Por Rosa Rodriguez
Foto:Camaraza
A Rafaela se le alimentaron las esperanzas de superación cuando supo de las becas para aprender corte y costura aquí en La Habana; estaba ubicada en una de las mansiones que abandonaron los que se fueron del reparto Siboney. ¿Quién le diría antes de tal alegrón? Ella era una humilde campesina nacida y criada en Guantánamo cuyo único objetivo de labor era lavar toda la ropa de su casa en el río, recoger en plena cosecha de café el grano maduro o moler el maíz de su propio sustento.
Era jovencita e iletrada. Vilma Espín Guillois, la eterna presidenta de la FMC, convocó y Rafaela echó unos vestidos en un bolso y se trasladó a la capital… A la postre, cuando volvimos a saber de su existencia, ya era licenciada en enfermería, su trabajo actual.
Así fue, pues, la FMC llamó a la batalla por el sexto y noveno grados y su seguimiento; creó los círculos infantiles; vino el movimiento de brigadistas sanitarias y de madres combatientes por la educación; la prevención social (la atención a menores con problemas de conducta. Innumerables han sido las encomiendas en las cuales la Federación involucró a sus afiliadas en cifra de miles y miles.
La defensa de la Revolución y la igualdad de derecho de las mujeres fueron los objetivos esenciales para los cuales se creó la FMC. Estos de hoy son otros tiempos: buscan ampliar todavía más los espacios de diálogos de mujer a mujer “para que ellas digan cuáles son sus intereses y perspectivas”, y continuar endulzando la obra con la miel de su ternura.
No me caben dudas en este día fundacional: Decir mujer cubana es como entonar el canto del colibrí a la vida.
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