La advocación mariana de la virgen de la Caridad del Cobre está ligada íntimamente a la historia de Cuba desde los inicios de la colonización y de la evangelización. El mito de la aparición de su imagen sobre las aguas de la bahía de Nipe (situada al norte de la región oriental) describe cómo dos indios y un niño negro la llevaron hasta las alturas de Barajagua (provincia de Holguín) donde fue venerada, luego trasladada hasta las minas de Santiago del Prado (El Cobre) por el franciscano Francisco Bonilla, para ser reconocida y colocada, en el transcurso del siglo XVII, en una ermita situada en el Cerro de Cardenillo, y donde posteriormente los llamados cobreros (descendientes de antiguos esclavos realengos angolanos) le levantaron un santuario por devoción a ella y como expresión de unidad en la prolongada lucha por sus derechos de criollos y por su libertad.
En el transcurso de la Guerra de los Diez Años la creencia en la Virgen del Cobre sirvió también de estímulo al grandioso esfuerzo por la libertad de los cubanos. Su imagen se confundió con la causa revolucionaria independentista para identificarla con el sobrenombre de La Virgen Mambisa, tal y como expone Emilio Bacardí en su novela testimonial Vía Crucis.
Los insurrectos, dirigidos por el Brigadier Félix Figueredo, ocuparon el poblado de El Cobre y, el 2 de enero de 1869, Carlos Manuel de Céspedes visitó el Santuario y, ante la presencia de las tropas mambisas y de los moradores, quienes “acompañándose con sus tumbas, marugas y otros instrumentos de origen africano”, le rindieron un tributo patriótico a la virgen. Más que sagrado era un gesto político del Padre de la Patria, que reconocía la tradición religiosa criolla y estimaba la devoción por la Virgen del Cobre como poderoso recurso de identidad entre los cubanos.
En su diario de campaña, el miembro de la Cámara de Representantes de la República de Cuba en Armas, Ignacio Mora, describe la fiesta de la Caridad en la manigua, donde el pueblo:
“Sin tener qué comer, pasa dedicado estos días en buscar cera para hacer la fiesta al estilo mambí, esto es, encender muchas velas y suponer que la imagen de la Virgen está presente. En todos los ranchos no se ve fuego para cocinar sino velas encendidas a la Virgen de la Caridad.[1]
Reiniciada la lucha por la independencia en 1895, en la tradición religiosa popular permanecieron los mismos principios de ética patriótica vinculados al culto de la virgen cobrera. Como en 1868, los miembros del Ejército Libertador acostumbraban a llevar resguardos y medallas con su imagen para procurar su protección en el combate.
En el último cuarto del siglo XIX, el culto a la Virgen del Cobre se nutrió de su relación con las aspiraciones reivindicativas de los mambises en la manigua, y de la utopía de nación concebida por muchos durante la lucha, hasta que fue imposible desligarla de la personalidad nacional.
En el seno de la Iglesia católica de Cuba se debatía la mayor participación del clero nativo, imprescindible tarea para que, con sentido nacional, influyera en las transformaciones populares que le eran necesarias ya en la República. Muchos sacerdotes cubanos levantaron sus voces para reclamar la atención al culto de la virgen de la Caridad del Cobre porque:
“Hoy mismo el poder soberano que la ‘Virgen Mambisa’ tiene en el alma del pueblo cubano es la más segura garantía de unidad nacional y de continuidad de la tradición católica”.[2]
El país quedó devastado durante la guerra y bajo la incertidumbre de su destino como nación, entonces apenas se hablaba de la festividad del 8 de septiembre. El objetivo será la proclamación oficial del patronato de la virgen de la Caridad, ya solicitado en 1901 por los prelados de Santiago de Cuba y de La Habana. En mayo de 1906, el santuario construido por los cobreros, la hospedería y hasta la escalinata sufrieron las consecuencias de los derrumbes por el laboreo irresponsable de las compañías mineras en las galerías situadas por debajo del edificio.
Conscientes del valor político de la Virgen del Cobre, terminada en 1912 la llamada “guerrita de los negros” con las violentas acciones represivas, se hizo más urgente el acercamiento de los veteranos de la Guerra de Independencia al culto de la virgen de la Caridad.
El 24 de septiembre de 1915, un grupo de antiguos oficiales, junto a 2 000 combatientes mambises encabezados por los mayores generales Jesús Sablón Moreno “Rabí” y Agustín Cebreco Sánchez, fueron a caballo desde Santiago de Cuba hasta El Cobre para solicitar a la Santa Sede el reconocimiento solemne de la virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba.
Los firmantes eran negros, blancos y mulatos; militaban en los partidos conservador, liberal y socialista; pasaron por sobre sus diferencias políticas a fin de limar asperezas estamentales y reminiscencias de la esclavitud acentuadas por los acontecimientos de 1912.
No tardó mucho el Papa Benedicto XV en responder aquella solicitud, deseosa como estaba la Iglesia católica de recuperar lo perdido en Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX. Por prescripto pontificio del 10 de mayo de 1916 se declaró la imagen de la Caridad y de los Remedios Patrona de la República de Cuba.
En 1918 se colocó la primera piedra del nuevo (y actual) santuario en las alturas de La Maboa. Concluido en 1927, menos la escalinata terminada dos décadas después, era costeado por infinidad de donativos de toda la Isla. El Santuario, meca de peregrinos de todas partes, se convirtió en lugar de reunión espiritual de los criollos de la Gran Antilla y el valor de la cobrera se fortaleció durante las primeras décadas del siglo XX.
Al triunfo de la Revolución una inmensa oleada de peregrinos se volcó sobre El Cobre para dar gracias a la virgen, por la caída de la dictadura y para cumplir las promesas de madres y esposas que temieron por la vida de sus familiares “alzados” en las montañas o comprometidos con la clandestinidad en las ciudades de la Isla. El 28 y 29 de noviembre de 1959, las autoridades católicas organizaron una visita a la capital de la imagen original de la Virgen del Cobre, para recibir las muestras de devoción de una gran multitud reunida en la plaza Cívica (hoy Plaza de la Revolución).
En 1936 había sido coronada por el arzobispo Valentín Zubizarreta en representación papal. Su significativo papel en el devenir cubano y su condición de símbolo nacional quedarán subrayados durante la presencia del Papa Juan Pablo II que la coronó por derecho propio, con Benedicto XVI que llegó a su Santuario como peregrino, y en la próxima visita del Papa Francisco a La Habana, Holguín, Santiago de Cuba y El Cobre quien expresará su amor por los cubanos a través de su rendido homenaje a la Virgen del Cobre, venerada por los libertadores.
[1] Nidia Sarabia: Ana Betancourt Agramonte, Ed. Ciencias sociales, La Habana, 1970.
[2] P. Pablo de Lete: “En el día de Nuestra Patrona. Ni española ni africana, pp. 16-18
[1] Nidia Sarabia: Ana Betancourt Agramonte, Ed. Ciencias sociales, La Habana, 1970.
[2] P. Pablo de Lete: “En el día de Nuestra Patrona. Ni española ni africana, pp. 16-18
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