Por Olga Rosa González Martín*
Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre el papel de los medios de comunicación en el mundo. Mucho también sobre el papel que han desempeñado estos en los Estados Unidos en función de los intereses de las élites estadounidenses en la consecución de sus objetivos de política exterior. Sin embargo, lo que nadie niega es que si en algo han sido inteligentes y han demostrado tener pensamiento estratégico y éxito, es en contarles a sus ciudadanos y al mundo lo que les interesa y de la manera en que les interesa. En esto, el paradigma ha sido Samuel Adams (propagandista de la causa de la independencia) quien, junto a James Rivington (líder de los conservadores) y John Dickinson (líder de los liberales), fue el artífice de una intensa campaña de propaganda inter-colonial que pasó a la historia como el esfuerzo más sostenido de difusión de ideas hecho en esos años (1763-1783).[1]
Según Adams, para ganar el conflicto había que cumplir con cinco requisitos básicos: justificar las razones de la lucha, dar a conocer las ventajas de la victoria, levantar a las masas al alimentarle el odio hacia el enemigo, neutralizar cualquier argumento lógico y razonable propuesto por la oposición y presentar todos los temas en blanco y negro de forma tal que hasta el más simple obrero pudiera entenderlos.[2]
Según Adams, para ganar el conflicto había que cumplir con cinco requisitos básicos: justificar las razones de la lucha, dar a conocer las ventajas de la victoria, levantar a las masas al alimentarle el odio hacia el enemigo, neutralizar cualquier argumento lógico y razonable propuesto por la oposición y presentar todos los temas en blanco y negro de forma tal que hasta el más simple obrero pudiera entenderlos.[2]
Y aunque han pasado 232 años desde 1783 hasta la fecha, los cierto es que las recomendaciones de Adams pueden aplicarse a la manera en que las élites estadounidenses les han contado a su pueblo –y a buena parte del mundo también– la historia del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba, especialmente después del triunfo de la Revolución cubana.[3] Como diría el propio Robert McNamara en la primera sesión de la Conferencia Tripartita sobre la Crisis de Octubre celebrada en La Habana en enero de 1992:
- Se ha enseñado a los estadounidenses que fueron los Estados Unidos los que liberaron a Cuba de España, mientras que los cubanos aprendieron que esta liberación fue resultado de su larga lucha por la independencia.
- Los estadounidenses se consideran idealistas y desinteresados por no haberse anexado a Cuba a raíz de la Guerra Hispano-Norteamericana; los cubanos, en cambio, piensan que los Estados Unidos han tratado de valerse de todas las oportunidades para dominar su nación.
- Los estadounidenses creen que utilizaron la Enmienda Platt para mediar en los litigios internos de Cuba y resolverlos, los cubanos tienden a pensar que la enmienda se diseñó para permitir a Estados Unidos intervenir en el país con fines egoístas.
- Por último, los estadounidenses se inclinan a pensar que sus inversiones en Cuba contribuyeron al desarrollo del país, y el gobierno cubano ha sabido interpretar esas relaciones económicas como una explotación.[4]
Esta frase demuestra cuán importante es la manera en que se cuenta una historia. Para los estadounidenses ha sido de una forma y para los cubanos de otra completamente diferente. Y es que no podemos obviar que en los procesos de construcción de la realidad hay mediaciones que en el caso de la historia compartida entre Cuba y los Estados Unidos pasa no sólo por la raíz histórica del conflicto sino por elementos geopolíticos, ideológicos, culturales; en esencia, por la propia cultura política de los estadounidenses que, sin lugar a dudas, está marcada por el Destino Manifiesto y el papel de liderazgo que a nivel internacional los Estados Unidos consideran que deben tener. Por otro lado, tampoco debe obviarse el hecho de que, por lo general, cuando de política exterior se trata, es el ejecutivo quien impone la agenda. En el caso de Cuba, en particular, tal y como apunta Saul Landau aunque discutible, los medios toman su lead, sin sentido crítico alguno, de la Casa Blanca.[5]
De ahí la importancia de prestarle atención a la manera en que los medios le están explicando al mundo la relevancia del 17 de diciembre de 2014. Cuando repasamos lo que se ha publicado sobre el proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba y el futuro y complejo proceso de normalización de relaciones que debe seguirle, nos damos cuenta de que, posiblemente, lo dicho por McNamara puede repetirse.
Si fuéramos a hacer una ‘división histórica’ en torno a la manera en que la prensa estadounidense ha presentado Cuba hasta el 17 de diciembre de 2014 pudiéramos hablar de tres etapas o fases:
1.- Cuba como un apéndice natural de los Estados Unidos, un vecino al que hay que ayudar, una mujer a rescatar, una fruta madura a recoger, un niño o bebé al que hay que enseñar, guiar;
2.- un paraíso a disfrutar luego de que con la ayuda estadounidense los cubanos dejaran de ser ignorantes, bárbaros, brutos, supersticiosos, oprimidos, viciosos y, finalmente, abrazaran la civilización;
3.- una dictadura en la que se violan todos los derechos que debe eliminarse para implantar una democracia al estilo estadounidense.
En la primera etapa estamos hablando del siglo XIX en el que no sólo se justifican los intereses expansionistas de los Estados Unidos a partir de la Ley de Gravitación Política, la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, sino de su intervención en la Guerra Hispano-Cubano-Americana que frustra la independencia de Cuba, dejando de ser colonia para ser un protectorado estadounidense. Sin embargo, no es hasta finales del siglo que Cuba aparece como noticia y elemento de interés para el público estadounidense. Con la ayuda de los principales periódicos del país en un momento en que se desarrolla el sensacionalismo en el periodismo como parte de la rivalidad entre Hearst y Pulitzer, se orquestó una excelente campaña propagandística[6] que, en esencia, mostraba a Cuba como una pequeña isla ubicada en el Caribe, colonizada por una potencia europea que había cometido atrocidades y de la cual no se podía liberar por su debilidad y hasta incapacidad. Se hizo toda una historia en la que se enfatizaba en la necesidad de que Estados Unidos interviniera para liberar y salvar a los cubanos del yugo español.[7] De esta manera, se vendió la imagen de los estadounidenses como héroes y la de los cubanos como aquellos que nada o bien poco hicieron para alcanzar su libertad. Así, la Guerra Hispano-Cubano-Americana pasó a la historia estadounidense como la Guerra Hispano-Americana (Hispanic-American War), obviando la participación de los cubanos en el conflicto y la historia de sus luchas por la independencia de la nación.
Si algo ejemplifica el sentimiento de los Estados Unidos como salvadores y garantes de que Cuba, finalmente, alcanzaría la civilización, fue la Proclama del General John Brook en la toma de posesión del gobierno de Cuba en enero de 1899:
Al Pueblo de Cuba: habiendo venido como representante del presidente para continuar el propósito humanitario por el cual mi país intervino para poner término a la condición deplorable de esta Isla (…) el gobierno actual se propone dar protección al pueblo para que vuelva a sus ocupaciones de paz, fomentando el cultivo de los campos abandonados y el tráfico comercial (…) Para ello se valdrá de la administración civil aunque esté bajo un poder militar para el interés y el bien del pueblo de Cuba y de todos los que en ella tengan derechos y propiedades».[8]
Una vez ocupado el territorio cubano, el gobierno de Estados Unidos consolidó el control de la isla con la imposición de la Enmienda Platt en la Constitución de 1901, el Tratado Permanente, el Tratado de Reciprocidad Comercial y el Tratado Naval. Durante todo este tiempo, y hasta el triunfo de la Revolución en 1959, Cuba fue una verdadera neocolonia. La economía cubana estaba en manos estadounidenses y, supuestamente, todo marchaba bien. La política de Buen Vecino de Roosevelt fue para «ayudar a Cuba y a los latinoamericanos» mientras dormían su siesta. De ahí que esa segunda etapa de representación de Cuba en los medios estadounidenses sirviera para que periodistas de la talla de Matthews que cubrieron las acciones del movimiento revolucionario cubano en la Sierra Maestra no entendieran la esencia de la revolución cubana como parte de un proceso histórico que no solo se centraba en la lucha por la independencia nacional sino que tenía un marcado carácter anticolonialista y antiimperialista.
Es por ello que cuando triunfa la Revolución y el gobierno cubano revolucionario comienza a aplicar medidas de carácter nacionalista que no necesariamente se ajustaban a lo que los Estados Unidos esperaban de una revolución tercermundista (adopción de los estándares democráticos estadounidenses), la misma prensa que había minimizado o ignorado por completo la represión de Batista y que le había prestado escasa atención al control ejercido por la mafia sobre los clubes y hoteles de La Habana, ahora se convertía en un categórico defensor de la «democracia cubana» y en un crítico de Fidel por no celebrar elecciones al estilo estadounidense.[9]
Así se produce la ruptura total de las relaciones entre los dos países, pero a la opinión pública de los Estados Unidos, y a la del mundo también,[10] se le dice que es el nuevo gobierno de La Habana el que pone punto final a casi dos siglos de «buenas relaciones» con Washington. Surgen, entonces, los cuatro grandes pretextos sobre los que se comenzaría a perfilar la política de los Estados contra Cuba y que, a su vez, se convierten en los macro temas sobre los que se construye la «realidad» cubana en el país norteño. Estos son: la expropiación de propiedades a compañías estadounidenses, Cuba como país comunista, Cuba como país que apoya el terrorismo internacional (desde 1982 y hasta 2015) y, por último, la violación de derechos y la necesidad de la llamada transición hacia la democracia.
De ahí que por más de 50 años, los líderes revolucionarios hayan sido satanizados por los medios estadounidenses y la imagen que se ha dado sobre los cubanos es la de un pueblo que vivió bajo la «represión» de un «dictador» que no respetaba los más mínimos derechos humanos, que no permitía elecciones libres y democráticas y que no pretendía abandonar el poder bajo ningún concepto;[11] los «exiliados» en Miami son las víctimas que han logrado escapar de la «tiranía» y los contrarrevolucionarios que viven en la isla son los «disidentes» que abogan pacíficamente por una Cuba libre y democrática.[12]
Es por ello que las noticias de tipo humano y las historias de vida debían destacarse para que se viera que a Cuba no la habían abandonado sólo los ricos sino la gente de pueblo que también se oponía a las medidas que se estaban tomando. La invasión de Playa Girón debía darse a conocer –y así se hizo- como un conflicto entre cubanos sin que mediara la intervención de los Estados Unidos.[13] La idea de una Revolución que comenzó con «fusilamientos masivos» a criminales de guerra luego de juicios sumarísimos y que después se convirtió en una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos (Crisis de Octubre) estuvo presente tanto en el discurso político como en el informativo hasta terminada la Guerra Fría. La presencia militar de Cuba en algunos países africanos también fue muy bien utilizada en los planes propagandísticos que comenzaron a mostrar a Cuba como un «satélite» de la URSS, socavando así cualquier posibilidad de que se viera el proceso revolucionario como algo exitoso, sino más bien como un sistema parasitario incapaz de articular estrategias de desarrollo político, económico y social independientes a las de la antigua Unión Soviética.
De ahí que cuando en los años 80 se estudia como parte de la Guerra Fría la construcción de las imágenes que sobre Cuba hacen el Christian Science Monitor, el Journal of Commerce, Los Angeles Times, el Miami Herald, el New York Times, el San Francisco Chronicle Examiner, el Washington Post, el Wall Street Journal, así como Business Week, Forbes, Fortune, Harpers, Newsweek, New York Review of Books, Time y U.S. News and World Report, los principales temas publicados en una muestra de 396 artículos[14] son: derechos humanos (19.4%), cubano-americanos (11.6%), política exterior de Cuba (11.1%), la política de los Estados Unidos hacia Cuba (10.9%), Fidel Castro y el sistema de partido único (9.6%) y la economía cubana (8.1%). Estos fueron tratados de una
manera selectiva, generalmente negativa y occidentalizada. Los temas cubiertos reflejaron típicamente los intereses de la política exterior oficial de los Estados Unidos, ignoraron los intereses de Cuba y desatendieron temas de posible interés para el público estadounidense como la asistencia médica, seguridad laboral, educación y calidad de vida.[15]
Asimismo, al analizar la manera en que ABC, CBS y NBC cubrieron Cuba entre 1988 y 1992, Soderlund et. all, apuntan que para finales de la Guerra Fría los principales temas sobre Cuba fueron: (1) tráfico de drogas y la relación de Castro con Manuel Noriega de Panamá; (2) retirada de Cuba de Angola; (3) visita de Mijail Gorvachov a Cuba y relaciones Cuba-URSS/Rusia; (4) juicio y ejecución del General Arnaldo Ochoa; (5) crisis de la economía cubana; (6) abusos de derechos humanos en Cuba; (7) Juegos Panamericanos; (8) Fidel Castro como gobernante y personalidad; y (9) nuevos elementos en torno a la Crisis de los Misiles a partir de una serie de encuentros entre participantes cubanos, soviéticos y estadounidenses.[16] De manera general, estos autores concluyen que Castro y los sistemas económico y político cubanos fueron presentados de manera muy negativa, viéndolos todavía dentro de los marcos de la Guerra Fría.[17]
Con el llamado fin de la Guerra Fría y con la tranquilidad de que ya la isla no constituía una amenaza para los Estados Unidos, la «realidad» de Cuba comienza a perfilarse a partir de la dinámica interna de lo que ocurre en el país y se deja a un lado el activismo internacional de Cuba. Así, surge lo que Prieto González calificó como la tríada mercado-pluripartidismo-elecciones libres.[18] El énfasis en que la economía cubana había caído en crisis fue uno de los platos fuertes en el orden del día. Fundamentalmente, se hizo hincapié en los pobres resultados que se estaban alcanzando en la industria azucarera y en la reducción de las importaciones provenientes, en su gran mayoría, de los países socialistas y de la URSS. De esta manera, se destacaba la dependencia de Cuba de la antigua Unión Soviética y se demostraba la incapacidad del sistema económico cubano de satisfacer las necesidades básicas de la población. El tema del bloqueo no fue de los prioritarios y tampoco lo fueron las reformas económicas adoptadas por la dirección del país, aunque sí fueron criticadas por no corresponderse con las recetas neoliberales dictadas por el Fondo Monetario Internacional. Por otro lado, comienza a cubrirse sin mucha relevancia la relación entre Cuba y Canadá, además del turismo.
Ya para finales de la década del 90 tiene lugar la crisis de Elián González Brotóns y en un estudio hecho sobre la manera en que The Washington Post, The New York Times y de The Wall Street Journal presentan el caso se concluye que la imagen dada sobre Cuba fue negativa, aún y cuando los dos primeros periódicos tuvieron una postura mucho más objetiva que el último.[19]
En 2003, Soderlund analizó la cobertura que la televisión estadounidense hizo sobre la visita del ex presidente Carter a Cuba y concluyó que, de manera general, y en contraste con resultados obtenidos de estudios hechos sobre la cobertura que The New York Timeshabía realizado sobre Cuba entre 1959 y 1996, los medios estadounidenses habían presentado a Fidel Castro en términos menos negativos.[20]
Por su parte, en su estudio realizado en Cuba sobre la manera en que The New York Times cubrió el tema Cuba entre febrero y marzo de 2003, Garcés demostró que las fuentes oficiales constituyeron el 88,4% de las 162 informaciones que se examinaron (133 noticias y más 29 notas interpretativas), mientras que las fuentes alternativas, definidas por el autor del estudio como organizaciones no gubernamentales y otros grupos miembros de la sociedad civil, fueron solo el 11,6%.[21]
En esta última década también se han hecho investigaciones en torno a la cobertura que sobre Cuba ha realizado la gran prensa estadounidense y se obtuvieron los siguientes resultados: tanto The Washington Post como The New York Times y The Wall Street Journal continúan enfocando la realidad cubana a partir de la llamada tríada mercado-pluripartidismo-elecciones libres, donde los ‘disidentes’ son ‘reprimidos’ pues viven bajo la ‘represión absoluta de un tirano que no permite a los cubanos hablar libremente y mucho menos pensar’, porque siempre están bajo la mirada vigilante del ‘régimen opresor’.[22]Asimismo, CNN, por ejemplo, le dedicó 24 productos comunicativos al tema de la muerte del contrarrevolucionario Orlando Zapata y el 46.7% de ellos versó sobre la contrarrevolución, el 19.23% sobre la relación Cuba-Estados Unidos y el 15.38% sobre la situación interna.[23]
Cuando se produce la enfermedad del Comandante en julio de 2006 y hasta el momento en que se hace la elección del Consejo de Estado en febrero de 2008, The Washington Post –si bien mantuvo los temas mencionados anteriormente- presentó puntos de rupturacon posiciones anteriores y que reflejaron el disenso entre las élites de poder, a partir de la enfermedad de Fidel Castro. La principal ruptura identificable fue la que invocó al pragmatismo para pedir un cambio de táctica en la política que produjera resultados más efectivos al lidiar con el problema cubano. El alejamiento de la línea dura, puesta en práctica no solo por la Administración de George W. Bush, pasaba por levantar las prohibiciones de viajes de los cubano-americanos y, más adelante, de los ciudadanos estadounidenses; una segunda idea implicaba la concesión de mayores facilidades en el comercio, aunque esto no significaba el levantamiento absoluto del embargo (bloqueo), pero sí, al menos, un paso hacia una posible normalización.[24]
Esta ruptura, no obstante, se corresponde con el debate entre las élites políticas en torno a Cuba.[25] Por otro lado, tanto The New York Times como The Washington Post le han dado al tema del bloqueo en la última década un perfil tan bajo que, a pesar del encuadre desfavorable que se le dio al bloqueo entre el 2006 y el 2010, careció de la magnitud y la resonancia necesaria para activar la opinión pública estadounidense a favor de una normalización de la relaciones entre Cuba y los EE.UU.[26]
Si bien puede considerarse que, de manera general, la cobertura negativa en torno a Cuba en los Estados Unidos ha estado marcada, entre otros elementos, como dijimos al principio, por la propia cultura política estadounidense que no les permitió a sus periodistas comprender el proceso revolucionario en toda su magnitud, tampoco puede obviarse el hecho de la inaccesibilidad de la mayoría de los líderes de Cuba[27] y de los funcionarios públicos de la isla a los medios estadounidenses. Y esto es importante porque aquí radica la necesidad de prestarle atención a la manera en que los medios le están explicando al mundo la relevancia del 17 de diciembre de 2014.
Hasta ahora, y de manera muy preliminar, pues el proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas anunciado por Obama y Raúl Castro en diciembre de 2014 aún está en curso y un análisis más preciso de la cobertura de la gran prensa estadounidense y de los medios en general al respecto lleva mucho más tiempo,[28] elaboraría en calidad de premisa, quizás, que la agenda en torno al proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas, así como aquella en torno al futuro proceso de normalización de relaciones, ha seguido imponiéndose por los Estados Unidos y por fuentes estadounidenses, aunque se destaca la habilidad de Josefina Vidal, directora general de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores, en las conferencias de prensa ofrecidas a los medios luego de las rondas de negociaciones, que han marcado los pasos que han conducido al proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas.
Sin embargo, más allá de las figuras de Raúl Castro como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y de Josefina Vidal, es casi nula la presencia de los funcionarios públicos cubanos explicándole al mundo las implicaciones que para Cuba, sus respectivos ministerios, y su sistema social en general tendría este proceso. En una muestra de sólo veinte artículos[29] seleccionada entre el 17 de diciembre de 2014 y junio de 2015 se constata que las fuentes predominantes fueron las estadounidenses, específicamente las siguientes: el presidente Obama, Roberta Jacobson, Subsecretaria de Estado y jefa de la delegación estadounidense que condujo las rondas de negociaciones con Cuba; los senadores Marco Rubio, Robert Menéndez, Jeff Flake de Arizona, así como los representantes Barbara Lee’s (D-Calif.), Mark Sanford (R-S.C.); Rep. Mario Díaz-Balart (R-Fla.);Nancy Pelosi, Líder de la Minoría de la Cámara; Jeb Bush, antiguo gobernador de la Florida y aspirante a la presidencia; Rick Scott, gobernador de la Florida; Sarah Stephens, directora del Center for Democracy in the Americas; Robert Muse, abogado estadounidense especializado en la legislación estadounidense en torno a Cuba; Michael Shifter de Diálogo Inter-Americano; James Williams, director de Engage Cuba; Rob Rowe, vicepresidente y consejero asociado de la Asociación de Bankeros Estadounidenses (American Bankers Association),Josh Earnest, secretario de prensa de la Casa Blanca; Ron Christaldi, presidente a la Gran Cámara de Comercio de Tampa (Greater Tampa Chamber of Commerce); entre otros.
Desde la academia cubana ha habido mayor participación en los debates que antes, destacándose en la muestra Rafael Hernández de la Revista Temas; Omar Everleny del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana; Jesús Arboleya del Centro de Investigaciones de Política Internacional, además de otros profesores de la Universidad de La Habana. En los artículos estudiados también se citaron a los llamados disidentes Yoani Sánches, Guillermo Fariñas, Berta Soler, etc. Sin embargo, no aparece declaración alguna emitida por un ministro o un ministerio, de un parlamentario cubano. Nada. Es como si no tuvieran nada que decir en torno al acontecimiento más importante del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos después del triunfo de la Revolución, por solo reducirlo a su estado bilateral, aunque estamos claros de que se trata de un conflicto con una notable dimensión multilateral.
De ahí que abogue no sólo por la necesidad de que se defina desde las instituciones cubanas cómo se va a dialogar con los Estados Unidos, cómo les van a explicar tanto a sus públicos internos como externos la manera en que se relacionarán con ese país. Si bien es cierto que la mayor parte de las medidas anunciadas por el Presidente Obama están encaminadas a fortalecer el sector privado en Cuba, lo cierto es que eso tendrá que hacerse dentro del marco legal existente en el país. Por lo tanto, las instituciones cubanas tendrán que mediar en estos procesos.
Mas, esto no debe dejarse a la buena voluntad, pues se ha demostrado que todavía prima el concepto de «fortaleza sitiada» en Cuba. Por lo tanto, se impone la necesidad de una ley de comunicación en Cuba –no sólo ley de medios- que regule el ejercicio de la comunicación en todos sus niveles para que el sistema de comunicación pública cubano pueda, entre otras cosas, funcionar como debe ser.
*Investigadora del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana
Tomado del BLOG Isla Mía
http://islamiacu.blogspot.com/2015/09/cuba-en-los-medios-estadounidenses.html
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