Por: Pedro de la Hoz
Las cenizas de Jorge Risquet reposarán definitivamente en el mausoleo que guardan los restos de sus compañeros de armas en la gesta de liberación, pero intuyo que un soplo mágico llevará una parte de ellas desde el Oriente cubano hasta el otro lado del Atlántico,a tierras africanas.
No sabía que estaba herido de muerte la última vez que nos vimos, hace apenas unos meses durante la presentación del libro Visiones de libertad, del historiador italonorteamericano Piero Gleijeses, en la sede del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.
Como era costumbre suya, me palmeó fuerte la espalda: “Sigues firme”, me dijo y luego comentó la entrevista que yo le había hecho a Piero. “Así que me ves como un Elegguá que abre los caminos”, bromeó acerca de la mención que hice sobre su papel imprescindible en el acceso a las fuentes consultadas por el investigador visitante para contar de manera fiel y objetiva la contribución de Cuba a la consolidación de la independencia de Angola, la emancipación de Namibia y el fin del régimen del apartheid en Sudáfrica.
La de Risquet fue una vida de servicio a favor de la justicia social y el triunfo de las ideas socialistas que abrazó desde temprana edad. Aunque no le gustaba hablar de sí mismo, es posible seguir la saga de su iniciación revolucionaria en el libro Jorge Risquet: del solar a la Sierra, de Gloria León Rojas, publicado hace un lustro por la Editorial Ciencias Sociales.
Las vivencias allí reflejadas permiten comprender las múltiples encrucijadas a las que se vio abocada su generación. Fue, como Blas Roca, Lázaro Peña, Juan Marinello, Flavio Bravo, Carlos Rafael Rodríguez y otros muchos, uno de los que entendió que a partir del Moncada la emancipación definitiva de la Patria transitaba por un nuevo tipo de liderazgo y de estrategia.
De todo ello se da fe en ese libro, pero también del flagelo de la pobreza sobre familias humildes, de una voluntad de lucha, de amistades y peligros, de dolores y alegrías, de sentimientos y heridas. Es sencillamente conmovedor saber cómo un muchacho mestizo que padecía la exclusión social de los habitantes de los solares habaneros se abrió al conocimiento de nuestro continente mediante un libro de ensayos del chileno Volodia Teitelboim y soñaba con ser Pavel, el protagonista de La madre, de Máximo Gorki.
Decididamente martiano, hizo suya la prédica de que Patria es Humanidad. A Guatemala fue en 1954 cuando el gobierno democrático de Jacobo Arbenz sufrió la conjura imperialista que lo derrocó.
Pero donde su vocación internacionalista se hizo más patente fue después del triunfo revolucionario de 1959. De manera especial destacó como jefe del Batallón Internacionalista Patricio Lumumba en el Congo Brazzaville entre 1965 y 1967.
Acerca de esa experiencia escribió el libro El segundo frente del Che en el Congo (Editora Abril, 2006). En el prólogo, el General de Ejército Raúl Castro expresó:
Era, en primer lugar, reserva de la columna del Che, a cuya fuerza se uniría en caso necesario y en el momento oportuno (…) Tenía además la tarea de prestar ayuda al gobierno progresista del Congo, amenazado de agresión por el régimen de Leopoldville (…) No menos importante era la misión de participar con un grupo de asesores combatientes en el Segundo Frente guerrillero del MPLA en Cabinda y entrenar columnas de combatientes angolanos, equiparlos y ayudarlos a emprender la ruta hacia el interior de Angola, hacia el Primer Frente al norte de Luanda. De esta múltiple misión eran responsables los compañeros Risquet y (Rolando) Kindelán.
Más tarde, en 1975, se desempeñó como jefe de la Misión Civil Internacionalista Cubana en la República Popular de Angola y en 1988 presidió la Delegación cubana en las negociaciones cuatripartitas (Cuba-Angola-EE.UU.-Sudáfrica).
Tanto en esas tareas como en otras que lo llevaron a apoyar las luchas africanas, Risquet conoció de cerca a los líderes más prominentes de ese continente y a ser admirado por estos.
Nunca olvidaré una mañana de suave invierno en Pretoria, hace cuatro años, en la que conversé largamente con Risquet sobre sus memorias africanas. El embajador cubano en Sudáfrica en ese entonces, Ángel Villa, era nuestro anfitrión. En un momento de la conversación, Risquet se asomó al cristal que nos separaba de la terraza: “Dicen que el sol africano cae duro sobre la gente y tú que escribes podrás entender el simbolismo de lo que estoy diciendo. Porque tenemos que preservar la memoria de los tantísimos hermanos que han hecho posible que los soles africanos alumbren”.
(Tomado de La Jiribilla)
No hay comentarios:
Publicar un comentario