El
31 de agosto de 1959, por indicación de Fidel, nació la primera milicia
campesina de Cuba, conocida con el nombre de los Malagones
PINAR DEL RÍO.— Tras 18 días de marcha incesante, por
fin la búsqueda había terminado. Allí, ante sus ojos, en aquella casita
en medio de la cordillera, estaban Luis Lara, el sanguinario exmilitar
de la dictadura, y otros cuatro bandidos.
Sin embargo, todavía quedaba la difícil tarea de capturarlos. Los cinco campesinos se vieron de pronto ante la disyuntiva de esperar por el resto de sus compañeros, que habían tomado otro rumbo, o intentar apresar a los bandidos sin ayuda.
La noche se acercaba, y ante el peligro de que Lara y los suyos pudieran escaparse, decidieron actuar.
Con mucho cuidado elaboraron el plan de ataque, rodearon la casa, y empezaron a avanzar. De pronto, desde el interior, una ráfaga de ametralladora les cortó el paso.
Durante largo rato se combate intensamente. Solo en la piedra tras la que se oculta Cruz Camacho Ríos, se llegarán a contar 27 impactos de bala. Un soldado del Ejército Rebelde que se les había sumado días antes, cae herido. En medio del tiroteo, el propio Cruz Camacho, guajiro hábil, comienza a gritar a toda voz: “¡El capitán Borjas, que avance por el flanco derecho y emplace las ametralladoras!”.
Otro de los milicianos se da cuenta de su intención y añade que emplacen también los morteros. En el interior de la vivienda, los bandidos creen que se encuentran rodeados por el Ejército, y deciden rendirse.
En el mayor acto de cobardía, de tantos que marcaron su existencia, Lara se escuda detrás de una niña y sale afuera solicitando el alto al fuego.
Tras entregar las armas, pide que no los golpeen ni que dejen llegar hasta ellos a los familiares de sus muchas víctimas, y que le permitan hablar con el capitán.
Es entonces que el excabo de la dictadura batistiana, autor de 23 asesinatos y una lista interminable de abusos y vejaciones, se percata de que entre los hombres que acaban de capturarlo no hay oficial alguno, ni ametralladoras ni morteros.
El desmantelamiento de la banda por un grupo de campesinos, demuestra la validez de la idea de incorporar al pueblo a la defensa de la Revolución. El hecho daría pie a la creación de las milicias.
UNA IDEA DE FIDEL
El 31 de agosto de 1959, durante un recorrido por Pinar del Río, Antonio Núñez Jiménez le advirtió a Fidel que debían andar con cuidado, pues en la zona operaba una banda de “alzados”.
Al escucharlo, el Comandante en Jefe decidió preparar un grupo de campesinos del lugar, que conocieran bien la cordillera, para capturarlos.
Leandro Rodríguez Malagón, quien había servido de práctico a Núñez en varias oportunidades, sería el encargado de organizar la tropa. Ese mismo día, en la caverna de Santo Tomás, Fidel le encomendaría la misión con una frase inolvidable: “Malagón, si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba”.
“Durante un mes, recibimos entrenamiento en el campamento militar de Managua, en La Habana”, recuerda Juan Quintín Paz Camacho, uno de los 12 integrantes del grupo, que sería conocido con el nombre de los Malagones.
“En todo ese tiempo, el objetivo de nuestra preparación se mantuvo en secreto. Fidel nos mandó a que dijéramos que íbamos a cuidar los bosques.
“Con frecuencia iba a visitarnos. La última vez, nos llevó al campo de tiro para evaluarnos, dijo que estábamos listos para cumplir la misión y nos dio 90 días para hacerlo.
De regreso a Pinar del Río, los Malagones estuvieron varios días desandando la cordillera sin obtener ninguna pista, hasta que el 12 de octubre divisaron un avión que lanzó cinco paracaídas con pertrechos para los bandidos.
A partir de ese momento, la persecución sería constante. Seis días más tarde lograron apresar a uno de ellos, que se había separado del grupo.
“Al principio trató de engañarnos, diciendo que había venido a visitar a unos parientes y estaba perdido. Entonces lo mandamos a quitarse los zapatos, y cuando le vimos los pies llenos de ampollas, le dijimos que era un alzado.
“El hombre era asmático y nos contó que había decidido huir, tras escuchar decir a Lara que tenían que eliminarlo, porque con la tos los iba a delatar”, rememora Juan.
Por él se supo que Lara y los suyos se hallaban en un sitio conocido como Las Cazuelas. Con el propósito de abarcar más terreno, la tropa se dividió en un grupo de siete hombres y otro de cinco. Fue este último, acompañado por un soldado del Ejército Rebelde que se les había unido, el que, sobre las cinco de la tarde, logró ubicarlos.
“VA A HABER MILICIAS PORQUE USTEDES TRIUNFARON”
Aunque el combate tuvo un desenlace inesperado, Paz Camacho asegura que si los bandidos no se hubieran rendido, pensando que habían caído en manos del Ejército, de todos modos habrían sido capturados. “De aquella casa no se nos escapaban”, dice.
Al día siguiente, el 19 de octubre, los 12 milicianos eran recibidos con honores militares en Ciudad Libertad.
“Allí estaban Raúl, Camilo y otros jefes principales de la Revolución. No nos explicábamos cómo los compañeros que habían peleado en la Sierra, iban a estar con una banda de música, esperándonos a nosotros. Pero Camilo dijo que así tenía que ser”.
Más tarde, se reunirían con Fidel. “Estaba muy contento. Nos dijo: ‘va a haber milicias, porque ustedes triunfaron’”.
Y en efecto, una semana después (el 26 de octubre), el Comandante en Jefe proclamaba la constitución de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
Para Juan Quintín Paz Camacho, haber formado parte de aquella legendaria tropa de campesinos, constituye el mayor orgullo de su vida. “Las milicias demostraron su eficacia en Girón, en la lucha contra bandidos, y hasta en las misiones internacionalistas en África, porque muchos de quienes combatieron allí salieron de nuestras filas”, dice.
Famoso por su puntería, asegura que con su fusil aún es capaz de darle a un limón en el aire, como solía hacer en las prácticas de tiro. Por ello, a pesar de sus 76 años, advierte que su trayectoria como miliciano no ha concluido. “Todavía estoy activo para defender la Revolución, y listo para empuñar nuevamente las armas, si fuera necesario”.
Tras cumplir la orden de Fidel en solo 18 días, los Malagones siguieron vinculados a la lucha contra bandidos. Juan se incorporó a una unidad en la que se desempeñó como jefe de operaciones hasta la captura del último alzado, en 1965. Luego pasó a la vida civil y trabajó como chofer de transporte público hasta su jubilación, aunque seguiría muy ligado a las tareas de la defensa. Sus méritos le permitieron alcanzar el grado de mayor.
Sin embargo, todavía quedaba la difícil tarea de capturarlos. Los cinco campesinos se vieron de pronto ante la disyuntiva de esperar por el resto de sus compañeros, que habían tomado otro rumbo, o intentar apresar a los bandidos sin ayuda.
La noche se acercaba, y ante el peligro de que Lara y los suyos pudieran escaparse, decidieron actuar.
Con mucho cuidado elaboraron el plan de ataque, rodearon la casa, y empezaron a avanzar. De pronto, desde el interior, una ráfaga de ametralladora les cortó el paso.
Durante largo rato se combate intensamente. Solo en la piedra tras la que se oculta Cruz Camacho Ríos, se llegarán a contar 27 impactos de bala. Un soldado del Ejército Rebelde que se les había sumado días antes, cae herido. En medio del tiroteo, el propio Cruz Camacho, guajiro hábil, comienza a gritar a toda voz: “¡El capitán Borjas, que avance por el flanco derecho y emplace las ametralladoras!”.
Otro de los milicianos se da cuenta de su intención y añade que emplacen también los morteros. En el interior de la vivienda, los bandidos creen que se encuentran rodeados por el Ejército, y deciden rendirse.
En el mayor acto de cobardía, de tantos que marcaron su existencia, Lara se escuda detrás de una niña y sale afuera solicitando el alto al fuego.
Tras entregar las armas, pide que no los golpeen ni que dejen llegar hasta ellos a los familiares de sus muchas víctimas, y que le permitan hablar con el capitán.
Es entonces que el excabo de la dictadura batistiana, autor de 23 asesinatos y una lista interminable de abusos y vejaciones, se percata de que entre los hombres que acaban de capturarlo no hay oficial alguno, ni ametralladoras ni morteros.
El desmantelamiento de la banda por un grupo de campesinos, demuestra la validez de la idea de incorporar al pueblo a la defensa de la Revolución. El hecho daría pie a la creación de las milicias.
UNA IDEA DE FIDEL
El 31 de agosto de 1959, durante un recorrido por Pinar del Río, Antonio Núñez Jiménez le advirtió a Fidel que debían andar con cuidado, pues en la zona operaba una banda de “alzados”.
Al escucharlo, el Comandante en Jefe decidió preparar un grupo de campesinos del lugar, que conocieran bien la cordillera, para capturarlos.
Leandro Rodríguez Malagón, quien había servido de práctico a Núñez en varias oportunidades, sería el encargado de organizar la tropa. Ese mismo día, en la caverna de Santo Tomás, Fidel le encomendaría la misión con una frase inolvidable: “Malagón, si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba”.
“Durante un mes, recibimos entrenamiento en el campamento militar de Managua, en La Habana”, recuerda Juan Quintín Paz Camacho, uno de los 12 integrantes del grupo, que sería conocido con el nombre de los Malagones.
“En todo ese tiempo, el objetivo de nuestra preparación se mantuvo en secreto. Fidel nos mandó a que dijéramos que íbamos a cuidar los bosques.
“Con frecuencia iba a visitarnos. La última vez, nos llevó al campo de tiro para evaluarnos, dijo que estábamos listos para cumplir la misión y nos dio 90 días para hacerlo.
De regreso a Pinar del Río, los Malagones estuvieron varios días desandando la cordillera sin obtener ninguna pista, hasta que el 12 de octubre divisaron un avión que lanzó cinco paracaídas con pertrechos para los bandidos.
A partir de ese momento, la persecución sería constante. Seis días más tarde lograron apresar a uno de ellos, que se había separado del grupo.
“Al principio trató de engañarnos, diciendo que había venido a visitar a unos parientes y estaba perdido. Entonces lo mandamos a quitarse los zapatos, y cuando le vimos los pies llenos de ampollas, le dijimos que era un alzado.
“El hombre era asmático y nos contó que había decidido huir, tras escuchar decir a Lara que tenían que eliminarlo, porque con la tos los iba a delatar”, rememora Juan.
Por él se supo que Lara y los suyos se hallaban en un sitio conocido como Las Cazuelas. Con el propósito de abarcar más terreno, la tropa se dividió en un grupo de siete hombres y otro de cinco. Fue este último, acompañado por un soldado del Ejército Rebelde que se les había unido, el que, sobre las cinco de la tarde, logró ubicarlos.
“VA A HABER MILICIAS PORQUE USTEDES TRIUNFARON”
Aunque el combate tuvo un desenlace inesperado, Paz Camacho asegura que si los bandidos no se hubieran rendido, pensando que habían caído en manos del Ejército, de todos modos habrían sido capturados. “De aquella casa no se nos escapaban”, dice.
Al día siguiente, el 19 de octubre, los 12 milicianos eran recibidos con honores militares en Ciudad Libertad.
“Allí estaban Raúl, Camilo y otros jefes principales de la Revolución. No nos explicábamos cómo los compañeros que habían peleado en la Sierra, iban a estar con una banda de música, esperándonos a nosotros. Pero Camilo dijo que así tenía que ser”.
Más tarde, se reunirían con Fidel. “Estaba muy contento. Nos dijo: ‘va a haber milicias, porque ustedes triunfaron’”.
Y en efecto, una semana después (el 26 de octubre), el Comandante en Jefe proclamaba la constitución de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
Para Juan Quintín Paz Camacho, haber formado parte de aquella legendaria tropa de campesinos, constituye el mayor orgullo de su vida. “Las milicias demostraron su eficacia en Girón, en la lucha contra bandidos, y hasta en las misiones internacionalistas en África, porque muchos de quienes combatieron allí salieron de nuestras filas”, dice.
Famoso por su puntería, asegura que con su fusil aún es capaz de darle a un limón en el aire, como solía hacer en las prácticas de tiro. Por ello, a pesar de sus 76 años, advierte que su trayectoria como miliciano no ha concluido. “Todavía estoy activo para defender la Revolución, y listo para empuñar nuevamente las armas, si fuera necesario”.
Tras cumplir la orden de Fidel en solo 18 días, los Malagones siguieron vinculados a la lucha contra bandidos. Juan se incorporó a una unidad en la que se desempeñó como jefe de operaciones hasta la captura del último alzado, en 1965. Luego pasó a la vida civil y trabajó como chofer de transporte público hasta su jubilación, aunque seguiría muy ligado a las tareas de la defensa. Sus méritos le permitieron alcanzar el grado de mayor.
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