Pareciera que la historia, en uno de sus ciclos recurrentes, estuviera destinada a otorgar a Cuba un protagonismo excepcional en momentos cruciales de la humanidad. Lo fue en 1898, cuando la isla sirvió de polígono experimental a la primera guerra imperialista por el reparto del mundo. También en 1962 durante la Crisis de Octubre, de los Misiles o del Caribe, como indistintamente se le ha dado en llamar. Nunca antes, y hasta hoy, la vida en el planeta estuvo tan cercana de la desaparición y el holocausto, bajo la sombra oscura de un invierno nuclear.
Ambos acontecimientos tuvieron como protagonista a Estados Unidos, quien respecto a Cuba había definido sus intereses geopolíticos bien temprano el siglo XIX, intereses que, con matices diferentes, aún persisten.
En 1898 una generación de cubanos sufrió la más profunda frustración, al ver arrebatada su independencia por quien creía era su aliado. La humillación se repetiría en 1906, 1912, 1917 y en todos los años del periodo prerrevolucionario, signado por la presencia omnipotente del poder político y militar norteamericano, representado por la Embajada yanqui en la Isla.
El triunfo revolucionario de 1959, ocurrido en una coyuntura internacional favorable a su supervivencia, lastimó el orgullo imperial. Un nuevo tipo de gobierno, determinado a ejercer sus derechos soberanos, nacía a solo 90 millas de Estados Unidos. Era, para el imperio, una afrenta imperdonable.
Vinieron las agresiones, sabotajes, secuestros de buques y aeronaves, bandas contrarrevolucionarias, y atentados a nuestros dirigentes. La invasión y derrota de Playa Girón marcó un punto de no retroceso en la decisión norteamericana de exterminar a la Revolución cubana por cualquier vía. Los planes se intensificaron en el entorno de la Operación Mangosta y la proyectada invasión era solo cuestión de tiempo.
La Cuba revolucionaria, soberana y solidaria por naturaleza, aceptó la propuesta soviética de instalar armas nucleares ofensivas y tácticas en nuestro territorio, con el doble propósito de garantizar nuestra soberanía y consolidar el poder defensivo del campo socialista.
El 14 de octubre un avión de exploración U-2, descubrió rampas de emplazamiento de cohetes. El mundo comenzó a vivir momentos indescriptibles de ansiedad y conmoción. Y en medio de la posible hecatombe, un pueblo entero, sin perder el sueño ni la cordura, se dispuso a morir, si fuese necesario, en aras de su dignidad.
Soldados, milicianos, obreros, campesinos, hombres y mujeres, marcharon al frente. Cubrir la retaguardia era un honor. Pocas veces se sintió con tanta efervescencia el orgullo de ser cubano y defender la bandera. Numancia y Bayamo enardecían el espíritu.
Estados Unidos preparaba la invasión. El ejército llegó a movilizar 100 000 hombres, la Fuerza Aérea 146 000, la Marina 210 buques y 85 000 efectivos, y la Infantería de Marina una división reforzada.
En el fragor de los acontecimientos, Fidel dio la orden de disparar a los aviones que a baja altura hollaban el cielo patrio. El 27, contagiados con nuestro espíritu de lucha y victoria, una batería antiaérea soviética derribó un U-2. Fue el momento más álgido de la crisis. Soviéticos y norteamericanos se sentaron entonces a la mesa de negociaciones, y sin contar con Cuba, llegaron a acuerdos.
Era para ambas potencias el principio del fin de aquella crisis, más no para la Isla, marginada entonces del derecho que le asistía como coprotagonista de aquel evento. Se repetía una situación muy similar al 98 y el tratado de París. Como dijera el Comandante Ernesto Che Guevara, en aquellas difíciles circunstancias, los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre, brilló Fidel como estadista y estratega diplomático.
Pero después de la retirada de las armas nucleares, continuó la crisis, pues EE.UU. no cumplió con su compromiso formal con la Unión Soviética de no agredir a Cuba.
Fidel reclamó entonces los cinco puntos cardinales de la postura cubana ante las amenazas imperiales. EE.UU. hizo caso omiso. Tres de aquellas exigencias, se mantienen prácticamente intactas, más de 50 años después, como si el tiempo se hubiese detenido. Ellas son:
1-Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presiones comerciales y económicas.
2-Cese de todas las actividades subversivas, infiltración de espías y sabotajes.
5-Retirada de la base naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por los Estados Unidos.
Los tres años posteriores a la crisis de Octubre, fueron tan tensos y peligrosos como los de aquellos días de 1962. La Base Naval de Guantánamo fue entonces el escenario de agresiones directas, asesinatos de soldados cubanos y montaje de provocaciones que justificaran la guerra.
Mucho se ha escrito de la Crisis de Octubre, pero mucho queda aún por decir, pues además de los tres protagonistas principales, el mundo entero vivió la expectativa y no pocas naciones calcularon las consecuencias de la posible confrontación.
Poco se ha escrito, por ejemplo, del impacto sicosocial de la Crisis de Octubre en los pueblos de Cuba, la URSS y los Estados Unidos; de la visión de la crisis desde la historia regional y local en las localidades de Cuba donde estuvieron emplazadas unidades soviéticas.
Viven en nuestras ciudades y pueblos, miles de protagonistas de aquella historia, cuyos valiosos y excepcionales testimonios morirán con ellos si la agudeza y agresividad de historiadores y periodistas no marcha a su encuentro.
Aquel suceso tuvo también un impacto directo en el Caribe y México y en naciones como Venezuela, Argentina, y República Dominicana, cuyos gobiernos enviaron tropas y medios de combate para el bloqueo militar a Cuba y la posible invasión. Otras como Ecuador, Colombia, Costa Rica, Honduras, Haití, Guatemala y Perú, solo esperaban que el imperio ordenara, para cumplir con sus ofrecimientos.
Octubre llama a la reflexión y el análisis colectivo. En aquellos momentos cruciales de amenaza a la supervivencia de la nación, pueblo y líderes se unieron en un haz, para escribir una hermosa página de gloria.
*Presidente del Instituto de Historia de Cuba
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