Se trata de un complejo proceso de interacción océano-atmósfera, caracterizado por un calentamiento anómalo masivo de las aguas superficiales del mar en una amplia franja del oceáno Pacífico ecuatorial, que al debilitarse los vientos alisios avanza de manera progresiva desde su porción central hasta las costas de Sudamérica.
Esto suele coincidir en muchas ocasiones con una inversión a gran escala de los centros de alta y baja presión atmosférica ubicados en el Pacífico oriental
y occidental, respectivamente, denominada Oscilación del Sur. Fue descrita por Sir Gilbert Walker a principios de la pasada centuria.
De ahí que los científicos llamen ENOS a todo el fenómeno en su conjunto, si bien el término de El Niño es más popular entre las personas no especializadas en su estudio.
Tal denominación la acuñaron los pescadores peruanos en la segunda mitad del siglo XIX, al observar que las aguas habitualmente frías del litoral de ese país andino se tornaban cálidas cada cierto número de años en los días cercanos a la celebración de la Navidad cristiana, es decir muy próximo a la fecha del nacimiento del niño Jesús.
La combinación de los componentes oceanográfico y atmosférico que conforman el ENOS provoca severos trastornos en el clima mundial, con sequías extremas en diversas regiones del planeta que incentivan la aparición de devastadores incendios forestales, y la ocurrencia de lluvias torrenciales causantes de notables inundaciones en otras, además de propiciar el desplazamiento de especies marinas fuera de sus hábitats naturales, alterar las temperaturas, y desatar brotes de enfermedades, entre otros impactos.
Si bien hay constancias escritas de las huellas de El Niño en Perú que datan del año 1525, los investigadores han encontrado allí evidencias geológicas de sus efectos en las comunidades costeras que se remontan a épocas más lejanas. Quizás ello explique por qué los incas construían las ciudades en las cimas de las colinas y la población almacenaba los alimentos en las montañas.
Y aunque en los últimos cinco lustros el bien llamado Niño “diabólico” del clima devino en tema de dominio público a nivel internacional, antes del comienzo de la década de los 80 era prácticamente desconocido para los tomadores de decisión y la población en general, algo que también sucedió en Cuba.
El punto de viraje lo marcó el fortísimo evento ocurrido en el bienio 1982-1983, el cual incluso sorprendió a los científicos al alcanzar su
momento culminante sin que pudiera detectarse de manera previa el significativo incremento que produjo en los valores de la temperatura del mar.
Descifrando enigmas
Investigaciones realizadas en Cuba por especialistas del Instituto de Meteorología desde comienzos de los años 90 pusieron de manifiesto que la influencia del ENOS propicia durante el invierno posterior a su aparición un aumento en el surgimiento de bajas o ciclones extratropicales en el Golfo de México.
Lo anterior tiende a provocar en nuestro archipiélago valores totales de lluvia por encima de los normales para la etapa, unido en ocasiones a la presencia más frecuente de precipitaciones intensas, brotes de tormentas locales severas con caída de granizos y vientos fuertes, además de inundaciones costeras de gran magnitud, principalmente en la región occidental.
Así sucedió en la temporada invernal 1982-1983, cuando tuvieron lugar en el país los mayores daños que se tienen noticias atribuidos a la presencia del terrible “infante”.
Durante ese periodo hubo cifra récord de bajas extratropicales formadas en el citado Golfo con 26. Varias de ellas se desarrollaron a muy baja latitud, desatando sucesivos y prolongados episodios de fuertes lluvias capaces de sobrepasar de tres a cinco veces los promedios históricos en casi todo el territorio nacional, particularmente en occidente y centro. Fue el invierno más pluvioso reportado en 50 años.
También ocurrieron otros fenómenos de inusitada intensidad, como los vientos del sur con fuerza de huracán acaecidos en marzo de 1983, el mayor brote de tornados reportado en Cuba el día 17 del propio mes (siete en total), y la severa inundación costera que anegó amplias zonas del litoral habanero, incluido el malecón, en igual fecha.
Resulta llamativo apuntar que buena parte de las grandes inundaciones costeras registradas en la costa norte de la capital en los últimos cuarenta años, estuvieron vinculadas a ciclones extratropicales originados en años con presencia del ENOS.
Baste mencionar las del 6 de febrero de 1992 y el 13 de marzo de 1993. Esta última se produjo horas después de ser afectados por la llamada Tormenta del Siglo.
De acuerdo con reportes aparecidos en ediciones de este rotativo correspondientes al primer trimestre de 1983, debido a los reiterados ciclos de mal tiempo el país sufrió cuantiosas pérdidas en la agroindustria azucarera, tabaco, papa, plátano, tomate y otros renglones agrícolas, mientras hubo daños de consideración en instalaciones fabriles y viviendas.
Catalogado como el más intenso del siglo XX, en Cuba la magnitud de los impactos de El Niño 1997-1998 estuvo por debajo de lo esperado en ese invierno. Ello demuestra que no siempre genera iguales efectos, aun cuando alcance tan notable fuerza.
El doctor en Ciencias Ramón Pérez Suárez, especialista del Centro del Clima, dijo a Granma que resulta muy difícil prever desde ahora los posibles efectos del presente ENOS sobre el clima cubano para la venidera temporada invernal.
Pero ante la perspectiva de llegar al rango de muy fuerte en el transcurso del trimestre noviembre-enero y tomando en cuenta las experiencias dejadas por anteriores apariciones, los especialistas de la entidad mantendrán una estrecha vigilancia sobre su evolución, emitiendo de forma oportuna las informaciones y avisos que sean necesarios.
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