Hoy, en 2019, los medios de comunicación son más poderosos. Los recursos para pagar mercenarios al servicio de la mentira contra Cuba son cuantiosos. Pero el propósito de Estados Unidos es el mismo de 1959: destruir la Revolución.
En aquel enero luminoso del primer año del triunfo revolucionario, cuando el naciente Gobierno cumplía con uno de los compromisos morales de mayor demanda, el juicio contra los connotados terroristas, criminales y torturadores, causantes del dolor y luto de todo un pueblo, el avispero imperial se revolvió y desde Estados Unidos, el Gobierno que ya había acogido allí a centenares de asesinos que huyeron de Cuba, empezó una feroz campaña de descrédito contra la Isla.
Fidel, el genio triunfante que por esos días había llegado a la capital al frente de la Caravana de la Libertad, se percató rápidamente del objetivo que Washington escondía detrás de tantas mentiras y manipulación.
Primero, los días 13, 15 y 16 de enero, en comparecencias públicas, el Jefe de la Revolución recordó cómo la prensa y el Gobierno estadounidenses silenciaron los crímenes de la dictadura de Batista y luego del triunfo revolucionario, la emprendían contra las primeras y necesarias medidas que se adoptaban contra los autores de tales fechorías del Gobierno recién derrotado.
El pueblo, que no solo pedía, sino que exigía justicia, se concentró acudiendo al llamado de su líder y casi un millón de cubanos se congregaron frente a la terraza norte del Palacio Presidencial.
Con ello se ponía en marcha la Operación Verdad. Allí estaban 380 periodistas extranjeros que acudieron a la convocatoria, así como el Cuerpo Diplomático y otros invitados.
En un momento de su intervención, Fidel expresó: «Los que estén de acuerdo con la justicia que se está aplicando, los que estén de acuerdo con que los esbirros sean fusilados, que levanten la mano (la multitud levanta la mano unánimemente). Señores representantes del cuerpo diplomático, señores periodistas de todo el continente, el jurado de un millón de cubanos de todas las ideas y de todas las clases sociales, ha votado».
El mundo reconoció que aquel acto era el gran jurado del pueblo que decía sí a la justicia revolucionaria. Era el 21 de enero de 1959 y la Revolución sintió cómo su pueblo le brindaba todo el respaldo.
Fidel aseguraba desde entonces: «Yo no tengo que rendir cuentas a ningún congresista de los Estados Unidos ni a ningún gobierno extranjero. Yo les rindo cuentas a los pueblos, en primer lugar, a mi pueblo».
Respondía así a un grupo de congresistas norteamericanos que se oponían –¡con qué derecho!– al enjuiciamiento de los criminales de guerra batistianos y solicitaban que el Departamento de Estado interviniera en el asunto.
De aquellos días vienen las sanciones económicas contra nuestro país, primero con la suspensión de la cuota azucarera, luego el bloqueo comercial, y si era preciso el envío de tropas.
Al otro día, el 22 de enero, se realizó en los salones del hotel Riviera, en La Habana, lo que el Comandante llamó la conferencia de prensa más grande del mundo.
Periodistas y analistas de aquel hecho inédito resaltan el antecedente de que dos grandes agencias norteamericanas de noticias –Associated Press y United Press–, junto a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y varios congresistas estadounidenses, desataron la más infame e injusta de las campañas contra la Isla.
Fidel convocó a La Habana a todos los periodistas foráneos que quisieran conocer la realidad cubana, hecho que ha pasado a la historia con el nombre de Operación Verdad.
En un artículo publicado al respecto, el colega Juan Marrero recuerda que, al regresar a sus países, muchos de los periodistas que vinieron a Cuba no pudieron publicar lo que escribieron. Algunos fueron desde entonces amigos y colaboradores cercanos de nuestro proceso, aunque les costaría quedarse sin empleos y ser perseguidos.
Periódico Granma
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