, ahora era el eco de su propio pensamiento. Sonaba seguro.
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