Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

sábado, 10 de octubre de 2015

Carlos Manuel de Céspedes, padre fundador de la nación cubana

Carlos Manuel de Céspedes, abogado y propietario del ingenio Demajagua, irrumpió co­mo líder político-militar de Cuba el 10 de octubre de 1868, al asumir la trascendental responsabilidad de iniciar y encabezar la dirección de la primera guerra contra España por la independencia nacional, cuando aún la gran ma­yoría de los cubanos no estaba persuadida de que la lucha armada era la única vía para acabar con la dominación colonial.
El Padre de la Patria nació en Bayamo el 18 de abril de 1819 y al momento de proclamar la independencia contaba con 49 años de edad. Según relatan algunos de sus correligionarios y allegados, poseía una vasta cultura, era li­cen­­ciado en derecho, gozaba de una recia y carismática personalidad y tenía un valor personal a toda prueba, demostrado en diferentes circunstancias antes del alzamiento.
Sus biógrafos apuntan que fue en España donde comenzó a manifestar sus primeras inquietudes políticas, participando en la conspiración para derrocar al general Espartero, quien —por recibir los favores de Isabel II— go­bernaba tras el trono; y que en la Península también compartió ideas y actividades revolucionarias con el militar español de pensamiento liberal Juan Prim. Por estos años de 1840, Cés­pedes, estudiante de Derecho de la Uni­ver­si­dad Li­teraria de Cervera, Barcelona, se su­mó a las mi­licias ciudadanas con el grado de ca­pitán.
El investigador Rafael Acosta de Arriba, va­lorando al joven Céspedes a su regreso de Eu­ropa, precisa:
“ya no es el mismo joven provinciano que partió a completar sus estudios de Abogado del Reino como se decía entonces. Es un mo­zalbete que ha sido tocado por el desarrollo de la modernidad, por el debate de las ideas, por el liberalismo que, junto al impetuoso desarrollo capitalista, conduce a la mayor parte de los países visitados por sendas de crecimiento acelerado. Re­gresa a una colonia con un vetusto sistema de plantaciones y con la esclavitud como mácula moral y evidente freno económico al desarrollo capitalista. El contraste no puede ser más escandaloso”.
Céspedes, imbuido de esa experiencia y de los conocimientos adquiridos en Europa, des­de su llegada a la Isla vivió momentos políticos de suma gravedad como fueron: los in­tentos de invasión que desde los Estados Uni­dos protagonizó Narciso López, —que cul­mi­naron con la muerte de este último—; su destierro y prisión en Santiago de Cuba en los primeros años de la década del cincuenta y la agudización de las contradicciones con la me­trópoli en temas económicos y políticos, que demostraban que las reformas no eran la vía para solucionarlos. Este contexto lo llevó a unirse a las actividades conspirativas encabezadas por Fran­cisco Vicente Aguilera, quien junto a un grupo importante de patriotas ha­bía comenzado a fraguar la idea de iniciar un levantamiento armado para expulsar a Es­p­a­ña de Cuba.
Durante el proceso conspirativo, Céspedes se percató de que la Isla se encontraba en una coyuntura histórica excepcional para iniciar la insurrección. Eran tiempos de efervescencia política en España al calor de la asonada militar que derrocó a Isabel II y dio paso a un go­bierno provisional de corte liberal en la Pe­nín­sula.
Estos acontecimientos favorecían en la Is­la a las fuerzas patrióticas de ideas independentistas que conspiraban desde 1867. La crisis de poder por la que atravesaba España no podía soslayarse por constituir una premisa de gran peso al estar sus principales dirigentes en­vueltos en una revuelta interna. Es por ello que Cés­pe­des, a pesar de no haber logrado consenso para iniciar un levantamiento armado de forma si­multánea, propuso adelantarlo en la reunión efectuada el 6 de octubre en la finca “El Ro­sa­rio”. Allí fue elegido jefe único con plenas facultades para dirigir la guerra.
La convocatoria de Céspedes de adelantar el levantamiento tuvo un respaldo inmediato, a pesar del fracaso de ocupar el poblado de Ya­ra. Acto seguido se incorporaron nuevas fuer­zas, se ocupó Barrancas y, exactamente a los diez días de comenzada la guerra, se conquistaba la ciudad de Bayamo.
En las semanas siguientes la insurrección se extendió a una gran parte del Valle del Cauto y simultáneamente a las jurisdicciones de Ji­gua­ní, Santa Rita, Baire, Las Tunas, el Dátil y Gua­yacán del Naranjo. También se conocía de la pre­sencia de tropas insurrectas en Gua, Ji­ba­coa, Portillo, El Hormiguero, Baire, Cerro Pe­lado, El Cobre y Barrancas. El ejemplo se ex­tendió a Camagüey, —que se levantó en armas el 4 de noviembre en Las Clavellinas— y llegó a los villaclareños, quienes se incorporaron a la insurrección el 6 de febrero de 1869 con  4 000 hombres y proclamaron la independencia de España.
Las ideas políticas, éticas, morales y revolucionarias de Céspedes y de los hombres que lo acompañaron en la lucha, quedaron reflejadas en el acta que se levantó en la mencionada reunión y retomadas después en el M­a­nifiesto que se dio a conocer en De­majagua con el estallido revolucionario el 10 de octubre de 1868. En este documento se anunciaba el comienzo de una guerra justa, anticolonial y antiesclavista y, ade­más, se exponían las causas políticas, económicas y sociales que justificaban la decisión de recurrir a la lucha armada para eliminar la dominación colonial. Asi­mismo, se dio a conocer el proyecto político que rompía con las ideas reformistas, anexionistas y autonomistas para lograr, simultáneamente con la liberación nacional del yugo español, la abo­lición de la esclavitud. El 10 de octubre abrió una época de revolución política y social en Cuba.
La proclamación del inicio de la lucha ar­mada como la vía para obtener la independencia, con los recursos y fuerzas internas, sin presencia de tropas extranjeras y con el propósito de eliminar la esclavitud, constituyó en el plano estratégico, sin lugar a dudas, el aporte más significativo del pensamiento político-mi­litar de Carlos Manuel de Céspedes.
En Bayamo se instituyó la forma militar de gobierno, homologándose el mando supremo del gobierno provisional revolucionario con la máxima autoridad colonial de la Isla. Sobre la decisión de nombrar a Céspedes General en Je­fe, José Martí expresó que, tanto Céspedes co­­mo quienes lo eligieron, pensaban “que la au­toridad no debía estar dividida, [pues] la unidad de mando era la salvación de la revolución [ya] que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos. Él tenía un fin rápido, la independencia”.
La decisión tomada por los patriotas orientales, de mantener el poder político y militar en una sola persona para dirigir la insurrección, no fue aceptada por los patriotas camagüeyanos, al considerar que se había establecido una dictadura en el Departamento oriental, y por tal razón, no aceptaron su jefatura. Esta posición constituyó el primer obstáculo que debió enfrentar la insurrección en esos primeros meses, e imposibilitó su generalización a otros departamentos.
Después de la pérdida e incendio de Ba­ya­mo, Céspedes, con el objetivo de buscar la unidad y salvar la revolución, cedió a las exigencias del Comité de Camagüey y aceptó, en Guáimaro, la constitución de un gobierno re­publicano en abril de 1869. Por sus innegables méritos acumulados al frente de la insurrección desde el mes de octubre, Céspedes fue pro­clamado presidente de esa república. José Mar­tí, al reflexionar años después sobre los he­chos trascendentales de la guerra iniciada el 10 de octubre de 1868, escribió en sus no­tas, con respecto a la Asamblea de Guái­maro:
“[…] hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y Oriente. Aquella ha­­bía tomado la forma republicana; esta la militar. Céspedes se plegó a la forma del Centro. No lo creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio —lo que nadie sacrifica— […] los dos tenían ra­zón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente […]”
Con Céspedes nació de las entrañas del pueblo un nuevo tipo de ejército en la escena política de Cuba, una institución armada destinada a dar cumplimiento al proyecto político proclamado en Demajagua y, por tanto, la an­títesis del ejército colonial español creado para defender y proteger las cuantiosas riquezas e intereses de la metrópoli y de la oligarquía pe­ninsular y criolla, lo cual incluía la permanencia de la esclavitud.
Al Ejército Liber­ta­dor po­día integrarse cualquier ciudadano del país, in­dependientemente de su clase so­cial, color de la piel, y nacionalidad; solo se exigía un compromiso: combatir con las armas en la mano al colonialismo español y luchar por la total independencia de la Isla.
Este ejército fue la primera institución ge­nui­namente cubana creada por la revolución, ba­jo la dominación colonial, y por lo tanto se convertiría desde ese momento y por siempre, en centinela insomne de la soberanía y la independencia de Cu­ba. Su fundador y primer Ge­neral en Jefe fue el abogado bayamés Carlos Ma­nuel de Cés­pe­des y del Castillo. Con él también na­ció el himno y la bandera independiente de la patria, frente al him­no y la bandera es­pa­ñola, e irrumpió el pe­riódico El Cubano Li­bre, primer periódico in­dependentista pu­bli­cado en Cuba.
Céspedes, quien desde el 10 de octubre de 1868 ocupó el mando político-militar de la Re­volución hasta su deposición por la Cámara de Representantes en 1873, enfrentó a cuatro Ca­pitanes Generales con una larga hoja de servicio militar y experiencia combativa: los tenientes Generales Francisco Lersundi y Or­mae­chea, Domingo Dulce y Garay, Antonio Fer­nán­dez Caballero de Rodas y Blas Villate de la Hera.
Todos ellos emplearon sus mejores recursos militares y políticos para tratar de liquidar la insurrección por medio de la violencia, concentrando miles de soldados de tropas regulares y jefes experimentados, o enviando comisiones para intentar lograr la pacificación, pe­ro no consiguieron doblegar la voluntad de Cés­pedes, que no concebía la paz sin la independencia de Cuba, convicción que defendió hasta su muerte en un fatal y desigual combate el 27 de febrero de 1874, en San Lorenzo.
Prueba irrebatible de esta convicción pa­trió­tica, es su posición frente al enemigo cuando este toma de rehén a su hijo Oscar para presionarlo. El joven con 21 años y el grado de Te­niente, fue hecho prisionero por las fuerzas que estaban bajo el mando del entonces Capitán General Antonio Caballero de Rodas y este le propuso, a cambio de salvar la vida de su hijo, que depusiera las armas, y le garantizaba la salida del país por el lugar que él escogiera.
Ante la disyuntiva, Cés­pedes le respondió en carta del 2 junio de 1870:
“Duro me hace pensar que un militar digno y pundonoroso como V. E, pueda permitir semejante venganza, si no acato su voluntad, pero si así lo hiciere, Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueren por nuestras libertades patrias.”
Fue por su accionar patriótico, su vertical con­­ducta frente al enemigo defendiendo la in­dependencia, su ejemplo personal en la dirección de una revolución que cambió para siempre el curso de la Historia de Cuba, que a Carlos Manuel de Céspedes el imaginario popular le otorgó, como agradecimiento, el título de Padre de la Patria.

*Máster en Ciencias e investigador del Instituto de Historia de Cuba

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