Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

viernes, 16 de octubre de 2015

El sueño en construcción de un hombre grande

En laderas de montañas escarpadas, los cubanos construyen estas planicies para extender la ciudad. Fotos: del autor
CIUDAD CARIBIA, Vargas, Venezuela.—Hay un momento de la noche, antes de irse a acostar el cansancio, que Reynaldo Montero prefiere para estar solo, y a la par del cigarro que se fuma, degustar el silencio y la brisa de montaña tan distintos al ruido y al calor de sus jornadas.
En el campamento casi todos duermen, y casi todos con un sueño agitado, dominado por las imágenes del día: la nube de polvo permanente, el tronar de los camiones loma arriba cargados de tierra, el ronquido del buldócer desbrozando el monte hasta el borde mismo de un precipicio espeluznante.
Tal vez por eso es que “Habana” —como le dicen a este obrero constructor de Guanabacoa— se toma su tiempo de paz, para apaciguar las tensiones y dejarse acompañar un rato por los recuerdos de Cuba, de su familia, pensando en los meses que ha dejado atrás en Venezuela.
Es su segunda misión en este mismo lugar, un punto medio clavado a una cota aproximada de 700 metros en las montañas altas que separan a la gran Caracas de la franja costera de Vargas, donde está el aeropuerto internacional Simón Bolívar, la puerta principal de la nación.
Hay que ir allí, o sobrevolarla, para admirarse con la urbanización que los cubanos ayudan a construir en el paraje intrincado, agreste, peligrosamente alto, llamado Ciudad Caribia; porque era dominación aborigen en los tiempos precolombinos: Caribia o el Camino de los Indios.
Parece una guerra de alturas y contrastes entre la naturaleza y la voluntad del hombre. Por un lado los picachos secos de la cordillera, por el otro un montón de edificios modernos que compiten por topar las nubes, y entre todos, un conjunto ecológico residencial que poco a poco le va dando forma a uno de los sueños más preciados del Comandante Hugo Chávez.

LA SORPRESA EN LA NOCHE
Reynaldo conoce bien de ese sueño, porque en el 2009, cuando aquello todavía era “monte y culebra”—como dicen acá—, ya tenía la costumbre de salir a fumar y a pensar en medio de la noche, antes de rendirse a la cama.
“Creyendo que estaba solo, me di tremendo susto cuando de momento una voz fuerte rompió el silencio: ‘¡¿Acaso no hay cubanos aquí, pues?!’. Oiga, por poco me trago el cigarro. Era Chávez, compadre.
“Le avisé a la gente e imagínate lo que se armó. Todo el mundo se lanzó para verlo, hablar con él, tirarse fotos. Caminó con nosotros y preguntó hasta el más mínimo detalle, sobre las condiciones de trabajo y de vida. Faltaban algunas cosas, y al otro día, por orden suya, todo estaba resuelto.
“Nos contó cómo le surgía la idea de hacer este asentamiento aquí, cada vez que pasaba en un avión. Decía que quería demostrarle al mundo las posibilidades de una ciudad puramente socialista, y que siempre pensó en los cubanos para realizar el proyecto”, cuenta Reynaldo.
Acostumbrado a los llanos tuneros, Juan Emilio Cutiño coronó en estas montañas su experiencia de 37 años sobre un cargador frontal. 
El chofer cienfueguero Reinier Gutiérrez no estaba en ese momento, pero tanto le apasionó la historia de la ciudad, que decidió estudiarla en detalles.
“Cuentan que Chávez subió esa noche porque quien lo acompañaba le preguntó sobre cuándo podría conocer Cuba, y él le respondió que en ese mismo instante. Entonces agarró un jeep y vino manejando él mismo hasta donde los constructores cubanos.
“Es cierto. Chávez quería hacer una demostración con Ciudad Caribia, lograr una comunidad socialista grande que se autoabasteciera de todo, con fábricas de alimentos, centros de servicios, escuelas, hospitales, sus regulaciones urbanas…
“Le apasionaba este lugar, decía que era perfecto, justo entre la capital y el mar, y deseaba tener su casa aquí cuando ya no fuera presidente”.
“Acá hizo uno de los programas Aló Presidente, y vino a poner la primera piedra. Después, los constructores cubanos seguimos poniendo las demás, y este va siendo el resultado”.

COMERSE LAS MONTAÑAS
La clave está en no perder tiempo, como si la montaña que se limpió de monte y se convirtió en terraza pudiera volver a retoñar y hacerse loma.
Por eso donde ya está listo el terreno se empieza a construir, a levantar edificios, y una vez terminados, a habitarlos con gente humilde, de pueblo, que desde sus balcones nuevos pueden apreciar cómo el trabajo empieza desde cero, en la montaña virgen de enfrente.
Así es que muchas familias se levantan con el ronquido de los equipos ingenieros de la brigada de movimiento de tierra, —adscrita a la Empresa Mixta Constructora del ALBA Boli­variana—; una flotilla de cargadores, buldóceres, motoniveladoras, camiones operados por cubanos que parten en las mañanas a comerse el monte, a morder las empinadas laderas y a conformar las bases de nuevas instalaciones, de los viales de acceso.
En uno de esos va Reynaldo, y va también Juan Martínez, un pinareño que sabe de peligros y de riesgos, porque los ha vivido en su camión.
“El terreno varía mucho, hay montañas rocosas y otras de arcilla suelta. Es necesario estar atento a eso, para manejar con seguridad, porque a veces la capa de polvo es gruesa y el camión resbala peligrosamente, a muy pocos centímetros de un precipicio tremendo.
“Ya una vez se me reventó una goma delantera bajando una pendiente inclinadísima. Tuve que sacar toda mi experiencia para frenar aquel carro, pero hasta a esos rollos unos se acostumbra, y como no come miedo, no se echa para atrás”, resalta, sin protocolos.
A Juan Emilio Cutiño, de 64 años, también lo precede una experiencia de 37 años montado en un cargador. “Valga eso para enfrentarme a estas lomas terribles. Imagínese que yo soy de Las Tunas, y allá no hay de estas, pero todo está en la ­aten­ción permanente al control del equipo y en la pericia, cumplir las normas y evitar los riesgos reales.
“Hace un tiempo, un deslave repentino casi tapa a un compañero en su buldócer, y uno mismo, que siempre anda coqueteando con la orillita de la montaña, con una nube de polvo que no te deja ver bien, está expuesto al peligro; pero mientras lo hagamos bien, con precaución, nada nos frena”.
Juan Emilio es uno de los que carga la tierra removida a los camiones, uno tras otro, para dejar como un plato el terreno cuya cota fijaron los topógrafos; cualquiera de ellos —José Breijo, Víctor Hugo o Pablo Nápoles— o los tres juntos, siempre a la vista en la obra desde cierta altura, comprobando medidas o calculando el próximo corte de la montaña.
El empuje de las máquinas, en franco desafío a la gravedad y a la selva tupida. 
Los camiones no cesan en subir y bajar, pero cuando van muy lejos, Juan Emilio siempre tiene algún tiempo para apagar el equipo y quedarse en su cabina, solo con sus pensamientos, encaramado en las nubes que nunca pudo topar en Las Tunas, y mirando fijo al mar en la distancia.
Sabe que más allá está la Isla y su familia querida, de nietos incluidos, que extraña tanto. “A veces desde aquí arriba la nostalgia es más fuerte; pero uno sabe que debe terminar, vencer los riesgos y terminar, porque si vino aquí es para no quedarse a medias, y hay un compromiso que cumplir”.
Vuelve uno de los camiones y hay que arrancar. “Dale viejo, llena la copa”, grita Yunier Galera, el chofer, de Bayamo, y mientras espera, vemos cómo también clava la vista un instante, en el mismo horizonte, en el mismo mar.
“Claro que extraño cantidad. Menos mal que entre todos somos una familia y eso ayuda bastante. Nos vivimos chivando, usted sabe, cubanos y constructores, pero nos cuidamos mucho, unos a otros, y si estamos aquí por solidaridad con Venezuela, los primeros solidarios somos nosotros entre noso­tros mismos”, destaca Yunier.
Al otro lado de la misma montaña, hay un grupo parecido que levanta nuevas casas, como quien sigue el paso de los muchachos de movimiento de tierra.
De las manos de aquellos sale el último edificio terminado, y más abajo, un buldócer rumbo al cielo que inicia la faena en campo virgen. Es un guajiro de Songo trepado en las palancas, comiéndose la maleza de una montaña nueva, que en poco tiempo será terraza y luego otra edificación de apartamentos flamantes.
Así, en manos de cubanos, crece Ciudad Caribia, y Rey­nal­do, el operario de equipos ingenieros, sigue saliendo antes de ir­se a acostar el cansancio, a respirar silencio y algún poco de humo de cigarro.
Piensa en Cuba, cómo no, pero siempre se acuerda de la noche del susto y la sorpresa, cuando un hombre grande llegó y preguntó por los cubanos.
Seis años después siente que ha honrado el compromiso.
Gracias a su sudor, en aquellas montañas ya hay familias humildes que habitan la ciudad, que la seguirán poblando, y junto a ellos, en sus mismas casas, el sueño en construcción del Comandante Chávez.

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