Guayacán es el nombre común con el que se conoce a varias especies de árboles nativos de América, pertenecientes a los géneros Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum y Porlieria. Todas las especies de guayacán se caracterizan por poseer una madera muy dura. Es justamente por esa característica que reciben el nombre de guayacán, aun cuando no guarden relación de parentesco entre sí.

sábado, 29 de agosto de 2015

El rostro de la traición


Por Lissette Martín en la sección
Foto: Roly Montalván y cortesía del entrevistado
Junto a otros cuatro compañeros, Héctor Terry prestó servicios médicos en el Batallón 113. Esa cara yo la he visto, yo la he visto…”, no cansaba de repetirse el entonces estudiante de Medicina Héctor Terry Molinert.

Calurosa estaba la tarde de aquel abril de 1961 cuando presenció la captura de un mercenario en las cercanías de San Blas. “Ya habían pasado los combates y el hombre llevaba días escondido en los cenagales. Yo tenía delante a una persona muy deteriorada, con el rostro cansado y expresión de dolor por las heridas. Pero me recordaba a alguien”.

Terry lo vio alejarse cuando lo llevaban hacia las cabañas donde ubicaban a los prisioneros para luego transportarlos hacia La Habana. “Hasta allí debí trasladarme después, y supe la identidad de aquel que no se me apartaba de la memoria por el doctor Ángel Fernández Vila, en aquel momento al frente de la zona de desarrollo en la Ciénaga de Zapata por el Instituto Nacional de Reforma Agraria.

“¡Terry, cogimos a Calviño!”, me dijo Vila, luego de abrazarnos. Se trataba del traidor Ramón Calviño Insua, a quien conocí en mis días en prisión, cuando llevaba un bigote muy espeso y por esta razón, unido a las condiciones físicas en que ahora lo tenía delante, no había logrado reconocerlo: temblaba mucho, estaba enrojecido, con un cuadro febril intenso, de 43 grados de temperatura, y una gran infección. 

En ese momento Calviño era un paciente más, una persona necesitada de tratamiento, no el hombre que había pertenecido al Movimiento 26 de julio y devino traidor tras ser capturado por Esteban Ventura, el mismo que, además, no vaciló en entregar a muchos compañeros.

Cuando Terry le extraía un gran casco de metralla de un obús de mortero alojado en la espalda, Calviño dejó de ser el esbirro que en su triste historial cargaba con la identificación y muerte por la espalda de Marcelo Salado, el 9 de abril de 1958, en G y 25, y de otros; también el cómplice, junto a Ventura, de brutales torturas al comandante Julio Camacho Aguilera y demás camaradas.

“A las 72 horas se trasladó; yo regresé para San Blas y después lo volví a ver cuando se hicieron las entrevistas a mercenarios en el Palacio de los Deportes, donde la profesora Esterlina Milanés Dantín lo acusó de haberla torturado y violado, y tuvieron un careo que salió por todas las cámaras de la televisión.”

“Son las paradojas de la vida”, confiesa Terry, para quien los días de la epopeya marcaron definitivamente su andar por la Medicina. 

“En todo momento primó la ética médica, la ética humana de nuestro proceso revolucionario, de nuestros médicos. Nadie recibió ni una sola palabra obscena, ninguna ofensa; tanto a enemigos como a  nuestro personal atendimos por igual, con la misma dedicación. Allí todos eran pacientes. 

“Hay una anécdota narrada por el doctor Gilberto Gil, anestesista, que lo ilustra: contábamos con una sola férula para un determinado tipo de fractura y ya la tenía puesta un mercenario cuando llegó un combatiente. En ningún momento se le quitó a uno para ponérsela al otro, sino que se buscó una alternativa.”

EL JURAMENTO


Terry habla del protagonismo de los servicios médicos en el escenario de la primera derrota del imperialismo en América: “Participamos recepcionando heridos, enfrentando las lesiones en la piel que les provocaba el tiempo metidos en los cenagales y los humedales, y los cambios de temperatura: de día eran muy altas y en la noche extremadamente frías. Recuerdo cómo se le inflamaban los labios, se les agrietaban generándoles infecciones; no faltaban los cuadros diarreicos y respiratorios. Y te repito: siempre se cumplió con el juramento hipocrático de atender a alguien aunque sea tu enemigo”. 

Este año el doctor Terry Molinert cumplirá 49 años de aquel momento en que subió al Pico Cuba para recibir su diploma de graduado por el Comandante en Jefe Fidel Castro. En sus jornadas siempre ha estado aquel abril victorioso cargado de enseñanzas: “Me aportó que uno tiene que mantener a la tropa en perfecta disposición combativa; muchas veces se puede pensar que el médico solo está en medio de una contienda para curar al herido, al traumatizado por una bala, una bomba, una granada o explosión en pleno combate. Ciertamente eso es parte muy importante de los servicios, pero también nos toca mantener a la tropa en perfecta disposición combativa.   

“Años después debí ir a Luanda porque la Malaria había provocado más de 40 bajas y después el cólera 700 muertes en pocas horas dentro de la población. Y allí estuvimos para ayudar a controlarlo y atender a nuestro personal que apoyaba en los combates contra la UNITA y los racistas suda- fricanos.”

El doctor Terry se desempeña actualmente como médico en la Dirección Provincial de Atención a combatientes y familiares de mártires en el municipio de Plaza de la Revolución. Cada abril Girón trae remembranzas: “tuvimos la experiencia de encontrarnos con estudiantes de la carrera e incluso compañeros nuestros de curso que llegaron como mercenarios. Hablamos de nuestras diferencias, de por qué lo hicieron, pero jamás se habló con odio ¡y a nadie faltó nuestra ayuda!

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