Siendo estudiante en la desaparecida Checoslovaquia participé varias veces en los desfiles y las manifestaciones por el primero de mayo. Eran días de fiesta, de alegría real, no impostada. Luego de medio siglo de aquellos tiempos no dudo un segundo en afirmar que las sonrisas de la gente revelaban optimismo, ganas de vivir. Aquellos días eran comparables solo con el entusiasmo juvenil de las famosas Espartaquiadas en el monumental estadio de Strahov.
El ideal socialista entraña metas colosales. Probar su justicia es una tarea de titanes, porque es un giro histórico el propósito de someter la propiedad privada arraigada por siglos y siglos en la humanidad, de derrotar el egoísmo y cultivar la solidaridad. Implica una difícil y compleja recomposición de todo el funcionamiento económico, jurídico, social y cultural de la sociedad, que se inicia cuando esta está dominada por la psicología de intercambio de equivalentes generada precisamente y afianzada por las relaciones mercantiles.
Pero aun en medio de esos enormes desafíos, la justeza del ideal socialista logró convencer y aglutinar las mayorías sociales en no pocos países.
Aquellos intentos, el de la desaparecida Checoslovaquia y el de otros países de Europa del Este y la propia URSS de encontrar un camino socialista fueron frustrados por una serie de factores que todavía están por ser suficientemente esclarecidos. Pero hoy, importantes sectores de aquellas sociedades miran con nostalgia la época en que no temían al futuro, por más que renegaban de muchas realidades de su presente, cuando muchos suponían que las fórmulas capitalistas y liberales resolverían sus inquietudes y aspiraciones; pero no imaginaban que el desenlace sumaría a la negativa respuesta a aquellas pretensiones, la pérdida de lo que tenían y podrían haber mejorado.
No solo apreciaciones de analistas, sino también diversos estudios sociológicos prueban el reconocimiento hoy de aquella equivocación. Se produjo lo que sabiamente alerta el conocido refrán: “el que vive de ilusiones, muere de desengaños”.
Sin embargo, han persistido en esas sociedades prometedores valores culturales forjados por el ideal socialista, pero encerrados hoy por el poder del capital que diariamente los contradice y ahoga. De ahí la nostalgia.
Desde enero de 1959, el Día Internacional del Trabajo ha sido en Cuba un día de fiesta, ocasión para celebrar conquistas, renovar compromisos, alegrarse en familia, con los vecinos y con los compañeros de trabajo. Lo mismo ocurrirá el próximo domingo.
Los cubanos podemos vernos en aquel espejo del socialismo frustrado y encontrar en ello la advertencia que nos hace.
Que nadie se llame a engaño. Entre la enredada maleza de carencias, necesidades y también agotamiento, pervive en el pueblo trabajador la cultura forjada por el proceso revolucionario, la conciencia de país soberano, independiente, solidario, internacionalista y socialista, y la convicción de la decisiva importancia de la marcha unida.
Este Primero de Mayo, en avenidas y plazas, nos negaremos a levantar un altar al dios mercado, nos negaremos a vivir un futuro de nostalgias por haber perdido la oportunidad de rectificar nuestros errores y superar nuestras insuficiencias, nos negaremos a vivir en un país donde el pueblo no sea consultado, donde haya desaparecido la solidaridad y campee por sus respetos el egoísmo, donde la niñez y la vejez queden desprotegidas, donde haya futuro solo para unos pocos, donde se haya perdido el optimismo y la confianza en nuestras propias fuerzas.
Marcharemos, sí, por el socialismo.
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