SANTIAGO DE CUBA.—Cegados por el odio y la
impotencia, el gobierno yanqui y la contrarrevolución cubana jamás
imaginaron que lejos de sembrar el pánico, con el ataque aéreo lanzado
en la madrugada del 15 de abril de 1961 contra el aeropuerto de Santiago
de Cuba, se escribiría otra página de heroísmo en defensa de la
Revolución.
Como parte de las acciones piratas, sabotajes y violaciones de las aguas y el espacio aéreo, planeados por el imperio previo a la invasión derrotada en Playa Girón, el golpe contra aeródromos de esta ciudad y la capital del país, demuestra que todo estaba calculado, menos la respuesta del pueblo cubano.
“Habían previsto hasta el mínimo detalle, y para confundirnos utilizaron aviones B-26 camuflados con la bandera cubana y las insignias de nuestra fuerza aérea, los cuales se aproximaron por el este a baja altura y con el tren afuera, como si fueran a aterrizar, a una hora en que el sol no dejaba distinguirlos”.
Así apreció inicialmente los hechos Luis Manuel Copo Quiñones, entonces controlador de tránsito aéreo, desde la privilegiada altura de la torre de control y mediante el empleo de binoculares, pues buscaba algún indicio del avión del inolvidable capitán rebelde Orestes Acosta, desaparecido aquella madrugada mientras cumplía una misión combativa.
“Próximo a la cabecera del campo de aterrizaje —añade—, guardó el tren el primer avión, disparó un cohete contra una pieza antiaérea y dejó caer dos bombas sobre la pista, mientras que el segundo atacaba la caseta de los transmisores para dejar al aeropuerto sin comunicación y lanzaba luego un rocket hacia la torre de control, que no explotó pero destruyó la cristalería”.
Solo pilotos de combate entrenados como los norteamericanos, podían hacer aquellos pases, dejando caer a alta velocidad bombas de 100 y 500 libras, en picada de lado para lanzar los cohetes, o con precisos giros en el ametrallamiento. Además, luego se confirmaría también que a gran altura contaban con la cobertura de varios Jet F-105, de Estados Unidos.
Según afirma el propio Copo, “uno de los aviones se retiró echando humo negro por el otor derecho, tras ser alcanzado por el fuego de las ‘cuatro bocas’, cuyos jóvenes artilleros impidieron heroicamente un ensañamiento mayor, pues temerosos de sus ráfagas los aviones piratas tomaron primero altura y luego emprendieron retirada”.
Tres heridos, entre ellos dos de aquellos combatientes, la destrucción de un avión DC-3, de la Compañía Cubana de Aviación, de otro del tipo Briscaff, y dos más de la Fuerza Aérea Rebelde, así como daños en varios tramos de la pista, en la edificación central y otras instalaciones, fue entre otros, el saldo de la artera agresión.
Fue tal la saña, que uno de los proyectiles calibre 50 de los agresores atravesó del frente a la espalda el busto de bronce del Titán Antonio Maceo, ubicado en el parque frontal del aeropuerto, hecho calificado por los santiagueros como la herida 27 del Mayor General, cuyo cuerpo recibiera 26 en las luchas independentistas.
Al derroche de coraje de los combatientes rebeldes y milicianos, siguió la actitud heroica de trabajadores como José Luis Consuegra, quien a riesgo de su vida, arrancó los motores de un avión de las fuerza aérea incendiado y lo alejó de otro que estaba totalmente artillado, para evitar una catástrofe de mayores consecuencias.
En similar acción, al ver que a pocos metros de otra aeronave envuelta en llamas se encontraba una rastra cisterna cargada de combustible B-100/130, Eduardo Rodríguez Ernesto desafió las balas que explotaban en el avión y con un pie en el estribo, y el otro en el acelerador, sacó al vehículo del área de peligro.
Como símbolo de unidad, se sumaron espontáneamente los santiagueros para emprender la limpieza de los locales, retirar con grandes grúas los aviones destruidos y reparar los boquetes abiertos por las bombas en la pista, que antes de las tres de la tarde reiniciaba los servicios con los vuelos comerciales planificados.
Era la viril respuesta del pueblo que marcharía de inmediato a las trincheras, cuando por todas las emisoras de radio santiagueras el entonces Comandante Raúl Castro Ruz llamaría: “…llegó el momento para todos los cubanos de empuñar el arma para salvar la Patria… Cada uno a ocupar su puesto. A aniquilar al invasor”.
Como parte de las acciones piratas, sabotajes y violaciones de las aguas y el espacio aéreo, planeados por el imperio previo a la invasión derrotada en Playa Girón, el golpe contra aeródromos de esta ciudad y la capital del país, demuestra que todo estaba calculado, menos la respuesta del pueblo cubano.
“Habían previsto hasta el mínimo detalle, y para confundirnos utilizaron aviones B-26 camuflados con la bandera cubana y las insignias de nuestra fuerza aérea, los cuales se aproximaron por el este a baja altura y con el tren afuera, como si fueran a aterrizar, a una hora en que el sol no dejaba distinguirlos”.
Así apreció inicialmente los hechos Luis Manuel Copo Quiñones, entonces controlador de tránsito aéreo, desde la privilegiada altura de la torre de control y mediante el empleo de binoculares, pues buscaba algún indicio del avión del inolvidable capitán rebelde Orestes Acosta, desaparecido aquella madrugada mientras cumplía una misión combativa.
“Próximo a la cabecera del campo de aterrizaje —añade—, guardó el tren el primer avión, disparó un cohete contra una pieza antiaérea y dejó caer dos bombas sobre la pista, mientras que el segundo atacaba la caseta de los transmisores para dejar al aeropuerto sin comunicación y lanzaba luego un rocket hacia la torre de control, que no explotó pero destruyó la cristalería”.
Solo pilotos de combate entrenados como los norteamericanos, podían hacer aquellos pases, dejando caer a alta velocidad bombas de 100 y 500 libras, en picada de lado para lanzar los cohetes, o con precisos giros en el ametrallamiento. Además, luego se confirmaría también que a gran altura contaban con la cobertura de varios Jet F-105, de Estados Unidos.
Según afirma el propio Copo, “uno de los aviones se retiró echando humo negro por el otor derecho, tras ser alcanzado por el fuego de las ‘cuatro bocas’, cuyos jóvenes artilleros impidieron heroicamente un ensañamiento mayor, pues temerosos de sus ráfagas los aviones piratas tomaron primero altura y luego emprendieron retirada”.
Tres heridos, entre ellos dos de aquellos combatientes, la destrucción de un avión DC-3, de la Compañía Cubana de Aviación, de otro del tipo Briscaff, y dos más de la Fuerza Aérea Rebelde, así como daños en varios tramos de la pista, en la edificación central y otras instalaciones, fue entre otros, el saldo de la artera agresión.
Fue tal la saña, que uno de los proyectiles calibre 50 de los agresores atravesó del frente a la espalda el busto de bronce del Titán Antonio Maceo, ubicado en el parque frontal del aeropuerto, hecho calificado por los santiagueros como la herida 27 del Mayor General, cuyo cuerpo recibiera 26 en las luchas independentistas.
Al derroche de coraje de los combatientes rebeldes y milicianos, siguió la actitud heroica de trabajadores como José Luis Consuegra, quien a riesgo de su vida, arrancó los motores de un avión de las fuerza aérea incendiado y lo alejó de otro que estaba totalmente artillado, para evitar una catástrofe de mayores consecuencias.
En similar acción, al ver que a pocos metros de otra aeronave envuelta en llamas se encontraba una rastra cisterna cargada de combustible B-100/130, Eduardo Rodríguez Ernesto desafió las balas que explotaban en el avión y con un pie en el estribo, y el otro en el acelerador, sacó al vehículo del área de peligro.
Como símbolo de unidad, se sumaron espontáneamente los santiagueros para emprender la limpieza de los locales, retirar con grandes grúas los aviones destruidos y reparar los boquetes abiertos por las bombas en la pista, que antes de las tres de la tarde reiniciaba los servicios con los vuelos comerciales planificados.
Era la viril respuesta del pueblo que marcharía de inmediato a las trincheras, cuando por todas las emisoras de radio santiagueras el entonces Comandante Raúl Castro Ruz llamaría: “…llegó el momento para todos los cubanos de empuñar el arma para salvar la Patria… Cada uno a ocupar su puesto. A aniquilar al invasor”.
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