La historia recoge su sepelio como una de las mayores muestras de dolor y rebeldía…
EXCLUSIVO
- Biografía de Jesús Menéndez Larrondo: Líder de los trabajadores azucareros cubanos. Militante comunista. Combativo líder obrero, quien a lo largo de su vida tuvo una destacada trayectoria de lucha a favor de los intereses de los trabajadores. Tuvo una inclaudicable posición frente a los terratenientes y magnates industriales de la época. Murió asesinado por los poderosos intereses a los que se enfrentó resueltamente. Nicolás Guillén lo nombró “ El General de las Cañas”.
Jesús Menéndez fue un hombre de pueblo,
definitivamente. De esos hombres sencillos que nacen un día y se hacen
grandes porque llevan en sí muchos otros hombres, como nuestro Camilo.
Y es que nuestro país, nuestra historia, nos ha enseñado a darle valor a sus hijos, no por lo que tenían desde la cuna, sino por lo que han sido capaces de forjar y crear por sí mismos, dándolo todo, hasta esas pequeñas cosas que forman a los gigantes.
Fue un hombre valiente, digno, orgulloso de su esencia humilde y trabajadora, que lo hizo ganarse un reconocimiento y llegar a ser un líder muy especial, de esos que dice lo que piensa y actúa como tal.
Conocía como nadie los temas del campo, de la industria azucarera que le penetró en la sangre desde el propio día en que sus padres lo trajeron a este mundo allá por 1911 en Encrucijada, entonces provincia de Las Villas. Y en aquella vivienda rural, de techo de guano y tabla de palma, oyó hablar de mambises, de lucha por la libertad, por la abolición de la esclavitud, del valor del trabajo, ese que muy pronto conocería por él mismo.
Siendo apenas un niño fue vendedor ambulante, machetero, trabajador en escogidas de tabaco y todo eso, sin abandonar la parcela familiar, porque ni en los “tiempos muertos” de las zafras de entonces podía estar sin trabajar para ayudar a sustentar su familia.
A los 17 años, cuando finalmente logra una plaza fija en el Central Constancia, comienza una larga etapa de lucha por los derechos de los trabajadores azucareros y de la economía cubana en general, a la que estudió y defendió dentro y fuera de Cuba.
Sus dotes de líder, su entrega al trabajo y su solidaridad con los hombres y mujeres humildes de su pueblo, lo convirtieron en un luchador contra la tiranía de Gerardo Machado, como Secretario General de los Trabajadores del Central. Fue el organizador de la Liga Juvenil Comunista dentro del núcleo del Partido Unión Revolucionaria de Encrucijada, organizó el frente sindical en Sagua La Grande y en toda su provincia.
Tuvo, además, una gran participación en la radicalización del movimiento obrero cubano y la creación de sus principales estructuras y organizaciones, como el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera (SNOIA) y la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), participando en el IV Congreso Obrero y siendo electo vicepresidente del gremio de los escogedores en su pueblo natal.
Pero su lucha apenas comenzaba. Fundó entonces junto a Lázaro Peña la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), participó en la organización del Sindicato Nacional de los Trabajadores Azucareros y se convirtió en su líder nacional. Fundó la Federación Nacional de Obreros Azucareros y fue elegido en 1940 como Representante a la Cámara.
Así, sin descansar un instante, creó en 1942 una Revista para divulgar los principales problemas que aquejaban y discutía la clase obrera del sector azucarero, resaltando siempre la importancia de la unidad, de la organización de los trabajadores en el reclamo de sus derechos y contribuyó de forma decisiva en la creación de una conciencia revolucionaria.
Enfrentó posiciones entreguistas, a ricos terratenientes y capitalistas extranjeros que solo pretendían sacar provecho del sudor de los trabajadores. Y logró la retribución de las vacaciones para los obreros azucareros, que se reconociera la maternidad de las mujeres obreras, la creación de una Caja de Retiro y Asistencia social de los trabajadores del sector y que se les concediera el Diferencial azucarero, denunciando en el propio seno de Estados Unidos la creación de una Ley en el congreso norteamericano que dañaba la cuota azucarera cubana.
Defendió también el pago de horas extras a los trabajadores, que se aumentara el salario mínimo, que se aprobara el retiro y se tomaran medidas para la higienización de los bateyes, defendiendo en todos los ámbitos con el mismo ahínco, no solo los derechos de la clase obrera, sino también de la economía cubana y la propia dignidad de la Patria que lo vio nacer y forjarse en la lucha.
Jesús Menéndez no podía seguir viviendo, había hecho ya demasiado daño a los intereses de los gobiernos cubanos de turno, corruptos y serviles a las empresas norteamericanas que dictaban el capital. Y era un negro, un comunista, un líder, un luchador querido y seguido por el pueblo, por miles en toda Cuba.
Y lo mataron, al menos físicamente. La historia recoge su sepelio como una de las concentraciones y muestras de dolor, de rebeldía, más grandes de nuestra historia. Desde entonces se alzó a la gloria, vibró más su luz, levantó más al pueblo, dijo a los trabajadores que su lucha sería para siempre, larga y compleja, pero necesaria, propia, con ellos como protagonistas, con sus derechos como bandera.
Y es que nuestro país, nuestra historia, nos ha enseñado a darle valor a sus hijos, no por lo que tenían desde la cuna, sino por lo que han sido capaces de forjar y crear por sí mismos, dándolo todo, hasta esas pequeñas cosas que forman a los gigantes.
Fue un hombre valiente, digno, orgulloso de su esencia humilde y trabajadora, que lo hizo ganarse un reconocimiento y llegar a ser un líder muy especial, de esos que dice lo que piensa y actúa como tal.
Conocía como nadie los temas del campo, de la industria azucarera que le penetró en la sangre desde el propio día en que sus padres lo trajeron a este mundo allá por 1911 en Encrucijada, entonces provincia de Las Villas. Y en aquella vivienda rural, de techo de guano y tabla de palma, oyó hablar de mambises, de lucha por la libertad, por la abolición de la esclavitud, del valor del trabajo, ese que muy pronto conocería por él mismo.
Siendo apenas un niño fue vendedor ambulante, machetero, trabajador en escogidas de tabaco y todo eso, sin abandonar la parcela familiar, porque ni en los “tiempos muertos” de las zafras de entonces podía estar sin trabajar para ayudar a sustentar su familia.
A los 17 años, cuando finalmente logra una plaza fija en el Central Constancia, comienza una larga etapa de lucha por los derechos de los trabajadores azucareros y de la economía cubana en general, a la que estudió y defendió dentro y fuera de Cuba.
Sus dotes de líder, su entrega al trabajo y su solidaridad con los hombres y mujeres humildes de su pueblo, lo convirtieron en un luchador contra la tiranía de Gerardo Machado, como Secretario General de los Trabajadores del Central. Fue el organizador de la Liga Juvenil Comunista dentro del núcleo del Partido Unión Revolucionaria de Encrucijada, organizó el frente sindical en Sagua La Grande y en toda su provincia.
Tuvo, además, una gran participación en la radicalización del movimiento obrero cubano y la creación de sus principales estructuras y organizaciones, como el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera (SNOIA) y la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), participando en el IV Congreso Obrero y siendo electo vicepresidente del gremio de los escogedores en su pueblo natal.
Pero su lucha apenas comenzaba. Fundó entonces junto a Lázaro Peña la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), participó en la organización del Sindicato Nacional de los Trabajadores Azucareros y se convirtió en su líder nacional. Fundó la Federación Nacional de Obreros Azucareros y fue elegido en 1940 como Representante a la Cámara.
Así, sin descansar un instante, creó en 1942 una Revista para divulgar los principales problemas que aquejaban y discutía la clase obrera del sector azucarero, resaltando siempre la importancia de la unidad, de la organización de los trabajadores en el reclamo de sus derechos y contribuyó de forma decisiva en la creación de una conciencia revolucionaria.
Enfrentó posiciones entreguistas, a ricos terratenientes y capitalistas extranjeros que solo pretendían sacar provecho del sudor de los trabajadores. Y logró la retribución de las vacaciones para los obreros azucareros, que se reconociera la maternidad de las mujeres obreras, la creación de una Caja de Retiro y Asistencia social de los trabajadores del sector y que se les concediera el Diferencial azucarero, denunciando en el propio seno de Estados Unidos la creación de una Ley en el congreso norteamericano que dañaba la cuota azucarera cubana.
Defendió también el pago de horas extras a los trabajadores, que se aumentara el salario mínimo, que se aprobara el retiro y se tomaran medidas para la higienización de los bateyes, defendiendo en todos los ámbitos con el mismo ahínco, no solo los derechos de la clase obrera, sino también de la economía cubana y la propia dignidad de la Patria que lo vio nacer y forjarse en la lucha.
Jesús Menéndez no podía seguir viviendo, había hecho ya demasiado daño a los intereses de los gobiernos cubanos de turno, corruptos y serviles a las empresas norteamericanas que dictaban el capital. Y era un negro, un comunista, un líder, un luchador querido y seguido por el pueblo, por miles en toda Cuba.
Y lo mataron, al menos físicamente. La historia recoge su sepelio como una de las concentraciones y muestras de dolor, de rebeldía, más grandes de nuestra historia. Desde entonces se alzó a la gloria, vibró más su luz, levantó más al pueblo, dijo a los trabajadores que su lucha sería para siempre, larga y compleja, pero necesaria, propia, con ellos como protagonistas, con sus derechos como bandera.