Por Moisés Saab*
Fotos: Archivo de Nihad Askalani y Maite Onaindia
Fotos: Archivo de Nihad Askalani y Maite Onaindia
En agosto de 1958 Nihad Asakalani desembarcó en La Habana con un vocabulario español compuesto de tres palabras, buenos, días, gracias, y una misión: abrir la embajada en Cuba de la República Arabe Unida, conformada por Egipto y Siria.
Y sin la menor idea de que cuatro meses después estaría envuelto en un torbellino político que lo llevaría a conocer a personas destinadas a adquirir relieve histórico de dimensión mundial.
Tenía que alquilar una sede para la embajada, una residencia para el embajador y además demostrar a mi cancillería en El Cairo que estaba trabajando y para eso tenía que leer los periódicos en español, que aprendí en la calle, en el contacto con los cubanos, que todos los días me asombraban por su natural amistoso”.
Contaba con una ventaja: hablaba francés, que en su época de escolar era una materia obligatoria en la educación primaria y secundaria, al igual que el inglés.
Me resultó fácil por el conocimiento del francés y las conversaciones con los cubanos, siempre amables y dispuestos a ayudarme, dice Askalani, que recuerda las innumerables tazas de café que tomaba en las esquinas de La Habana, una ciudad, tan diferente a la suya, y hoy preside la Asociación de Amistad Egipto-Cuba, con la mente puesta en la generosidad de sus anfitriones de hace 54 años.
Una madrugada, la del 1 de enero de 1959, cuatro meses después de su arribo a la capital cubana, el funcionario aún sin rango diplomático, despertó en su apartamento de la calle Línea desde el que se divisaba el malecón capitalino, al barullo de una algarabía exagerada incluso para las normas habaneras.
Se fue Batista, se fue el tirano, era lo que me decían todos a quienes preguntaba qué estaba pasando.
Vinieron los primeros días de la Revolución Cubana, entre cuyos líderes el enviado egipcio encontraría absoluta receptividad a los objetivos de impulsar las relaciones económicas y los lazos políticos con su país, dirigido por el presidente Gamal Abdel Nasser, impulsor de una agrupación internacional equidistante de los bloques políticos de la época que se llamaría Movimiento de Países No Alineados.
Nadie sabe, y él se abstiene de mencionarlo, el tenor de los informes que remitía a su Gobierno en El Cairo durante los meses finales de la dictadura de Fulgencio Batista, pero es evidente que sus simpatías estaban del lado de los jóvenes barbudos que desde temprano marcaron distancia con el Gobierno de Estados Unidos, un detractor de las autoridades egipcias de la época.
Tuve oportunidad de conocer al Comandante Che Guevara, a los Comandantes Fidel y Raúl y por supuesto al canciller Raúl Roa, recuerda.
Askalani asegura que varias ocasiones el Comandante Fidel Castro se había interesado por los acontecimientos en Egipto y siempre insistía en la importancia de la independencia de los estados y la defensa de la soberanía nacional, dos temas que eran primordiales en la política del presidente Nasser.
Una noche, el bisoño diplomático fue invitado a una cena a la que asistió el líder de la Revolución, el Líder de la Revolución y en un momento le sugirió que aprendiera el idioma árabe.
Divertido por la idea, el Comandante accedió a escribir su nombre con las letras del alfabeto árabe que le indiqué en la tarjeta que identificaba los asientos de los comensales, que después firmó y aún conservo.
Terminada su tarea en La Habana con la llegada de los funcionarios que se encargarían de la misión diplomática egipcia, Nadim emprendió el camino de regreso a El Cairo, una ruta que le proporcionaría otra sorpresa.
Cuando llegué a Nueva York en tránsito, me fue a buscar al aeropuerto uno de los miembros de la delegación egipcia a la sesión de la Asamblea General de la ONU a la que asistían el presidente Nasser y el Comandante Fidel Castro.
Me dicen que hablas español, me preguntó con asombro, pues el dato no aparecía en mi currículo y lo dije que era cierto, que había tenido que aprenderlo en apenas tres meses y medio para poder comunicarme con los cubanos y cumplir las tareas que me habían encomendado.
Pues te quedas, para que le sirvas de intérprete al presidente Nasser, que se va a entrevistar con Fidel Castro en cualquier momento”.
Pocas horas después, el mandatario egipcio, que había enfrentado la agresión anglo-franco-israelí por nacionalizar el Canal de Suez el 26 de julio de 1956, tres años después del Asalto al Moncada por Fidel, se entrevistaría en un hotel de Harlem con el líder cubano, cuyo país comenzaba a experimentar las presiones políticas y económicas como represalia a su decisión de rescatar las riquezas naturales de su isla caribeña.
Nasser fue hasta el Hotel Theresa, en Harlem, el barrio de los negros neoyorquinos, que ofreció albergue a la delegación cubana después que la dirección del que habían alquilado se plegó a presiones y les pidió que se marchara.
Fidel había estremecido a Nueva York cuando dijo que si era necesario montaría casas de campaña en el Parque Central, pero que nadie podría impedir que hablara ante la Asamblea General”, recuerda el veterano diplomático.
De la entrevista con el presidente Nasser recuerdo la identificación que surgió entre ambos hombres que han marcado su impronta en la historia por defender en dos latitudes distantes los mismos principios: libertad, igualdad y defensa de los explotados.
Una década después de aquel encuentro, la noche del 28 de septiembre de 1970, en su discurso por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución, Fidel daría la noticia del fallecimiento de Nasser, al que calificó de caracterizado dirigente revolucionario.
Los acontecimientos que vendrían después pertenecen a la historia.
*Corresponsal de Prensa Latina en Egipto
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