Las
integrantes del pelotón femenino Las Marianas, del Ejército Rebelde
sostuvieron un provechoso encuentro con soldados del servicio militar
voluntario femenino, y otros oficiales de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias
El alma valerosa de la mujer de esta tierra estuvo
presente durante el intercambio que sostuvieron integrantes del pelotón
femenino Las Marianas, del Ejército Rebelde, con una representación de
soldados del servicio militar voluntario femenino, combatientes,
suboficiales y oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
El encuentro formó parte de las actividades en homenaje a los 200 años del natalicio de la madre de los Maceo, y contó con la presencia del general de división Ramón Pardo Guerra, Héroe de la República de Cuba y jefe del Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil, Teresa Amarelle Boué, secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas, y otros jefes de las FAR.
En septiembre de 1958, inspirado en el ejemplo de Mariana Grajales, y reconociendo en la mujer cubana una fortaleza viva, llena de virtudes, Fidel tomaba la decisión de constituir un pelotón del que fueron parte Delsa Esther (Teté), Lilia, Edemis (La Gallega), Angelina, Ada Bella, Juana y Orosia, allí presentes, enfrentándose a criterios machistas mucho más enraizados en aquella época.
Después de una reunión de horas, en las que el Comandante en Jefe hizo un recorrido a lo largo de la historia reconociendo la labor y el valor de la mujer en la gesta independentista, y contando con el apoyo de Celia, se creó en La Plata el pelotón, del que fuera jefa Isabel Rielo, luego de que en una prueba de tiro resultara la mejor.
La Sierra Maestra, sin dudas, se convirtió en un lugar diferente cuando aquellas mujeres desandaban por sus lomas. Entre las anécdotas no faltaron los días sin comer, de caminatas interminables, en ocasiones bajo la lluvia, casi siempre en la noche, o con el agua a la cintura.
Tampoco dejaron de aflorar los recuerdos de cómo se convirtieron prácticamente en la guardia personal de Fidel, y que cuando las veían llegar, todos decían: por ahí viene el Comandante.
Con las palabras brotó la añoranza de los días en que aprendieron a usar las armas, cuando Fidel prefería darles el mejor armamento con la firme convicción de que eran mejores soldados.
“Éramos 13 y seguiremos siendo 13, aunque ya cinco no estén físicamente con nosotras”, aseguraba Teté Puebla, hoy general de brigada, durante su intervención en el intercambio, donde no dejó de reconocer su satisfacción y orgullo por que hoy cientos de muchachas formen parte de las FAR y defiendan a la Patria en diferentes frentes de combate.
Lilia contó cómo Teté, siendo muy menudita, tuvo a su cargo misiones difíciles, como trasladar la carta firmada por el Che para pactar una tregua.
También entre risas, ahora desde la distancia de los años, recordó las botas rotas de Teté en el trayecto de La Plata a la Sierra de Gibara, adonde llegó descalza, pero llegó. O sus manos diminutas, cuando los puños eran la medida de las comidas, siempre repartida por igual para todos.
No dejaron de asaltar la memoria de Lilia los gorras volando por un tiro enemigo que casi les roba la vida, o la verdad de que en la espera del combate se puede sentir mie-do, que luego pasa ante el compromiso con la causa y lo imperioso de salvaguardar la vida.
Así también, Teté compartió sus experiencias no solo como soldados, sino como mensajeras, maestras de las escuelitas de la Sierra, costureras… Se hacía lo que hacía falta hacer porque eran una gran familia, y después de las indecisiones de los hombres respecto a si debían ser armadas o no, llegó el cariño y el respeto de hermanos.
Pero las tareas superaron los días de las lomas, las emboscadas, las órdenes cumplidas al mando de Eddy Suñol, el bautismo de fuego en el combate de Cerro Pelado, o la batalla de Guisa.
Se trabajó con amor con las víctimas de la guerra, en las organizaciones de masas, en la defensa de la Revolución desde otras trincheras.
Así Mariana, Ana Betancourt, Celia, Vilma, Haydée, Melba… y tantas otras cubanas, se sentaban con estas mujeres a contar la historia que habían hecho. Mientras, desde el otro lado, el presente les agradecía comprometido.
El encuentro formó parte de las actividades en homenaje a los 200 años del natalicio de la madre de los Maceo, y contó con la presencia del general de división Ramón Pardo Guerra, Héroe de la República de Cuba y jefe del Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil, Teresa Amarelle Boué, secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas, y otros jefes de las FAR.
En septiembre de 1958, inspirado en el ejemplo de Mariana Grajales, y reconociendo en la mujer cubana una fortaleza viva, llena de virtudes, Fidel tomaba la decisión de constituir un pelotón del que fueron parte Delsa Esther (Teté), Lilia, Edemis (La Gallega), Angelina, Ada Bella, Juana y Orosia, allí presentes, enfrentándose a criterios machistas mucho más enraizados en aquella época.
Después de una reunión de horas, en las que el Comandante en Jefe hizo un recorrido a lo largo de la historia reconociendo la labor y el valor de la mujer en la gesta independentista, y contando con el apoyo de Celia, se creó en La Plata el pelotón, del que fuera jefa Isabel Rielo, luego de que en una prueba de tiro resultara la mejor.
La Sierra Maestra, sin dudas, se convirtió en un lugar diferente cuando aquellas mujeres desandaban por sus lomas. Entre las anécdotas no faltaron los días sin comer, de caminatas interminables, en ocasiones bajo la lluvia, casi siempre en la noche, o con el agua a la cintura.
Tampoco dejaron de aflorar los recuerdos de cómo se convirtieron prácticamente en la guardia personal de Fidel, y que cuando las veían llegar, todos decían: por ahí viene el Comandante.
Con las palabras brotó la añoranza de los días en que aprendieron a usar las armas, cuando Fidel prefería darles el mejor armamento con la firme convicción de que eran mejores soldados.
“Éramos 13 y seguiremos siendo 13, aunque ya cinco no estén físicamente con nosotras”, aseguraba Teté Puebla, hoy general de brigada, durante su intervención en el intercambio, donde no dejó de reconocer su satisfacción y orgullo por que hoy cientos de muchachas formen parte de las FAR y defiendan a la Patria en diferentes frentes de combate.
Lilia contó cómo Teté, siendo muy menudita, tuvo a su cargo misiones difíciles, como trasladar la carta firmada por el Che para pactar una tregua.
También entre risas, ahora desde la distancia de los años, recordó las botas rotas de Teté en el trayecto de La Plata a la Sierra de Gibara, adonde llegó descalza, pero llegó. O sus manos diminutas, cuando los puños eran la medida de las comidas, siempre repartida por igual para todos.
No dejaron de asaltar la memoria de Lilia los gorras volando por un tiro enemigo que casi les roba la vida, o la verdad de que en la espera del combate se puede sentir mie-do, que luego pasa ante el compromiso con la causa y lo imperioso de salvaguardar la vida.
Así también, Teté compartió sus experiencias no solo como soldados, sino como mensajeras, maestras de las escuelitas de la Sierra, costureras… Se hacía lo que hacía falta hacer porque eran una gran familia, y después de las indecisiones de los hombres respecto a si debían ser armadas o no, llegó el cariño y el respeto de hermanos.
Pero las tareas superaron los días de las lomas, las emboscadas, las órdenes cumplidas al mando de Eddy Suñol, el bautismo de fuego en el combate de Cerro Pelado, o la batalla de Guisa.
Se trabajó con amor con las víctimas de la guerra, en las organizaciones de masas, en la defensa de la Revolución desde otras trincheras.
Así Mariana, Ana Betancourt, Celia, Vilma, Haydée, Melba… y tantas otras cubanas, se sentaban con estas mujeres a contar la historia que habían hecho. Mientras, desde el otro lado, el presente les agradecía comprometido.
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