Este 26 de Julio la alegría era palpable en cada
rostro espirituano. De seguro, muchos no pudieron dormir a la espera de
la partida hacia la plaza, o para no perderse un detalle de la jornada
frente al televisor.
Treinta años de espera había sido demasiado tiempo para un pueblo de tanta historia y tradiciones, que por demás, hace rato se creía merecedor de la sede de las actividades por el Día de la Rebeldía Nacional.
Más, el aguardo no resultó en vano. A fuerza de perseverar, llegó el día de la ansiada noticia, y con ella el huracán de trabajo en que se convirtió el territorio yayabero para transfigurar cada palmo de esta provincia.
Pintura por aquí, asfalto por allá y rehabilitaciones en todas partes. Como por arte de magia, escuelas, hospitales, fachadas de casas, centros culturales, turísticos y recreativos, entre otros espacios, cambiaron de rostro de la noche a la mañana.
Pero sin dudas, lo más importante ha sido la transformación de su gente, que al calor de la celebración muestra un gozo y una conducta diferente, con un orgullo por su ciudad digno de ser imitado.
Es que los hijos de la tierra de Serafín Sánchez, Cesar Salas y Teofilito, no han podido olvidar lo que era ese pueblo antes de 1959, y cuanto crecieron bajo la conducción de una figura, cuyo nombre ha estado a flor de labios en todos estos días: Fidel.
Él fue artífice y baluarte de la mayoría de las obras que levantan a Sancti Spíritus, un territorio que en pocos años dejó de ser cenicienta, para convertirse en lo que es hoy, una fortaleza de la Revolución en todos los terrenos.
Se han cumplido así los sueños de Serafín, aquel General de las tres guerras que tuvo tiempo para decir antes de caer abatido, «¡Me han matado! ¡No importa, qué siga la marcha!», una idea bien prendida entre los espirituanos.
Treinta años de espera había sido demasiado tiempo para un pueblo de tanta historia y tradiciones, que por demás, hace rato se creía merecedor de la sede de las actividades por el Día de la Rebeldía Nacional.
Más, el aguardo no resultó en vano. A fuerza de perseverar, llegó el día de la ansiada noticia, y con ella el huracán de trabajo en que se convirtió el territorio yayabero para transfigurar cada palmo de esta provincia.
Pintura por aquí, asfalto por allá y rehabilitaciones en todas partes. Como por arte de magia, escuelas, hospitales, fachadas de casas, centros culturales, turísticos y recreativos, entre otros espacios, cambiaron de rostro de la noche a la mañana.
Pero sin dudas, lo más importante ha sido la transformación de su gente, que al calor de la celebración muestra un gozo y una conducta diferente, con un orgullo por su ciudad digno de ser imitado.
Es que los hijos de la tierra de Serafín Sánchez, Cesar Salas y Teofilito, no han podido olvidar lo que era ese pueblo antes de 1959, y cuanto crecieron bajo la conducción de una figura, cuyo nombre ha estado a flor de labios en todos estos días: Fidel.
Él fue artífice y baluarte de la mayoría de las obras que levantan a Sancti Spíritus, un territorio que en pocos años dejó de ser cenicienta, para convertirse en lo que es hoy, una fortaleza de la Revolución en todos los terrenos.
Se han cumplido así los sueños de Serafín, aquel General de las tres guerras que tuvo tiempo para decir antes de caer abatido, «¡Me han matado! ¡No importa, qué siga la marcha!», una idea bien prendida entre los espirituanos.
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