El amanecer del día 15 de enero de 1953 sorprendió a los jóvenes universitarios de La Habana con la indignación de quien siente profanada su esencia propia. Los claros del día descubrieron la hostilidad de aquellos que, sin el menor rasgo de respeto y dignidad, profanaron el busto colocado por los integrantes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) a la memoria de Julio Antonio Mella, en el aniversario 24 de su asesinato.
Los principios y el amor patrio ejemplificados en la figura del dirigente juvenil ultimado por la tiranía impulsaron la heroicidad de un grupo de jóvenes comprometidos con Cuba y sus ideales de independencia, con Mella y con ellos mismos.
Rubén Batista Rubio fue uno de los que sin dudarlo dispuso sus energías ante la dictadura en aquella jornada. El estudiante de Arquitectura e Ingeniería Eléctrica se unió a los tantos que colmaron la colina universitaria y las calles aledañas del sentir contra el gobierno tiránico de Fulgencio Batista, contra la opresión y la barbarie de sus sicarios.
Para hacer notar la fuerza de sus ideas, únicas armas que portaban los hijos cubanos, y movidos por el impulso de la cubanía enraizada en ellos pese a su corta edad, decidieron marchar en manifestación hacia el monumento que honra a los 8 estudiantes de medicina asesinados en 1871 por el régimen colonial español.
Aunque quizás alguno tuvo temor de la represión que sabían sobrevendría, fue más fuerte el ímpetu de oponerse a un acto vil, de exigir el derecho y defender los valores e ideales de las que era heredera la juventud cubana.
Justo de ese se nutrieron hombres y mujeres que se incorporaban a la protesta, coraje que les permitió seguir adelante pese a los surtidores de agua que trataban de impedir su paso, que ni siquiera detuvo la mirilla de las armas apuntando a sus cuerpos.
Sólo el impacto siniestro y el desplome pudieron impedirlo, el golpe de las balas que se alojaron en 16 jóvenes, entre ellos Rubén, a quien el plomo despótico perforó el hígado y le dañó el intestino delgado.
De aquella fecha se conserva la valentía y gesto heroico de sus protagonistas; y en cierta proporción el dolor de la herida mortal que mantuvo a Batista Rubio en porfía con la muerte por 29 días, dando muestras de la bravura que le hacía vivir, del sentimiento patriótico y de justicia que le acompañó desde sus primeros años.
El ejemplo del holguinero que nació el 13 de marzo de 1931, apasionado al ajedrez y al béisbol, y que en temprana fecha proclamó su afiliación a los principios, valores y sentimientos más puros con la participación en huelgas estudiantiles, actos de solidaridad con el pueblo puertorriqueño, la oposición al golpe de estado del 10 de marzo de 1952, quedó latente en los muchachos y muchachas de la época.
Tanto que, cuando el 13 de febrero de 1953, con apenas 22 años de edad, se convirtió en el primer mártir de la lucha contra la tiranía batistiana, sus honras fúnebres realizadas en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y su sepelio, se tornaron expresión de apego y amor a la nación cubana, y a la libertad que gracias a muchos como él se conquistó, se preserva y defiende todavía.
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