Posted on abril 1, 2010 by Yohandry Fontana
La aventuraMucho de los niños no sabían el rumbo que tomarían las cosas. Desde la madrugada, sus padres los arrancaron de la tibia cama para llevarlos a rumbo desconocido. No sabían ellos que la muerte los acompañaría horas después.
Días antes de la locura, disfrutaban de las escuelas, de compartir con sus amigos del barrio. Los más pequeños, incluso, ya asistían al círculo infantil. Los que apenas tenían unos meses, preferían el seno de la mamá en las mañanas cálidas del verano.
No sabían los pequeños que algunos de ellos jamás volverían a escuchar a la maestra, a ver a sus amigos, las calles del barrio, a la abuela preferida. Una aventura innecesaria cortaría sus vidas.
Todos fueron llevados a un episodio de muerte por padres que no merecían serlos. Ellos, los padres, habían planificado el magnicidio de sus hijos sin proponérselo. Eran fieles oyentes de las emisoras del sur de la Florida, desde donde cantos de sirena llegaban a diario para estimular la travesía.
La última noche
El viejo remolcador permanecía amarrado. Estaba allí para ser reparado y por precaución ya no prestaba servicio. El mar en ese lugar apartado del puerto estaba tranquilo. En el silencio de la noche el remolcador era como un ave herida, fría ya, mordida por el tiempo, sin las fuerzas necesarias para la larga marcha, agotado por las endosas batallas del puerto. No derrotado. Sería reparado y puesto en funcionamiento. No sabía el remolcador que sería testigo de la muerte, impulsada por manos asesinas desde el sur de la Florida.
En La Habana, era una noche cualquiera, pero para los niños de la historia, sería la última noche.
Los asesinos
Los tres trabajadores del puerto llevaban días merodeando el lugar. Cuentan algunos testigos que los delincuentes visitaron la zona de los remolcadores y que aquello les resultó extraño. No les podía pasar por la cabeza que expertos obreros del puerto pudieran pensar que un viejo lanchón herido cruzara el Estrecho de la Florida.
Pero estas tres almas habían cambiado. En su interior ya no eran esas personas que en las mañanas solían saludar a los obreros. Su confusión, su ambición, los impulsos de traición y los cantos llegados desde el norte los transformaron en monstruos del crimen. Serían los culpables de una de las tragedias más horribles que pueda contarse.
Desde días antes planificaron cómo asaltar a los que cuidaban el lugar. Como viejos conocedores de cada rincón del puerto, idearon un plan para neutralizar a los custodios sin muchas complicaciones.
La acción se realizó con éxito el día esperado y decidieron partir con su carga de muerte rumbo al Golfo, no sin antes destruir los equipos de comunicaciones.
El viejo remolcador se sitió la pesada carga. Unas 60 personas estaban sobre él. El agua estaba por encima de la línea de flotación de la embarcación. A la salida del puerto, el mar los esperaba más asustado de lo acostumbrado, pero aun así, decidieron partir.
A los pocos minutos, los niños comenzaron a llorar. Algunos vomitaron por el mareo que provoca el mar embravecido. Las madres estaban asustadas, algunas arrepentidas. No todos estaban convencidos ni conscientes de la aventura sin retorno.
Los asesinos empuñaron con furia el timón del frágil barco y no estaban dispuestos a regresar. Se aferraron a él dispuestos a morir, y a llevar al fondo del mar la carga humana que transportaban.
Varios de los obreros del puerto se percataron del robo y decidieron tomar dos de los remolcadores que estaban en el lugar y perseguir al remolcador de la muerte. Con mejores motores y ligereza en su carga, lograron alcanzarlo.
Desde estos barcos comenzaron a gritarles a los asesinos que detuviera el viejo remolcador. No lo hicieron. Uno de los remolcadores apretó la marcha para pasar adelante, en tanto desde el otro el diálogo con los terroristas continuaba.
Cuentan que las madres de los pequeños y algunos suicidas (padres convertidos en asesinos de sus hijos) decidieron minutos después de abordar el remolcador poner a buena parte de los niños debajo, para resguardarlos de la marea alta. No pensaron que allí, precisamente, la muerte los sorprendería.
En la unidad de guardafronteras nunca se duerme. El ambiente ha estado caldeado con salidas ilegales y provocaciones. Desde el puesto de mando del puerto se reciben una llamada:
-Se robaron un remolcador. Dos de los nuestros salieron detrás.
Mientras los soldados se preparan, los homicidas continúan aferrados al timón del viejo y cansado remolcador. No se percatan de que poco a poco las olas comienzan a ser más fuertes. Ninguno de los terroristas y padres culpables habían escuchado el parte del tiempo:
– Se pronostican marejadas peligrosas para embarcaciones menores.
Esto es hasta Miami
El guardacostas cubano comienza a aproximarse a las tres embarcaciones. Uno de los remolcadores ha logrado adelantar al otro y está haciendo un giro. Está muy oscuro y no se distinguen los rostros de los pasajeros. Los gritos de las mujeres comienzan a escucharse, a pesar del estampido de las olas altas contra el viejo remolcador.
– Paren, paren, los niños, los niños.
Los tres terroristas no quieren parar. Están dispuestos a arremeter contra el remolcador que ya se va adelantando para evitar el robo.
Nadie sabe cuál es la carga verdadera. Ni los obreros del puerto en sus remolcadores nuevos, ni los soldados del guardacostas, saben qué lleva en la barriga el viejo barco. Los gritos se hacen más intensos. Los asaltantes se aferran a la muerte mucho más. No escuchan a las mujeres, tampoco a algunos de los hombres que alertan.
– Paren, paren, vamos a chocar.
El guardacostas está cerca. Los soldados pueden escuchar a las mujeres gritar; pero los la ruta de muerte está trazada:
– No paramos, no paramos, esto es hasta Miami.
Es de noche y el mar enfurecido impide la visibilidad adecuada. Las olas golpean al débil barco que navega por debajo de la línea de flotación. Comienza a entrar el agua. Uno de los remolcadores del rescate trata de hacer una aproximación y toca ligeramente la embarcación cargada. El peso, el oleaje, la marcha apresurada hacen que remolcador se vire. La mayoría de los niños quedan atrapados en la bodega que les sirvió de protección.
El rescate
Los remolcadores nuevos no llevan salvavidas. Tras la confusión, los obreros que viajan en los dos barcos logran salvar algunas vidas. La noche no permite ver lo que sucede.
El guardacostas cubano llega al lugar. Las sogas y los salvavidas comienzan a caer al mar. Las mujeres se aferran a ellos. Algunos niños también encuentran en la oscuridad los flotantes de la suerte.
– Los niños, los niños, dicen algunos de los que están en el agua.
Prosigue el rescate de los que están a flote.
– Los niños que estaban abajo, los niños, grita una de las rescatadas.
– ¿Qué niños?
Rompe en llanto la mujer, la confusión se apodera de todos.
– Los niños que estaban debajo, en el remolcador.
Es de noche. El mar se traga al remolcador 13 de Marzo. Nada se puede hacer.
El guardacostas se comunica con el puesto de mando e informa de lo ocurrido. Recibe la orden de revisar si queda alguien en el agua. A pesar del mal tiempo, deciden hacer una búsqueda reducida. No encuentran más sobrevivientes.
Los remolcadores ya comienzan a regresar. El guardacostas se aleja de la zona.
El silencio es aterrador en el barco cubano. Los soldados y oficiales comienzan a dialogar con los sobrevivientes. Se conocen los hechos.
La verdad necesita contarse al mundo
En La Habana, el Comandante en Jefe Fidel Castro orienta hacer una investigación de lo ocurrido, de la cual habla en su visita a Harlem, Nueva York, el 8 de septiembre del 2000:
“A lo largo de 41 años, solo una vez se produjeron en la Ciudad de La Habana, cerca del puerto, determinados desórdenes públicos. Estaban asociados al aviso que enviaron por radio de que un grupo de naves procedentes de Estados Unidos se acercarían para recoger inmigrantes. Conocían que nosotros no disparábamos ni intentábamos interceptar naves con personas a bordo. Cuando comenzaron a venir lanchas rápidas procedentes de Estados Unidos en operaciones de contrabando, una de ellas se situó junto a la costa, al este de La Habana; el personal de vigilancia, sorprendido por aquel hecho inusitado, le da el alto y dispara. Hubo algunos heridos, no sé si algún muerto.
Otra vez un tractor -llevaba una carreta con gente hacia la costa- trató de aplastar a un policía que se le puso delante y otros que le acompañaban dispararon: hubo algunos heridos y algunas bajas. Eran ya dos veces.
En otra ocasión, una arenera secuestrada se la llevaban con personal a bordo -todo esto estimulado por la Ley de Ajuste-, una lancha de vigilancia hizo algunos disparos; por suerte, no le dieron a nadie.
De inmediato una instrucción directa a todas las fuerzas de guardafronteras y a todas las autoridades: “No disparar contra ni tratar de interceptar ninguna embarcación con personas a bordo que intenten salir, aunque estén en el medio de la bahía.”
Entonces, hasta la lancha de Regla, que muchos de ustedes saben que es un medio de transporte entre La Habana Vieja y el municipio de Regla, era objeto de secuestros. Venía alguien con un revólver y varios cómplices a bordo, reducían al conductor y por el mismo puerto salían. Nadie las tocaba.
El famoso incidente de que hablan con el remolcador 13 de Marzo tiene su historia detallada y completa. Nosotros ordenamos una investigación meticulosa en todos los aspectos. Lo que ocurrió fue que había un lugar donde estaban los remolcadores que prestan servicios al puerto. Lo asaltaron, neutralizaron a los que lo custodiaban, destruyeron las comunicaciones y partieron con él. Tres de los propios trabajadores del centro se montaron en otro remolcador, otros tres o cuatro -no tengo ahora la cifra exacta- se montaron en otro, de noche, sin decirle nada a nadie, y se fueron con los dos remolcadores para tratar de interceptar al que se llevaban. Nadie sabía nada, ya habían pasado horas incluso desde el momento en que se produjo el robo del remolcador.
Tan pronto se conoció el hecho por las autoridades pertinentes, se dieron instrucciones inmediatas a los guardacostas de acercarse a la ruta que llevaban para evitar un accidente y ordenar el regreso de los remolcadores que habían salido para tratar de interceptarlo.
Era de madrugada, mar agitado y olas fuertes. Antes de que llegara un guardacostas, que por suerte salvó a casi la mitad de los que iban en la embarcación secuestrada, ya que el mismo poseía salvavidas, cuerdas y otros medios para socorrer y rescatar náufragos, se había producido un choque entre uno de los dos remolcadores que trataban de interceptarlo con la popa del remolcador robado que se fue a pique. Los pocos tripulantes de aquellos rescataron a varios de los náufragos, a pesar de carecer de medios adecuados y con temor de ser ellos mismos secuestrados. No tardó en llegar el guardacostas que, aun en aquellas condiciones difíciles y en medio de la oscuridad de la noche, pudo salvar a 25 personas. Esa es la historia real de lo sucedido.
Ah, pero había que inventar mentiras y crear una cínica leyenda sobre el caso.”
Yohandry Fontana
La Habana
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