Releyendo una carta de Fidel: La casa de Mario
Por:
Rebeca Chávez
Sabe y ha comprobado que la Base Naval norteamericana suministra día a día municiones a la aviación de Batista para bombardear a la Sierra Maestra (considerado el escenario principal de la guerra), quemar casitas, ametrallar a campesinos, porque los imaginan colaborando, mezclados con los rebeldes alzados en la manigua… ametrallamientos, desalojos, combates, cosas naturales que pasan en la guerra.
¿Quién es ese Mario? Recuerdo la letra inconfundible de Fidel, seguir el texto y la impresión que me causó. Ese día Fidel describe su futuro y le escribe a Celia que “al ver la casa de Mario… me he jurado que cuando esta guerra termine” -y aquí está la revelación de sus pensamientos-, le confiesa que echará otra guerra y que la ve como su destino verdadero.
Muchas veces las películas nacen así, sin explicación, sin encargo. Algo prende la chispa y esa era esta carta. Alguien la iba a leer y se iban a desatar las “alarmas” como a mí… Se lo conté a Daniel Díaz Torres, le hablé del texto, fuimos a leerlo y empezamos a imaginar una “expedición” a la Sierra Maestra para encontrar a Mario Sariol, saber toda la historia que provocó y desató esta carta. Fuimos hasta Minas de Frío, visitamos la casa del santaclarero, trepamos por Mompié, pero la Sierra ya era otra Sierra. Mario nos guiaba por aquellos parajes y paisajes intentado acercarse lo más posible a esos días, pero ya habían pasado veinte años.
Conocer, sí conocía la carta pero no le daba la importancia (trascendencia) que nos empeñábamos en señalarle. Recordaba (a cámara): “Sí, era un papelito chiquitico… donde le contaba a Celia” y trataba de no equivocarse.
Sin embargo, no pudo ocultarnos la emoción que le provocaba recordar al jefe guerrillero, que en medio de tantos problemas se ocupaba de él y de su casita destruida por las bombas yanquis. Finalmente nació el documental del ICAIC “La casa de Mario” (1978) que recrea esos días. Historia antigua. Tan antigua que a veces se nos olvida.
Cuando Daniel conformó el equipo de la “expedición” (Raúl Pérez Ureta, cámara; José León Cartaya, sonido; Francisco Cordero, asistente de cámara, y yo), intentábamos evocar un episodio de la guerra muy menor desde el punto de vista bélico, pero aquella carta volvía a poner en el día día una influencia, una fuerza, a veces presencia sutil, abstracta otras más, evidente, brutal, hasta llegar al conflicto que atraviesa toda la vida cubana.
La carta sobre la casa de Mario era una historia en singular, de un individuo y de pronto hay un giro que la saca de tono coloquial y de crónica y en cuatro líneas se convierte en compromiso y destino. Claro, sabíamos lo obvio: el cine tiene limitaciones, está el conflicto creativo, lidiar con el lenguaje visual y las palabras y en el documental aún más, porque los límites son más precisos y agudos… No se trata de personajes a los que se les pide “actuar” con una intención. ¿Sortear la tentación de ficcionar? Tal vez. Por eso nos empeñamos en lograr (y no perder) el equilibrio entre la confesión de Fidel y el testimonio de Mario. Privilegiar y garantizar la primacía del testimonio de Mario. Sólo a través de él y la combinación de cuadros de archivo con nuevas tomas de la Sierra planos, lograríamos conseguir, concretar, el objetivo y la ilusión de provocar una vinculación entre las dos acciones, y de paso estimular otras conexiones históricas.
No se qué ha sido de Mario Sariol. Fidel cumplió y ganó aquella guerra y se involucró en su “destino” sin disparar más tiros que los necesarios.
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