Cuba
es uno de los países del mundo que festeja el Día de las Madres el
segundo domingo de mayo, pero la celebración de esta fecha varía de
acuerdo con el país
«Uno llora», dice Yarisleidis Castillo Llanes, mientras se le encoge el pecho, «porque yo ya había desistido…».
Así cuenta quien un día dejó de creer en imposibles. Parecía que el destino le había jugado una mala pasada, pero sus deseos de ser madre podrían más que cualquier contratiempo. Emprendió rumbo, sin pensarlo dos veces, gracias a una compañera de trabajo que le habló de la posibilidad, de que en el hospital Hermanos Ameijeiras lo lograría. «Vamos, le aseguró, yo te voy a ayudar».
Hoy, en una pequeña oficina de un grupo de defensa antiaérea, donde Yarisleidis es jefa de logística, cuenta una historia que habla de grandes sacrificios y oportunidades, que habla de ser madre, o lo que es lo mismo, de la Revolución.
«Es gracias a este país, porque fue una fertilización in vitro, como le dicen, los “niños probeta”. No pensaba tenerla y ahí está. Es lo más grande que tengo».
Aquella mañana fueron a 17 y D, «donde estaba la comisión que atendía los casos», ella y su compañera de trabajo. Recuerda la enorme cola, el nerviosismo, a una doctora llamada Sara, siquiatra del equipo. Le explicó a la especialista lo mismo que hoy me explica a mí: «Estoy operada de un Nic 3; el doctor me dejó un pedacito del cuello del útero porque le dije que quería tener hijos; buscándolos tuve dos embarazos ectópicos, en uno me dio un preinfarto, casi me muero».
–Traiga un resumen médico del hospital Naval, y vamos a empezar a hacerle todas las pruebas–, le dijo la doctora.
En aquel entonces, Yarisleidis tenía 31 años. Al pasar los exámenes de rigor, llegó al Hermanos Ameijeiras. «Es un proceso muy difícil, de alegría, pero también triste y agotador», admite con nostalgia, y vuelve al recuerdo, al agradecimiento, y habla de la calidad de los doctores, de la endocrina, de una doctora llamada Kenia.
«Empezamos el proceso. Mi esposo me acompañó a todas las consultas». Sutil, ella introduce a Yoandris en el diálogo. Yoandris es el padre, a quien un día, ante la desesperanza, ella le convidó a desistir, a buscar otra familia, otra esposa… Sin embargo, él no lo admitió, y fue –y todavía lo es– su mano derecha.
«En el trabajo también me ayudaron muchísimo –reconoce–. Mi jefe me dijo “tómate tu tiempo”. Me hicieron varias pruebas hasta que me empezaron a poner hormonas.
Cuando te extraen los óvulos no sientes nada, porque es con anestesia general. Luego es otra espera, la de si fecunda tu óvulo con el espermatozoide de tu esposo».
«Te dicen que te llaman al día siguiente por la mañana. Yo vi que eran las diez y no me llamaban. Cuando sonó el teléfono, era la una menos 20. Yo estaba llorando en mi casa. Mi mamá fue la que contestó. Le dijeron que tenía que estar el lunes en el hospital para hacerme el proceso de implante. Eso fue una contentura en todo el barrio, la gente tocando tambores. Imagínate, ¡qué felicidad! El lunes me hicieron el proceso de implante».
Luego, «fui a hacerme la primera “veta”, y al otro día me llamaron confirmando que traía gemelos. Pero al tercer mes perdí uno, y se quedó la pequeña Naomi.
«Este proceso implica un gasto al país enorme, todas las vacunas que te ponen son gratis, nada te lo cobran. En el hospital González Coro me ingresaron a las 36 semanas. Cuando me la enseñaron, cuando la tuve en mis brazos, imagínese usted…». A Yarisleidis se le humedecen los ojos.
Y detrás de la madre que acaricia cada noche la frente de la niña «conversadora, avispada e inteligente» de solo tres años, está la persona que garantiza todos los insumos de una unidad de combate. «Porque mientras las personas duermen nosotros estamos cuidando su sueño, la Revolución».
–¿Cómo definirías la «profesión» de ser madre?
–Difícil, pero precioso. Agotador, pero maravilloso. A veces triste, pero reconfortante. Es todo: la vida.
***
Suena el reloj a las 5 y 40 de la mañana. Comienza la rutina de Alicelis Ortiz Fuentes, jefa de intendencia en una unidad militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Preparar el desayuno, y todo lo necesario para la escuela de su hija menor, es el comienzo de su doble jornada laboral.
De vuelta al trabajo, debe asegurar el vestuario, la alimentación, los medios y utensilios técnicos para el mantenimiento, conservación y elaboración de los alimentos de su unidad, entre otras tareas.
El día parece que transcurre volando con tantas responsabilidades. Pero llega la tarde. Comienza el ritual de regresar a la cocina y arreglarlo todo para el día siguiente, y después el momento de hacer lo que más disfruta: acostarse junto a sus hijas Arleti y Darlet –una de diez y otra de 14 años–, leer, reír, conversar.
«Tengo por costumbre que les leo todos los días. En el caso de la mayor, hablo con ella cosas de la adolescencia, sobre la importancia de que los hijos tengan confianza en sus padres. A la más chiquita le digo que tiene que portarse bien, ayudar a la maestra».
Alicelis no pensó que ser madre fuera a ser «tan complejo» y a la vez «tan grande».
«Uno trata de educarlos con valores y principios que les sirvan para la vida. Hay profesiones que te permiten dedicarles más tiempo. Pero cuando se trata de la defensa de la Patria, resulta un poco más complicado».
«El domingo, por ejemplo», me dice, «es uno de los días que no voy a poder ir a mi casa. Desde ayer les dije que toda la familia tiene que cooperar. Ellas me contestan: “sí, sí, mami, ya sabemos lo que tenemos que hacer”. Yo no puedo quejarme, porque mis hijas me ayudan en todo. He tenido que educarlas en esa responsabilidad, en el sentido de la cooperación, en que ellas son importantes, pero el trabajo que realizamos es importante para la Revolución».
***
Él un día se fue. Sencillamente se fue. Y hubo un tiempo en que Mercedes Rodríguez Ferguson, para lograr el sustento de la economía de su hogar, debía tener dos trabajos, uno de ellos como enfermera de una brigada de defensa antiaérea, donde hoy todavía labora.
«Yo tuve una vida muy agitada. Mi esposo me dejó con la niña muy chiquita, y tuve que batirme sola, con ella y mi trabajo».
Vinieron momentos difíciles. Recuerda, por ejemplo, cómo cada mañana debía levantarse muy temprano para viajar desde Managua hasta Santiago de las Vegas, donde estaba el círculo de la pequeña, y luego regresar a buscarla a las cinco de la tarde. «Después tenía que llegar a la casa, atenderla, hacerle la comida, todo yo sola».
Pero Mercedes nunca bajó los brazos. De hecho, su mirada dice tanto de la fuerza de una guerrera, como de la ternura de una madre. Cuando habla de su hija, el rostro se le encandila. «Se llama Milena. Estudia en los Camilitos de Mayabeque, está en 12 grado, «es lo más sagrado que tengo», «lo más lindo».
Sin embargo, durante muchos años Mercedes no quiso tener hijos. «La tuve casi a los 35. Tenía una situación económica muy desfavorable, y mi vida estaba enmarcada en mi unidad, que la amo. Mi trabajo era muy activo, me gustaba mucho. A veces me impedía tener una relación estable.
«Pero llegó el momento en que tenerla fue una necesidad. Si no tienes hijos, no te multiplicas, dejas esta vida sin nada. Cuando por fin la tuve mi vida cambió por completo. Es algo realmente hermoso saber que esa semillita, que nació de ti, va creciendo poco a poco con tus enseñanzas… Sin duda, mi hija me hizo mejor persona».
Por eso a la par de sus tareas en la unidad, entre ellas «atender a parte de la tropa, cumplir las indicaciones de la doctora, asistir a algunas maniobras, realizar acciones de superación…», siempre ha priorizado el espacio para cuidar de su hija. «Porque ella está ante todo», admite.
«Nunca me pidió más de lo que yo pude darle. La he criado en los principios de nuestra Revolución, como una niña de bien». Su rostro vuelve a encandilarse.
Pero Mercedes debe regresar al puesto médico. Alguna tarea estará por realizarse. Se le ve caminar por estos predios como si fuera su propia casa. Los conoce desde que solo tenía la edad de Milena. Entonces se va, sencillamente se va, a cumplir con el deber.
Así cuenta quien un día dejó de creer en imposibles. Parecía que el destino le había jugado una mala pasada, pero sus deseos de ser madre podrían más que cualquier contratiempo. Emprendió rumbo, sin pensarlo dos veces, gracias a una compañera de trabajo que le habló de la posibilidad, de que en el hospital Hermanos Ameijeiras lo lograría. «Vamos, le aseguró, yo te voy a ayudar».
Hoy, en una pequeña oficina de un grupo de defensa antiaérea, donde Yarisleidis es jefa de logística, cuenta una historia que habla de grandes sacrificios y oportunidades, que habla de ser madre, o lo que es lo mismo, de la Revolución.
«Es gracias a este país, porque fue una fertilización in vitro, como le dicen, los “niños probeta”. No pensaba tenerla y ahí está. Es lo más grande que tengo».
Aquella mañana fueron a 17 y D, «donde estaba la comisión que atendía los casos», ella y su compañera de trabajo. Recuerda la enorme cola, el nerviosismo, a una doctora llamada Sara, siquiatra del equipo. Le explicó a la especialista lo mismo que hoy me explica a mí: «Estoy operada de un Nic 3; el doctor me dejó un pedacito del cuello del útero porque le dije que quería tener hijos; buscándolos tuve dos embarazos ectópicos, en uno me dio un preinfarto, casi me muero».
–Traiga un resumen médico del hospital Naval, y vamos a empezar a hacerle todas las pruebas–, le dijo la doctora.
En aquel entonces, Yarisleidis tenía 31 años. Al pasar los exámenes de rigor, llegó al Hermanos Ameijeiras. «Es un proceso muy difícil, de alegría, pero también triste y agotador», admite con nostalgia, y vuelve al recuerdo, al agradecimiento, y habla de la calidad de los doctores, de la endocrina, de una doctora llamada Kenia.
«Empezamos el proceso. Mi esposo me acompañó a todas las consultas». Sutil, ella introduce a Yoandris en el diálogo. Yoandris es el padre, a quien un día, ante la desesperanza, ella le convidó a desistir, a buscar otra familia, otra esposa… Sin embargo, él no lo admitió, y fue –y todavía lo es– su mano derecha.
«En el trabajo también me ayudaron muchísimo –reconoce–. Mi jefe me dijo “tómate tu tiempo”. Me hicieron varias pruebas hasta que me empezaron a poner hormonas.
Cuando te extraen los óvulos no sientes nada, porque es con anestesia general. Luego es otra espera, la de si fecunda tu óvulo con el espermatozoide de tu esposo».
«Te dicen que te llaman al día siguiente por la mañana. Yo vi que eran las diez y no me llamaban. Cuando sonó el teléfono, era la una menos 20. Yo estaba llorando en mi casa. Mi mamá fue la que contestó. Le dijeron que tenía que estar el lunes en el hospital para hacerme el proceso de implante. Eso fue una contentura en todo el barrio, la gente tocando tambores. Imagínate, ¡qué felicidad! El lunes me hicieron el proceso de implante».
Luego, «fui a hacerme la primera “veta”, y al otro día me llamaron confirmando que traía gemelos. Pero al tercer mes perdí uno, y se quedó la pequeña Naomi.
«Este proceso implica un gasto al país enorme, todas las vacunas que te ponen son gratis, nada te lo cobran. En el hospital González Coro me ingresaron a las 36 semanas. Cuando me la enseñaron, cuando la tuve en mis brazos, imagínese usted…». A Yarisleidis se le humedecen los ojos.
Y detrás de la madre que acaricia cada noche la frente de la niña «conversadora, avispada e inteligente» de solo tres años, está la persona que garantiza todos los insumos de una unidad de combate. «Porque mientras las personas duermen nosotros estamos cuidando su sueño, la Revolución».
–¿Cómo definirías la «profesión» de ser madre?
–Difícil, pero precioso. Agotador, pero maravilloso. A veces triste, pero reconfortante. Es todo: la vida.
***
Suena el reloj a las 5 y 40 de la mañana. Comienza la rutina de Alicelis Ortiz Fuentes, jefa de intendencia en una unidad militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Preparar el desayuno, y todo lo necesario para la escuela de su hija menor, es el comienzo de su doble jornada laboral.
De vuelta al trabajo, debe asegurar el vestuario, la alimentación, los medios y utensilios técnicos para el mantenimiento, conservación y elaboración de los alimentos de su unidad, entre otras tareas.
El día parece que transcurre volando con tantas responsabilidades. Pero llega la tarde. Comienza el ritual de regresar a la cocina y arreglarlo todo para el día siguiente, y después el momento de hacer lo que más disfruta: acostarse junto a sus hijas Arleti y Darlet –una de diez y otra de 14 años–, leer, reír, conversar.
«Tengo por costumbre que les leo todos los días. En el caso de la mayor, hablo con ella cosas de la adolescencia, sobre la importancia de que los hijos tengan confianza en sus padres. A la más chiquita le digo que tiene que portarse bien, ayudar a la maestra».
Alicelis no pensó que ser madre fuera a ser «tan complejo» y a la vez «tan grande».
«Uno trata de educarlos con valores y principios que les sirvan para la vida. Hay profesiones que te permiten dedicarles más tiempo. Pero cuando se trata de la defensa de la Patria, resulta un poco más complicado».
«El domingo, por ejemplo», me dice, «es uno de los días que no voy a poder ir a mi casa. Desde ayer les dije que toda la familia tiene que cooperar. Ellas me contestan: “sí, sí, mami, ya sabemos lo que tenemos que hacer”. Yo no puedo quejarme, porque mis hijas me ayudan en todo. He tenido que educarlas en esa responsabilidad, en el sentido de la cooperación, en que ellas son importantes, pero el trabajo que realizamos es importante para la Revolución».
***
Él un día se fue. Sencillamente se fue. Y hubo un tiempo en que Mercedes Rodríguez Ferguson, para lograr el sustento de la economía de su hogar, debía tener dos trabajos, uno de ellos como enfermera de una brigada de defensa antiaérea, donde hoy todavía labora.
«Yo tuve una vida muy agitada. Mi esposo me dejó con la niña muy chiquita, y tuve que batirme sola, con ella y mi trabajo».
Vinieron momentos difíciles. Recuerda, por ejemplo, cómo cada mañana debía levantarse muy temprano para viajar desde Managua hasta Santiago de las Vegas, donde estaba el círculo de la pequeña, y luego regresar a buscarla a las cinco de la tarde. «Después tenía que llegar a la casa, atenderla, hacerle la comida, todo yo sola».
Pero Mercedes nunca bajó los brazos. De hecho, su mirada dice tanto de la fuerza de una guerrera, como de la ternura de una madre. Cuando habla de su hija, el rostro se le encandila. «Se llama Milena. Estudia en los Camilitos de Mayabeque, está en 12 grado, «es lo más sagrado que tengo», «lo más lindo».
Sin embargo, durante muchos años Mercedes no quiso tener hijos. «La tuve casi a los 35. Tenía una situación económica muy desfavorable, y mi vida estaba enmarcada en mi unidad, que la amo. Mi trabajo era muy activo, me gustaba mucho. A veces me impedía tener una relación estable.
«Pero llegó el momento en que tenerla fue una necesidad. Si no tienes hijos, no te multiplicas, dejas esta vida sin nada. Cuando por fin la tuve mi vida cambió por completo. Es algo realmente hermoso saber que esa semillita, que nació de ti, va creciendo poco a poco con tus enseñanzas… Sin duda, mi hija me hizo mejor persona».
Por eso a la par de sus tareas en la unidad, entre ellas «atender a parte de la tropa, cumplir las indicaciones de la doctora, asistir a algunas maniobras, realizar acciones de superación…», siempre ha priorizado el espacio para cuidar de su hija. «Porque ella está ante todo», admite.
«Nunca me pidió más de lo que yo pude darle. La he criado en los principios de nuestra Revolución, como una niña de bien». Su rostro vuelve a encandilarse.
Pero Mercedes debe regresar al puesto médico. Alguna tarea estará por realizarse. Se le ve caminar por estos predios como si fuera su propia casa. Los conoce desde que solo tenía la edad de Milena. Entonces se va, sencillamente se va, a cumplir con el deber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario