La
idea, como estrategia, fue enarbolada con éxito, por vez primera en
Cuba, por el capitán general del Ejército español Arsenio Martínez de
Campos y Antón, en los días en que, aprovechando la desunión de los
cubanos
Sin lugar a dudas, pensará el lector que tal frase se
corresponde a la consabida teoría del actual inquilino de la Casa
Blanca de olvidar la historia y el pasado. Pero no se trata de Barack
Obama. La idea, como estrategia, fue enarbolada con éxito, por vez
primera en Cuba, por el capitán general del Ejército español Arsenio
Martínez de Campos y Antón, en los días en que, aprovechando la desunión
de los cubanos, cambió el curso de la guerra de los Diez Años aplicando
una política de exagerada humanización del conflicto.
A través del dinero y la demagogia, logró el astuto general lo que las armas españolas no habían alcanzado en los fieros combates de la Guerra Grande. Tal como hizo en España para derrotar el movimiento carlista, combinaría la actividad de las operaciones militares, con el trato civilizado y humano a sus adversarios.
El 7 de noviembre de 1877, emitió Martínez de Campos “Instrucciones para los jefes de columnas y demás comandantes de fuerzas que estén aisladas”. En ellas, al referirse al tratamiento que en lo adelante debía seguirse con los prisioneros, ordenaba:
“Los enemigos cogidos vivos, bien lo hayan sido aisladamente o combatiendo en fuerza, serán respetados y bien tratados, como se debe a todo prisionero: consideraré como una prueba de la mejor disciplina y levantado espíritu, cualidades que deben animar a todas las tropas que estén a mis órdenes, el presentar el mayor número de prisioneros hechos durante el combate. Si contra lo que aquí mando, no se respeta algún prisionero, será un asesinato su muerte y condenado en su consecuencia el que la hubiera ordenado”.
El 15 de noviembre, de conjunto con el capitán general de la Isla, Joaquín Jovellar Soler, dictaba un Bando de dos artículos concediendo, en el primero, indulto a los “...desertores de nuestras filas que se encuentran actualmente en el campo enemigo, y se presenten a las autoridades..., y en el segundo, advirtiendo que los “...que fuesen aprehendidos después del día 31 de diciembre serán pasados por las armas”. Pocos días después, emitiría instrucciones reservadas a todos los jefes, para que no se separaran de la política humanitaria que hasta ese entonces venían aplicando. La palabra fusilamiento se aplicaría solamente como amenaza.
Las disposiciones de Martínez de Campos fueron secundadas por los jefes a él subordinados. Los montes, caminos y senderos se llenaron de proclamas impresas donde se llamaba a la paz y a la concordia. Apareció por vez primera, de manera generalizada, la generosidad y la caballerosidad española hacia los prisioneros y los habitantes de la Isla. Se llegaba incluso a privar a las tropas de víveres y ropas, para socorrer a las familias insurrectas recogidas durante las operaciones. El jefe español, “...largo en cuestiones de dinero...”, no escatimó en su uso para obtener los objetivos trazados. Las exhaustas arcas españolas se emplearon en sobornar y comprar a los jefes insurrectos.
El 23 de marzo de 1877, una vez debilitada la insurrección en el territorio villareño, reestructuró el Ejército de Operaciones de Cuba. Ese mismo día dictaba un bando en el que mezclaba la bondad de la guerra humanitaria con el rigor de la represión, al ordenar que los prisioneros que se hiciesen después del primero de mayo y los desertores aprehendidos después de esa fecha, fueran pasados por las armas. Otro bando de fecha 23 de marzo, daba un nuevo giro al tratamiento a los cubanos durante la guerra, al dejar de considerar prisioneros a ancianos, mujeres y niños. Ordenaba Martínez de Campos:
“Los ancianos de más de 60 años, mujeres y niños menores de 16 años no se considerarán como prisioneros, y se llevarán a los poblados, en los que si no hubiese medios de trabajo se les proporcionará, igualmente que a los presentados, por espacio de 40 días, ración completa de etapa a los adultos y media ración a los niños”.
A principios de abril de 1877 llegó al Gobierno de la República de Cuba en Armas la noticia de la prisión del prestigioso Coronel mambí Ricardo de Céspedes. El Coronel Fernando Figueredo Socarrás, explicaría en su obra La Revolución de Yara:
“… la guerra de Cuba conducida por los españoles con las reglas y etiquetas prescriptas por la civilización, equivalía a nuestra ruina, porque en la seguridad de que nuestros prisioneros serían tratados con consideración por el enemigo, desaparecía aquella heroica resistencia que en un momento supremo hacía el soldado cubano, que prefería morir antes que caer prisionero de su adversario, contando, como contaría ahora, con la caballerosidad que el enemigo, como política, imprimiría a sus actos.
“Así nos lo demostró la experiencia más tarde; cuando se multiplicaban los prisioneros, que nunca existieron en la salvaje guerra de Cuba; cuando se descubrió que Martínez Campos no sólo no los fusilaba, sino que los Jefes eran puestos en libertad y hasta enviados al extranjero, y que la tropa era devuelta al campo, con sus armas, provistas de ropas, comestibles y medicinas en abundancia; propagador que, inconscientemente, predicaba la clemencia del enemigo. (…) el vencedor del carlismo vino a Cuba dispuesto a triunfar del cubano ensayando todos los sistemas”.
Los efectos de la política conciliadora de Martínez de Campos, unido al desmembramiento de la revolución por sus divisiones internas, la indisciplina, y el regionalismo, fueron facilitándole al jefe español el camino que lo conduciría al logro de la paz. La suspensión unilateral de las hostilidades por parte de España en el territorio central y Camagüey, facilitó el aumento de los contactos entre militares de ambos bandos, con efectos mortales para la causa de la revolución.
El 10 de febrero de 1878, firmaba Martínez de Campos el Pacto del Zanjón en la provincia de Camagüey, con un grupo de importantes jefes cubanos. Con este acto, daba prácticamente por concluida la guerra, con un convenio que otorgaba a la Isla paz sin independencia. Durante el proceso de negociaciones tuvo el general Martínez de Campos mucho cuidado en no ofender el honor propio de los vencidos con actos que pudieran considerarse como humillantes. Como nunca antes, la hidalguía y el pundonor hizo gala entre los jefes militares españoles en el trato con sus similares cubanos. De su boca salieron frases como “...jamás un Ejército se ha rendido con más honor”. Jovellar, por otro lado, al referirse a la Paz del Zanjón, manifestaba que era “...tan gloriosa para el ilustre general en jefe que ha dirigido la guerra y para el ejército, como digna y generosa para las fuerzas capituladas...”.
Impuesto Maceo de la situación real de las fuerzas cubanas en la Isla, decidió entrevistarse con el jefe español para conocer “...qué clase de paz quiere hacer y qué ventajas reportan a Cuba sus concesiones...”. En los Mangos de Baraguá se produjo la histórica entrevista. Por vez primera se encontraban frente a frente quienes habían sido ya rivales en los campos y montañas de Guantánamo a comienzos de la guerra. Una fluida comunicación imperó durante casi todo el encuentro. Martínez de Campos, que nunca mencionó el grado de general al tratar o referirse a Maceo, ni llamó Ejército a las fuerzas cubanas, dio riendas sueltas a su elocuencia, tratando de llevar un mensaje pacificador:
“Basta —decía— de sacrificios y sangre; bastante han hecho ustedes asombrando al mundo con su tenacidad y decisión, aferrados a su idea; ha llegado el momento de que nuestras diferencias tengan su término y que unísonos, cubanos y españoles, propendamos a levantar este país de la postración en que diez años de cruda guerra lo han sumido. Ha llegado el momento de que Cuba, viniendo a la vida activa de los pueblos cultos, entre en el goce de todos sus derechos, y unida a España, marche por la senda del progreso y la civilización”.
La reunión fue cambiando el tono en la medida en que el jefe español quiso hacer conocer y debatir con los cubanos las bases del convenio del Zanjón, cuestión inaceptable para Maceo y sus acompañantes, conocedores de antemano de lo sucedido en Camagüey. La decisión de los orientales no se hizo esperar. Ocho días necesitaba Maceo para consultar a las fuerzas, y el 23 de marzo se romperían nuevamente las hostilidades. Después de la breve tregua acordada entre españoles y cubanos en Baraguá, a partir del día fijado para la ruptura de las hostilidades, a cada ataque mambí respondían los españoles con vivas a Cuba y a la paz. No contestaban el fuego cubano y enarbolaban en cambio banderas blancas.
En el mes de abril de 1878, las fuerzas del General Antonio Maceo, unos 150 hombres, fueron sorprendidos cerca de Mayarí por una columna enemiga de 1 500 hombres de infantería y caballería. Veamos el desenlace de aquel encuentro por la autorizada pluma de Figueredo Socarrás:
“Un toque de clarín y toda nuestra línea hizo una descarga... Antes que el enemigo contestara nuestro fuego, los cubanos hicieron otra descarga cerrada... “¡Viva la paz! ¡Viva Cuba!” gritaban los españoles, mientras la columna cual inmenso reptil ondulaba a través de la sabana sin contestar un solo tiro. Nuestro fuego se transformó en graneado. Los españoles hacían flotar en Ias puntas de sus fusiles pañuelos blancos, acción que acompañaban con gritos de ¡Viva Cuba! ¡Viva la paz! Sus hombres, ya muertos, ya heridos, caían a nuestra vista”.
La moral combativa de los cubanos decayó y comenzó a desertar un buen grupo de los ya pocos soldados con que contaba aquella representación, de lo que fue el Ejército Libertador cubano. Cuando el grado de debilitamiento llegó al extremo, entonces nuevamente, y con el mismo grado de humanización de la guerra, se escucharon las balas españolas, esta vez para terminar con los últimos reductos de combatientes. De esta forma el general
Martínez de Campos dio en Cuba sus últimos combates: los de la pacificación.
Los cubanos, no olvidan la historia, ni pueden darse ese lujo. Martínez de Campos, que fue sin duda un enemigo honorable, pidió en su momento lo mismo que nos pide hoy el mandatario de los Estados Unidos de América. Como no olvidamos el pasado, sino que aprendemos de él, en la Guerra del 95 de nada sirvió la estrategia pacificadora de Martínez de Campos. Esta vez, la fuerza indetenible de la Invasión liderada por Gómez y Maceo, cual turbión, eclipsó su estrella. Con las experiencias vividas, los llamados de Obama a olvidar el pasado en pos de un futuro incierto, claudicante y decadente, no tienen cabida. La historia nos ilumina.
* Presidente del Instituto de Historia de Cuba
A través del dinero y la demagogia, logró el astuto general lo que las armas españolas no habían alcanzado en los fieros combates de la Guerra Grande. Tal como hizo en España para derrotar el movimiento carlista, combinaría la actividad de las operaciones militares, con el trato civilizado y humano a sus adversarios.
El 7 de noviembre de 1877, emitió Martínez de Campos “Instrucciones para los jefes de columnas y demás comandantes de fuerzas que estén aisladas”. En ellas, al referirse al tratamiento que en lo adelante debía seguirse con los prisioneros, ordenaba:
“Los enemigos cogidos vivos, bien lo hayan sido aisladamente o combatiendo en fuerza, serán respetados y bien tratados, como se debe a todo prisionero: consideraré como una prueba de la mejor disciplina y levantado espíritu, cualidades que deben animar a todas las tropas que estén a mis órdenes, el presentar el mayor número de prisioneros hechos durante el combate. Si contra lo que aquí mando, no se respeta algún prisionero, será un asesinato su muerte y condenado en su consecuencia el que la hubiera ordenado”.
El 15 de noviembre, de conjunto con el capitán general de la Isla, Joaquín Jovellar Soler, dictaba un Bando de dos artículos concediendo, en el primero, indulto a los “...desertores de nuestras filas que se encuentran actualmente en el campo enemigo, y se presenten a las autoridades..., y en el segundo, advirtiendo que los “...que fuesen aprehendidos después del día 31 de diciembre serán pasados por las armas”. Pocos días después, emitiría instrucciones reservadas a todos los jefes, para que no se separaran de la política humanitaria que hasta ese entonces venían aplicando. La palabra fusilamiento se aplicaría solamente como amenaza.
Las disposiciones de Martínez de Campos fueron secundadas por los jefes a él subordinados. Los montes, caminos y senderos se llenaron de proclamas impresas donde se llamaba a la paz y a la concordia. Apareció por vez primera, de manera generalizada, la generosidad y la caballerosidad española hacia los prisioneros y los habitantes de la Isla. Se llegaba incluso a privar a las tropas de víveres y ropas, para socorrer a las familias insurrectas recogidas durante las operaciones. El jefe español, “...largo en cuestiones de dinero...”, no escatimó en su uso para obtener los objetivos trazados. Las exhaustas arcas españolas se emplearon en sobornar y comprar a los jefes insurrectos.
El 23 de marzo de 1877, una vez debilitada la insurrección en el territorio villareño, reestructuró el Ejército de Operaciones de Cuba. Ese mismo día dictaba un bando en el que mezclaba la bondad de la guerra humanitaria con el rigor de la represión, al ordenar que los prisioneros que se hiciesen después del primero de mayo y los desertores aprehendidos después de esa fecha, fueran pasados por las armas. Otro bando de fecha 23 de marzo, daba un nuevo giro al tratamiento a los cubanos durante la guerra, al dejar de considerar prisioneros a ancianos, mujeres y niños. Ordenaba Martínez de Campos:
“Los ancianos de más de 60 años, mujeres y niños menores de 16 años no se considerarán como prisioneros, y se llevarán a los poblados, en los que si no hubiese medios de trabajo se les proporcionará, igualmente que a los presentados, por espacio de 40 días, ración completa de etapa a los adultos y media ración a los niños”.
A principios de abril de 1877 llegó al Gobierno de la República de Cuba en Armas la noticia de la prisión del prestigioso Coronel mambí Ricardo de Céspedes. El Coronel Fernando Figueredo Socarrás, explicaría en su obra La Revolución de Yara:
“… la guerra de Cuba conducida por los españoles con las reglas y etiquetas prescriptas por la civilización, equivalía a nuestra ruina, porque en la seguridad de que nuestros prisioneros serían tratados con consideración por el enemigo, desaparecía aquella heroica resistencia que en un momento supremo hacía el soldado cubano, que prefería morir antes que caer prisionero de su adversario, contando, como contaría ahora, con la caballerosidad que el enemigo, como política, imprimiría a sus actos.
“Así nos lo demostró la experiencia más tarde; cuando se multiplicaban los prisioneros, que nunca existieron en la salvaje guerra de Cuba; cuando se descubrió que Martínez Campos no sólo no los fusilaba, sino que los Jefes eran puestos en libertad y hasta enviados al extranjero, y que la tropa era devuelta al campo, con sus armas, provistas de ropas, comestibles y medicinas en abundancia; propagador que, inconscientemente, predicaba la clemencia del enemigo. (…) el vencedor del carlismo vino a Cuba dispuesto a triunfar del cubano ensayando todos los sistemas”.
Los efectos de la política conciliadora de Martínez de Campos, unido al desmembramiento de la revolución por sus divisiones internas, la indisciplina, y el regionalismo, fueron facilitándole al jefe español el camino que lo conduciría al logro de la paz. La suspensión unilateral de las hostilidades por parte de España en el territorio central y Camagüey, facilitó el aumento de los contactos entre militares de ambos bandos, con efectos mortales para la causa de la revolución.
El 10 de febrero de 1878, firmaba Martínez de Campos el Pacto del Zanjón en la provincia de Camagüey, con un grupo de importantes jefes cubanos. Con este acto, daba prácticamente por concluida la guerra, con un convenio que otorgaba a la Isla paz sin independencia. Durante el proceso de negociaciones tuvo el general Martínez de Campos mucho cuidado en no ofender el honor propio de los vencidos con actos que pudieran considerarse como humillantes. Como nunca antes, la hidalguía y el pundonor hizo gala entre los jefes militares españoles en el trato con sus similares cubanos. De su boca salieron frases como “...jamás un Ejército se ha rendido con más honor”. Jovellar, por otro lado, al referirse a la Paz del Zanjón, manifestaba que era “...tan gloriosa para el ilustre general en jefe que ha dirigido la guerra y para el ejército, como digna y generosa para las fuerzas capituladas...”.
Impuesto Maceo de la situación real de las fuerzas cubanas en la Isla, decidió entrevistarse con el jefe español para conocer “...qué clase de paz quiere hacer y qué ventajas reportan a Cuba sus concesiones...”. En los Mangos de Baraguá se produjo la histórica entrevista. Por vez primera se encontraban frente a frente quienes habían sido ya rivales en los campos y montañas de Guantánamo a comienzos de la guerra. Una fluida comunicación imperó durante casi todo el encuentro. Martínez de Campos, que nunca mencionó el grado de general al tratar o referirse a Maceo, ni llamó Ejército a las fuerzas cubanas, dio riendas sueltas a su elocuencia, tratando de llevar un mensaje pacificador:
“Basta —decía— de sacrificios y sangre; bastante han hecho ustedes asombrando al mundo con su tenacidad y decisión, aferrados a su idea; ha llegado el momento de que nuestras diferencias tengan su término y que unísonos, cubanos y españoles, propendamos a levantar este país de la postración en que diez años de cruda guerra lo han sumido. Ha llegado el momento de que Cuba, viniendo a la vida activa de los pueblos cultos, entre en el goce de todos sus derechos, y unida a España, marche por la senda del progreso y la civilización”.
La reunión fue cambiando el tono en la medida en que el jefe español quiso hacer conocer y debatir con los cubanos las bases del convenio del Zanjón, cuestión inaceptable para Maceo y sus acompañantes, conocedores de antemano de lo sucedido en Camagüey. La decisión de los orientales no se hizo esperar. Ocho días necesitaba Maceo para consultar a las fuerzas, y el 23 de marzo se romperían nuevamente las hostilidades. Después de la breve tregua acordada entre españoles y cubanos en Baraguá, a partir del día fijado para la ruptura de las hostilidades, a cada ataque mambí respondían los españoles con vivas a Cuba y a la paz. No contestaban el fuego cubano y enarbolaban en cambio banderas blancas.
En el mes de abril de 1878, las fuerzas del General Antonio Maceo, unos 150 hombres, fueron sorprendidos cerca de Mayarí por una columna enemiga de 1 500 hombres de infantería y caballería. Veamos el desenlace de aquel encuentro por la autorizada pluma de Figueredo Socarrás:
“Un toque de clarín y toda nuestra línea hizo una descarga... Antes que el enemigo contestara nuestro fuego, los cubanos hicieron otra descarga cerrada... “¡Viva la paz! ¡Viva Cuba!” gritaban los españoles, mientras la columna cual inmenso reptil ondulaba a través de la sabana sin contestar un solo tiro. Nuestro fuego se transformó en graneado. Los españoles hacían flotar en Ias puntas de sus fusiles pañuelos blancos, acción que acompañaban con gritos de ¡Viva Cuba! ¡Viva la paz! Sus hombres, ya muertos, ya heridos, caían a nuestra vista”.
La moral combativa de los cubanos decayó y comenzó a desertar un buen grupo de los ya pocos soldados con que contaba aquella representación, de lo que fue el Ejército Libertador cubano. Cuando el grado de debilitamiento llegó al extremo, entonces nuevamente, y con el mismo grado de humanización de la guerra, se escucharon las balas españolas, esta vez para terminar con los últimos reductos de combatientes. De esta forma el general
Martínez de Campos dio en Cuba sus últimos combates: los de la pacificación.
Los cubanos, no olvidan la historia, ni pueden darse ese lujo. Martínez de Campos, que fue sin duda un enemigo honorable, pidió en su momento lo mismo que nos pide hoy el mandatario de los Estados Unidos de América. Como no olvidamos el pasado, sino que aprendemos de él, en la Guerra del 95 de nada sirvió la estrategia pacificadora de Martínez de Campos. Esta vez, la fuerza indetenible de la Invasión liderada por Gómez y Maceo, cual turbión, eclipsó su estrella. Con las experiencias vividas, los llamados de Obama a olvidar el pasado en pos de un futuro incierto, claudicante y decadente, no tienen cabida. La historia nos ilumina.
* Presidente del Instituto de Historia de Cuba
No hay comentarios:
Publicar un comentario