23 de julio de 1961 |
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Los crímenes de la tiranía por el asalto al Moncada
En la prisión, después del
asalto al Moncada, Fidel Castro escribió un relato estremecedor de los
sucesos que siguieron al heroico episodio. Trátase de un folleto, que
en aquella época circuló clandestinamente, donde el jefe del
movimiento describió “con la sangre de sus hermanos muertos” todos los
horrores de la tragedia. Por primera vez se dio a conocer la relación
exacta de los asaltantes muertos, muchos de los cuales -la inmensa
mayoría-, como bien dice Fidel, fueron salvajemente torturados y
asesinados después por los esbirros de la tiranía batistiana
“MANIFIESTO A LANACIÓN”
Isla de Pinos Dic. 12 de 1953
Con la sangre de mis hermanos muertos, escribo este documento. Ellos son el único motivo que lo inspira. Más que la libertad y la vida misma para nosotros, pedimos justicia para ellos. Justicia no es en este instante un monumento para los héroes y mártires que cayeron en el combate o asesinados después del combate; ni siquiera una tumba para que descansen en paz y juntos los restos que yacen esparcidos en los campos de Oriente, por lugares que en muchos casos solo conocen sus asesinos; ni de paz es posible hablar para los muertos en la tierra oprimida. La posteridad que es siempre más generosa con los buenos levantará esos símbolos a su memoria y las generaciones del mañana, rendirán, en su oportunidad, el debido tributo a los que salvaron el honor de la patria en esta época de infinita vergüenza.
¿Por qué no se han denunciado valientemente las atroces torturas y el asesinato en masa, bárbaro y vesánico que segó las vidas de setenta jóvenes prisioneros los días 26, 27, 28 y 29 de Julio? Eso sí es un deber ineludible de los presentes, y no cumplirlo es una mancha que no se borrará jamás. La Historia no conoce una masacre semejante ni en la época de la Colonia ni en la República. Comprendo que el terror haya paralizado los corazones por largo tiempo, pero ya no es posible sufrir más el manto de total silencio que la cobardía ha tendido sobre aquellos crímenes espantosos, reacción de odio bajo y brutal de una tiranía incalificable, que en la carne más pura, generosa e idealista de Cuba, sació su venganza contra el gesto rebelde y natural de los hijos esclavizados de nuestro pueblo heroico. Eso es complicidad bochornosa, tan repugnante como el mismo crimen, y es de pensar que el tirano esté relamiéndose los labios de satisfacción por la fiereza de los verdugos que lo defienden y el terror que inspira en los enemigos que lo combaten.
La verdad no se ignora, la sabe Oriente entero, la sabe en voz baja todo el pueblo; sabe también en cambio, que eran completamente falsas las canallescas imputaciones que se nos hicieran de haber sido inhumanos con los soldados. En el juicio oral, el gobierno no pudo sostener ninguna de sus afirmaciones; allí fueron a declarar los veinte militares que se hicieron prisioneros al enemigo desde los primeros momentos y los treinta heridos que tuvieron en el combate, sin haber recibido siquiera una ofensa de palabra. Los médicos forenses, peritos y hasta inclusive los mismos testigos de cargo se encargaron de destruir las versiones del gobierno, algunos declararon con admirable honradez; quedó probado que las armas se habían adquirido en Cuba; que no había conexión con los políticos del pasado, que nadie había sido acuchillado y que en el Hospital Militar sólo hubo una víctima, cierto enfermo herido que al asomarse a una ventana recibió la herida. Hasta el propio Fiscal caso insólito se vio precisado a reconocer en sus conclusiones “la conducta honorable y humana de los atacantes”.
En cambio, ¿dónde estaban nuestros heridos? Solamente había cinco en total. Noventa muertos y cinco heridos. ¿Se puede concebir semejante proporción en ninguna guerra? ¿Qué era del resto? Por otra parte, ¿Dónde estaban los combatientes detenidos los días 26, 27, 28 y 29? Santiago de Cuba, sabe bien la respuesta. Los heridos fueron arrancados de los hospitales privados, hasta de las propias mesas de operaciones y rematados inmediatamente después, en ocasiones antes de salir del hospital. Dos prisioneros heridos entraron vivos con sus custodios en un elevador y salieron muertos del mismo. Los que habían sido recluidos en el Hospital Militar fueron inyectados con aire y con alcanfor en las venas; uno de ellos, el estudiante de Ingeniería, Pedro Miret, sobrevivió a este mortal procedimiento y narró todo.
Solamente cinco, repito, quedaron vivos. Dos fueron defendidos por el doctor Posada, quien no permitió que se los arrebataran los soldados en la Colonia Española, José Ponce y Gustavo Arcos, y otros tres que deben sus vidas al capitán Tamayo, médico del ejército quien con gesto valeroso de profesional digno, pistola en mano trasladó a los heridos Pedro Miret, Abelardo Crespo y Fidel Labrador del Hospital Militar al Hospital Civil. Ni aún a esos cinco querían dejar vivos. Los números son de una elocuencia irrebatible.
En cuanto a los prisioneros, bien pudo ponerse a la entrada del Cuartel Moncada, aquel letrero que aparecía en el dintel del Infierno de Dante: “Dejad toda esperanza”. Treinta fueron asesinados la primera noche. La orden llegó a las tres de la tarde con el general Martín Díaz Tamayo quien dijo que “era una vergüenza para el ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y que hacían falta diez muertos por cada soldado”.
Isla de Pinos Dic. 12 de 1953
Con la sangre de mis hermanos muertos, escribo este documento. Ellos son el único motivo que lo inspira. Más que la libertad y la vida misma para nosotros, pedimos justicia para ellos. Justicia no es en este instante un monumento para los héroes y mártires que cayeron en el combate o asesinados después del combate; ni siquiera una tumba para que descansen en paz y juntos los restos que yacen esparcidos en los campos de Oriente, por lugares que en muchos casos solo conocen sus asesinos; ni de paz es posible hablar para los muertos en la tierra oprimida. La posteridad que es siempre más generosa con los buenos levantará esos símbolos a su memoria y las generaciones del mañana, rendirán, en su oportunidad, el debido tributo a los que salvaron el honor de la patria en esta época de infinita vergüenza.
¿Por qué no se han denunciado valientemente las atroces torturas y el asesinato en masa, bárbaro y vesánico que segó las vidas de setenta jóvenes prisioneros los días 26, 27, 28 y 29 de Julio? Eso sí es un deber ineludible de los presentes, y no cumplirlo es una mancha que no se borrará jamás. La Historia no conoce una masacre semejante ni en la época de la Colonia ni en la República. Comprendo que el terror haya paralizado los corazones por largo tiempo, pero ya no es posible sufrir más el manto de total silencio que la cobardía ha tendido sobre aquellos crímenes espantosos, reacción de odio bajo y brutal de una tiranía incalificable, que en la carne más pura, generosa e idealista de Cuba, sació su venganza contra el gesto rebelde y natural de los hijos esclavizados de nuestro pueblo heroico. Eso es complicidad bochornosa, tan repugnante como el mismo crimen, y es de pensar que el tirano esté relamiéndose los labios de satisfacción por la fiereza de los verdugos que lo defienden y el terror que inspira en los enemigos que lo combaten.
La verdad no se ignora, la sabe Oriente entero, la sabe en voz baja todo el pueblo; sabe también en cambio, que eran completamente falsas las canallescas imputaciones que se nos hicieran de haber sido inhumanos con los soldados. En el juicio oral, el gobierno no pudo sostener ninguna de sus afirmaciones; allí fueron a declarar los veinte militares que se hicieron prisioneros al enemigo desde los primeros momentos y los treinta heridos que tuvieron en el combate, sin haber recibido siquiera una ofensa de palabra. Los médicos forenses, peritos y hasta inclusive los mismos testigos de cargo se encargaron de destruir las versiones del gobierno, algunos declararon con admirable honradez; quedó probado que las armas se habían adquirido en Cuba; que no había conexión con los políticos del pasado, que nadie había sido acuchillado y que en el Hospital Militar sólo hubo una víctima, cierto enfermo herido que al asomarse a una ventana recibió la herida. Hasta el propio Fiscal caso insólito se vio precisado a reconocer en sus conclusiones “la conducta honorable y humana de los atacantes”.
En cambio, ¿dónde estaban nuestros heridos? Solamente había cinco en total. Noventa muertos y cinco heridos. ¿Se puede concebir semejante proporción en ninguna guerra? ¿Qué era del resto? Por otra parte, ¿Dónde estaban los combatientes detenidos los días 26, 27, 28 y 29? Santiago de Cuba, sabe bien la respuesta. Los heridos fueron arrancados de los hospitales privados, hasta de las propias mesas de operaciones y rematados inmediatamente después, en ocasiones antes de salir del hospital. Dos prisioneros heridos entraron vivos con sus custodios en un elevador y salieron muertos del mismo. Los que habían sido recluidos en el Hospital Militar fueron inyectados con aire y con alcanfor en las venas; uno de ellos, el estudiante de Ingeniería, Pedro Miret, sobrevivió a este mortal procedimiento y narró todo.
Solamente cinco, repito, quedaron vivos. Dos fueron defendidos por el doctor Posada, quien no permitió que se los arrebataran los soldados en la Colonia Española, José Ponce y Gustavo Arcos, y otros tres que deben sus vidas al capitán Tamayo, médico del ejército quien con gesto valeroso de profesional digno, pistola en mano trasladó a los heridos Pedro Miret, Abelardo Crespo y Fidel Labrador del Hospital Militar al Hospital Civil. Ni aún a esos cinco querían dejar vivos. Los números son de una elocuencia irrebatible.
En cuanto a los prisioneros, bien pudo ponerse a la entrada del Cuartel Moncada, aquel letrero que aparecía en el dintel del Infierno de Dante: “Dejad toda esperanza”. Treinta fueron asesinados la primera noche. La orden llegó a las tres de la tarde con el general Martín Díaz Tamayo quien dijo que “era una vergüenza para el ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y que hacían falta diez muertos por cada soldado”.
Con la sangre de mis hermanos muertos, escribo este
documento. Ellos son el único motivo que los inspira. Más que
la libertad y la vida misma para nosotros, pedimos justicia
para ellos
Dicha orden era producto de una reunión sostenida entre Batista,
Tabernilla, Ugalde Carrillo y otros jefes. Para allanar dificultades
legales, el Consejo de Ministros, el mismo domingo por la noche,
entre otros, suspendió el Art. 26 de los Estatutos que establece la
responsabilidad del custodio por la vida del detenido. La consigna fue
cumplida con horrible crueldad. Cuando los muertos fueron enterrados,
no tenían ojos, ni dientes, ni testículos y hasta de las prendas los
despojaron sus propios matadores, que sin pudor, exhibían después.
Escenas de indescriptible valor tuvieron lugar entre los torturados.
Dos muchachas, nuestras heroicas compañeras Melba Hernández y Haydée Santamaría,
fueron detenidas en el Hospital Civil, donde se encontraban en
calidad de enfermeras de primeros auxilios. A la última, ya en el
Cuartel al anochecer, un sargento llamado Eulalio González, apodado
“El Tigre”, con las manos ensangrentadas le mostró los ojos del
hermano que acababan de arrancarle; más tarde le dieron la noticia de
que habían matado a su novio, también prisionero; llena de infinita
indignación se les encaró a los asesinos y les dijo: “El no está
muerto, porque morir por la patria es vivir”. Ellas no fueron
asesinadas, los salvajes se detuvieron ante la mujer. Y ellas son
testigos excepcionales de lo ocurrido en aquel infierno.
Los que habían sido recluidos en el Hospital Militar
fueron inyectados con aire y con alcanfor en las venas;
uno de ellos, el estudiante de Ingeniería, Pedro Miret,
sobrevivió a este mortal procedimiento y narró todo
En los alrededores de Santiago de Cuba,
fuerzas al mando del comandante Pérez Chaumont asesinaron veintiún
combatientes que estaban desarmados y dispersos. A muchos los
obligaron a cavar su propia sepultura; un valiente volvió la pica e
hirió en el rostro a uno de los asesinos. No hubo en Siboney tales
combates; los únicos que conservaban armas se habían retirado conmigo
hacia las montañas y el ejército no trabó contacto con nosotros hasta
seis días después que en un descuido nos sorprendió completamente
dormidos, exhaustos por el cansancio y el hambre. Ya la matanza había
cesado ante el enorme clamor popular. Aún así, únicamente el milagro
de un oficial escrupuloso y la circunstancia de no haberme reconocido
hasta que estábamos en el Vivac, impidió nuestro asesinato.
El día 27 a las doce de la noche en el Kilómetro 39 de la carretera Manzanillo-Bayamo, el Capitán Jefe de la primera localidad, ahorcó, arrastrándolos por el suelo con una soga al cuello, a los jóvenes Pedro Félis, Hugo Camejo y Andrés García, dejándolos a los tres por muertos. Uno de ellos, el último, pudo recobrarse horas después, y presentado más tarde por Monseñor Pérez Serantes, ha referido la historia.
En la madrugada del día 28, junto al río Cauto, camino de Palma fueron ultimados los jóvenes Raúl de Aguiar, Andrés Valdés y otros, por el Teniente Jefe del Puesto de Alto Cedro, el sargento Montes de Oca y el cabo Maceo, que enterraron a sus víctimas en un pozo situado a la orilla del río cerca de un lugar conocido por Bananea. Estos jóvenes habían logrado hacer contacto con amigos míos que los ayudaron; después se supo la suerte que corrieron.
Todos estos hechos se efectuaron siempre con conocimiento anticipado de la Jefatura del Regimiento.
Es falso por completo que los cadáveres identificados hasta hoy -menos de la mitad del total- haya sido tarea del departamento de Dactiloscopía. En todos los casos procedieron siempre a tomarles el nombre y generales a las víctimas antes de matarlas y después iban revelando los nombres, poco a poco. La lista completa no la dijeron nunca. Mediante las huellas digitales identificaron solamente una parte de los que murieron en combate, con otra parte no lograron hacerlo. Los sufrimientos y la incertidumbre que han producido en los familiares con estos procedimientos, son indescriptibles.
Estos hechos y otros similares fueron denunciados por nosotros con todos los detalles en el juicio oral a presencia de los soldados que armados de ametralladoras y fusiles llenaban la sala del Plenum de la Audiencia en evidente actitud coercitiva. Ellos mismos se impresionaron ante el relato de las barbaridadesque habían cometido.
A mí se me arrancó del juicio en la tercera Sesión violando todas las leyes del procedimiento, para evitar que como abogado aclarara los hechos mediante el interrogatorio como iba haciendo, temían mucho sobre todo que las preguntas a los testigos de cargo pusiesen en evidencia los horrendos crímenes, que ejecutados sin cumplir las más elementales apariencias saltaban a la vista; a pesar de todo no pudieron evitarlo y el juicio fue un escándalo, pues otros abogados se encargaron de ello.
Del testimonio deducido por las denuncias formuladas por nosotros se han radicado tres causas por asesinato y torturas: la 938, la 1073 y la 1083 de 1953, Juzgado de Instrucción del Norte de Santiago de Cuba, aparte de otras muchas de violación continuada de los derechos Individuales. Todas absolutamente han sido ratificadas ya por nosotros en el Juzgado de Instrucción de Nueva Gerona. Hemos acusado a Batista, Tabernilla, Ugalde Carrillo y Díaz Tamayo como autores de la orden de matar a los prisioneros, cosa que a ciencia cierta sabemos, y como ejecutores al Coronel Alberto del Río Chaviano y a todos los Oficiales, Clases y Soldados que más se destacaron en la orgía de sangre.
Salvo en el caso de Batista, según las leyes vigentes corresponde a los tribunales civiles juzgar a los autores de estos hechos y la Audiencia de Santiago de Cuba hasta ahora ha tenido en esto una actitud bastante firme. Sin duda de ninguna clase que el silencio en torno a este proceso, es el favor más grande que se les puede hacer a los criminales y el incentivo más eficaz para que continúen matando sin freno de ninguna clase. No sueño desde luego ni en la más remota posibilidad de condena legal; no, eso es absurdo bajo un régimen en que los asesinos y torturadores pueden vivir libremente, vestir uniforme y representar a la autoridad mientras sufren prisión y cárcel los hombres honrados por el delito de defender la Constitución que el pueblo se dio, la libertad y el derecho. Para aquellos no hay, ni cárcel, ni sentencia, ni siquiera tribunales. ¿Podrán gozar, además, de absoluta impunidad moral cuando tantos han muerto generosamente por combatirlo, cuando tantos sufren la ignominia de la prisión?
Aquellos bravos que marcharon a la muerte con la sonrisa de la suprema felicidad en los labios, abrasados por la llama del deber, bien hicieron en morir porque no nacieron para resignarse a la vida hipócrita y miserable de estos tiempos, y murieron, en fin de cuentas, por eso, porque no pudieron adaptarse a la indigna y repugnante realidad.
De haber triunfado nuestro esfuerzo revolucionario, era nuestro propósito poner el poder en manos de los más fervientes idealistas.
El restablecimiento de la Constitución del 40 condicionada desde luego a la situación anormal, era el primer punto de nuestra proclama al pueblo. Una vez en posesión de la Capital de Oriente se iban a decretar en el acto seis leyes básicas de profundo contenido revolucionario que tendían a poner a los pequeños colonos, arrendatarios, aparceros, y precaristas en la posesión definitiva de la tierra, con indemnización del Estado a los perjudicados; consagración del derecho de los obreros a la participación de una parte de las utilidades finales de la empresa; participación de los colonos en el 55% del rendimiento de las cañas (estas medidas, como es natural, debían conciliarse con una política dinámica y enérgica por parte del Estado, interviniendo directamente en la creación de nuevas industrias, movilizando las grandes reservas de capital nacional, resquebrajando la resistencia organizada de poderosos intereses). Otra declaraba destituidos a todos los funcionarios judiciales y administrativos, municiples, provinciales o nacionales que hubieran traicionado la Constitución jurando los Estatutos. Por último, una ley que propugnaba la confiscación de todos los bienes de todos los malversadores de todas las épocas, previo un proceso sumarísimo de investigación.
El gobierno se ha encargado de hacer desaparecer todos estos documentos.
Nada pudo conocer el pueblo, porque adoptamos el criterio de no tomar las estaciones de radio hasta no tener asegurada la fortaleza para evitar cualquier masacre popular en caso de no tener éxito. El disco del último discurso de Chibás iba a estar constantemente en el aire, lo cual daría fe instantánea de un estallido revolucionario completamente independiente de los personeros del pasado.
Nuestro triunfo habría significado un ascenso inmediato del patriotismo al poder, primero provisionalmente, y después, mediante elecciones generales. Tan cierto es esto en cuanto a nuestros propósitos que aún fracasando nuestro sacrificio ha significado un fortalecimiento de los verdaderos ideales de Chibás dado el nuevo curso de los acontecimientos.
El día 27 a las doce de la noche en el Kilómetro 39 de la carretera Manzanillo-Bayamo, el Capitán Jefe de la primera localidad, ahorcó, arrastrándolos por el suelo con una soga al cuello, a los jóvenes Pedro Félis, Hugo Camejo y Andrés García, dejándolos a los tres por muertos. Uno de ellos, el último, pudo recobrarse horas después, y presentado más tarde por Monseñor Pérez Serantes, ha referido la historia.
En la madrugada del día 28, junto al río Cauto, camino de Palma fueron ultimados los jóvenes Raúl de Aguiar, Andrés Valdés y otros, por el Teniente Jefe del Puesto de Alto Cedro, el sargento Montes de Oca y el cabo Maceo, que enterraron a sus víctimas en un pozo situado a la orilla del río cerca de un lugar conocido por Bananea. Estos jóvenes habían logrado hacer contacto con amigos míos que los ayudaron; después se supo la suerte que corrieron.
Todos estos hechos se efectuaron siempre con conocimiento anticipado de la Jefatura del Regimiento.
Es falso por completo que los cadáveres identificados hasta hoy -menos de la mitad del total- haya sido tarea del departamento de Dactiloscopía. En todos los casos procedieron siempre a tomarles el nombre y generales a las víctimas antes de matarlas y después iban revelando los nombres, poco a poco. La lista completa no la dijeron nunca. Mediante las huellas digitales identificaron solamente una parte de los que murieron en combate, con otra parte no lograron hacerlo. Los sufrimientos y la incertidumbre que han producido en los familiares con estos procedimientos, son indescriptibles.
Estos hechos y otros similares fueron denunciados por nosotros con todos los detalles en el juicio oral a presencia de los soldados que armados de ametralladoras y fusiles llenaban la sala del Plenum de la Audiencia en evidente actitud coercitiva. Ellos mismos se impresionaron ante el relato de las barbaridadesque habían cometido.
A mí se me arrancó del juicio en la tercera Sesión violando todas las leyes del procedimiento, para evitar que como abogado aclarara los hechos mediante el interrogatorio como iba haciendo, temían mucho sobre todo que las preguntas a los testigos de cargo pusiesen en evidencia los horrendos crímenes, que ejecutados sin cumplir las más elementales apariencias saltaban a la vista; a pesar de todo no pudieron evitarlo y el juicio fue un escándalo, pues otros abogados se encargaron de ello.
Del testimonio deducido por las denuncias formuladas por nosotros se han radicado tres causas por asesinato y torturas: la 938, la 1073 y la 1083 de 1953, Juzgado de Instrucción del Norte de Santiago de Cuba, aparte de otras muchas de violación continuada de los derechos Individuales. Todas absolutamente han sido ratificadas ya por nosotros en el Juzgado de Instrucción de Nueva Gerona. Hemos acusado a Batista, Tabernilla, Ugalde Carrillo y Díaz Tamayo como autores de la orden de matar a los prisioneros, cosa que a ciencia cierta sabemos, y como ejecutores al Coronel Alberto del Río Chaviano y a todos los Oficiales, Clases y Soldados que más se destacaron en la orgía de sangre.
Salvo en el caso de Batista, según las leyes vigentes corresponde a los tribunales civiles juzgar a los autores de estos hechos y la Audiencia de Santiago de Cuba hasta ahora ha tenido en esto una actitud bastante firme. Sin duda de ninguna clase que el silencio en torno a este proceso, es el favor más grande que se les puede hacer a los criminales y el incentivo más eficaz para que continúen matando sin freno de ninguna clase. No sueño desde luego ni en la más remota posibilidad de condena legal; no, eso es absurdo bajo un régimen en que los asesinos y torturadores pueden vivir libremente, vestir uniforme y representar a la autoridad mientras sufren prisión y cárcel los hombres honrados por el delito de defender la Constitución que el pueblo se dio, la libertad y el derecho. Para aquellos no hay, ni cárcel, ni sentencia, ni siquiera tribunales. ¿Podrán gozar, además, de absoluta impunidad moral cuando tantos han muerto generosamente por combatirlo, cuando tantos sufren la ignominia de la prisión?
Aquellos bravos que marcharon a la muerte con la sonrisa de la suprema felicidad en los labios, abrasados por la llama del deber, bien hicieron en morir porque no nacieron para resignarse a la vida hipócrita y miserable de estos tiempos, y murieron, en fin de cuentas, por eso, porque no pudieron adaptarse a la indigna y repugnante realidad.
De haber triunfado nuestro esfuerzo revolucionario, era nuestro propósito poner el poder en manos de los más fervientes idealistas.
El restablecimiento de la Constitución del 40 condicionada desde luego a la situación anormal, era el primer punto de nuestra proclama al pueblo. Una vez en posesión de la Capital de Oriente se iban a decretar en el acto seis leyes básicas de profundo contenido revolucionario que tendían a poner a los pequeños colonos, arrendatarios, aparceros, y precaristas en la posesión definitiva de la tierra, con indemnización del Estado a los perjudicados; consagración del derecho de los obreros a la participación de una parte de las utilidades finales de la empresa; participación de los colonos en el 55% del rendimiento de las cañas (estas medidas, como es natural, debían conciliarse con una política dinámica y enérgica por parte del Estado, interviniendo directamente en la creación de nuevas industrias, movilizando las grandes reservas de capital nacional, resquebrajando la resistencia organizada de poderosos intereses). Otra declaraba destituidos a todos los funcionarios judiciales y administrativos, municiples, provinciales o nacionales que hubieran traicionado la Constitución jurando los Estatutos. Por último, una ley que propugnaba la confiscación de todos los bienes de todos los malversadores de todas las épocas, previo un proceso sumarísimo de investigación.
El gobierno se ha encargado de hacer desaparecer todos estos documentos.
Nada pudo conocer el pueblo, porque adoptamos el criterio de no tomar las estaciones de radio hasta no tener asegurada la fortaleza para evitar cualquier masacre popular en caso de no tener éxito. El disco del último discurso de Chibás iba a estar constantemente en el aire, lo cual daría fe instantánea de un estallido revolucionario completamente independiente de los personeros del pasado.
Nuestro triunfo habría significado un ascenso inmediato del patriotismo al poder, primero provisionalmente, y después, mediante elecciones generales. Tan cierto es esto en cuanto a nuestros propósitos que aún fracasando nuestro sacrificio ha significado un fortalecimiento de los verdaderos ideales de Chibás dado el nuevo curso de los acontecimientos.
Dos muchachas, nuestras heroicas compañeras
Melba Hernández y Haydée Santamaría, fueron detenidas
en el Hospital Civil, donde se encontraban en calidad de
enfermeras de primeros auxilios. A la última, ya en
el Cuartel al anochecer, un sargento llamado
Eulalio González, apodado “El Tigre”, con las manos
ensangrentadas le mostró los ojos del hermano que
acababan de arrancarle; más tarde le dieron la noticia
de que habían matado a su novio, también prisionero.
Llena de infinita indignación se les encaró a los asesinos
y les dijo:
“El no está muerto, porque morir por la patria es vivir”
Los pusilánimes dirán que no teníamos razón
considerando “juris de juris” el argumento rastrero del éxito o el
fracaso. Este se debió a crueles detalles de última hora, tan simples
que enloquece pensar en ellos. Las posibilidades de triunfo estaban en
la medida de nuestros medios; de haber contado con ellos no me queda
ninguna duda de haber luchado con un 90 por ciento de posibilidades.
Estas consideraciones traen a mi mente los viriles pensamientos que agitaron sus cerebros inquietos, aquel rebelarse indignado contra la mediocridad reinante y la grosera convivencia de los intereses creados siempre tan repugnantemente egoístas, aquel deseo de dar un ejemplo, de hacer algo grande por su patria. Cada día que pasa, justifica más la razón de su sacrificio.
Días atrás se conmemoró el 27 de noviembre. Todos los que escribieron y hablaron con relación al tema, volvieron sus palabras iracundas y fieras, tan pletóricas de epítetos altisonantes como de fingida indignación contra los voluntarios que fusilaron aquellos ocho estudiantes, sin embargo, no dijeron siquiera una sola sílaba para condenar el asesinato de setenta jóvenes, limpios como aquellos de pies a cabeza idealistas…
Estas consideraciones traen a mi mente los viriles pensamientos que agitaron sus cerebros inquietos, aquel rebelarse indignado contra la mediocridad reinante y la grosera convivencia de los intereses creados siempre tan repugnantemente egoístas, aquel deseo de dar un ejemplo, de hacer algo grande por su patria. Cada día que pasa, justifica más la razón de su sacrificio.
Días atrás se conmemoró el 27 de noviembre. Todos los que escribieron y hablaron con relación al tema, volvieron sus palabras iracundas y fieras, tan pletóricas de epítetos altisonantes como de fingida indignación contra los voluntarios que fusilaron aquellos ocho estudiantes, sin embargo, no dijeron siquiera una sola sílaba para condenar el asesinato de setenta jóvenes, limpios como aquellos de pies a cabeza idealistas…
Treinta fueron asesinados la primera noche. La orden
llegó a las tres de la tarde con el general
Martín Díaz Tamayo quien dijo que “era una vergüenza
para el ejército haber tenido en el combate tres veces
más bajas que los atacantes y que hacían falta diez
muertos por cada soldado”
Inocentes…, y aún con su sangre caliente sobre el corazón de Cuba. Caiga sobre los hipócritas el anatema de la Historia. Los estudiantes del 71
no fueron torturados, se les sometió a un juicio aparente, fueron
enterrados en lugares conocidos y los que tal horror cometieron se
creían en posesión de un derecho de cuatro siglos, recibido de mano
divina y consagrado por el tiempo, legítimo, inviolable, eterno, según
creencias abolidas ya por el hombre. NUEVE veces OCHO fueron los
jóvenes que cayeron en Santiago de Cuba bajo la tortura y el plomo, sin
juicio de ninguna especie, en nombre de una usurpación ilegítima y
aborrecida de dieciséis meses, sin Dios y sin ley, violadora de las más
nobles tradiciones cubanas y los más sagrados principios humanos, que
después esparció los restos de sus víctimas por lugares desconocidos,
en la República que nuestros libertadores fundaron para la dignidad y
el decoro del hombre, el mismísimo año del Centenario del Apóstol.
¿Cuál era el delito? Cumplir sus prédicas: “Cuando hay muchos hombres
sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos
hombres; esos son los que se rebelan con fuerza contra los que les
roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su
decoro.” ¿Cuál el interés lesionado? La ambición desmedida de un grupo
de Caínes que explotan y esclavizan nuestro pueblo en provecho
exclusivo de su egoísmo personal.
Si el odio que inspiró la matanza del 27 de noviembre “nacía babeante del vientre del hombre”, según expresión de Martí, ¿qué entrañas engendraron la masacre del 26, 27, 28 y 29 de Julio? Mas, no sé de ningún oficial del Ejército cubano que haya quebrado su espada renunciando al uniforme; la única honra de ese ejército consistía en “matar diez jóvenes por cada soldado muerto en combate”, esa fue la que quiso para él su Estado Mayor.
No debieron haber caído jamás teorías estériles e inoportunas sobre putsch o revolución, cuando era hora de denunciar los crímenes monstruosos que había cometido el Gobierno, asesinando más cubanos en cuatro días que en once años anteriores. Además, ¿quiénes han dado en Cuba prueba de mayor fe en las masas del pueblo, en su amor a la Libertad, en su repudio a la Dictadura en desesperada miseria, y en su conciencia madura? ¿Hubiera podido llamarse putsch a los intentos del pueblo de levantar el Regimiento Maceo la mañana del 10 de marzo, aun cuando ya, todos los demás mandos se habían entregado? ¿Habrá menos conciencia hoy de libertad que la que había la madrugada del 10 de Octubre de 1868? Lo que se mide en la hora de empeñar el combate por la libertad no es el número de las armas enemigas, sino el número de virtudes en el pueblo. Si en Santiago de Cuba cayeron cien jóvenes valerosos, ello no significa sino que hay en nuestra patria CIEN MIL jóvenes dispuestos también a caer. Búsqueselos y se les encontrará, oriénteseles y marcharán adelante por duro que sea el camino; las masas están listas, sólo necesitan que se les señale la rutaverdadera.
Denunciar los crímenes, he ahí un deber, he ahí un arma terrible, he ahí un paso al frente formidable y revolucionario. Las causas correspondientes están ya radicadas, las acusaciones ratificadas todas. Pídase el castigo de los asesinos. Exíjase su encarcelamiento. Nómbrese, si es necesario, un acusador privado. Impídase por todos los medios que pasen arbitrariamente a la Jurisdicción Militar. Antecedentes recientísimos favorecen esa campaña. La simplepublicación de lo denunciado será de tremendas consecuencias para el gobierno.
Repito que no hacer esto es una mancha imborrable.
Espero que un día en la patria libre se recorran los campos de la indómita Oriente, recogiendo los huesos heroicos de nuestros compañeros, para juntarlos todos en una gran tumba, junto a la del Apóstol, como mártires que son del Centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí: “Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. La alejan o la acercan pero siempre queda la memoria de haberlo visto pasar.”
Veintisiete cubanos, todavía tenemosfuerzas para morir y puños para pelear.
¡Adelante a conquistar la libertad!
Si el odio que inspiró la matanza del 27 de noviembre “nacía babeante del vientre del hombre”, según expresión de Martí, ¿qué entrañas engendraron la masacre del 26, 27, 28 y 29 de Julio? Mas, no sé de ningún oficial del Ejército cubano que haya quebrado su espada renunciando al uniforme; la única honra de ese ejército consistía en “matar diez jóvenes por cada soldado muerto en combate”, esa fue la que quiso para él su Estado Mayor.
No debieron haber caído jamás teorías estériles e inoportunas sobre putsch o revolución, cuando era hora de denunciar los crímenes monstruosos que había cometido el Gobierno, asesinando más cubanos en cuatro días que en once años anteriores. Además, ¿quiénes han dado en Cuba prueba de mayor fe en las masas del pueblo, en su amor a la Libertad, en su repudio a la Dictadura en desesperada miseria, y en su conciencia madura? ¿Hubiera podido llamarse putsch a los intentos del pueblo de levantar el Regimiento Maceo la mañana del 10 de marzo, aun cuando ya, todos los demás mandos se habían entregado? ¿Habrá menos conciencia hoy de libertad que la que había la madrugada del 10 de Octubre de 1868? Lo que se mide en la hora de empeñar el combate por la libertad no es el número de las armas enemigas, sino el número de virtudes en el pueblo. Si en Santiago de Cuba cayeron cien jóvenes valerosos, ello no significa sino que hay en nuestra patria CIEN MIL jóvenes dispuestos también a caer. Búsqueselos y se les encontrará, oriénteseles y marcharán adelante por duro que sea el camino; las masas están listas, sólo necesitan que se les señale la rutaverdadera.
Denunciar los crímenes, he ahí un deber, he ahí un arma terrible, he ahí un paso al frente formidable y revolucionario. Las causas correspondientes están ya radicadas, las acusaciones ratificadas todas. Pídase el castigo de los asesinos. Exíjase su encarcelamiento. Nómbrese, si es necesario, un acusador privado. Impídase por todos los medios que pasen arbitrariamente a la Jurisdicción Militar. Antecedentes recientísimos favorecen esa campaña. La simplepublicación de lo denunciado será de tremendas consecuencias para el gobierno.
Repito que no hacer esto es una mancha imborrable.
Espero que un día en la patria libre se recorran los campos de la indómita Oriente, recogiendo los huesos heroicos de nuestros compañeros, para juntarlos todos en una gran tumba, junto a la del Apóstol, como mártires que son del Centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí: “Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. La alejan o la acercan pero siempre queda la memoria de haberlo visto pasar.”
Veintisiete cubanos, todavía tenemosfuerzas para morir y puños para pelear.
¡Adelante a conquistar la libertad!
FIDEL CASTRO RUZ
Víctimas de la barbarie
Dr. Mario Muñoz Monroy
Manuel Cala Reyes, conocido por niño Cala
Alfredo Corcho García
José de Jesús Julio Madera Fernández
Eduardo Ambrosio Hernández (a) Chano
Oscar Alberto Ortega
Reemberto Adab Alemán Rodríguez
Abel B. Santamaría Cuadrado
Fernando Chenard Piña
Jacinto García Espinosa
Juan Manuel Ameijeiras Delgado
Rubén Cardero Sánchez
Carmelo Noa Gil
Flores Betancourt Rodríguez
José Antonio Labrador Díaz
Reinaldo Boris Luis Santa Coloma
Julio Trigo López
José Francisco Costa Velázquez
Guillermo Granado Lara
José Luis Tasende de las Muñecas
Ramón Ricardo Méndez Cabezón
Rigoberto Corcho López
Raúl Gómez García
Antonio Betancourt Flores
lsmael Ricondo Fernández
Félix Rivero Vasallo
Emilio Hernández Cruz
Roberto Medero Rodríguez
EIpidio Casimiro Sosa González
Francisco Viera Milián
Rolando San Román de las Llamas
Andrés Valdés Fuentes
Pablo Cartas Rodríguez
Armando Valle López
Raúl de Aguiar Fernández
Rafael Frevre Torres
Mario Martínez Arara
Hugo Camejo Valdés
Gregorio Medina
Víctor Escalona Benítez
José Testa Zaragoza
Luciano González Camejo
René Renato Guitar Rosell.
Manuel Cala Reyes, conocido por niño Cala
Alfredo Corcho García
José de Jesús Julio Madera Fernández
Eduardo Ambrosio Hernández (a) Chano
Oscar Alberto Ortega
Reemberto Adab Alemán Rodríguez
Abel B. Santamaría Cuadrado
Fernando Chenard Piña
Jacinto García Espinosa
Juan Manuel Ameijeiras Delgado
Rubén Cardero Sánchez
Carmelo Noa Gil
Flores Betancourt Rodríguez
José Antonio Labrador Díaz
Reinaldo Boris Luis Santa Coloma
Julio Trigo López
José Francisco Costa Velázquez
Guillermo Granado Lara
José Luis Tasende de las Muñecas
Ramón Ricardo Méndez Cabezón
Rigoberto Corcho López
Raúl Gómez García
Antonio Betancourt Flores
lsmael Ricondo Fernández
Félix Rivero Vasallo
Emilio Hernández Cruz
Roberto Medero Rodríguez
EIpidio Casimiro Sosa González
Francisco Viera Milián
Rolando San Román de las Llamas
Andrés Valdés Fuentes
Pablo Cartas Rodríguez
Armando Valle López
Raúl de Aguiar Fernández
Rafael Frevre Torres
Mario Martínez Arara
Hugo Camejo Valdés
Gregorio Medina
Víctor Escalona Benítez
José Testa Zaragoza
Luciano González Camejo
René Renato Guitar Rosell.
Fallecidos no identificados
Hubo 19 cadáveres, todos de hombres
jóvenes que no se pudieron identificar por el estado avanzado de
descomposición en que se encontraban, pues aunque todos estaban a
menos de media hora de viaje en automóvil de la ciudad de Santiago de
Cuba, el Ejército no participó estas defunciones hasta varios días
después de haberlas ejecutado.
Resumen
Muertos en el combate……….................8
Prisioneros muertos en el día del
combate después de retenidos
en el Cuartel Moncada ...................... 25
Prisioneros que se escondieron
en la ciudad y se presentaron
dentro de la semana de los
hechos al ejército, y que fueron
muertos en el Cuartel y sus
cadáveres sacados y tirados
fuera de la ciudad……………..................10
Prisioneros que se presentaron
al Ejército en los montes
cercanos a la ciudad, y que
fueron muertos después de
rendidos………………………………………………...19
TOTAL DE MUERTOS……..................62
Excepto los ocho muertos en acción todos
los cadáveres presentaban signos de torturas horrorosas y mutilaciones
fantásticas, que no realizaron ni los chinos ni norcoreanos con sus
prisioneros; aquí en Santiago de Cuba todos fueron muertos excepto los
que se salvaron por la intervención del Arzobispo Pérez Serantes, que
fueron 32.
Ante estos horrores, el caso de Corea es un juego de niños. Y mientras tanto el Gobierno de Eisenhower sigue vendiendo armas y protegiendo al Gobierno de la Tiranía Cubana.
Harían bien los que tanto gritaron en el mundo Internacional por lo que titulaban los horrores y la crueldad más grandes del mundo de echar un vistazo a nuestra querida y sufrida Cuba que ha tenido que contemplar horrores aún mayores, con la agravante baja y rastrera de que han sido hechasa hermanos de patria, profanando el suelo sagrado que es Oriente por estar regado por tanta sangre de mambí y por conmemorar el Centenario del gran Campeón de la Libertad y el amor dehermanos y con cuyo nombre quisiera terminar estas páginas como firma, como súplica, como ruego, como esperanza y como himno de combate... JOSÉ MARTÍ.
Ante estos horrores, el caso de Corea es un juego de niños. Y mientras tanto el Gobierno de Eisenhower sigue vendiendo armas y protegiendo al Gobierno de la Tiranía Cubana.
Harían bien los que tanto gritaron en el mundo Internacional por lo que titulaban los horrores y la crueldad más grandes del mundo de echar un vistazo a nuestra querida y sufrida Cuba que ha tenido que contemplar horrores aún mayores, con la agravante baja y rastrera de que han sido hechasa hermanos de patria, profanando el suelo sagrado que es Oriente por estar regado por tanta sangre de mambí y por conmemorar el Centenario del gran Campeón de la Libertad y el amor dehermanos y con cuyo nombre quisiera terminar estas páginas como firma, como súplica, como ruego, como esperanza y como himno de combate... JOSÉ MARTÍ.
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